Edición
54

La otredad en tiempos de segmentación

Miami
Una reflexión sobre cómo percibimos al otro en un mundo atravesado por la globalización, las redes sociales y los conflictos culturales. Interconectados habitamos burbujas de pensamiento donde predomina la “cámara de eco” y una visión recortada del mundo.

En una afirmación simple podríamos coincidir en que todos nos reconocemos como pertenecientes a cierto grupo cultural y social (o a varios de ellos) al que denominamos “nosotros” y que se distingue de “los otros”, lugar en que agrupamos a aquellos que no forman parte de nuestra comunidad. Compartimos con los “iguales” formas de ver, transitar, significar y entender el mundo, nuestro “sentido común”. El encuentro con los otros y la manera en que interpretamos sus acciones es, siempre, con relación a nuestra forma de entender las cosas; lo que predispone aquello que es a nuestro criterio “la verdad”.

Hoy vivimos en un mundo que por un lado se ha globalizado, donde las distancias físicas se han acortado y el conocimiento de los lugares más remotos y lo que acaece en ellos se ha acercado, pero que a la vez lo que sabemos de aquello que ocurre en nuestro derredor se encuentra mediado, recortado, moldeado y fraccionado por la información que circula en las redes sociales, donde accedemos a la misma como consecuencia de nuestras preferencias, gustos previos y la repetición (el eco y la sordera) a la que nos somete la tiranía de los algoritmos.

El 7 de octubre de 2023 sucedió en Medio Oriente, específicamente en Israel, un acontecimiento que parecía impensable e inimaginable tan solo unas horas antes de que escucháramos sobre él. La región lindera con los territorios de Gaza había sido barbáricamente invadida por grupos terroristas que sometieron, asesinaron y masacraron a los pobladores locales que se fueron cruzando en el camino. En su raid no distinguieron por edad, color, nacionalidad o ideología política. Asesinaron, sometieron y secuestraron a todos los que pudieron por igual, sin distinción. Y aunque era sabido que la vida en esas tierras, atravesadas por esta frontera, estaba plagada de tensiones, conflictos y desafíos desde hacía muchísimas décadas, un acontecimiento de tal brutalidad y magnitud nos sorprendió y explotó frente a nuestras caras. De ese día en más hemos entrado en un universo distinto que nos obliga a repensarnos -incluso como especie humana- y para ello las categorías de otredad, etnocentrismo, cosmovisión, así como la existencia de las redes y la segmentación, nos resultan útiles, imprescindibles y, esperemos, nos permitan trazar algún haz de luz ante tanta incomprensión.

En los años ’80 el filósofo, historiador y estudioso del lenguaje, el búlgaro-francés Tzvetan Todorov, nos fascinó con su propuesta de pensar el proceso de “La Conquista de America: el problema del otro”¹ como el momento del encuentro entre dos culturas extrañas, dos que no tenían siquiera conocimiento de la existencia la una de la otra. Partiendo del análisis del uso de los signos y los símbolos, Todorov nos invita a pensar cómo es que el etnocentrismo de un grupo -los españoles- al enfrentarse con la concepción de un universo de acontecimientos cíclicos, que es la que maneja el otro grupo -los pobladores locales- garantiza la victoria de los primeros; cómo es que el encuentro entre estas dos cosmovisiones tan disímiles resulta en favor del proceso de la conquista que llevan a cabo los europeos y el sometimiento y etnocidio del que son víctimas los aborígenes.

Para que el encuentro entre dos culturas extrañas ocurra como tal, como encuentro y no como sometimiento de la una por la otra, debe operar el reconocimiento mutuo y, deseablemente, empatía que las acerque.

Todorov nos recuerda que los españoles tenían en su memoria reciente la experiencia de Las Cruzadas. Con ello en su haber les resulta fácil inducir que estos pobladores con quienes se encuentran en las nuevas tierras, estos otros, deberían ser evangelizados para convertirse en súbditos del Reino de Castilla, y así pasar a ser parte y propiedad de los Reyes Católicos de España. Supieron engañarlos, hacer uso de algunas cuantas mentiras, finalmente doblegarlos y someterlos.

En oposición, los pobladores locales poco entendieron quiénes eran estos seres que se habían aparecido desde donde se acababan los mares, que tenían un cuerpo extraño que se montaba sobre unos animales (¡quién habría visto alguna vez en estas tierras un jinete sobre un caballo!). No lograron comprender quiénes eran estos seres que se les presentaban frente a sus ojos: pero entonces recordaron que contaban las leyendas que unos dioses llegaron desde el fin del mundo y el fondo de los mares y que, si eso es algo que los sabios y los viejos contaron que ya había sucedido en el pasado, entonces era algo que nuevamente ocurrirá porque el tiempo, para ellos, nunca era otra cosa más que un círculo perpetuo y lo que fue antes nuevamente ocurrirá. Así las cosas, concluyeron que estos que habían llegado desde el horizonte, serían los dioses que habrían vuelto.

A la larga, apreciarán el error de su entendimiento, pero a esa altura ya será tarde. El descubrimiento de su fatal comprensión los enfrentará a una cruel deducción:  el universo no resultó funcionar tal como lo pensaban, nos serían los dioses que habrían vuelto, habrá otros allí afuera que intentarán adueñarse de ellos, de sus cuerpos, riquezas y almas. Su mundo total, aquello que creían que era, su verdad, su cosmovisión, su cultura, resultó falaz. Su universo, de ahí en más, carecerá de sentido. Su mundo habrá muerto. Ocurrirá un etnocidio cultural.

Para que el encuentro entre dos culturas extrañas ocurra como tal, como encuentro y no como sometimiento de la una por la otra, debe operar el reconocimiento mutuo y, deseablemente, empatía que las acerque. Al respecto, un pensador como Emmanuel Levinas pone el énfasis en la responsabilidad ética hacia el otro. Pero para que esto suceda el otro debe ser equiparado categorialmente a uno mismo, si no registro en el otro rasgo de humanidad comparables a las mías, es difícil que se establezca un dialogo y es altamente probable que se entable una relación de sumisión, anulación e, incluso, aniquilación.

En el mundo actual la información circula, en buena parte, por los canales que nos ofrecen las plataformas digitales. Estas tienen la habilidad de acercarnos a individuos con quienes compartimos afinidades, lo cual es un punto central y motor para la construcción de identidad; hoy nuestra sociabilidad transita en buena parte por las redes. Así descubrimos un nosotros en lugares físicamente cercanos o recónditos, esto pareciera ser un dato indistinto al momento de construir comunidad. ¡Maravilloso! También nos enteramos de lo que acontece en sitios lejanos en tiempo real y, muchas veces, lo que sucede en un punto muy alejado del planeta nos interpela y convoca a involucrarnos. En este mundo tan globalizado ya no parece posible el encuentro entre culturas distantes que no tengan conocimiento la una de la existencia de la otra como fuera en los tiempos de la conquista de America.

Este efecto puede llevar a la polarización, el extremismo y la falta de diversidad de pensamiento, ya que las personas quedan atrapadas en un ciclo de información repetitiva que refuerza sus puntos de vista sin exposición a perspectivas diferentes.

Claro que esta forma de generar afinidades y comunión, donde descubrimos un nosotros en este mundo tan interconectado, acarrea sus peligros.

Por un lado, las comunidades de las redes se forman en base a coincidencias puntuales, gustos y simpatías sobre ciertas causas, pero dado que sus miembros interactúan mayoritariamente sobre estas sincronías, no necesitan para reconocerse entre sí como miembros de un todo, más que la identificación en aquellos puntos que los han traído a ser partes de la comunidad. Y como la interacción en el grupo suele darse en torno a las concomitancias, es habitual generalizar nuestro universo de sentidos sobre los otros miembros del grupo sin siquiera saber si ese es el de ellos, solo asumiéndolo.

Además, comúnmente vemos reconfirmada nuestra visión sesgada como efecto de aquello que se conoce como el fenómeno de “cámara eco”, este que en las redes sociales acontece cuando los usuarios se rodean de contenido que refuerza sus propias creencias, no accediendo e incluso evitando información que contradiga sus opiniones. Esto se ve reforzado por el funcionamiento intrínseco del sistema, donde los algoritmos de las plataformas seleccionan y priorizan contenido que coincide con los intereses del usuario, creando un entorno cerrado donde solo se ven ideas afines.

Este efecto puede llevar a la polarización, el extremismo y la falta de diversidad de pensamiento, ya que las personas quedan atrapadas en un ciclo de información repetitiva que refuerza sus puntos de vista sin exposición a perspectivas diferentes. Y esto se potencia por la facilidad y velocidad con que ciertos relatos se simplifican y viralizan en estos medios de comunicación, donde las veces prima una lógica emocional por sobre una analítica.

Por ejemplo, en el caso del conflicto de Medio Oriente -como en muchos otros- la narrativa de un opresor que somete a voluntad a un oprimido, aparece casi de manera omnipresente, con una gran potencia simbólica, aunque flagrantemente reduccionista. Este discurso, a gran velocidad en su circulación de redes, desdibuja los matices culturales, religiosos y políticos, recorta las historias, los conflictos y contradicciones internas de los grupos involucrados. Sin voluntad de profundizar demasiado, se olvida que en la sociedad israelí contemporánea hay disensos, conflictos y contradicciones que se entretejen con la unidad nacional; pero también omite que dentro de la comunidad palestina habitan la pluralidad y un sinfín de tensiones internas, que existen allí expresiones autoritarias, misóginas o incluso antioccidentales, y muchas de ellas directamente no encajan con los valores de respeto, igualdad y tolerancia que supuestamente los están defendiendo.

No debemos pasar por alto que existe la posibilidad de que extender nuestra visión del mundo sobre todas las comunidades del planeta sin mediar un análisis, conlleve una peligrosa ingenuidad. Nuestro etnocentrismo no nos debe hacer desconocer que puede haber frente a nosotros alguien que piensa distinto…

Pareciera ser que no se trata del apoyo a una causa de manera consciente e informada, sino que es una forma de canalizar descontentos propios hacia una figura que parece encarnar resistencia, derramando sobre el otro las formas de comprender la desigualdad según una cierta visión del mundo, la de la cultura occidental. Esto puede conducir a justificar y romantizar violencias, discursos retrógrados o regímenes opresivos por simplemente colegir que allí hay una causa donde puedo apoyar a los enemigos de mis enemigos, una empatía de desventurados con escasa información.

Es que la desigualdad social que ha aquejado a las poblaciones humanas desde tiempos ancestrales, lejos de mejorarse en tanto que el mundo se moderniza, globaliza e interconecta, se acentúa y profundiza. Aquellos que nos identificamos como descendientes de la cultura occidental del mundo moderno, hemos avanzado muchos casilleros en el reconocimiento de la equidad de los seres humanos y sus inalienables derechos a la libertad, igualdad y fraternidad.

Pero no debemos pasar por alto que existe la posibilidad de que extender nuestra visión del mundo sobre todas las comunidades del planeta sin mediar un análisis, conlleve una peligrosa ingenuidad. Nuestro etnocentrismo no nos debe hacer desconocer que puede haber frente a nosotros alguien que piensa distinto, que nos ve como a un otro a convertir, evangelizar o aniquilar. No importa cuánto nosotros queramos entender al otro como un “nosotros sometido en este universo desigual”, eso está dentro de los límites de nuestra cosmovisión. Tal vez debamos asumir que esta vez somos nosotros los pobladores autóctonos ingenuos que comprendemos este contexto dentro de los parámetros de nuestras experiencias pasadas y desde donde ellas nos permiten encasillarlo, dentro de los límites de nuestra conciencia posible.

Para ejercitar la empatía debemos intentar ser respetuosos y tolerantes, abiertos a la diferencia. Pero en ese mismo ejercicio debemos ser capaces de admitir que no siempre el otro está abierto a aceptar nuestra diferencia o que tiene intención de acortar distancias entre puntos de entendimiento porque si no advertimos esto estamos, simplemente, extendiendo nuestra forma de ver al otro, nuestra ética y cultura, sobre el otro. Estamos frente a otro desde nuestro ego, entendiéndolo desde nuestro etnocentrismo.

Decididamente debemos ser capaces de enfrentar y aceptar la diversidad cultural, fomentar el diálogo y el reconocimiento de la otredad para poder educar con criterio y respeto sobre ella. No se trata de negar las diferencias y menos de potenciar enfrentamientos, sino de promover un encuentro genuino con un otro, que no niegue mi existencia ni pretenda supeditarme a la suya. Debemos ejercitar en nosotros, y en las generaciones más jóvenes, la capacidad de sostener la complejidad, porque allí radica la riqueza de la raza humana. Y aunque, a contrapelo de estos tiempos de redes, pensar en matices no da likes ni moviliza rápido, decididamente sin multiplicidad de voces no hay pensamiento crítico, ni posibilidades de convivencia real.

 

Notas:
¹ Tzvetan Todorov: “La Conquista de America: el problema del otro”. Siglo XXI Editores.1era edición, 1982. Madrid.

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