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Edición
42

Impacto íntimo del ideal revolucionario

París
Laurence Debray, hija del filósofo francés Règis Debray y la antropóloga venezolana Elizabeth Burgos, aquella pareja de revolucionarios de izquierda, nos habla de cómo las elecciones de vida de los padres influyen sobre los hijos. Otra cara de una época mítica.
© Julieta Rakover

Ya hace unas cuantas décadas que dentro de La Historia -esta gran disciplina académica- se ha abierto un espacio de reconocimiento para que las reconstrucciones hechas desde la microhistoria puedan dar cuenta de los cambios y del paso del tiempo. Esta fascinante rama de la historia social rescata que la Gran Historia se compone de pequeños hechos, acontecimientos y vidas de individuos, y que bien vale la pena escuchar su voz.

En este sentido es interesantísimo lo que en esta entrevista nos cuenta Laurence Debray (1976), quien en una cálida y fluida conversación motivada por la presentación en español de su último libro Hija de Revolucionarios (Ed. Anagrama, 2018), nos develó una cara distinta de una época mítica. La cara de la herencia. Porque ella es la hija del intelectual y filósofo francés Règis Debray y la antropóloga venezolana Elizabeth Burgos, aquel par altamente comprometido con la causa de la Revolución Cubana y su expansión por el continente latinoamericano de la mano del Che Guevara, militantes acérrimos que, años más tarde, encontrarían una faceta institucional en la Francia de François Mitterrand.

¿Crees que tu historia de vida, aquella que en este libro reconstruyes con tus herramientas de historiadora y con mucho bagaje literario, es también una microhistoria que habla tanto del desencuentro cultural entre generaciones, como de las transformaciones de ciertas ideologías muy fuertes en el siglo XX y su entrada al XXI?

Tienes razón. Mi intención es hacer un poco un balance, pensar desde otro lado a esta generación tan mítica, porque hay muchos mitos de todos estos años sesenta y esos años heroicos de esta generación y de aquello que nos han dejado. Pero también quería mostrar el impacto íntimo de esos grandes compromisos, sobre la vida familiar, sobre la vida de una pareja. Porque sus convicciones eran como una fuerza invasora donde en la vida todo pasaba por la política: ¡Tu pareja pasaba por la política! ¿No ibas a casarte con una mujer de derecha, cierto? Entonces toda esa ideología organizó la vida de ellos [sus padres]. Y para mi generación que no tiene este estilo -porque yo no me construí así, no tengo este tipo de ideología y no voy a tomar las armas por una cosa o por otra- entonces, es preguntarse: ¿Tenemos derecho hoy a intentar entender o casi deconstruir esos mitos?

Ser la hija de una pareja de revolucionarios y militantes tan relevantes, estos padres miembros de aquella “cofradía juvenil” tan comprometida con su causa. ¿Qué marcas te ha dejado?

Por un lado, yo tuve que reconstruir de manera solitaria la historia, porque no me habían ayudado a hacerlo, mis padres no me habían transmitido toda esa parte de su historia. A lo mejor me habían protegido de eso y por ello no me lo habían contado. Porque lo cierto es que yo viví una vida muy cuidada en París, con mis abuelos paternos. Si bien tenía unos padres muy involucrados en un compromiso político, debo decir que viví una niñez muy protegida en Francia.

Indudablemente la política estaba muy presente en lo cotidiano, siempre era la principal preocupación de mis padres, para ellos no había nada ligero, vamos a decirlo así, la preocupación de ellos no era jugar con una niña sino intentar salvar el mundo.

Es cierto que era una infancia particular porque no era una vida familiar típica francesa por el hecho que, por un lado mi madre era venezolana y no tenía familia en París, y mi padre no tenía gran relación con su familia por razones políticas, entonces a lo mejor fue una infancia solitaria. Pero mis abuelos paternos son los que se ocuparon mucho de mi, me dieron ese marco de contención familiar. Indudablemente la política estaba muy presente en lo cotidiano, siempre era la principal preocupación de mis padres, para ellos no había nada ligero, vamos a decirlo así, la preocupación de ellos no era jugar con una niña sino intentar salvar el mundo.

¿Pero a esa niña la educaron dándole tanto la libertad de elegir como con las herramientas para hacerlo?

Es verdad, creo que me dieron la libertad. Ellos, como muchos de su generación, tomaron una libertad de construirse de manera diferente de sus padres y me transmitieron esa liberad que ellos gozaron; entonces me dieron, o tomé la libertad de hacer, de construirme de manera diferente de ellos. Yo creo que la libertad es algo que, cuando tú la tienes, la quieres transmitir. Pero es una gran responsabilidad, hay que saber construirse en esa libertad.

¿Y tú no crees que estaban tan convencidos de sus elecciones, de su verdad ideológica, de su forma de parase frente al mundo, que imaginaban que ibas a tomar la misma elección que ellos?

A lo mejor, pero no, porque creo que desde el principio se dieron cuenta que yo era muy diferente de ellos. Nunca los entendí y siempre los veía como gente un poco rara, no tuvimos esa simbiosis nunca. Yo cuento que ya de niña me encantaban las muñecas Barbies, me encantaba ir a comprar comida refinada y buena, y en cambio ellos no, para nada. ¡Siempre fueron unos extraterrestres para mí! Creo que les hubiera gustado que hiciera la misma elección que ellos, pero ya sabían un poco que andaba por otro lado. Incluso, creo que lo cuento en el libro, que mi padre se preguntaba “Bueno, ¿cómo es la transmisión genética, cómo funciona eso? ¿Por qué mi hija es así?” Yo no andaba en el mundo de ellos, siempre me quedé apartada. Pero eso es, quizás, porque tampoco me lo comentaban mucho, ellos estaban en la acción y no me explicaban.

Y ahora, como adulta y madre, qué crees que es más difícil ¿ser una figura pública coherente y dedicar la vida a honrar tus convicciones, o ser padre?

Creo que ser padre es súper difícil. Y sobre todo tener la coherencia entre tu vida, tus convicciones públicas y luego tu vida familiar. Lo que trato, ¡y es muy difícil!, es de tener esa coherencia entre los dos lugares.

lo que heredé también de mis padres creo, que son esos contactos de alto nivel que tuve la suerte de que fueran como mi familia y, aunque no tuve la suerte de crecer con otros niños, tuve la suerte de tener a estas figuras al lado mío. Gente que te guía.

Porque puedes tener grandes hombres políticos o públicos que invocan valores, aunque luego en casa, en su vida privada no hacen nada. Yo, por ejemplo, no estoy metida en ningún partido, pero tengo valores muy ecológicos entonces trato de que en mi día a día todo sea coherente con esa preocupación. Pero creo que ser padre es lo más difícil.

¿Y qué crees tú que has recibido de tus padres?

Bueno, trato de tener ese rigor intelectual que ellos tienen. Además, creo que me han transmitido también la libertad que ellos gozaron y me permitieron construirme de manera diferente de ellos. Pero también hubo una red de amigos, entre los que yo pasaba mi niñez y que fue algo muy bueno; formaron algo así como una familia elegida entre los que crecí, muchos de ellos eran los venezolanos del París de esa época, que eran gente sumamente interesante. No es el exilio forzado de ahora. Ellos eran grandes artistas, eran profesores, eran parte de un grupo que tenía un cierto nivel, inquietudes y formación. Entonces lo que heredé también de mis padres creo, que son esos contactos de alto nivel que tuve la suerte de que fueran como mi familia y, aunque no tuve la suerte de crecer con otros niños, tuve la suerte de tener a estas figuras al lado mío. Gente que te guía. Como mis padres no eran personas muy posesivas conmigo, entonces yo me dejé adoptar muy fácilmente.

¿Cómo te relacionas con las distintas lenguas?

Cada lengua es una personalidad para mí. Resulta que mi padre me educó sólo en francés, y prohibió a todo el mundo hablarme en otra cosa que no fuera el francés, entonces mi madre me educó en francés también. Era para él la lengua materna y tenía que tener la cultura francesa. Claro, que en esa época Francia era una potencia cultural y política. Pero luego, crecí, fui a vivir a España, aprendí el español -aunque yo ya hablaba español con mi familia en Venezuela, y para mi esa lengua es más sensual, es más cálida. El francés para mi es casi una lengua teórica de libros, yo estudié la literatura francesa y sumado a esto, está la relación que tengo con mi padre, que tiene un francés muy lindo pero un poco literario también, que no es el francés de la calle. Entonces tengo esa relación como teórica con el francés, algo un poco rígido, un poco formal. ¡Y con el español no! Para mí el español es la lengua del afecto, del amor, del cariño, del sol. La encuentro como más pragmática y creo que cada lengua que uso, pues me permite cambiar de personalidad. El inglés para mi es algo como la lengua práctica.

hay algo político, social y económico en cómo un país se derrumba, pero también una manera íntima de cómo uno se tiene que reconstruir con esto, cómo lo puede aceptar.

Y me gusta mucho esa fórmula que tenía Roberto Mata diciendo que “el inglés es esa cosa que se te pega como el chicle”. ¡Y es verdad! Creo que, para mí cada lengua tiene un sentido y un significado muy específico y me encanta pasar del inglés al español y al francés. Además, eso da una flexibilidad en el cerebro que te ayuda mucho, porque en la época de mi padre era todavía una Francia que se creía grande e importante, pero ahora si no hablas ni inglés ni español es imposible.

¿Cuál será tu próxima obra o cuál es tu nuevo desafío?

Ahora estoy trabajando sobre Venezuela, porque quiero entender mejor cómo un país, que me parecía una estructura inmutable, algo así como Notre Dame me parecía algo también inmutable, todo ese mundo que yo pensaba iba a ser siempre así, esa estructura donde todo funcionaba, abrías el grifo y salía agua, tenías electricidad, podías comprar más o menos, pero había comida en el supermercado, quiero entender cómo un país se puede derrumbar sin guerra. Y para mí, además, este era un país muy rico donde yo era muy feliz, donde todo era mucho más lujoso que en París, porque en París es todo un poco viejo, de otros siglos, un poco gris, un poco con la contaminación y todo eso, y Venezuela era para mí un paraíso. Entonces estoy viendo cómo aceptarlo, es algo muy íntimo, hay algo político, social y económico en cómo un país se derrumba, pero también una manera íntima de cómo uno se tiene que reconstruir con esto, cómo lo puede aceptar.

¿Y cómo encaras esto de apreciar un país de manera íntima?

Bueno, tienes esa relación muy física cuando llegas a un país querido. Yo era muy feliz al ir ahí, tenía mi familia, mis costumbres, mi playa favorita, y todo ese mundo desapareció. Entonces la pregunta es ¿cómo te reconstruyes después de eso?, porque es como un derrumbe, como una catástrofe y luego, ¿tú qué haces? ¿cómo inventas otro país, cómo lo aceptas? Es un duelo. Es como perder a alguien de la familia, ¿cómo te organizas de nuevo sin esa persona? Ver cómo no puedes ir porque ya no tienes pasaporte, o algo tan tonto como comer allí las arepas que me encantan, y todas esas cosas. Entonces, estoy haciendo una suerte de terapia, porque para mí, sabes, los libros son muy íntimos. Y así como la terapia que hice con mi identidad en este libro sobre la historia y relación con mis padres, ahora necesito una pequeña terapia sobre un país, sobre mi país.

¿Has hecho muchos años de psicoanálisis u otra terapia?

¡Ninguno! Solo escribo y me va muy bien así. Cada uno hace lo que puede a su manera, y yo, prefiero escribir.

Canta Johan Manuel Serrat «A menudo los hijos se nos parecen» y, sin embargo, esa no es la única forma en que nos dan una gran satisfacción; incluso pueden ser nuestros más severos críticos, probablemente porque no temen destruirnos con sus comentarios, sino que sólo intentan con ello separarse y construirse a sí mismos como individuos. Y cuando logran transitar victoriosos su propio camino ¡Vaya que nos dan una gran satisfacción! Esta, la de Laurence Debray hija de Règis y Elizabeth Burgos, es una historia de amor, de diferenciación, de respeto, de separación, de reconocimiento y de autoconstrucción que, desde su lugar, nos narra a la vez la historia de nuestro mundo.

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