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En 1799 Francisco Goya publicó los grabados conocidos como Los Caprichos, donde introduce una imagen en la cual se observa a un hombre descansando la cabeza sobre un escritorio y una inscripción: “El sueño de la razón produce monstruos”. Goya, a manera de deslindarse de las ideas que sugerían sus dibujos, describe pictóricamente lo que sucede en el acto de crear: el artista recoge sus instintos y los vuelca en un lienzo, en un mármol o en una hoja de papel. Así, podemos pensar que, en ese momento, la energía explota como un volcán, todas las fuerzas se juntan en el pecho del artista y salen de pronto, se convierten en una estrofa, una pincelada o una melodía. Eso es justo lo que los surrealistas del siglo XX buscaban, ahondar en lo subjetivo de nuestro ser.
En los años alrededor de 1920, el Surrealismo predicaba sacar los sentimientos y pensamientos de los más recónditos lugares de las entrañas, es decir, poder expresar lo que estaba en el subconsciente. Freud ya había iniciado el psicoanálisis años atrás y se había dado a la tarea de desenmarañar el nudo enigmático de nuestros deseos y miedos. La razón se relegaba a la superficialidad. Inspirados en ello, los jóvenes artistas se avocaron a tratar de representar lo ilógico en nuestro haber.
el Surrealismo predicaba sacar los sentimientos y pensamientos de los más recónditos lugares de las entrañas, es decir, poder expresar lo que estaba en el subconsciente.
Sin embargo, así como mencionamos a Goya, quien instintivamente anotó esto mismo en sus acuatintas, tenemos a Hieronymus Bosch, conocido en España como Jerónimo, El Bosco, quien estuvo activo a finales del siglo XV. Bosch pintó las imágenes que en su cerebro había recopilado. Inmerso en la Holanda de su tiempo, el folklor y las creencias populares se plasmaban en su vida diaria. El ir a la iglesia, el pertenecer a una cofradía religiosa y pintar, seguramente fueron para Bosch parte integral de su existencia. Casado, sin hijos, sabemos poco de él. Sin embargo, sus obras alcanzaron el reconocimiento internacional y muchos fueron los que siguieron sus pasos.
Pero, ¿de dónde surgieron las imágenes que plasmaba con su pincel? Probablemente se inspiró en los seres mitológicos que adornaban los capiteles de los conventos, en los grifones que resguardan las entradas de las iglesias y en ilustraciones que decoraban los márgenes de los manuscritos. Pasajes bíblicos eran ornamentados con los llamados drolleries; ilustraciones de grotescos, plantas enriquecidas con arabescos y seres compuestos que provenían de los bestiarios. Observamos leones alados, unicornios, sátiros, y en ocasiones duendes, acompañados de elementos quiméricos, flores y vegetaciones con ornatos complejos que embellecen las letras de estos documentos. En la obra más famosa del Bosco, El Jardín de las Delicias, así como en otras más, los demonios que acompañan la obra son los mismos que adornan los edificios medievales de su ‘s-Hertogenbosch, su ciudad natal. Las imágenes que Bosch presenta en su obra merecen el mismo respeto que las esculturas talladas en las fachadas de una iglesia. El tímpano de las catedrales medievales nos anuncia que estamos entrando a un lugar sagrado, que debemos entender las escrituras y nos advierte que el castigo estará en el juicio final, donde las almas son condenadas al infierno o son redimidas y ascienden a los cielos. Este mismo mensaje está en la obra de Bosch donde el artista nos muestra dibujos moralizantes. Sus pensamientos aterrorizados son convertidos en figuras atormentadas, que proceden de las representaciones en los arcos de las portadas de las catedrales románicas y de esos mismos escritos dibujados con ensueños.
Bosch nos presenta monstruos infernales que habitan cerca del fuego. Su pintura es un grito de ayuda, un llamado preventivo. Nos muestra a un hombre pío, que tiene miedo de pecar, nos llama la atención para que no caigamos en faltas. En su Jardín de las Delicias, no hay salvación; todos en la tierra están dedicados a los placeres terrenales, solo el volver la vista al Paraíso nos hace pensar en esa posibilidad de amparo.
Las imágenes que Bosch presenta en su obra merecen el mismo respeto que las esculturas talladas en las fachadas de una iglesia.
Montando un pájaro, podemos imaginarnos que Bosch observaba la naturaleza. Representa animales, plantas, flores y frutas tomados de su entorno, mientras que otros son sacados de su imaginación. Sus paneles repletos de criaturas compuestas, de dibujos donde humanos interactúan con frutas y animales, de la manera más inverosímil aparecen en un estilo nítido que nos remiten a sueños y pesadillas vívidas. Lo imposible se vuelve posible y casi tangible. Toma imágenes que han llegado a sus manos: grabados que indican árboles exóticos, como el drago de las islas Canarias (Martin Schongauer: La Huida a Egipto o de la Crónica de Núremberg) o memorias de viajes que describen gráficamente jirafas y elefantes como el de Ciriaco de Ancona en su Viaje a Egipto (escrito en 1443). Bosch pinta en capas ligeras al óleo una gama de variaciones de bestias y de elementos donde combina la realidad con la leyenda. Un mundo aparte lleno de posibilidades pecaminosas. Al final hay dos caminos, el pecado o la santidad, el paraíso o el infierno. En Bosch, conocimiento y creencia son lo mismo. En términos del siglo XXI, podemos decir que Bosch confunde el subconsciente con la razón. O mas bien, en el siglo XV estas diferencias eran casi imposibles de discernirlas y separarlas.
Desgraciadamente Hieronymus Bosch no dejó un diario ni correspondencia, y para poder conocerlo un poco tenemos que hurgar en su obra. El conocido tríptico que lleva el nombre del Jardín de las Delicias, situado hoy en el Museo del Prado, nos habla del autor, de su mundo y de sus creencias. Podemos suponer que esta obra fue un encargo, y que nunca estuvo en un sitio público. Sin embargo, si nos imaginamos estar en el siglo XV o XVI, quien se acercase a esta obra veía un altar, un mueble con dos puertas que probablemente siempre se encontraban cerradas. Nos encontramos con una imagen del globo terráqueo. Un dibujo en grisalla que representa al cosmos y a Dios en las alturas desde donde observa todo. Es una escena silenciosa, de creación, de algo magnánimo, de un sitio misterioso y oculto. La tierra en su más clara expresión: una esfera. Con la inscripción de los Salmos en latín: Ipse dixit, et facta sunt: ipse mandavit, et creata sunt: “Porque Él dijo, y fue hecho. Él mandó y existió”, con esto nos invita Bosch a adentrarnos en algo que no conocemos. La escena nos provoca para que nos animemos a abrir las puertas del tríptico. Supongamos que estamos invitados al palacio de Felipe II – a donde fue a parar la obra después de ser confiscada por los españoles-, y que nos encontramos frente a esta grisalla. El mundo en duotono está frente a nosotros, y somos nosotros mismos los que abrimos los paneles; en ese momento un universo de color explota ante nosotros.
En su Jardín de las Delicias, no hay salvación…
De la meditación pasamos en un instante al cuestionamiento, de la calma al ruido, de la tranquilidad al desasosiego. La obra presenta tres escenas principales, es decir tres etapas en la vida del hombre. Empezando con la primera escena de izquierda a derecha: observamos claramente el paraíso y la creación de Adán y Eva. Empieza una narración intrínseca y es en este mismo sitio donde surge el momento del pecado original. De allí seguimos al drama principal, que es el centro de esta obra y donde Bosch nos enfrenta con los más recónditos deseos sexuales. Es un espejo de la psique humana; enigmática, atractiva y a la vez repulsiva. El panel central representa una escena que invita al arrepentimiento. El pincel del Bosco nos sitúa en el ámbito terrenal. Los eventos sensuales se suceden ante nuestros ojos. Todos nuestros sentidos están en alerta. Vemos cerezas enormes de donde los humanos maman néctares ambrosianos, aves de colores que seducen, otros pájaros son montados por humanos desnudos, e inclusive algunos se han convertido en mitad hombre y mitad animal. Las parejas de hombres, mujeres y animales se abrazan, se besan, se aman. Un hombre estrecha a un búho, otro, de cabeza en el agua, sostiene entre sus piernas abiertas una esfera roja que parece una fruta fantástica donde se han postrado dos pequeñas aves. Unos beben algún elixir, un grupo rodea una gran fresa, otros se deleitan con dulces cerezas, o comen uvas del pico de un ave. Un hombre carga una ostra entrecerrada donde vemos que dos pares de pies encontrados se asoman, sugiriendo copulación… La respuesta es el infierno. Allí el Bosco deja de bromear, y aparece su cinismo.
Estas imágenes seductoras y sexuales, con colores llamativos, son una advertencia, una llamada de atención. Son aviso y prevención de los males; la consecuencia está en el tercer panel, donde la inventiva no tiene límites. Allí vemos una descripción pictórica del infierno dantesco, un escenario oscuro donde sobresale el rojo del fuego, en contraste un lago congelado donde los seres están castigados hasta la eternidad y deberán vivir desnudos en un frio extremo. Entre las sombras encontramos las más obtusas escenas: un hombre seducido por una rata-monja, un pájaro antropomorfo portando una olla en la cabeza a la manera de cazo, esta misma ave devora a un hombre de cuyo trasero salen en forma de gases, aves negras que parecen cuervos. La descripción en palabras parece en ocasiones blasfema, pero seguro que Bosch tenía sentido del humor para poder pintar algo así.
No cabe duda de que Bosch es un cristiano devoto, pues en los archivos se anota que fue un influyente miembro de la cofradía conocida como La Hermandad de Nuestra Señora. Sus obras son dedicadas a santos y a escenas de la Biblia. Temas como el de San Juan Bautista, Cristo cargando la Cruz, la Crucifixión, San Juan Evangelista en la Isla de Patmos y la Adoración de los Reyes Magos entre otros, muestran una técnica meticulosa, de composiciones que parecen inmersas en un mundo perfecto, pero irreal. El Bosco nos presenta un mundo fantástico, uno que no podemos alcanzar, pero es sensible y palpable.
Sus paneles repletos de criaturas compuestas nos remiten a sueños y pesadillas vívidas.
No es por coincidencia que la obra de Salvador Dalí nos recuerde en algunas instancias a la de Bosch. Las formaciones rocosas de las que parecen surgir formas sinuosas, donde una pestaña se convierte en un insecto, y un cerro es una nariz, surgen de la psique de los dos artistas. Dalí que conocía la obra del Bosco en el Museo del Prado en Madrid intuye lo que el holandés ha pintado siglos atrás. En la obra de la surrealista conocida como El Gran Masturbador, Dalí propone un juego de figuras que atraen nuestra atención sin haber un solo punto focal: presenta una masa de color amarillo que con una línea sinuosa surgiere una cara viendo hacia el piso, una mosca llena de hormigas la abraza por debajo y vemos los labios de una mujer que apuntan hacia la parte inferior de un cuerpo masculino antes de realizar fellatio. Por otro lado, en el Jardín de las Delicias de Bosch, dentro de la escena del Paraíso observamos que una formación rocosa similar a la de Dalí aparece como si fuera el perfil de una cara, y un insecto asemeja a un parpado con pestañas.
En términos del siglo XXI, podemos decir que Bosch confunde el subconsciente con la razón.
La yuxtaposición de elementos en el arte de los artistas surrealistas del siglo XX fue muy utilizada. Así podemos observar que Bosch ya había implementado esta amalgama de opuestos en su obra un siglo atrás. Tomemos como muestra una de las obras del Bosco con el tema de San Antonio donde algunas de las figuras se componen de utensilios domésticos. En ésta encontramos que un personaje lleva en vez de cabeza un embudo de metal. Max Ernst, por su lado, pinta Celebes (1921, Tate Modern) como si fuera un elefante mecánico y lo que aparece como su cabeza nos remite a una olla de cocina. Uno y otro presentan figuras animales o antropomorfas que se comportan como humanos pero que tienen características de objetos inanimados. En la obra del Bosco aparecen cristales de roca que hacen las veces de vigas de una montaña fantástica, y en la obra de Ernst vemos mujeres que emanan desde las entrañas rocosas y sus cabellos están formados por vegetación y piedras texturizadas. Las similitudes plásticas son muchas, la meta es otra. Devoción y miedo en Hieronymus Bosch, revelar los instintos y liberar la mente en Max Ernst.
En la obra de Hieronymus aparece lo que hoy a través del psicoanálisis se ha interpretado como símbolos fálicos, sensuales, y eróticos. Es por eso por lo que me atrevo a darle al Bosco el título de vero surrealista. Él nos invita a hacer volar nuestra imaginación. Podemos pensar que Bosch vivía atormentado o divertido con estas alucinaciones, que no cabe duda de que son referencias sexuales. Las tentaciones carnales, que ya San Antonio había advertido, son un tema recurrente en su obra y es probablemente que Bosch está reflejando su propio ser en estas imágenes, tratando él mismo de repeler sus instintos.
Bosch y Dalí se conectan. El holandés y el español se comunican a través de la creatividad, de su habilidad de transformar los pensamientos en dibujos, sus aprensiones en figuras y sus ilusiones se vierten en un contexto artístico.
Del mismo modo, al estudiar la obra completa de Bosch, podemos argumentar que se identifica con San Jerónimo. Hieronymus, lleva el mismo nombre que el santo, quien es conocido por sus enseñanzas de la vida moral y la creación de la Vulgata (traducción al latín de la Biblia), sin embargo, su conversión en Roma se debió a su arrepentimiento. Llevando una vida licenciosa y desaforada en su juventud, huye al desierto para liberarse de sus tentaciones y lucha contra sus reminiscencias sexuales. Repele las provocaciones que provienen de sus recuerdos buscando la redención. En una de las obras de Bosch, San Jerónimo se encuentra rezando a la orilla de una cueva. Un león, que más bien parece un perro (nunca vio un león en la vida real) se encuentra a su lado, un sombrero de cardenal y una biblia aparecen en la esquina, todos estos como atributos del santo. Sin embargo, el artista incluye a un búho y pinta elementos creativos donde vuelca su técnica y maestría, como, por ejemplo, una esfera rota que flota sobre el río y una bola de colores que parece descansar en el árbol adyacente. La textura de cada uno de los objectos acentúa su materia imaginaria.
La obra de Bosch presenta muchos problemas de autenticidad y solo unos cuantos cuadros se consideran realizados por el maestro. Hieronymus Bosch tuvo muchos seguidores. Artistas de la talla de Pieter Bruegel el viejo, comenzaron a dejar volar su imaginación a partir de la observación de la obra de Bosch.
En la obra de Hieronymus aparece lo que hoy a través del psicoanálisis se ha interpretado como símbolos fálicos, sensuales, y eróticos.
Podemos considerar que pocos ejemplos en la obra de Bosch nos presentan con una solución benigna al acertijo de la vida terrenal, no hay muchos cuadros suyos que ofrecen salvación. Las opciones en la visión del pintor son pocas: Estamos todos condenados al infierno, a sufrir las consecuencias de nuestros pecados y a ser partícipes de una torturada entidad. Cuando era joven, Bosch atestiguó un gran incendio en su ciudad natal, estas escenas infernales probablemente lo marcaron para siempre, estas imágenes vivenciales, del fuego que quema, que destruye y arrasa fueron plasmadas en sus paneles de roble. Existen cuadros pintados por Bosch que probablemente pertenecieron a trípticos, y solo podemos teorizar que se tratan de una narrativa mayor. Algunos de los temas populares en la época como el Diluvio y la caída de los Ángeles Rebeldes son tratados por el Bosco. Hieronymus trata este tema con una paleta monocroma, escoge una gama de marrones o grises y presenta en sus composiciones muerte y destrucción como castigo. Presenta una escena de muerte de los seres vivos ahogados después del Diluvio en una y figuras demoniacas que caen del cielo en el otro.
Hay que recalcar que Bosch fue un hombre religioso, activo en la cofradía, y que sus obras incluyen santos y escenas bíblicas. El Jardín de las Delicias se refiere a escenas del Antiguo y Nuevo Testamento. El políptico que se encuentra en Venecia en el Palazzo Grimani, es muestra de su estilo moralizante. De paleta oscura, se trata de cuatro paneles. Dos de ellos describen escenas apabullantes, una que muestra los condenados que caen al abismo y la segunda del infierno mismo. En seguida las otras dos escenas exoneran el pecado, éstas se sitúan en el más allá, es decir, una es el Paraíso antes del pecado y la otra es la salvación. Es decir, dos cuadros nos muestran los castigos por pecados y los otros dos son el desenlace feliz; las almas puras después de la muerte ascienden al cielo. ¿Es probable que Bosch quisiera limpiar sus pecados? ¿O al menos sus “malos” pensamientos?
El arte se convierte en una herramienta de divulgación moral y en el caso de Bosch lo es más aún.
Lo que nos hace pensar en el otro tema tratado por Bosch y por sus contemporáneos, el de los siete pecados capitales, también nos hace reflexionar acerca del miedo con el que vivía la gente en el siglo XV en Europa. Tratando de reprimir estos instintos de avaricia, glotonería y lujuria, mismos que no se han podido erradicar y que son intrínsecos de la naturaleza humana, los cuadros del Bosco son parte de la propaganda eclesiástica. El arte se convierte en una herramienta de divulgación moral y en el caso de Bosch lo es más aún. Nos muestra como nos hemos ganado nuestro billete al infierno, podemos tomarlo de manera jocosa, aterrarnos u optar por cambiar. Bosch lanza el mensaje desde lo más profundo de su ser, desde su inconsciente, que llega hasta nuestros días todavía como un enigma, donde la razón se ha evaporado y los sueños y pesadillas pueden volverse realidad. Logra un ámbito fantástico que nos recuerda a los artistas surrealistas que quisieron crear sin hacer uso de la lógica y la razón. André Breton, Dalí, y Ernst junto con Hieronymus Bosch muestran un mundo fantástico e inaudito donde los más recónditos miedos, y pasiones se presentan de manera cruda y nítida. Surrealismo religioso sería un nuevo término para designar a Hieronymus Bosch.
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Bosch es un pintor que es capas de plasmar sus sueños y sus pesadillas en un lienzo , tan grande o mas que dali