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Cuando pensamos en la niñez sabemos que lo más propio del niño es el juego, por lo que el espacio lúdico debería ocupar el primer lugar. Resulta raro imaginar que esto no está considerado a la hora de organizar las actividades programadas para el funcionamiento de un Elementary School.
Cuando pensamos en la niñez sabemos que lo más propio del niño es el juego, por lo que el espacio lúdico debería ocupar el primer lugar. Resulta raro imaginar que esto no está considerado a la hora de organizar las actividades programadas para el funcionamiento de un Elementary School.
Si pensamos en las escuelas de la Florida, llama especialmente la atención que no existan los recreos. Es sorprendente, y además un punto que llama a la reflexión, que los niños durante el extensivo horario escolar no puedan disponer de un tiempo libre para la recreación.
Las escuelas contemplan la hora del lunch, y este momento puede estar programado, según las mismas escuelas, como un espacio para socializar, conversar, moverse y jugar.
Sin embargo, y a pesar de que es el horario del almuerzo es el único momento de corte que está dispuesto en la actividad escolar, no siempre se transforma en una oportunidad para desarrollar lo lúdico. Por lo que se observa en los hechos, son las autoridades de cada establecimiento educativo quienes deciden si se tratará solamente de la hora en que el niño cubra su necesidad de comer o si, en ese lapso de tiempo, está contemplada la necesidad de juego e interacción con los pares.
Surge un problema a partir de no contar con un criterio institucionalizado y dejar en manos de los conductores de cada establecimiento la consideración de las necesidades de los niños. Por alguna razón se tiende, generalizadamente, a no hacer lugar al juego y al contacto entre los compañeros.
Demás esta decir que también los adultos necesitamos un alto en el camino de nuestras tareas, el tiempo para un café, hablar por teléfono, tomarnos un pequeño descanso durante las horas laborales. Estas pequeñas pausas reconocen los límites de concentración de los seres humanos y, lejos de dispersar, permiten relanzar la disposición al trabajo y un mejor rendimiento.
Hoy no parece que las escuelas estimulen la relación entre los niños. Hay un modo de funcionamiento que premia a quien mejor conducta tiene, a quien no hable, a quien no corra o se mueva. El niño que más se acerque a ese ideal que se hace funcionar dentro del aula, seguramente será elegido como asistente de la maestra para que también cuide el comportamiento de sus compañeros y haga saber si hay alguno que no cumple con las reglas establecidas.
Esta situación que se instala para permitir el «buen funcionamiento» dentro del aula tiene sus consecuencias. Podríamos decir que mientras se implementan esas modalidades que le exige al niño abandonar lo más propio de la infancia, como son su curiosidad y su movimiento, de paso, el compañerismo, la amistad, la solidaridad queda fuera del currículum escolar. Que el otro sea un igual con quien hacer lazo y crear códigos propios no interesa.
Se supone que cuando los niños llegan a sus casas allí pueden jugar. Pero, la realidad muestra que los entretenimientos como el televisor, las computadoras, los videojuegos, son solitarios, no hay necesidad de otros con quien interactuar, compartir, constituir vínculos, aceptar puntos de vista diferentes, establecer ciertas reglas, re-crear la realidad circundante tal como el juego permite.
Este tipo de actividad solitaria con el aparato lo que produce es un aislamiento cada vez mayor donde cada uno se encuentra encerrado en su propio mundo.
Por el contrario, el juego tiende a la unificación y a la integración de la personalidad. La creatividad es una de las funciones primordiales en el juego, así como la simbolización. El juego tiene un papel fundamental en relación a la agresión y el displacer que experimenta el niño, cuando se juega se puede crear el modo socialmente aceptable de elaborarlas. Con el juego se simboliza la realidad circundante, es un modo de poder transformar y expresar aquello que sucede. En el juego el niño puede tomar una posición activa respecto de lo que vive pasivamente, si un padre reta a su hijo seguramente algún muñeco recibirá luego los retos pertinentes.
Hay que recordar el valor de ficción que el juego comporta. El juego es la escena que el niño logra montar para elaborar lo que le resulta displacentero, lo que le causa incertidumbre, una escena donde se trata de dar respuesta frente a lo que aun no sabe.
Hoy, por momentos, parece que ya no se recuerda esta función del juego. A veces, los adultos se asustan, y obran en consecuencia, cuando los niños representan su agresión en la escena del juego.
Esto nos deja observar que no solamente el espacio del juego y los vínculos están en decadencia sino que lo simbólico también lo esta. Cuando no se considera este valor simbólico se corre el riesgo de confundir la realidad material con la realidad psíquica que el juego pone en escena.
Hoy vivimos en un tiempo donde llevar un revolver de juguete a la escuela puede considerarse un delito, y si un niño hace con su mano el gesto de apuntar a alguien se lo cataloga de violento. Esto es algo que ocurre aunque el niño tenga muy pocos años.
El tiempo de jugar con otros es un tiempo en extinción, aquello que es lo más propio del juego como fantasía y simbolización se toma en su literalidad, es decir que se pierde su esencia.
El tiempo de jugar con otros es un tiempo en extinción, aquello que es lo más propio del juego como fantasía y simbolización se toma en su literalidad, es decir que se pierde su esencia.
La pregunta que nos podemos hacer es que consecuencias trae aparejadas esta situación. Podemos observar y analizar algunas tendencias y esto es que cada vez se necesita menos de los otros y el aislamiento y el egoísmo predominan generando un debilitamiento de los lazos sociales. Si no se brindan espacios socialmente aceptables para la expresión, entonces encontraremos modos no tan aceptables ni saludables donde el niño generalmente será castigado, restringido y seguramente diagnosticado.
Es llamativo que en la cultura norteamericana se celebre el día de la madre, del padre, del maestro, de los abuelos, de los enamorados, el día de las brujas etc., pero falta el día del niño.
Nos olvidamos de los niños excepto para el consumo, ahí los niños están a la orden del día. En una sociedad que se caracteriza y se sostiene por el tener, allí los niños también son considerados y se le dirigen una oferta de sofisticados objetos para consumir. El niño se convierte en un objeto más de consumo.
Los derechos y las leyes que protegen a los niños indican que el lugar que se les concede es de privilegio. Están legalmente protegidos del abuso, la negligencia, el maltrato, el estado esta pendiente de que el bien-estar esté garantizado.
Sin embargo, no podemos hacer oídos sordos al mal-estar que la niñez esta sufriendo y no parece ser mera coincidencia que los niños cada vez estén más medicados, con más problemas de hiperactividad y atención en las escuelas, con manifestaciones de violencia a edades cada vez más tempranas, con depresiones, ansiedades, etc. … Podríamos seguir con la lista hasta terminar de clasificar todas las formas en que hoy se etiqueta y nombra a los mismos niños que, paradójicamente, se quiere proteger.
El lugar de los niños hoy en día esta cuestionado en tanto queda olvidada su esencia de ser.
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