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El trabajo siempre ha sido pivote en la vida de los hombres. A través de él se desplegaban las habilidades, se establecía la relación con el mundo y los vínculos con otros. Hubo una época donde el trabajo tenía una marcada estructura de jerarquías, se mantenía el contacto directo con los demás y también establecía una rutina.
Hoy el modelo laboral está dado por las corporaciones, y en ellas estas tres características tradicionales se han transformado. Actualmente, los escalafones se atenúan y se promueve la horizontalidad del trabajo en equipo, los empleados se relacionan con un gran volumen de gente de diferentes áreas, ciudades y países pero mantienen con ellos un contacto fugaz que no da tiempo a ir más allá de una conexión superficial .En cuanto a la rutina, podríamos decir que la rutina que hoy se impone en las empresas es el cambio.
Las condiciones actuales que se requieren para que se cumplan las promesas del progreso personal, además de una calificación cada vez más especializada, exigen una gran plasticidad de las personas. Esto es lo que algunos pensadores sintetizan como la necesidad de ser creativo y flexible. Con estas dos aptitudes se espera que el empleado esté dispuesto a adaptarse, constantemente listo para lo que se presente.
En un mercado donde las demandas no son estables, hay que producir variaciones permanentes para sobrevivir en él. Son las condiciones externas las que obligan a poner en juego la innovación y la capacidad creativa para rediseñar asiduamente el funcionamiento de la compañía. Se trabaja bajo la presión de estas exigencias y con una fuerte sensación de inseguridad, ya que las empresas mismas se pueden desintegrar, o fusionar, sin garantizar la continuidad para los empleados.
Esta realidad, va delineando perfiles de personas con una alta competencia para moverse en la desestructuración y en la falta de orden. Hoy el trabajo obliga a mudanzas frecuentes, cambios de idioma, constantes viajes en avión y toma de decisiones permanentes. Además, este nuevo estilo implica cuestiones remarcables respecto del tiempo: se requiere desprenderse del pasado y el futuro se vuelve incierto ya que se complica la posibilidad de proyección, porque todo se vuelve muy cambiante. Como resultado de ello, se enfatiza el puro presente y lo instantáneo.
Hay que destacar que, a través de una compleja dinámica, esta nueva concepción del trabajo se implementa en una seductora trama, que incluye la ilusión de crecimiento de los trabajadores contemporáneos.
La cultura del trabajo vigente sostiene un discurso que promueve la innovación, la flexibilidad y la libertad pero, a la luz de los síntomas que presentan las personas, estos enunciados se revelan solo como una astucia semántica. ¿Cómo se vive haciendo frente a la falta de continuidad en los proyectos, sin tiempo y bajo presión constante? ¿Cómo soporta el cuerpo humano estas exigencias?
El estrés, la depresión y los ataques de pánico se han vuelto síntomas contemporáneos y hay que leerlos en correlación con el modo en que hoy se vive. Para tolerar las obligaciones del estilo de vida que hoy se impone, el cuerpo no debe estorbar. Para eso pueden seguirse los programas preventivos de salud, que incluyen dietas, ejercicios, manejo del estrés y chequeos periódicos pero, este cuidado del cuerpo requiere ser tan estricto que termina convirtiéndose en un mandato más. De todas maneras, lo propiamente humano insiste y, las marcas del desgaste y del exceso terminan por notarse. Sin embargo, no es fácil detenerse para admitir lo que se siente. A cambio de los procesos que ayudarían a la elaboración del malestar, se va aceptando el uso de los antidepresivos, ansiolíticos y sustancias químicas que sirven para mantener el ritmo de energía y lucidez constante que el mundo laboral hoy requiere. Con esos recursos pareciera que se logra soportar el vértigo y la inseguridad para poder seguir, siempre con la sensación de forzarse a recorrer un tramo más, de permanecer accesible a los cambios y listos para asumir riesgos. La incertidumbre quedó incorporada a la vida cotidiana y vivir al límite marca el estilo.
Sin embargo, lo que continúa igual a los viejos tiempos es que el trabajo es sustancial para los seres humanos y la forma en que se lleva a cabo, sigue siendo el modo en que se regula la vida. El mundo está hecho de lo que hacemos y las personas construyen su mundo con lo que hacen.
El trabajo da sentido a nuestra vida y ese núcleo de sentido, se extiende en todos los planos. La modalidad con que se trabaja es parte de nosotros, nos define, forja nuestro mundo y, al mismo tiempo, contribuye a armar el mundo colectivo. No es casual que la desregulación del tiempo que hace gravitar lo inmediato, lo efímero y la inestabilidad, también se traslade a la vida de relaciones y se traduzca en un sentimiento de falta de valor propio dentro del sistema.
También hay circunstancias que nos exceden, que surgen y van más allá de nuestro alcance. Las guerras, las catástrofes y la crisis económicas son un ejemplo de ello. Pero aun así, cada uno está obligado a decidir cómo responde a la situación. Dar nuestra propia respuesta es la libertad que siempre tenemos, incluso frente a aquello que no hemos promovido y, la decisión que se tome pondrá en juego una ética.
Los valores y los ideales contemporáneos incitan a creer que en el trabajo solo se trata de producir, acumular y expandir. Esta forma no contribuye a organizar un destino compartido, no se afianzan los lazos con los otros, no deja lugar para la solidaridad. Tampoco se promueve el crecimiento personal ya que la eficacia de la que hoy se trata, pone en suspenso la sensibilidad y la fatiga. A lo largo de las últimas décadas se ha afirmado esta concepción del trabajo y, devino una creencia que se instaló como una significación central en el corazón de occidente. Cuando hoy la crisis irrumpe, fractura estos dogmas y nos la oportunidad para explorar por la rendija que vuelve abrirse.
Las creencias son siempre representaciones, invenciones, sentidos que los seres humanos vamos dando y con los que la sociedad se cohesiona. Creemos en lo que ideamos pero esa creencia aunque sea sólida, no es estática sino mutable. La historia nos enseña que los sistemas de creencias son transformables, que una significación aceptada socialmente durante mucho tiempo puede cambiar, siempre es posible encontrar otro modo de entender y valorar la realidad.
Actualmente el mundo está frente a una crisis global que estalló en el terreno de las corporaciones del business pero, cuyos efectos van más allá del el ámbito económico – financiero. El sistema y sus instituciones ya no resultan tan confiables y comienzan a vacilar las creencias que se habían consolidado en los últimos años. Hoy, cuando la incertidumbre propia del modelo laboral se redobla, por la amenaza o la pérdida del empleo, y los dogmas en los que confiábamos están conmovidos hay que encontrar un modo de responder a la situación.
¿Será posible aprovechar mejor las condiciones diversidad que hoy se plantean en el ámbito laboral? ¿Podremos tener presente la vocación e incluir nuestra disposición cuando realizamos nuestro medio de vida? ¿Seremos capaces de dejarnos tentar por lo que tenemos para ofrecer y buscar los espacios donde eso pueda ponerse en juego? ¿Se tratará de hacer con otros para mitigar el sentimiento de vulnerabilidad que hoy atraviesa a los trabajadores? Las respuestas que cada uno pueda inventarse podrían contribuir a hacer de esta crisis la ocasión, de transformar los valores sobre los que conviene afirmar el mundo que construimos.
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“Desde diosas hasta reinas, de cortesanas hasta científicas, de actrices hasta santas, desde escritoras hasta políticas… hemos estado en todas partes, aunque un manto de silencio se empeñara en cubrirnos o ignorarnos”. Julia Navarro.
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