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Historia del coleccionismo. Los primeros museos

Miami
Quienes estuvieron ávidos de conocimiento, de poderío o simplemente aventureros iniciaron las colecciones de objetos, que pasaron de los gabinetes de curiosidades a originar los actuales museos.

Poseer, recopilar, acumular, mostrar y compartir. Los verbos que incluyen la historia del coleccionismo nos hablan de una actividad que el hombre ha desarrollado como producto de amasar poder y riqueza, en donde combina el acto de coleccionar con el fin de mostrar lo acumulado. El almacenar objetos bellos o enigmáticos se refiere a lo que conocemos hoy como coleccionismo, una empresa que comenzó con gran éxito a partir del Renacimiento italiano, en el siglo XV. El hombre se situó el centro de la realidad y los humanistas lograron visualizar un mundo capaz de admiración acercándose a las artes para proyectar sus habilidades e inspiración. Surgieron los mecenas y patronos, quienes invitaban a sus palacios a los más renombrados artistas de la época. Hubo personajes como Lorenzo de Medici, quien se dio a conocer por su asombrosa colección de escultura, pintura, manuscritos e inclusive animales exóticos.

Sin embargo, no podemos asegurar que esta añoranza de posesión, este perpetuo acumular empezó en ese momento. Existen noticias de la famosa biblioteca de Alejandría fundada por Tolomeo en el año 280 AC, como acervo maravilloso de manuscritos y como centro de estudio. Otros fueron seguramente ejemplos hoy perdidos, en donde se acumulaban los anales del saber.

Una actividad que el hombre ha desarrollado como producto de amasar poder y riqueza…

Las descripciones de estos sitios de acopio han llegado hasta nuestros días de manera epistolar o como memorias donde se anotan observaciones, como las cartas de Hernán Cortés dirigidas al emperador Carlos V. Allí se narra su asombro cuando al entrar al palacio de Moctezuma se entera de que, en las inmediaciones de la residencia existe un área dedicada a mostrar animales salvajes y aves traídas de sitios lejanos para regodeo del tlatoani. Escritos como estos o también las pinturas o bocetos de los artistas, nos relatan elementos exóticos. El mismo Leonardo da Vinci esboza un camello y Giorgio Vasari una jirafa, animales que formaban parte de las posesiones de Lorenzo de Medici, más tarde conocidas como menageries.

Mostrar poderío, es la principal característica de estas colecciones pero no debemos dejar de lado que el enriquecer el espíritu se convierte, a partir del renacimiento, parte integral de la vida cotidiana de los nobles. En esa época, el ahínco por rodearse de objetos bellos se entremezcla con el ir y venir del tiempo. El Papa Julio II se deleita con pinturas de Raphael, Francisco I lleva a sus aposentos el cuadro de la Monalisa, mientras que Enrique VIII hace a Holbein pintar su retrato.

El coleccionismo viene acompañado por un afán de lucirse enfrente de invitados, pero también de una ambición de conocimiento y de curiosidad innata al ser humano. El preservar la memoria común va a venir después, cuando los eruditos y hombres de ciencia se interesan por lo otro. La apertura a otros mundos, la capacidad de viajar y de observar sitios lejanos permiten que comerciantes al mismo tiempo que estudiosos formen colecciones con una diversidad de objetos inaudita. Desde especímenes enmarcados dentro de la biología, armaduras rudimentarias de otras civilizaciones, hasta animales disecados, comienzan a proliferar en los gabinetes de curiosidades, kunstkammer o kunstkabinett, como se les conoce en alemán, que presentan ante el invitado un teatro de lo estrafalario que permite la fantasía y al mismo tiempo el estudio.

Enriquecer el espíritu se convierte, a partir del renacimiento, parte integral de la vida cotidiana de los nobles.

Estas salas de exhibición se convirtieron en la forma común de mostrar objetos; en su mayoría estaban dentro de armarios con vitrina y de allí proviene el nombre cabinett en alemán o gabinete para nombrar un cuarto o studiolo en italiano, dedicado al estudio y al recogimiento. Obligatorio en estos sitios privados era tener un cocodrilo y alguna momia egipcia, pero no faltaban los que coleccionaban artefactos traídos de tierras lejanas usados por los indígenas americanos o los que poseían uno que otro mecanismo o reloj autómata que se movía al son de una tonada. Gracias al grabado que adorna el frontispicio de catalogo de la colección de Ferrante Imperato, boticario de Nápoles, publicado en 1599, podemos constatarnos de la gran variedad de especímenes, sobretodo de fósiles, aves disecadas y minerales con los que desarrolló sus teorías alquimistas. Desde que Cristóbal Colon regresa a España trae consigo armas aborígenes, aves, e inclusive a los mismos nativos para mostrar en la corte las pruebas fehacientes de su hallazgo. Algunos objetos que fueron vistos con curiosidad formaron parte de las colecciones que ya entonces poseían los monarcas. Hernán Cortes, quien conquistó la antigua capital de los aztecas mandó al emperador Carlos V algunos de los objetos, que el mismo Moctezuma le había regalado y algunos otros obsequios desde América. Arlbrecht Dürer describiría con detalle el “tesoro azteca” al visitar la corte real: “en todos los días de mi vida no he visto nada que regocijara mi corazón tanto como estos objetos, pues entre ellos he visto maravillosas obras de arte, y me pasmo ante los sutiles entendimientos de los hombres de otras partes. Verdaderamente soy incapaz de expresar todo lo que pensé estando allí”. Probablemente el penacho conocido como de Moctezuma formó parte de estos presentes, en algún momento pasó a manos del archiduque Ferdinand y hoy pertenece al Museo Etnológico de Viena.

El preservar la memoria común va a venir después, cuando los eruditos y hombres de ciencia se interesan por lo otro.

Aficionados al conocimiento de la historia o de la naturaleza amalgamaron vastas colecciones, como el médico danés Ole Worm en las primeras décadas del siglo XVII. Worm coleccionó artefactos de los nativos de América igual que especímenes de fósiles. Pero también poseía ciertos objetos enigmáticos que más bien se registrarían como dentro de la mitología o la ciencia ficción como la planta de Scythia, un prototipo que se pensaba que daba como fruto corderos. No obstante, gracias a su pensamiento científico el mismo Worm fue el primero en identificar que el cuerno de un narval pertenecía a una ballena y no a un unicornio. Estos hombres en su mayoría letrados ejercían teorías filosóficas a partir de estos objeticos y dejaban volar elucubraciones que hoy nos parecerían ridículas. Sin embargo, otros como el jesuita Athanasius Kircher logró detectar tempranamente que la plaga proviniera de un microorganismo, y sus estudios de artefactos y manuscritos de la cultura egipcia y china lo llevaron a publicar varios volúmenes de observaciones importantes. Elias Ashmole (1617–1692), político y estudioso de alquimia, ayudó al botanista John Tradescant a catalogar su colección de plantas exóticas que él mismo había recogido en sus viajes y logró consagrar su acervo en la institución en Londres que hoy lleva su nombre, por otro lado el médico Hans Sloane (1660-1753), uno de los fundadores del British Museum y gran coleccionista donó sus 71 000 posesiones artísticas y científicas a esta institución, incluyendo los especímenes que recolectó a su paso por Jamaica.

Los gabinetes de curiosidades, kunstkammer o kunstkabinett, como se les conoce en alemán, que presentan ante el invitado un teatro de lo estrafalario que permite la fantasía y al mismo tiempo el estudio.

Los coleccionistas más poderosos fueron, por supuesto, los miembros de la realeza, que acumularon una gran cantidad de objetos etnográficos, curiosos y por supuesto de arte. El emperador Rudolf II consagró su colección con el fin de mostrar su poder y omnipresencia en el Santo Imperio Romano Germano entre 1576 a 1612, su castillo en Praga fue llenándose de objetos de contemplación exhibiéndolos ceremoniosamente frente a sus magistrados y diplomáticos extranjeros que lo visitaban. En contraste, el mismo tío de Rudolf, Ferdinand II el archiduque de Austria, tenía una gran colección de retratos de gente con deformaciones físicas, misma que todavía existe en el castillo de Ambras. Estas grandes colecciones causaron asombro y morbosidad. En ocasiones las intensiones de estos primeros museos privados se confunde. El hombre busca poseer con distintos fines y el misterio que encierran estos puede ser variado. Por ejemplo, el origen del museo americano de Barnum, en Nueva York (1842), era atraer al mayor número de visitantes y su colección incluía instrumentos científicos al mismo tiempo que la exhibición de la mujer barbuda, Josephine Boisdechene. Estas diferencias en las exhibiciones se fueron afinando con el tiempo y el término museo adquirió una definición mucho más refinada y no solamente como un espectáculo de excentricidades.

Las colecciones reales se enriquecieron con el saqueo y muchas de ellas cambiaron de mano a raíz de conquistas y guerras.

La moda de poseer objetos para mostrar se convirtió en casi una obligación aristocrática a partir del siglo XVI. Christian I de Sajonia se hizo aconsejar por Gabriel Kaltemarckt quien le enumeró en un tratado (1587) los principales elementos que debe contener un kunskammer: “esculturas y pinturas, objetos curiosos traídos de sitios lejanos, y plumas, huesos, cuernos de animales exóticos o el mismo animal disecado”.

Con el descubrimiento de Herculano y Pompeya (1738-1748) ésta avidez de poseer lo antiguo, lo otro, incendió pasiones en la alta sociedad. El entonces rey de Nápoles, quien sería más tarde Carlos III de España, mandó a Roque Joaquín de Alcubierre a excavar el sitio con el fin de sacar esculturas y frescos antiguos para embellecer los palacios del monarca, los mismos que hoy se encuentran en distintos museos. Las colecciones reales se enriquecieron con el saqueo y muchas de ellas cambiaron de mano a raíz de conquistas y guerras. La búsqueda de estos tesoros llevó a muchos a ambicionar estas antigüedades. Conocida es la carrera que pelearon en Egipto el explorador convertido en cónsul británico, Henry Salt y el italiano nombrado cónsul de Francia, Bernardino Drovetti. En la desaforada riña, franceses y británicos saquearon sitios como Tebas y Abu Simbel. Así mismo sitios como el Partenón y Persépolis sufrieron parecidas circunstancias en manos de germanos e ingleses. Cónsules, diplomáticos y ávidos políticos tomaron ventaja de situaciones tomando ventaja y echando mano de antiguallas de diversas culturas. Los viajeros aventureros comenzaron a llevarse objetos de los sitios que visitaban, en ocasiones esta actividad se convirtió en un lucrativo negocio y en otras dieron comienzo a los primeros museos públicos. Al comenzar la revolución francesa, en un afán de odio a la nobleza, el despojo y desintegración de estas colecciones privadas dio como fruto más adelante la creación del museo del Louvre, Napoleón saqueó iglesias, conventos y hasta el mismo Vaticano con el fin de enriquecer las vitrinas del museo parisino. Años más tarde nombran primer director del Museo Metropolitan de Nueva York a Luigi de Palma di Cesnola, por su gran aportación de objetos, mismos que trajo consigo de Chipre cuando fungió como cónsul americano en ese país.

Vincent van Gogh y Gustav Klimt por mencionar algunos, poseían un importante compendio de grabados orientales lo cual los inspiró en distintas formas en su arte.

Artistas interesados en culturas ajenas también se volcaron al coleccionismo, sabemos que Arlbrecht Dürer se dedicó a recopilar objetos para su propio museo de curiosidades durante sus travesías, pues a su regreso de Núremberg trajo consigo unos cuernos, una pieza de coral y algunas armas de los indígenas de las costas de las indias orientales. Siglos después Vincent van Gogh y Gustav Klimt por mencionar algunos, poseían un importante compendio de grabados orientales lo cual los inspiró en distintas formas en su arte.

Gracias a estos primeros coleccionistas, no importando si fueron intelectuales ávidos de conocimiento, reyes o nobles interesados en el poder, militares que traían de vuelta su botín o simplemente aventureros o comerciantes que traían de vuelta a casa algunos souvenirs, tenemos la creación de los primeros museos. Sitios donde las musas se encuentran estos entes de la mitología griega que viven en los bosques y que se les ha atrapado en los pasillos de las galerías. Los museos son instituciones que permiten el estudio, catalogación y educación, pero han dejando atrás el uso de la imaginación, la experimentación y la fantasía que las primeras colecciones debieron de provocar.

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