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Edición
34

Karl Popper

Viena-Londres
El exitoso pensamiento del filósofo que se comprometió a hablar con tino y coherencia sobre el universo y el hombre.
Karl Popper por Arturo Espinosa

 

Pocos filósofos del siglo XX han ejercido tanta influencia en el pensamiento actual como Karl Popper. Y no porque su filosofía haya seguido un rumbo simple, afín al sentido común. Todo lo contrario: el pensamiento de este autor ha escogido invariablemente la defensa de tesis que van contra la corriente, que remecen al sentido común y a las filosofías más o menos previsibles asumidas por las mayorías.

En un siglo que se entusiasmaba con «las leyes inexorables de la historia» declamadas por el totalitarismo marxista, Popper tuvo el coraje y el talento necesarios para demostrar que el curso de la historia humana es impredecible. Cuando el positivismo había convencido a medio mundo de que la ciencia es antimetafísica, que las teorías nacen de la experiencia y se justifican en ella mediante verificaciones precisas, Popper reivindicó a la tarea científica como un ejercicio fundado en  suposiciones metafísicas que no adquiere por experiencia sus teorías sino por invención; y que no las justifica en verificaciones sino que procura refutarlas para ver si sobreviven a ese intento y muestran, así, su temple; que no hay verdades finales o esencias últimas ya encontradas por el conocimiento, como suelen creer no sólo el sentido común sino también numerosos científicos y filósofos, sino que la ciencia es una aventura de búsqueda sin término.

Popper reivindicó a la tarea científica como un ejercicio fundado en  suposiciones metafísicas que no adquiere por experiencia sus teorías sino por invención…

En una cultura contemporánea donde señorean las tesis conductistas que niegan la existencia de los fenómenos mentales en nombre de un monismo materialista supuestamente inspirador de la ciencia, Popper defendió resueltamente el dualismo alma-cuerpo. Si el determinismo ha sido hasta hace poco tiempo una ideología tácita, Popper se anticipó a examinarla rudamente y a sostener la verosimilitud del indeterminismo.
Mientras en la tradición europea aparecía como algo suficientemente demostrado que los procedimientos de las ciencias de la naturaleza y los de las ciencias de la cultura son diversos e irreductibles, Popper sostuvo la unidad del método en ambas esferas del saber, destacando que toda ciencia, llámese historia o física, parte de problemas relevantes a los que procura dar respuestas mediante conjeturas que luego somete a controles severos.

Cuando la filosofía parecía entrampada entre, por una parte, un logicismo que se prohibía a sí mismo hablar sobre el mundo y se dedicaba al «análisis del lenguaje científico» y, por otra, una densa metafísica, enamorada de absolutos, que abandonaba este mundo para «pensar el ser», la filosofía de Popper escogía para sí el viejo compromiso griego de hablar con tino y coherencia sobre el universo y el hombre.

Esta enumeración podría continuar. Pero es suficiente para destacar que la filosofía de este autor es un pensamiento a contrapelo de la mirada habitual, desmanteladora de prejuicios arraigados. ¿Por qué su éxito, entonces? Quizás por la poderosa lógica de sus análisis, por la penetración de su realismo. Acaso también por la inusual claridad de sus ensayos.

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