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Edición
42

El odio: Esa máquina de matar

Buenos Aires
Cuando el odio es lo que da sentido a la vida a quien lo ejerce. Reflexiones a propósito de los recientes ataques en Dayton y El Paso, en los Estados Unidos.
© JR Korpa

Que unos cientos de transeúntes en Times Square se trasformen en una muchedumbre que, aterrorizada, trata de salir de lo que podía ser una nueva escena de crimen, da testimonio de los efectos que produce el terror en los sujetos humanos.

Como después se supo, fue el sonido del caño de escape de una motocicleta que se confundió con disparos, lo que llevo a esta espantada, término que en su acepción más privilegiada habla de espanto. Habla del Terror con T mayúscula, como denominaba Charles Dickens a una época particular de la Revolución Francesa.

El Terror con T mayúscula dominando al resto de vocales y consonantes que componen la palabra, es ejercido por unos y padecido por otros. Lo que se propone es inmovilizar a las personas atemorizadas por lo que puede irrumpir o lo que es equivalente, como sucedió en Times Square, hacerlas mover hacia ninguna parte.

El terror es un socio privilegiado del  odio que se aprovisiona de argumentos y que si no los tiene, igualmente procede a construirlos. Como decía alguien: “Si el judío no existiera, los nazis lo hubieran inventado”.

el  odio le proporciona un sentido a la vida a quien lo ejerce.

El odio entonces necesita del otro para tener un destino verosímil. Y aunque lo verosímil no es igual a la verdad, alcanza para darle consistencia a una creencia tan desmesurada que inflama y enceguece a quien la sostiene.

Quizás esto pueda ser alguna explicación, algún sentido, del porque el asesino de Dayton dispara indiscriminadamente matando inclusive a su hermana. Pero tengamos en cuenta que las explicaciones siempre son provisorias y tienden a aliviarnos de lo que, en Macbeth de William Shakespeare, se dice: “La vida es un cuento narrada por un idiota lleno de ruido y de furia y carente de sentido”.

Aun así considero menos provisorio suponer que el  odio le proporciona un sentido a la vida a quien lo ejerce. Si como decía Freud estamos inmersos en el desamparo cotidiano, el odio es una magnifica y terrible cobertura frente a ese desamparo.

Y sin confusión:  hablamos de la peor manera de arreglárselas con esta cuestión y no de lo que implica disentir, confrontar o combatir a quienes están en una posición, en una doctrina equivocada o canalla.

Es que el odio en esta dirección solo toma en cuenta al otro como objeto para aniquilarlo y extraer algo de ese acto como si estuviera en una cantera. Esa extracción consistirá en adquirir en acto la vivencia íntima del poder de destrucción.

Esta máquina, el odio, es la protagonista de una deshumanización que arrasa con el sujeto y con su cualidad de semejante.

El director de una empresa de seguridad planteó acertadamente, a partir de estos hechos, que nos encontrábamos “ante un pozo negro”. Es decir, un agujero repleto de detritus y desechos y con una profundidad insondable.

Hay algo incalculable más allá de las hipótesis lineales a las que parecen rehusarse los primeros estudios y prefieren ser más cautelosos. Pero, sin embargo, nuevamente un detalle que abarca mucho. El tirador de El Paso se muestra – se entrega- ante uno de los policías que custodiaban el perímetro. El asesino se da a ver, ya sea en este caso extendiendo sus brazos para ser esposado, o en otros eliminado o suicidándose a la vista.

En este sentido el odio,  paradójicamente luego de la aniquilación que propicia, es un blanco móvil  para la mirada del Otro. Mirada que se replica, mediatiza, para que la irresistible fascinación por el horror que experimentan muchos, haga de las suyas.

Si estas líneas comenzaron con un detalle, considero oportuno cerrarlas con una aparente digresión.

Un campeón mundial de ajedrez entabla una partida con una computadora. El slogan que anunciaba el juego era ¿quién vencerá: el hombre o la máquina?

Esto puede reformularse así para nuestra época y para estos hechos: quien vencerá, ¿el hombre o la máquina de matar?

Esta máquina, el odio, es la protagonista de una deshumanización que arrasa con el sujeto y con su cualidad de semejante. Deja solo en pie la pulsión hostil exacerbada hasta el límite sin límite de ese pozo negro y de los instrumentos que puede utilizar.

Hay allí un sacrificio a dioses oscuros como afirmaba Jacques Lacan ya en 1938 o como en tiempos similares lo llevó a Freud a hablar del eterno combate entre Eros y Tánatos: Vida y Muerte, Amor y Odio. Un combate de resultado incierto y en el que sería difícil saber su resultado.

Será oportuno recordar que el Dr. Guillotin, inventor de una subsidiaria del Terror, perdió metafórica y literalmente su cabeza en el artefacto que llevaba su nombre.

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