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Ensayista, escritora, poeta, Cristina Rivera Garza ha transitado la literatura entre una variedad de géneros que la hacen acreedora de un nombre prestigioso en la literatura actual. Profesora de escritura creativa en la Universidad de Houston, cautiva a sus alumnos con una visión moderna que ve en el quehacer literario una posibilidad de conexión con el mundo en que vivimos.
Conversamos con ella a propósito de su visita a Miami, donde participó en la Feria del libro presentando Había mucha neblina o humo o no sé qué: caminar con Juan Rulfo.
¿Cómo es para ti ser profundamente mexicana y vivir en California? ¿Te sientes como decimos los inmigrantes un poco de aquí, un poco de allá?
Empiezas con uno de los temas fundamentales en todo lo que he hecho. Como sabes yo nací en la frontera, en Matamoros, Tamaulipas, que es la ciudad que está del otro lado de Brownsville, Texas. Llegué a este país en 1990 cuando vine a estudiar el doctorado y en ese tiempo he estado haciendo investigaciones sobre mi familia, sobre patrones de inmigración familiar etcétera. No hace mucho confirmé algo que he sabido por mucho tiempo pero que ha sido un conocimiento más bien borroso, y es que mis abuelos cruzaron la frontera en el inicio del siglo XX y vivieron toda su vida en Estados Unidos. Fueron después deportados en 1930 después del crash económico del 29, cuando hubo políticas de migración tan estrictas y tan crueles como la que estamos viviendo hoy. Mis abuelos se regresaron a México en los 30 años y encontraron un espacio donde continuar su vida precisamente en la frontera y años después yo nací. Pero te cuento esta historia porque creo que un poco contesta tu pregunta. Yo nací en la frontera y crecí en México pero tengo una raíz muy grande en este país. No es una raíz de esta generación, son generaciones de personas que han cruzado la frontera, que han trabajado y han hecho una vida en Estados Unidos y que por razones que todos conocemos y que nos tocan de distintas maneras fueron expulsados. Yo soy parte de la familia que emigramos hacia el sur en los 70 y yo crecí pensando que tenía esta raíz norteña fronteriza sin saber tanto como sé ahora que no es sólo norteña y fronteriza sino que pertenece también a este país, entonces creo que me siento profundamente ahora de ambos. Tengo familiares en México pero tengo creo más familiares en Estados Unidos. Con tantos años de trabajar acá, después de haber producido con y para este país creo que lo reclamo también como mío con todas sus imperfecciones y crueldades y me preocupa muchísimo por supuesto todo lo que ocurre México porque es mi querencia porque es donde también mantengo un diálogo literario que para mí es fundamental.
El tema de la frontera y los márgenes se cuela en una de tus obras: Nadie me verá llorar ahonda en el tema de la locura como ese margen de estar o no estar loco.
Que interesante conexión haces. Entre las cosas que es esta novela me gustaría pensar que es una carta de amor a la Ciudad de México y podría pensarse que por eso no tiene nada que ver con una experiencia fronteriza y sin embargo creo que lo que estás diciendo es cierto. Toda esta exploración es acerca de dónde queda la línea que define o que nos define como presuntamente normales, hay una reflexión sobre las fronteras que nos son impuestas, sobre las que podemos cruzar, sobre las líneas que nos expulsan. Siempre para mí ha sido interesante investigar qué son estas puertas.
La academia me ha dado el construir un foro donde he ido entrenando y construyendo esa voz que puede también lanzarse hacia fuera.
Eres escritora y profesora. ¿Cómo conviven en ti esas dos profesiones?
Yo nunca las he visto como opuestas. En Latinoamérica o en cierta generación de escritores hay una especie de hostilidad hacia la academia como si la academia fuera una camisa de fuerza o algo rígido, estricto y jerárquico. Cuando me dicen eso yo siempre contesto: “Bueno como si el mundo fuera libre sin jerarquías ni nada estricto.” Creo que vivimos en mundos complejos, imperfectos y si bien hay jerarquías dentro de la academia, también las hay afuera de ella. Siempre he tenido que trabajar y para mí la academia ha sido un espacio absolutamente importante. Primero para construir una voz. Yo crecí en un lugar donde había libros pero no la cantidad de libros que me puede dar una biblioteca pública. La academia me ha dado el construir un foro donde he ido entrenando y construyendo esa voz que puede también lanzarse hacia fuera. Pero creo que sin este pie en la academia habría sido muy difícil para alguien como yo, alguien viniendo de fuera de la ciudad de México de las orillas del país y de una familia nómades de trabajadores fronterizos, sin en el respaldo de las instituciones académicas, siendo mujer, siendo rebelde, contestona, creo que no habría podido sobrevivir mucho.
Tengo la fortuna de dar clases sobre cosas que me interesan muchísimo. Acabamos de lanzar este nuevo programa de doctorado en escritura creativa en español. Es un trabajo que me llena mucho, un trabajo que me permite seguir pensando en cosas que me interesan profundamente.
Me hablas de tus alumnos y tus clases de escritura creativa. ¿Cómo eres como profesora, qué esperas de tus alumnos, cómo te ven a ti?
De la experiencia universitaria a mí lo que me gusta es dar clase. Creo que una clase es una conversación entre personas. Vivimos en un mundo que desprecia mucho lo que hacemos, donde lo que se toma más en cuenta siempre son cuestiones de la ganancia versus la creación. Entonces poder participar con otros en la creación de pequeñas comunidades donde nos podemos dedicar al ejercicio de la crítica, a la lectura, a los asuntos pequeños e importantísimos de lo que es escribir, creo que para empezar es un gran privilegio. Y lo que a mí siempre me ha interesado de la relación estudiante-profesor, que es lo que me interesa también en la relación con el lector es producir un campo de conversación crítica.
Vivimos en un mundo que desprecia mucho lo que hacemos, donde lo que se toma más en cuenta siempre son cuestiones de la ganancia versus la creación.
Las clases para tus alumnos me parecen una especie de oasis…
Sí en ese sentido, pero también conectados. Me importa mucho un tipo de escritura que no se sienta en la torre de marfil, que pueda encontrar su manera de lanzarse hacia los lugares de dónde viene, hacia los grupos de hablantes, de practicantes de una lengua con la que nosotros trabajamos. Es ambas cosas me parece, un lugar protegido donde podamos compartir, dialogar, disentir pero también que podemos tener las herramientas para diseminar, para salir de nosotros, para regresar y para dar de regreso. Herramientas de las que estamos partiendo y con las que estamos trabajando.
Tú eres de las profesoras que le gusta aprender de sus alumnos.
Enormidades, aparte para mantenerme al tanto de qué está pasando, desde cuestiones tecnológicas hasta sociales, me gusta la gente joven que trae pregunta frescas y otras maneras de ver el mundo y de vivirlo.
Te mueves con mucha facilidad de un género a otro. ¿Cómo transitas ésto?
A mí me ha interesado muchísimo más que apegarme a géneros establecidos, utilizar herramientas o elementos de ciertos géneros para interrogar otros. Me interesa mucho trabajar entre los géneros, no necesariamente en uno o en otro sino en esos espacios medio fluidos medio borrosos pero muy vivos, muy palpitantes que se encuentran entre ellos.
En las fronteras…
En las fronteras otra vez, sí. No es tanto que yo decida de entrada, que un día me levante y diga voy a escribir un cuento que otro día diga hoy es un día dedicado a la poesía, sino más bien en el contacto que voy teniendo con mis materiales, con los temas, con los campos que voy explorando, creo que esa misma experiencia va exigiendo el uso de cierto tipo de herramientas. En el caso de Rulfo por ejemplo, un autor tan estudiado, tan conocido, tan querido, había que hurgarle, había que hacer tantos caminitos como pudiera para no encajonarlo y para no llegar a las mismas conclusiones a las que tantos otros habían llegado. Creo que en ese sentido esta exploración entre géneros permite una visión no sé si más amplia, pero al menos desde otro tipo de posición.
Y otro tipo de lectura, como tú dices la lectura también tiene que ser creativa.
Al menos esa es la intención. A mí los libros que me han dejado marcada son libros que me han permitido regresar al mundo donde vivo pero de alguna manera verlo de una perspectiva distinta y vivirlo de una manera distinta. No es nada más una cuestión de interpretación sino también son como instrucciones de vida en muchos sentidos. Simple o complejamente podernos imaginar que esto que estamos viviendo puede ser otra cosa, no sé si mejor o peor pero otra cosa. Creo que ahí reside una fuerza fundamental de la palabra escrita.
Tú dices que no te preparas para escribir de una manera u otra. ¿Tu tarea viene más del lado de la investigación?
Yo creo que cuando estamos escribiendo, independientemente si vamos a un archivo o no, estamos investigando, estamos buscando materiales. Habrá gente que se sienta y empieza a analizar, habrá otra que investiga sus sueños, otra sus viajes, lo que veo que se va formando es un campo de exploración. Durante nuestra vida hay miles de cosas que nos interesan. Yo he visto que, con lo que me quedo trabajando que se convierte habitualmente en libro, son esas cosas que no puedo explicar en mi vida cotidiana.
cada uno tenemos nuestras historias y nos apropiamos de esas escrituras desde nuestros puntos de vista. Entonces es bonito pensar, aunque tal vez utópico, que esta capacidad de crear cómplices en esta imaginación crítica…
Lejos de aislarte en una torre de marfil, eres una escritora inmersa en tu tiempo. En este sentido pareciera que tu escritura busca un cambio en la sociedad. ¿O es más bien una manera de mostrar las cosas que suceden para crear conciencia?
Parece una pregunta sencilla, pero no lo es, para nada. Creo que los libros cambian, la escritura cambia a quien se aproxima honesta y abiertamente a ella. No sé si la cambia de la manera en que decimos cambio con C mayúscula. No creo que un libro o la escritura cambie situaciones de hambre o de desigualdad, pero sí creo que estos elementos de la imaginación crítica, sí contribuyen a ver el mundo y vivir de manera distinta. Otra cosa, tal como lo decías tú hace rato, con la cuestión de la creatividad que implica la lectura, es que también es personal y cada uno tenemos nuestras historias y nos apropiamos de esas escrituras desde nuestros puntos de vista. Entonces es bonito pensar, aunque tal vez utópico, que esta capacidad de crear cómplices en esta imaginación crítica no nos lleva a un punto en común sino a varios, que podemos compartir o no de manera a veces momentánea, a veces efímera y dónde nos encontramos y nos volvemos a diseminar.
Creo que esa capacidad precisamente es lo más valioso del proceso de escritura, la capacidad de crear conexión, de crear esta complicidad con otros. Cuando sientes que tú conoces a un autor que has leído, ahí hay una complicidad personal que llevas contigo. No es una relación efímera, a veces son las relaciones más largas que tenemos en la vida. Crear esta capacidad de conexión, de saber que no estamos solos, creo que es fundamental. Desgraciadamente no creo que eso borre el hambre del planeta, la misoginia o la violencia pero creo que si tenemos más personas que convivan y se abracen en estos diferentes tipos de complicidades, pues me gusta más vivir en un mundo con eso que sin eso.
Lo que te hizo escribir ese Rulfo mío de mí: apropiarse de un autor después de investigarlo durante tanto tiempo, ¿ te da el coraje y la valentía de decir yo lo voy a mostrar como quiero y como lo veo?
cuando haces investigación de cuerpo presente terminas haciendo una investigación del presente. Quería ver cómo eran estos lugares que Rulfo había visitado quería estar ahí…
Cuando empecé a hacer la investigación yo quería hacerla de cuerpo presente, ir a los lugares que fueron importantes para la experiencia rulfiana. Gran parte del libro lo empecé cuando tuve un año sabático y viví en Oaxaca. Hice viajes a la montaña, me hice muchos amigos y lo interesante es que yo pensé que estaba haciendo una investigación de Rulfo a mediados del siglo XX , pero cuando haces investigación de cuerpo presente terminas haciendo una investigación del presente. Quería ver cómo eran estos lugares que Rulfo había visitado quería estar ahí, poner mi pie ahí, que no me contaran. A Rulfo se le ha visto mucho desde Jalisco donde nació, se le ha visto mucho también de la Ciudad de México, pero faltaban estos otros elementos. Alguien que es un agente de ventas viaja mucho, alguien que le gusta caminar, que participa en lo que eran entonces áreas remotas del país. Y creo que esta otra experiencia que viene también de mi experiencia nómade, fronteriza, yo también la quería recuperar para meterla con una especie de cuña a una narrativa ya muy establecida, ya muy conocida de Rulfo y su obra.
Me parece importante que si queremos que lectores del mundo de hoy nos lean, más vale que escribamos libros relevantes para la vida de hoy y eso no quiere decir dejar atrás tradiciones que me parece están ahí para hacer actualizadas, revertidas, subvertidas, trabajadas en lugar de ser vistas nada más como puntos de adoración a críticos. Con una competencia tan grande como la que tenemos en nuestro mundo contemporáneo da miedo, qué vamos a hacer con nuestras herramientas, las palabras, que son humildes pero son muy poderosas. Porque todo tiene que ver con el lenguaje, pero ante eso es muy importante estar bien plantados en el presente para poder comunicarnos, para crear esas complicidades con el mundo en que vivimos para no ser expulsados de aquí también.
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