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13

Guerra y Kultur en Freud

Quebec
Los textos de Freud sobre la cultura fueron considerados por mucho tiempo como marginales instalando una falsa división entre «Freud psicoanalista clínico» y «Freud político», que sostuvo el equivocado antagonismo entre el individuo y la cultura. Una revisión de la correspondencia que Freud mantuvo con Einstein arroja luz para volver a pensar, ya en el Siglo XXI, ¿Por qué la guerra? ¿Qué relaciones se establecen entre el poder y el derecho?, ¿o como dice Freud, entre el derecho y la violencia? ¿Sería la guerra inevitable? ¿Cuál es el lugar que ocupan Eros y Thanatos para dar lugar a una comunidad que supere la guerra?

A. Los analistas y los escritos sobre la Kultur

Esta falsa división consiste en
distinguir un Freud clínico,
verdadero psicoanalista,
de un Freud pensador,
disociado del primero, y que,
a sus horas, especula sobre
los fenómenos antropológicos
y culturales. Está basada en
una ignorancia del vínculo
que une los escritos clínicos
a los que tratan de la Kultur.

Hoy, los analistas parecen haber olvidado los escritos de Freud sobre la Kultur. Los consideran como escritos marginales donde el padre del psicoanalisis busca a divertirse, jugando a aplicar el método psicoanalitico a problemas que le interesaban o le preocupaban. Para ellos, tendrían poca pertinencia psicoanalítica; estarian más cerca de la especulación filosófica que del verdadero psicoanálisis. ¿Qué entienden ellos por verdadero psicoanálisis? Aquel que se despliega junto a la clínica, reconstruye el desarrollo de una cura, pero termina, a menudo, por enviscarse en la profesionalización, como, con mucha inquietud, lo había señalado Adorno; el otro, el que especula sobre la Kultur y sus síntomas no tiene gran interés para ellos. ¿Para qué leer textos sin alcance clínico? se preguntan a menudo estos analistas cuya miopía intelectual no es el único defecto. Esta falsa división consiste en distinguir un Freud clínico, verdadero psicoanalista, de un Freud pensador, disociado del primero, y que, a sus horas, especula sobre los fenómenos antropológicos y culturales. Está basada en una ignorancia del vínculo que une los escritos clínicos a los que tratan de la Kultur. Sin embargo Freud siempre aseveró la idea de un antagonismo entre Kultur y vida pulsional; en sus preocupaciones intelectuales, eso remonta tan lejos como las Cartas a Fliess. En un manuscrito del 31 de mayo de 1897, escribió que el horror al incesto (impío) estriba en que, a consecuencia de la comunidad sexual (también en la infancia), los miembros de la familia adquieren cohesión duradera y se vuelven incapaces de incorporar extraños al grupo. Por eso es antisocial – la cultura consiste en esta renuncia progresiva (Obras completas, Amorrortu editores, 1992, Argentina, Carta 64, Manuscrito N, p.299). Siempre sostuvo sin desmentirse que la neurosis es un síntoma de la Kultur. En su artículo La moral sexual «cultural» y la nerviosidad moderna (1908) escribe: yo destacaría este punto de vista: la neurosis hasta donde llega y quienquiera que sea el afectado por ella, sabe arruinar el propósito cultural (p.180). Si ojeamos sus últimos escritos, constatamos que una obra como Malestar en la cultura se funda sobre la idea que el destino del individuo y el de la comunidad son indisociables, que uno actua a través del otro. Los escritos sobre la guerra ilustran de modo perfecto esta idea.

Si ojeamos sus últimos escritos, constatamos que una obra como Malestar en la cultura se funda sobre la idea que el destino del individuo y el de la comunidad son indisociables, que uno actua a través del otro. Los escritos sobre la guerra ilustran de modo perfecto esta idea.

¿Por qué la guerra? (1933) pertenece a este genero de escritos antropológicos que, como Malestar en la cultura, El porvenir de una ilusión, Moisés y el monoteismo, se pregunta sobre el devenir de la Kultur. Junto a De la guerra y muerte. Temas de actualidad (1915), este texto constituye la reflexión de Freud sobre la guerra.

El final de una ilusión

Mientras Valéry y Zweig interrogan
los ideales de la cultura desde el punto
de vista de su valor civilizador, Freud
los interrogara desde el punto de vista
de la economía psíquica; Valéry hablará
de crisis, Freud hablara más tarde
de malestar; sin embargo, los tres reaccionarán frente al derrumbe
de los ideales del hombre occidental
y del tejido comunitario europeo […]
La desilusión es infligida por la cultura…
¿Cómo nació esta preocupación por la guerra? En su libro El mundo de ayer, Stefan Zweig menciona con nostalgia la edad de oro de la seguridad que caracterizaba para él el período previo a 1914. Los hombres no creían en una posible recaída en la barbarie tal como una guerra entre los pueblos de Europa. Tenían una fe obstinada en el poder infalible de las fuerzas vinculares de la tolerancia y del espíritu de conciliación. Pensaban que las divergencias entre naciones y confesiones terminarían fundiéndose poco a poco en una humanidad común hecha de paz y de seguridad. Desafortunadamente, estalló la guerra y sacudió a Europa en sus más hondos fundamentos, provocando de ese modo una crisis del espíritu, título de las dos cartas que Valéry redactó en 1919. Hay, escribe Valéry, la ilusión perdida de una cultura europea y la demostración de la impotencia del conocimiento para salvar cualquier cosa. Esta ilusión es para él tanto más amarga cuanto que la idea de cultura, de inteligencia, de obras magistrales está para nosotros en una relación muy antigua […] con la idea de Europa. Por su parte, Freud en su artículo De la guerra y la muerte. Temas de actualidad, mencionaba también, el derrumbe de una ilusión causado por la guerra. La ilusión que se derrumba es la de la creencia en la idea de progreso en las costumbres, la cortesía, la ética, en resumen, en la relación entre los hombres. Freud se detiene especialmente frente a dos factores que causaron esta desilusión: por una parte, la relación entre Estados se convirtió en una relación de violencia. Mientras cada Estado se había mostrado campeón de las normas éticas con sus ciudadanos, los Estados, entre ellos, hicieron prueba de muy poca moralidad. Por otra parte, los individuos, como participantes a la cultura humana la más elevada, siempre habían hecho muestra de respeto y comprensión los unos hacia a los otros; sin embargo, en su conducta belicosa, manifestaron una brutalidad que nunca se hubiese esperado de su parte. Mientras Valéry y Zweig interrogan los ideales de la cultura desde el punto de vista de su valor civilizador, Freud los interrogara desde el punto de vista de la economía psíquica; Valéry hablará de crisis, Freud hablara más tarde de malestar; sin embargo, los tres reaccionarán frente al derrumbe de los ideales del hombre occidental y del tejido comunitario europeo […] La desilusión es infligida por la cultura, como lo destaca Laurence Kahn. Este malestar no se apaciguará, sino que irá creciendo hasta realizar una recaída en una barbarie poco menos que prehistórica (Moisés y la religión monoteísta, p.52). Es este el contexto en el que surge la interrogación sobre la guerra. En su introducción a ¿por qué la guerra? , James Strachey nos explica las circunstancias en las cuales se desarrolló la correspondencia entre Freud y Einstein. En 1931, la Comisión permanente para la Literatura y las Artes de la Liga de las Naciones encarga al Instituto Internacional de Cooperación intelectual de organizar un intercambio epistolar entre intelectuales representativos ‘’sobre temas elegidos para servir a los comunes intereses de la Liga de las Naciones y de la vida intelectual.” El Instituto va a dirigirse a Einstein quien, a su vez, sugiere a Freud como interlocutor. En junio de 1932, el secretario del Instituto escribe a Freud para invitarle a participar a este intercambio. Freud accepta inmediatamente. En agosto del mismo año, Einstein envía su carta a Freud quien responde un mes más tarde. El año siguiente, 1933, año fatídico para Europa, el Instituto publica esta correspondencia en París en tres lenguas – alemán, francés e inglés – bajo el título, ¿Por qué la guerra? , pero en Alemania se prohíbe su difusión.

La carta de Einstein

Einstein comienza por reconocer su incompetencia. Él sólo puede plantear el problema, despejar las soluciones más evidentes y, de ese modo, permitir a Freud iluminar el problema con la luz de su vasto saber acerca de la vida pulsional del hombre (Por qué la guerra ? p.183). He aquí Freud convocado como experto de la vida pulsional.

Es curioso que los analistas hayan prestado muy poca atención a la carta de Einstein y publicado sólo la respuesta de Freud. Sin embargo, como lo mostraremos, esta respuesta no se comprende sino en relación con las preguntas que le hace Einstein. Desde el principio, la pregunta de Einstein va a orientar el debate: ¿Hay algun camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra? El problema de la guerra, subraya Einstein, es un asunto de vida o de muerte para la civilización, si se tiene en cuenta el progreso de la ciencia moderna y de la facilidad que tendrían los hombres de exterminarse mutuamente hasta el último. Todos los esfuerzos desplegados hasta hoy para encontrar una solución fracasaron lamentablemente.

¿Por qué se dirige a Freud? Porque comprueba el fracaso y la impotencia de los que tienen a cargo ocuparse práctica y profesionalmente de este problema, es decir los políticos y los diplomáticos. Como último recurso, éstos se vuelven hacia los hombres de ciencia con el anhelo, pero también, quizá, la esperanza, que la distancia que garantiza el trabajo científico pueda ofrecer una visión más despejada de los problemas de la vida.

Einstein comienza por reconocer su incompetencia. Él sólo puede plantear el problema, despejar las soluciones más evidentes y, de ese modo, permitir a Freud iluminar el problema con la luz de su vasto saber acerca de la vida pulsional del hombre (Por qué la guerra ? p.183). He aquí Freud convocado como experto de la vida pulsional. Pero así como lo subraya Pontalis en una nota de su artículo Actualidad del malestar, esta convocatoria va más lejos:

…afirma Einstein, que obstáculos psicológicos dificulten este combate contra la guerra; pide a Freud sugerir métodos educativos más o menos ajenos a la esfera de la política que permitirían eliminar estos obstáculos. Su demanda es pedagógica.

Aquí está Freud, desconocido durante mucho tiempo o rechazado como simple investigador, llamado a ocupar el lugar del gran pensador, es decir intimado de responder no a las preguntas que su trabajo le plantea y en los términos que son los suyos, sino a aquellas que se supone que el « tiempo presente » plantea y para las cuales exige respuesta inmediata.

Parece evidente, afirma Einstein, que obstáculos psicológicos dificulten este combate contra la guerra; pide a Freud sugerir métodos educativos más o menos ajenos a la esfera de la política que permitirían eliminar estos obstáculos. Su demanda es pedagógica. Por su parte, propone una hipótesis sobre las condiciones de seguridad internacional. Planea tratar el aspecto que llama exterior, es decir, administrativo u organizativo del problema. Propone que los Estados creen – a partir de un consenso internacional – una institución supranacional, una suerte de cuerpo legislativo y judicial cuya función consistiría en el arbitraje de todo conflicto que podría surgir entre las naciones. Cada nación se comprometería entonces a realizar toda medida que el tribunal considerara necesaria para la aplicación de sus decretos. Hace una primera constatación: la seguridad internacional implíca que los Estados renuncien incondicionalmente a una parte de su soberanía a favor de la institución supranacional. No obstante se enfrenta con un obstáculo. Un tribunal es una institución humana que no tiene a su disposición el poder para hacer cumplir sus veredictos; se expone así a que sean desvirtuados bajo el efecto de presiones extrajurídicas. Einstein parte de un hecho con el cual se debe necesariamente contar: derecho y poder están indisociablemente vinculados. Las decisiones jurídicas son cuanto más cercanas al ideal de justicia exigida por la comunidad – en el nombre y en el interés de la cual los veredictos son pronunciados – que esta última tiene la fuerza de coacción para hacer respetar su ideal jurídico. Estamos, por lo tanto, lejos de semejante institución supranacional. Eso sigue siendo tan cierto aún hoy en 2009. ¿Pero qué fuerzas se oponen a la realización de semejante programa? Transformándose en psicólogo, Einstein pretenderá delimitar los poderosos factores psicológicos que paralizan los esfuerzos que tienden a garantizar esta seguridad internacional. Delimitará en primer lugar el afán de poder, característica de la clase gobernante de todos los Estados, que manifiesta su hostilidad a toda limitación de la soberanía nacional. Este afán político de poder se alimenta en las actividades de otro grupo cuyas aspiraciones son económicas y mercenarias, según afirma Einstein. Este grupo ve en la guerra, en la fabricación y en el tráfico de las armas una oportunidad de favorecer sus intereses particulares y de extender su autoridad personal. ¿Cómo es posible que esta pequeña camarilla someta al servicio de sus ambiciones la voluntad de la mayoria, para la cual el estado de guerra representa pérdidas y sufrimientos? pregunta Einstein (p.185). La minoría en el poder, la clase dominante, tiene el control sobre la educación, la prensa y todas las organizaciones religiosas. A través de estos medios, domina y gobierna las emociones de la masa y las convierte en su flexible instrumento. Esta respuesta, aunque exacta, no le satisface plenamente. Genera una nueva pregunta: ¿cómo es que estos procedimientos logran despertar en los hombres tan salvaje entusiasmo, hasta llevarlos a sacrificar su vida? (p.185). Einstein propone una nueva hipótesis que tiene el mismo sentido que la respuesta de Freud en su misiva: en el hombre vive un apetito de odio y destrucción.

No podemos no mencionar aquí el texto, De la guerra y la muerte. Temas de actualidad, que, a su manera, responde a la pregunta de Einstein. Analizando la idea de asesinato, Freud hace hincapié en el hecho que la guerra nos despoja de las adquisiciones de la civilización, descubriendo al hombre primordial que está en nosotros. Precisamente, escribe, comentando el sexto mandamiento del Decálogo, lo imperativo del mandamiento: «No matarás» nos da la certeza que somos del linaje de una serie interminable de generaciones de asesinos que llevaban en la sangre el gusto de matar, como quizá lo llevemos todavia nosotros (p.297).

En época normal, existe en estado latente; en cambio, en circunstancias inusuales, puede despertar con una relativa facilidad e intensificarse, convirtiendose en psicosis colectiva. Solicita, sobre esta cuestión, la intervención de Freud, el gran experto de las pulsiones. No podemos no mencionar aquí el texto, De la guerra y la muerte. Temas de actualidad, que, a su manera, responde a la pregunta de Einstein. Analizando la idea de asesinato, Freud hace hincapié en el hecho que la guerra nos despoja de las adquisiciones de la civilización, descubriendo al hombre primordial que está en nosotros. Precisamente, escribe, comentando el sexto mandamiento del Decálogo, lo imperativo del mandamiento: «No matarás» nos da la certeza que somos del linaje de una serie interminable de generaciones de asesinos que llevaban en la sangre el gusto de matar, como quizá lo llevemos todavia nosotros (p.297). Los Lagers y los Gulags que proliferaron en el siglo que podría parecer el más civilizado, el Siglo XX, permiten ilustrar a pedir de boca estas afirmaciones. Es importante destacar que, para Einstein, esta “psicosis” no es el hecho de las llamadas «masas iletradas» sino mas bien de la llamada «intelectualidad» la más proclive a estas desastrosas sugestiones colectivas, ya que el intelectual no tiene contacto directo con la vida al desnudo, sino que se topa con ésta en su forma sintética más sencilla: sobre la página impresa (p.185). Esta última hipótesis de Einstein – el apetito de odio y destrucción – suscita en su espíritu una nueva pregunta a Freud, la pregunta terapeútica: ¿Es posible controlar la evolución mental del hombre como para ponerlo a salvo de las psicosis del odio y la destructividad? (p.185) Si Einstein sólo enfocó hasta ahora los conflictos internacionales, es porque el hecho de elegir el conflicto entre comunidades humanas, es, a su modo de ver, deliberado; obedece a fines de demostración; partiendo de esa forma, la más típica y también la más cruel, se puede detectar mucho mejor la manera y los medios de evitar los conflictos armados. No obstante, en su conclusión, hace hincapié en el hecho que esta pulsión agresiva, este apetito de odio y destrucción, se expresa también en las guerras civiles y en la persecución de las minorías. Está presente en toda relación humana. Espera de Freud que exponga el problema de la paz mundial a la luz de sus descubrimientos más recientes, porque esa exposición podría muy bien marcar el camino para nuevos y fructíferos modos de acción (p.186).

B. Freud y la guerra
El líder

Esta última hipótesis de Einstein – el apetito de odio y destrucción – suscita en su espíritu una nueva pregunta a Freud, la pregunta terapeútica: ¿Es posible controlar la evolución mental del hombre como para ponerlo a salvo de las psicosis del odio y la destructividad?

Sin embargo es curioso constatar que las dos primera preguntas de Einstein no hayan suscitado en Freud una asociacion con una obra escrita diez años atrás, 1921, Psicología de las masas y análisis del Yo, obra esencial para reflexionar sobre la cuestión de la guerra. Allí asevera que lo social no se disocia de lo individual para constituir un estrato separado del psiquismo sino que le es constitutivo. La oposición entre psicología individual y psicología social es puesta en cuestión: En la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el comienzo mismo la psicología individual es simultaneamente psicología social en este sentido más lato pero enteramente legítimo (Psicología de las masas y análisis del yo, p. 67). La psicología social parte del individuo y se interroga sobre lo que pasa en su psique cuando es sumergida en una masa, qué tipos de fuerzas esta masa va hacer pesar sobre su funcionamiento psíquico, y que modificaciones éste será obligado a operar frente a la presión de esas fuerzas (Laval Guy, Bourreaux ordinaires, p.24, mi traducción). Freud desarrolla a la vez una reflexión sobre la naturaleza de la masa, la formación de grupos y sobre el líder, el Führer. En el curso de los años en que esta correspondencia fue escrita, la cuestión del Führer era una cuestión central para la comprensión de la catástrofe que se avecinaba.

Freud nos habla aquí de la disolución del individuo en la masa, que se producirá en los años de la subida del nazismo, de una verdadera masificación del individuo que desaparece como tal a través de esta identificación con el líder puesto como ideal. Se trata de una masificación totalitaria.

En su análisis de la hipnosis, Freud proporciona algunos elementos esenciales de reflexión. La relación hipnótica es una relación de masa a dos. La estructura de la masa es compleja; la hipnosis retiene un solo elemento que aisla: el comportamiento del individuo de la masa frente al conductor (p.108-109). Comparando la hipnosis con el estado amoroso, Freud escribe: La misma sumisión humillada, igual obediencia y falta de crítica hacia el hipnotizador como hacia el objeto amado. La misma absorción de la propia iniciativa; no hay duda: el hipnotizador ha ocupado el lugar del ideal del yo […] Esta última aserción retoma la fórmula que resume el estado amoroso: Se ha puesto el objeto en el lugar del ideal del yo. Añade: El hipnotizador es el objeto único: no se repara en ningún otro además de él. El vínculo hipnotico es una entrega enamorada irrestricta que excluye toda satisfacción sexual (p.108) Lo que el hipnotizador afirma y demanda es vivido oníricamente por el hipnotizado. Es importante subrayar, primero, que las situaciones de «masa» no se definen tanto por el número de personas que figuran sino por el hecho de ser regidas por la función del ideal (Scarfone Dominique, Oublier Freud?, p.173); luego, que las pulsiones sexuales inhibidas llegan a crear vínculos muy duraderos entre los seres humanos en la medida en que no son suceptibles de producir una plena satisfación, al contrario de las pulsiones sexuales no inhibidas que a través de la descarga, se apagan depués de la satisfacción. Para durar, estas últimas deben estar intricadas con los componentes inhibidos, es decir, puramente tiernos. Este análisis permite a Freud explicar a la vez el vínculo que une a los individuos en la masa y el que les une al líder; una masa primaria de esta índole es una multitud de individuos que han puesto un objeto, uno y el mismo, en el lugar de su ideal del yo, a consecuencia de lo cual se han identificado entre sí en su yo (Psicología de las masas, p.109-110). Freud nos habla aquí de la disolución del individuo en la masa, que se producirá en los años de la subida del nazismo, de una verdadera masificación del individuo que desaparece como tal a través de esta identificación con el líder puesto como ideal. Se trata de una masificación totalitaria.
Esto es tanto más cierto que, al contrario de las «masas oficiales» que Freud analiza – el Ejército y la Iglesia –, líderes como Hitler, Mussolini o Stalin no apelan a ningún ideal transcendente, son ellos mismos la encarnación del ideal. Como lo escribe Hannah Arendt: la mayor calificación de un líder de masa es de ahora en adelante una eterna infalibilidad; jamás puede admitir un error (Arendt, Hannah (1948 [2002]), Le totalitarisme in Les origines du totalitarisme, Quarto, Gallimard, p.666, mi traducción). Añade luego que en el caso de Hitler, el primer mandamiento era: el Führer tiene siempre la razón. Estamos en el corazón de la relación hipnotica que Freud describe pero también en esa violencia de la cual es cuestión en su respuesta a Einstein. En efecto, la credulidad de las masas llega a la cima y el líder puede hacerles creer las declaraciones más fantásticas un día, hasta darles la prueba irrefutable de lo contrario, el dia siguiente, como lo hace destacar Hannah Arendt. Lejos de abandonar a sus jefes proclaman que ellos habían siempre sabido que la declaración era falsa, y admiraran a sus jefes por su inteligencia táctica superior (Le totalitarisme, p.709, mi traducción).

La comunidad y el individuo

En su carta, Freud asevera,
de manera un poco lapidaria,
según mi opinion, que la cohesión
de la comunidad depende
de dos factores: la coacción de la
violencia y los vínculos sentimentales
– las identificaciones – entre los
miembros del cuerpo comunitario.
Añade que si uno de los dos falta,
el otro puede eventualmente
mantener la comunidad.

En su respuesta a Einstein, Freud propone sustituir la pareja derecho/poder por la pareja derecho/ violencia, cuyos terminos, hoy en dia antinómicos, se confundían al principio. La cuestión de las relaciones del derecho y de la violencia concierne principalmente la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres (Malestar en la cultura, p.88). Se trata de uno de los dos fines que él asigna a la Kultur, el otro siendo la protección del ser humano frente a la naturaleza (p.88), que presupone el dominio sobre las fuerzas de la naturaleza. Cuando analiza los rasgos característicos de una cultura, escribe en Malestar en la cultura: acaso se puede empezar consignando que el elemento cultural esta dado con el primer intento de regular estos vínculos sociales […] que ellos entablan como vecinos, como dispensadores de ayuda, como objeto sexual de otra persona, como miembro de una familia o de un Estado (p.93). El porvenir de una ilusión hacía ya destacar que, de esos dos fines, es este último el que provoca la más profunda y la más amarga de las insatisfacciones frente a la lentitud de sus «progresos», mientras que el dominio sobre la naturaleza hace progresos constantes.

¿Por qué sustituye Freud el término de poder por el de violencia? Parecería que en ese momento piensa en lo pulsional. Esa violencia es tanto la de lo sexual como la de la pulsión de agresión o de destrucción que, depués de la guerra del 14 y el giro de 1920, no cesara de preocuparle. En el mito de la horda primitiva dominada por el padre todopoderoso, en Totem y tabú, el incesto, el asesinato y el canibalismo aparecen como los deseos fundamentales que se desprenden de la pulsión. Esta violencia no se ejerce únicamente contra el otro sino contra sí mismo, si recordamos que toda cultura debe edificarse sobre una compulsión y una renuncia de lo pulsional (El porvenir de una ilusión, p.7). Es cierto que, como contrapartida, la cultura ofrece resarcimientos como los beneficios adquiridos gracias al sojuzgamiento de la naturaleza por las comunidades humanas. ¿Pero, estan esos resarcimientos a la altura de las renuncias o son sólo engaños? ¿Valen la pena? Lo cierto es que no hacen sino intensificar la reivindicación pulsional, lo que aumenta la hostilidad del hombre contra la cultura, que sin cesar reactiva el proceso asesino (Laurence Kahn, Fictions et vérités freudiennes, p.239, mi traducción.).

Eros, sin embargo, no sabría gobernar solo; el odio es también necesario, forma parte de la pulsión de muerte que se expresa bajo la forma de la pulsión de destrucción dirigida hacia afuera y amplificada por el hecho de su inscripción en la comunidad. Si no es fácil para los seres humanos, evidentemente, renunciar a satisfacer ésta su inclinación agresiva (Malestar…p.111), ¿cómo este odio va a encontrar un modo de expresion? La comunidad, para subsistir, va a crearse enemigos exteriores a quienes hara la guerra, pero también enemigos interiores…

De Totem y tabú a ¿Por qué la guerra? pasando por Psicología de las masas y análisis del yo, El malestar en la cultura, encontramos una misma idea: el vínculo indisociable entre el individuo y la comunidad. Esta idea constituye el hilo conductor que permite leer la carta de Freud y de articular sus diferentes temas. ¿Qué entiende Freud por comunidad? La reunión de una mayoría de seres endebles que se constituye contra el individuo más fuerte, haciendo prevalecer su violencia contra él. La convivencia humana sólo se vuelve posible cuando se aglutina una mayoría más fuerte que los individuos aislados, y cohesionada frente a estos (Malestar… p.93). Esta violencia colectiva cuyo monopolio reivindica la comunidad contra el individuo que quisiera o pudiera atacarla es lo que llamamos «derecho». Ahora el poder de esta comunidad se contrapone, como «derecho», al poder del individuo, que es condenado como «violencia bruta». Continua aseverando: Esta sustitución del poder del individuo por el de la comunidad es el paso cultural decisivo (Malestar… p.94). La esencia de esa sustitución consiste en la limitación de las posibilidades de satisfacción de los miembros de la comunidad, mientras que el poder del individuo aislado, en estado de naturaleza, es ilimitado.

En su carta, Freud asevera, de manera un poco lapidaria, según mi opinion, que la cohesión de la comunidad depende de dos factores: la coacción de la violencia y los vínculos sentimentales – las identificaciones – entre los miembros del cuerpo comunitario. Añade que si uno de los dos falta, el otro puede eventualmente mantener la comunidad. Psicología de las masas y Malestar en la cultura establecen un enfoque más claro sobre los mecanismos en juego en el análisis de la constitución de la comunidad.

Como lo hemos dicho, la comunidad tiene como condiciones necesarias: primero, la presencia de un líder y segundo, vínculos de amor (o expresado de manera más neutra, lazos sentimentales) (Psicología de las masas y análisis del yo, p.87) que unen los miembros de la comunidad al líder. Es Eros quien crea esos vínculos y los consolida: la masa se mantiene cohesionada en virtud de algun poder. ¿Y a qué poder podria adscribirse ese logro más que al Eros que lo cohesiona todo en el mundo?

Como podemos observarlo por estos ejemplos así como por los mecanismos de su constitución, la comunidad no hace desaparecer ni la violencia ni la guerra. ¿Por qué? Porque una comunidad se compone de elementos de poder desigual (hombres, mujeres, padres, niños, etc.) lo que hace que el derecho de la comunidad se convierte en la expresión de las desiguales relaciones de poder que imperan en su seno (¿Por qué la guerra? p.190). En otras palabras, la violencia está legalizada.

Eros, sin embargo, no sabría gobernar solo; el odio es también necesario, forma parte de la pulsión de muerte que se expresa bajo la forma de la pulsión de destrucción dirigida hacia afuera y amplificada por el hecho de su inscripción en la comunidad. Si no es fácil para los seres humanos, evidentemente, renunciar a satisfacer ésta su inclinación agresiva (Malestar…p.111), ¿cómo este odio va a encontrar un modo de expresion? La comunidad, para subsistir, va a crearse enemigos exteriores a quienes hara la guerra, pero también enemigos interiores que tomaran la forma del chivo expiatorio o aquella de la guerra civil. Siempre es posible ligar en el amor a una multitud mayor de seres humanos, con tal que otros queden fuera para manifestarles la agresión (Malestar… p.111).

Una ilustración de esto la encontramos en la historia de los judios y en la de la antigua Unión Soviética. Ambas permiten poner de relieve tanto el mecanismo de formación y de permanencia de las comunidades como la expresión del odio. Freud hace recordar como la instauración del amor universal como fundamento de la comunidad cristiana por el apostol Pablo tuvo como consecuencia inevitable la extrema intolerancia del cristianismo (p.111) hacia todos aquellos que no formaban parte de esa comunidad, particularmente los judios. En cuanto a la Unión Soviética, el ensayo de instituir en Rusia una cultura comunista nueva [halla] su respaldo psicológico en la persecución del burgués. Concluye con esta pregunta extremadamente pertinente, sobre todo si se la considera a posteriori (Nachträglichkeit): ¿Uno no puede menos que preguntarse, con preocupación, qué haran los soviets después que hayan liquidado a sus burgueses? (p.111). Freud continua esta reflexión en su carta a Einstein y denuncia la ilusión – se trata aquí de la ilusión política – de los bolcheviques que esperan hacer desaparecer la agresión entre los hombres asegurandoles la satisfacción de sus necesidades materiales y, en lo demás, estableciendo la igualdad entre los participantes de la comunidad (¿Por qué la guerra? p. 195). Esta denuncia se situa en el contexto donde se critica el ideal rousseauista de una naturaleza rica y abundante donde la vida fluye en la dulzura y la harmonía pero también se busca a confrontar esta ilusión con el uso del odio que los comunistas hacen para mantener la cohesión de la comunidad. No puedo sino evocar rápidamente un texto contemporáneo de esta carta y que debe ser leido paralelamente, la 35a conferencia de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, En torno de una cosmovisión donde Freud analiza conjuntamente las ilusiones religiosa, filosofica y marxista. Más allá de ilusiones específicas, lo que Freud desmonta aquí son los mecanismos de la ilusión política como lo habia hecho en 1927 con la ilusión religiosa. Si el psicoanálisis no tiene una cosmovisión (Weltanschauung) específica, como lo muestra este texto, es porque su trabajo es un trabajo de demistificación. Podriamos decir que trabaja en el desengaño.

La dictadura de la razón, expresa así su asombro frente a esta solución freudiana: Cada palabra me asombra, cada una despierta una paradoja. El llamado a la razón en aquel que ha expuesto y hecho vivir, en la teoría y la práctica, el poder del inconsciente, el reino de lo extraño e insensato. El recurso a una dictadura, en el hombre que ha recusado todo sometimiento del pensamiento…

Como podemos observarlo por estos ejemplos así como por los mecanismos de su constitución, la comunidad no hace desaparecer ni la violencia ni la guerra. ¿Por qué? Porque una comunidad se compone de elementos de poder desigual (hombres, mujeres, padres, niños, etc.) lo que hace que el derecho de la comunidad se convierte en la expresión de las desiguales relaciones de poder que imperan en su seno (¿Por qué la guerra? p.190). En otras palabras, la violencia está legalizada. El resultado es que las leyes están hechas por y para los dominantes. Una lucha va a instaurarse entonces en el seno de la comunidad que será fuente a la vez de desorden y de progreso en cuestión de derecho. Los dominantes querrán hacer leyes que les favorezcan o situarse fuera de ellas y, de ese modo, retrogradar del imperio del derecho al de la violencia. Por su parte, los oprimidos van a luchar para procurarse más poder y ver reconocidos esos cambios en la ley (¿Por qué la guerra? p.190). Su movimiento va en sentido contrario: avanzar de un derecho desparejo a la igualdad de derecho (p.190). No obstante la clase dominante no está preparada para aceptar esas modificaciones. De lo que resulta la sublevación, la guerra civil, la cancelación temporaria del derecho. Se llega […] a nuevas confrontaciones de violencia tras cuyo desenlace se instituye un nuevo orden de derecho (190). La guerra aparece como algo inevitable.

¿Qué medios propone Freud para combatirla? Sugiere particularmente dos vías indirectas que quisiera analizar rápidamente. La primera consiste en oponer Eros a Thanatos, vale decir, al poder de la pulsión de destrucción. Todo cuanto establezca ligazones de sentimiento entre los hombres no podra menos que ejercer un efecto contrario a la guerra (p.195). Hay dos clases de vínculos: aquellos que se establecen con un objeto amoroso, mismo sin intenciones sexuales y aquellos cuyo lazo sentimental procede de la identificación, es decir, la constitución de una comunidad de más en más amplia. No obstante, sabemos que la comunidad sólo mantiene su cohesión a condición de construirse enemigos exteriores o interiores contra los cuales dirige su odio. Nos preguntamos: ¿Freud puede creer en su solución? ¿Puede darle crédito alguno?

La segunda vía, particularmente asombrosa, es la de los líderes. Parece ser una confesión de ideal por parte de Freud que había enunciado en la 35a conferencia de de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis: la dictadura de la razón sobre la vida pulsional. Se basa en la formación de una élite de seres humanos con pensamiento autónomo, que no puedan ser intimidados y que luchen por la verdad. Pero el imperio del Estado y de sus poderes y la prohibición de pensar decretado por la Iglesia hacen de esa vía, una vía impracticable y utópica. ¿Cómo Freud puede creer en una educación de líderes de ese genero, él que dibujo con tanta precisión el perfil del líder en Psicología de las masas y análisis del Yo? Por otra parte, ¿es posible una dictadura de la razón sobre la vida pulsional? ¿Puede la razón obtener un grado tal de autonomía sin estar infiltrado ni deregulado por la vida pulsional? Semejante autonomía, si fuese posible, ¿sería aconsejable? Marie Moscovici, en su artículo La dictadura de la razón, expresa así su asombro frente a esta solución freudiana: Cada palabra me asombra, cada una despierta una paradoja. El llamado a la razón en aquel que ha expuesto y hecho vivir, en la teoría y la práctica, el poder del inconsciente, el reino de lo extraño e insensato. El recurso a una dictadura, en el hombre que ha recusado todo sometimiento del pensamiento (Marie Moscovici, Il est arrivé quelque chose, p.225. Mi traduccion).

Desemboca así en la pregunta final de Freud en Malestar en la cultura: el destino de la especie humana depende de la capacidad del desarrollo cultural para dominar la perturbación que la pulsión de agresión inflige a la convivencia.

Si Freud no vivió la catástrofe, sus análisis dejan presentir lo peor y muestran que la barbarie está en el corazón de la Kultur. Es lo que Adorno hará destacar con agudeza en su artículo Educar después de Auschwitz donde plantea como primera exigencia de la educación – que no tiene que justificarse – que Auschwitz no se repita jamás. Nunca jamás Auschwitz, un nuevo imperativo categórico como él le nombra en la Dialéctica negativa. En su estado de no libertad, Hitler ha impuesto a los hombres, escribe Adorno, un nuevo imperativo categórico: pensar y actuar de tal modo que Auschwitz no se repita, que nada de semejante ocurra (Dialectique négative, p.442. Mi traducción). Es una necesidad. Observa, sin embargo, que hasta hoy dia, nadie se ha preocupado de ello ni estamos concientes de esa necesidad. En su libro Modelos críticos escribe: Eso muestra bien que la monstruosidad no penetró profundamente en el nivel de conciencia y de inconciencia de los hombres (p.235). Para él, la barbarie persiste. La civilización engendra la anticivilización, concluye de su lectura de Malestar en la civilizacion y de Psicología de las masas y análisis del yo. Añade: si la barbarie se inscribe en el principio mismo de la civilización, parece desesperado querer oponorse a ella (p.235). Desemboca así en la pregunta final de Freud en Malestar en la cultura: el destino de la especie humana depende de la capacidad del desarrollo cultural para dominar la perturbación que la pulsión de agresión inflige a la convivencia.

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