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31

“La imaginación se acomoda mejor en una zona incierta de la vida”. Entrevista a Pablo De Santis

Buenos Aires
Con inteligencia y seducción las historietas, novelas o policiales del escritor argentino ponen en juego la lógica y el más allá de la razón.
Pablo De Santis – Foto Ivana Costa

Enumerar las facetas creativas en la producción literaria de Pablo De Santis es detallar una larga sucesión de rubros. Ha sido periodista, creador y editor de historietas, es escritor de obras aclamadas por la crítica y de una serie de novelas para adultos y jóvenes. Ha escrito textos y guiones de programas y una miniserie de televisión. Es director de Enedé, una colección narrativa dibujada que publica clásicos de la historieta argentina y de dos colecciones de literatura para adolescentes, Obsesiones y La movida. Sus obras han sido traducidas a una decena de idiomas y ha recibido, entre otros, el Premio Planeta-Casa de América en 2007 y fue finalista del Premio Planeta en 1997.

Vive en Buenos Aires, en el barrio de Caballito donde nació, pero este año regresa como autor invitado a la Feria del Libro de Miami.

De Santis respondió franca y cordialmente nuestras preguntas y elaboró acerca de la mitología del género policial que lo fascina y en la que él sabe tejer sutiles tramas imaginativas.

 

Tu comienzo como escritor fue en la creación de historietas. ¿Cuáles son las memorias más interesantes que tienes de esa primera época con la revista Fierro?

Siempre escribí cuentos, desde los 12 años, pero lo primero que pude publicar fue el guión Ataúdes sobre mi cabeza, que ganó el premio de historieta de la revista Fierro. Yo tenía veintiún años y fue una emoción muy grande ganar ese concurso.

La historieta me ayudó, sobre todo, a pensar en el aspecto visual de la ficción, aún cuando se trate de novelas y no de historietas. Y el aspecto visual de las historias está muy relacionado con la memoria del lector.

A partir de Fierro conocí a escritores como Ricardo Piglia, Juan Sasturain o el uruguayo Mario Levrero, que fueron muy generosos conmigo. La redacción de Fierro era muy pequeña, pero era un desfile incesante de gente. Siempre había visitas. Desde grandes nombres de nuestra historieta, como Carlos Trillo, Ricardo Barreiro o Carlos Nine, hasta locos sueltos. Recuerdo uno que se quedó largo rato, yo ya era jefe de redacción de la revista, para explicarme que había sido un guerrero ninja pero había renunciado, porque los ninjas representaban el lado oscuro de las artes marciales.

¿Qué conexión tienen esos trabajos con Max Cachimba en Fierro, y las posteriores novelas para adolescentes que escribiste?  ¿Fue sencillo dar el paso de la historieta al lenguaje de la novela?

Me siento muy lejos de esos guiones, pasaron muchos años, pero no de mi admiración por la obra de Max Cachimba. En dos casos tomé personajes de mis historietas y los convertí en libros para adolescentes: así pasó con El último espía, con Max Cachimba, y luego con Lucas Lenz y el Museo del Universo, con dibujos de Daniel Rabanal. Pero ya antes me había empeñado en escribir novelas y acumulaba unas cuantas que, felizmente, quedaron inéditas. La primera novela que publiqué fue El palacio de la noche, que salió en Ediciones de la Flor en 1987.

La historieta me ayudó, sobre todo, a pensar en el aspecto visual de la ficción, aún cuando se trate de novelas y no de historietas. Y el aspecto visual de las historias está muy relacionado con la memoria del lector. ¿Qué recordamos de las novelas que hemos leído? Sobre todo imágenes, mucho más que palabras. ¿Puedo decir una sola frase de Crimen y castigo? No, pero recuerdo la traba que se cose Raskólnikov en el interior del abrigo para llevar el hacha.

Tu producción de libros y cuentos para jóvenes es extensa y se consagró en distintos ámbitos.  El Inventor de Juegos se llevó al cine el año pasado con actores veteranos como Ed Asner y Joseph Fiennes. ¿En qué medida participaste en la producción de la película? ¿Quedaste satisfecho con el resultado final?

La película me encantó y su aspecto visual me resultó deslumbrante. Durante años vi como el director, Juan Pablo Buscarini, luchaba con tenacidad para hacer esta película que, en cuanto a producción,

la literatura es como los sueños: siempre se habla sobre lo real, pero en clave simbólica o enigmática.

escenografía y todo eso, seguramente es una de las películas más ambiciosas de la historia del cine argentino. Al principio participé del guión, pero hubo muchas versiones a lo largo de los años, y el guión final fue del mismo director.

Tengo entendido que tu novela La traducción, fue escrita para adultos y finalmente publicada para adolescentes. ¿Podrías elaborar un poco sobre ello? ¿Cómo haces para despertar indistintamente el interés de cada generación?

La traducción es una novela breve que transcurre en un imaginario balneario de la costa argentina. Hay un congreso de traductores, que se ve trastornado por una muerte misteriosa. La novela comienza como un policial, pero luego hay una inclinación hacia la literatura fantástica. Si bien es una novela de cierta dificultad para lectores no entrenados, se habla de la traducción, de las lenguas artificiales, de Nietzsche y de algunas cosas más, a los adolescentes les interesó mucho, hasta el punto de que salió una edición para colegios. Pero las primeras ediciones que se hicieron, igual que las traducciones en varias lenguas, fueron destinadas a un lector adulto.

Cuando escribes, ¿lo haces para cierto lector en mente, de cierta edad?

Yo siento que como lector no cambié mucho desde los doce años hasta ahora. Aunque mis conocimientos son más amplios que a esa edad, me gustan las mismas cosas. No hay en mis libros ningún guiño generacional y procuro escapar de toda referencia a cosas actuales. La imaginación se acomoda mejor en una zona incierta de la vida. Amueblo mis novelas con sillas desvencijadas, viejos roperos, espejos manchados.

En tu larga trayectoria como escritor, tus obras no reflejan un compromiso con la realidad inmediata, si no que favorecen lo simbólico, los enigmas y la búsqueda de resolución a los misterios…

Siempre me gustaron los géneros: la literatura fantástica, la ciencia ficción, el policial. Eso hizo que me alejara del realismo. Cuando empecé a publicar –mediados de los 80- había una especie de mandato para ocuparse de temas vinculados a la dictadura militar, y me sentía un poco ajeno a esa voluntad testimonial.

Hay siempre un juego entre la razón y lo irracional en las novelas policiales.

Viví con mucha intensidad el tiempo de la guerra de Malvinas, porque yo estaba haciendo el servicio militar en ese momento, y compañeros míos fueron a las islas. Pero no encontraba el modo de escribir sobre eso. Pasó mucho tiempo hasta que pude escribir un cuento sobre el tema, Clase 63, que está en el libro Trasnoche. Pero creo que la literatura es como los sueños: siempre se habla sobre lo real, pero en clave simbólica o enigmática.

¿Qué te llevó a escribir novelas policiales?

Me crié en una casa donde había muchas novelas de Agatha Christie, Simenon, Erle Stanley Gardner. Hay algo profundamente seductor en el secreto: no saber algo, pero saber, a la vez, que la verdad será revelada, que anda por ahí, apenas escondida. Pero en mis novelas, sobre todo en El enigma de París y Crímenes y jardines, trabajo mucho con la mitología del género, sobre todo con la figura del detective, que pese a sus cristalizaciones, o quizás por eso mismo, me sigue fascinando.

Otro peligro, y eso aparece en las novelas suecas: se presentan tremendos asesinatos sexuales de mujeres, pero se nos convence de que es para concientizarnos sobre la violencia contra las mujeres. 

Hay siempre un juego entre la razón y lo irracional en las novelas policiales. Dupin, el detective de Poe, y Sherlock Holmes son hábiles investigadores, pero en su vida personal son un desastre, actúan como locos. ¿En qué momento las personas comunes actúan cómo detectives, siguen pistas y hacen conjeturas? En el momento en que sienten celos. Es decir, apelan a la lógica deductiva en el momento menos racional.

Con la masiva producción de películas y series televisivas en las que se busca la resolución de un crimen, ¿cuál es la diferencia o paralelos que encontrás entre la novela policial actual y esa abundante producción de filmes y series?

Hay dos cosas que se imponen en series y films. Una es la sobrevaloración de los elementos científicos, en detrimento de la construcción de los personajes y del romanticismo implícito en la figura del detective. La otra es el abuso de la figura del psicópata. Se considera que el espectador tiene la sensibilidad embotada, y entonces se necesitan crímenes más sangrientos, más crueles, más sádicos. Nada les parece suficiente. Eso se ve también en muchas novelas policiales.

Otro peligro, y eso aparece en las novelas suecas, es el aspecto bienpensante, que a mí me irrita: incluyen un tema social, para que el lector sienta que se entretiene pero a la vez está haciendo algo por la humanidad. En general se combina lo políticamente correcto con sadismo: se presentan tremendos asesinatos sexuales de mujeres, pero se nos convence de que es para concientizarnos sobre la violencia contra las mujeres. Yo prefiero los libros de PD James, llenos de inteligencia y encanto y a salvo de todo lo políticamente correcto.

En una oportunidad hablaste sobre la Libertad Absoluta del autor y dijiste algo como las  poéticas de la libertad dieron origen a los peores excesos del surrealismo en tanto que las poéticas de la constricción produjeron a los grandes autores del siglo XX”. ¿Podrías elaborar sobre esto?

Seguramente pensaba en Borges, en Ítalo Calvino, en Nabokov, en Truman Capote. Son escritores que, lejos de escribir lo primero que se les pasa por la cabeza, construyen con deliberación y paciencia  una obra.

Uno trabaja con la lógica, con el pobre sentido de la lógica que le toca en suerte, pero por abajo está el inconsciente que no deja de instalar cosas que parece que no encajan en ningún lado…hasta que encajan.

Tal vez pensaba también en la teoría del cuento de Poe, que planteaba que el escritor de un relato debe tender desde la primera línea a la construcción de un efecto final. Poe desarrolló su poética cerebral en un artículo que dedica a Hawthorne y en Filosofía de la composición. A Borges le gustaba recordar que el autor más romántico que existe fue inventor de una doctrina que niega a la escritura todo arrebato romántico.

¿Cuál es tu experiencia en el proceso creativo, cuando algunas ideas aisladas del comienzo finalmente alcanzan una estética que puede ser leída por otros? ¿Qué es lo que un escritor realmente trabaja para poner en forma una obra?

Son, como decís, ideas aisladas: islas que hay que unir en un archipiélago. De a poco uno va viendo las correspondencias y lo que parece una acumulación de invenciones casuales va tomando una forma definida. Los elementos de la ficción empiezan a “rimar”, aparecen correspondencias. Uno trabaja con la lógica, con el pobre sentido de la lógica que le toca en suerte, pero por abajo está el inconsciente que no deja de instalar cosas que parece que no encajan en ningún lado…hasta que encajan. La escritura –sobre todo la escritura de novelas- se parece a los juegos de los chicos, donde los objetos más incongruentes terminan por incorporarse y tener sentido.

Tu último libro publicado es Trasnoche, una selección de cuentos. ¿Tenés en preparación tu próximo libro?  Y si es así, ¿será una novela, u otra selección de cuentos?

Hay una novela en la que trabajo desde hace más de diez años, y que ahora estoy terminando. Es el libro más largo que escribí, y fue cambiando de forma a lo largo de los años. Pero lo más inmediato es la tercera y última parte del ciclo que empezó con El inventor de juegos y siguió con El juego del laberinto. Se llamará El juego de la nieve y saldrá en pocos meses.

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