Por
“Quiero tiempo, pero tiempo no apurado ….
…También quiero para cuando esté solito
un poco de conversación.” María E. Walsh
La mayoría de los niños pasa un importante parte de su día en la escuela. Es un tiempo extenso, pero que muchas veces no alcanza para escuchar, para hablar, para enseñar, para aprender al ritmo propio, para jugar, para imaginar, para crear.
En una escuela apurada el objetivo central parece ser la transmisión de múltiples informaciones -mucha de las cuales ya son obsoletas- a niños y adolescentes que sienten que mucho de lo que se les enseña es ajeno a sus mundos, a sus experiencias, a sus intereses y deseos.
Quisiera pensar con todos ustedes lectores, que a su vez son padres, abuelos, maestros, profesionales que trabajan con niños, ¿cómo se escucha a la infancia y a la adolescencia dentro de la escuela?
Escuchar es por un lado oír lo que dicen con sus palabras, pero además es escuchar lo que nos dicen sin palabras; comprender los sentidos de sus conductas, sus modos de sentir, de pensar, sus tiempos y procesos, los obstáculos y desafíos que enfrentan en sus experiencias de aprendizaje.
La escucha y la mirada sobre la infancia dentro de la escuela se ha ido transformando en una búsqueda de lo que se desvía de un modelo considerado normal y universal; sin tener en cuenta los contextos de tiempo y lugar, los procesos de construcción de los saberes, los intereses, deseos y experiencias de vida de niños y adolescentes.
En la actualidad, el aprendizaje constituye un terreno en el que, cada vez más, proliferan supuestas patologías que estallan en el interior de las escuelas. Y subrayo supuestas porque cuando un niño no puede sostener el ritmo exigido o responder de la manera esperada por la institución, sus conductas y producciones son leídas como déficits.
Muchos de los procesos subjetivos inherentes al aprender, los desafíos cognitivos de los niños que son esperables como parte del camino que hay que hacer para apropiarse de la lectura, la ortografía o las matemáticas, son transformados rápidamente en patologías. Con el prefijo dis – dislexia, discalculia, disortografía, etc- o siglas y espectros (ADD, TGD) se expanden cual epidemia. Son diagnósticos que ponen etiquetas pero que no consideran lo que realmente le está sucediendo a cada niño o adolescente cuando aprende, ni toma en cuenta lo que hay que replantear de las propias prácticas educativas.
Cuando nos preguntamos por la escucha en la escuela nos enfrentamos a situaciones de gran complejidad y llenas de tensiones. Por un lado, hay una diversidad de factores implicados en el aprendizaje escolar; y además estamos en una época en que la patologización es “un subrogado de la mercantilización de la vida” . Es como consecuencia de esto último que, tanto en el campo de la salud mental como de la educación, son cada vez más las manifestaciones subjetivas que quedan fácilmente atrapadas en la oferta que nos brinda el mercado a través de la medicación.
Escuchar es oír lo que dicen con sus palabras, pero además es escuchar lo que nos dicen sin palabras; comprender los sentidos de sus conductas, sus modos de sentir, de pensar, sus tiempos y procesos, los obstáculos y desafíos que enfrentan en sus experiencias de aprendizaje.
Analizar cómo las dificultades de aprendizaje pueden convertirse en una patología, o reflexionar sobrer la eficacia o abuso de la medicación en la infancia, son aspectos que no abordaré específicamente en este artículo. Quisiera detenerme más bien en subrayar cómo en el mundo actual el encuentro, el diálogo, la escucha se tornan experiencias difíciles. Y, sin embargo, continúan siendo experiencias imprescindibles para nuestros niños y adolescentes; recuperarlas es un desafío que les debemos.
Niños y adolescentes entre la escuela, Netflix y el Fortnite
Siempre he tenido la impresión de que
es imposible conocer debidamente
un lugar o a una persona
sin conocer todas las historias
de ese lugar o de esa persona”
Chimamanda Ngozi Adichie
Los chicos de hoy crecen en un contexto de profundas transformaciones. Han cambiado las formas de vida, de socialización, de crianza. Nos encontramos con niños acelerados, dispersos, desbordados, con supuestas dificultades para aprender.
Estas situaciones no están vinculadas con trastornos neurobiológicos, como suele difundirse en la actualidad, sino con una época que los atraviesa con su velocidad, ansias de consumo, superficialidad. Nos encontramos también con padres y docentes apurados, desbordados, con poca disponibilidad para una paciente escucha de sus hijos o alumnos.
Es tal el impacto de todos estos cambios y del uso de las nuevas tecnologías en la constitución subjetiva, que hay autores que sostienen que se produce una modificación en la matriz cognitiva y afectiva de las nuevas generaciones. Según estos análisis, se describen diferentes modalidades de estructuración, transmisión y recepción de la información en esta época en la que proliferan los instrumentos de comunicación y reproducción tecnológicos; “ciertamente la constitución cognitiva de las generaciones que reciben las informaciones en el formato simultáneo de la electrónica es distinta a la constitución cognitiva de las generaciones anteriores”
en el mundo actual el encuentro, el diálogo, la escucha se tornan experiencias difíciles. Y, sin embargo, continúan siendo experiencias imprescindibles para nuestros niños y adolescentes; recuperarlas es un desafío que les debemos.
Los niños de hoy pasan de una vida de estímulos audiovisuales muy fuertes a una escuela, donde en general – salvo experiencias diferentes, que las hay y muy buenas-, los maestros hablan, escriben en el pizarrón y ellos deben copiar, escuchar pasivamente y responder. Y ese cambio, entre el afuera y el adentro, genera aburrimiento, hiperactividad, desatención.
Hoy la infancia experimenta con nuevas formas de aprender, otras modalidades atencionales y conocimientos que acentúan el desacople entre lo que la escuela transmite y sus experiencias en la vida cotidiana. Los niños nos muestran con su desinterés, su falta de atención, su aburrimiento, que este dispositivo pedagógico está en una profunda crisis.
Lo que no escuchamos cuando enseñamos
“Señor… dígame, esa oreja verde, ¿le es de alguna utilidad?
Es una oreja de niño, que me sirve para oír
cosas que los adultos nunca se paran a sentir:
Oigo lo que los árboles dicen, los pájaros que cantan,
…oigo también a los niños, cuando cuentan cosas
que a una oreja madura, parecerían misteriosas”. La oreja verde Gianni Rodari
Algunos breves relatos de diferentes niños transparentan vicisitudes de la tarea de enseñar en épocas de velocidad, stress y crisis de las instituciones escolares; y ponen en evidencia nuestra carencia de esas orejas verdes capaces de escuchar las cosas que cuentan los niños y que a “una oreja madura parecerían misteriosas”.
Martín tiene 14 años y cursa 2do año en una Escuela Secundaria. Dice: “No me concentro porque no entiendo lo que dice la profesora. Y si preguntás los profesores te terminan humillando”. En otro momento Martin cuenta: “me estresa, tengo dos pruebas por día, no quiero así”. Los comentarios de los profesores acerca de Martín son los siguientes: “no presta atención, no participa en la clase, juega siempre con una monedita”.
Pablo está en 4to grado de Primaria y llega al consultorio enojado. “Me saqué un Regular en matemática, pero no me lo merecía”. Cuando Pablo me pregunta a mí por qué la maestra le puso Regular, le respondo si él no le preguntó a ella, a lo que me contesta: “Si pero no me dijo”.
Aprender implica una actividad psíquica en la que se entrecruzan los deseos, los ideales y la relación con los otros.
Marina tiene 11 años y cursa 6to grado de Primaria. Relata: “Yo no entiendo, pero no me animo a preguntar. Porque todos hablan y la maestra no me escucha”.
¿Por qué nos es tan difícil escuchar a los niños en la escuela? Por un lado, están las características naturalizadas del dispositivo escolar y por otro las representaciones que tenemos acerca de la infancia y adolescencia, acerca de cómo se aprende y cómo se enseña.
El dispositivo escolar cuya misión fundante ha sido homogeneizar y normalizar presenta rasgos particulares. La enseñanza es graduada, en períodos fragmentados por asignaturas, con tiempos de trabajo en el aula separados del juego-recreo. Hay un tiempo único. Se propone una secuencia de aprendizaje igual para todos los alumnos de un grupo escolar, y se espera que todos en un tiempo semejante y predeterminado aprendan las mismas cosas, sin importar las vivencias singulares que cada estudiante pueda estar atravesando.
Esto, más que posibilitar, obstaculiza que los niños aprendan y también deja atrapados a los propios docentes y profesores que sienten la presión de cumplir con programas con un gran volumen de contenidos. De esta manera, no hay tiempo para detenerse a escuchar, explicar, volver sobre un tema, dialogar con los alumnos sobre los logros y errores que cada uno tiene.
¿Cómo se sienten Martín, Marina, Pablo y tantos otros niños? No se escuchan sus dudas, no se abren espacios para sus preguntas y tampoco se escuchan sus angustias frente a la exigencia de incorporar un desmedido volumen de informaciones, tener que memorizar, rendir exámenes donde parece ser más importante acertar que saber.
Las representaciones que como docentes tenemos de los buenos alumnos, atentos, quietos, nos llevan a ver un alumno desinteresado cuando un chico juega con una moneda o no participa; cuando en realidad podemos estar frente a un alumno inseguro, que no se anima a preguntar porque tiene miedo a quedar expuesto. Eso es lo que ningún docente escucha de Martín.
Marina y Pablo con sus relatos nos interrogan acerca de si es posible el diálogo en las aulas y cuál es el lugar de la palabra de los niños.
Podemos coincidir con un autor que señala que el niño actual violenta el dispositivo pedagógico. Los niños no solo violentan el dispositivo pedagógico, lo muestran, lo transparentan.
Los niños aprenden si son escuchados y acompañados en el contexto de vínculos amorosos.
¿Cómo escuchar entonces a estos niños y adolescentes desde nuestras matrices cognitiva y afectiva diferentes? ¿Cómo entenderlos? ¿Cómo acompañarlos? ¿Cómo sostenerlos?
Los niños aprenden si son escuchados
“¿Quién me salvó a mí de la escuela, sino tres o cuatro profesores?
… Y a muchos otros como yo.
Literalmente, nos repescaron. Les debemos la vida”.
Daniel Pennac
Aprender es un diálogo con otros. Se aprende en una relación con quienes libidinizan, otorgan modelos de identificación, transmiten normas e ideales devolviéndole al niño una imagen de si, como un espejo. Esta imagen constituye un soporte fundamental frente a los diferentes avatares de la vida.
Desde el nacimiento los niños inician la aventura del aprendizaje, a través de los vínculos van construyendo el mundo que los rodea y construyéndose a sí mismos.
Bernard Charlot (2016) afirma que “Nacer es estar sometido a la obligación de aprender”. Y agrega que nadie puede escapar a esta obligación porque el sujeto no puede convertirse en sujeto sino apropiándose del mundo. Todo ser humano aprende; si no aprendiera, no se volvería humano. Aprender implica una actividad psíquica en la que se entrecruzan los deseos, los ideales y la relación con los otros. Son los otros que hablan, abrazan, acompañan, muestran, señalan, toman de la mano y escuchan.
Los sujetos aprenden, desarrollan sus competencias y se vuelven progresivamente más autónomos por participar en situaciones compartidas. Para que un bebé llegue a hablar, le hablamos y lo escuchamos. Suponemos que nos entiende y entendemos lo que nos transmite aun cuando su lenguaje esté en plena construcción. Entablamos un diálogo aún antes de que alcancen a dominar el lenguaje. Ningún bebé humano aprendería a hablar si nos quedáramos esperando que hable.
Aprender es mucho más que adquirir un saber entendido como contenido intelectual. Se aprende a utilizar y dominar objetos, se aprenden destrezas de naturaleza diferente, se aprenden formas de relaciones y se aprende también los conocimientos intelectuales.
La UNESCO señala como propósitos de la educación en este siglo el aprender a aprender, aprender a hacer, aprender a convivir, aprender a ser.
El problema más crucial es que la escuela suele centrarse fundamentalmente en la transmisión de informaciones minimizando otros aprendizajes esenciales para el niño y el adolescente. Y de esta manera nunca se dispone del tiempo necesario para la escucha paciente de los alumnos. Los niños aprenden si son escuchados y acompañados en el contexto de vínculos amorosos.
La escuela puede constituirse en una oportunidad subjetivante. Un espacio en el que se produzcan procesos de habla y de escucha, con prácticas pedagógicas alternativas, creativas y lazos de confianza que habiliten nuevas posibilidades de los alumnos.
“Qué manía de pensar que los alumnos no piensan por ellos mismos” dice Merlí, el profesor de filosofía de la serie de Netflix que lleva su nombre. Merli Bergeron enseña filosofía de manera muy creativa a un grupo de alumnos de Bachillerato, a quienes denominó “Peripateticos”. Acompaña a sus alumnos a cuestionar y reflexionar sobre las situaciones de la vida desde el punto de vista de los filosófo que ven a lo largo del curso. De esta manera, en cada clase se producen verdaderos diálogos en los que este profesor considera a sus alumnos interlocutores, que pueden compartir reflexiones intelectuales como experiencias de la vida afectiva.
La escuela puede ser un espacio en el que se transmite el deseo de aprender y se tenga en cuenta la singularidad de cada alumno. Si escuchamos a los alumnos vemos que el trabajo escolar no les atrae y que la realidad escolar parece cada vez más ajena a ellos. Y si además conocemos sus mundos, sus experiencias, saberes, intereses, como docentes encontraremos nuevas dimensiones para nuestra tarea pedagógica. La escucha recupera la dimensión subjetiva no sólo de quien aprende sino también de quien enseña.
Hay muchas experiencias escolares significativas para los alumnos, maestros y profesores que generan vínculos y escuchan. Hay maestros y profesores que, como diría Rodari, ofrecen en el contexto del aula esas orejas verdes dispuestas a escuchar.
Estas experiencias deberían multiplicarse.
Estrasburgo, situada entre Francia y Alemania, fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Nos sorprende con su luz y sus reflejos, el reloj astronómico en la Catedral de Notre Dame y la Iglesia de Santo Tomás, donde Mozart tocó el órgano.
“Desde diosas hasta reinas, de cortesanas hasta científicas, de actrices hasta santas, desde escritoras hasta políticas… hemos estado en todas partes, aunque un manto de silencio se empeñara en cubrirnos o ignorarnos”. Julia Navarro.
“Abstenerse de sexo no es suicida, como lo sería abstenerse del agua o la comida; renunciar a la reproducción y a buscar pareja…con la decisión firme de perseverar en este propósito, produce una serenidad que los lascivos no conocen, o conocen tan solo en la vejez avanzada, cuando hablan aliviados de la paz de los sentidos”.
Los influencers y gurúes digitales no sólo muestran vidas glamorosas, sino que ahora apelan directamente a la intimidad del usuario. Promueven el éxito sin educación formal, apoyados por algoritmos que fijan sus ideas, mientras la confianza social se fragmenta.
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