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La lengua, cada vez más, viene estableciéndose como campo de las luchas de identidad. Grupos minoritarios y grupos objeto de prejuicio asumen una postura de combate a determinadas formulaciones lingüísticas, ya que reconocen al lenguaje como vehículo de propagación de prejuicios. Parece haber en esta postura la asunción del lenguaje como creador de realidades que, para ser combatidas, requiere el corte de su raíz en la lengua.
Más allá de la incuestionable legitimidad de las luchas de identidad –lo que no está en discusión aquí– propongo una reflexión sobre algunas de sus estrategias, sus probables equívocos y exageraciones en la diseminación de sus modos de combate. Son varias las estrategias de esa lucha. Entre ellas se destacan el cambio de algunas normas gramaticales, la supresión o modificación de palabras cargadas -o supuestamente cargadas- de prejuicios, y el cambio en la forma del plural que condensa sustantivos de dos géneros.
En cuanto a la supresión de palabras prejuiciosas, tomo como ejemplo el uso de la palabra “aclarar” en algunos grupos en Brasil. Aclarar viene del latín clarus que quiere decir nítido, sin sombras, y tiene como significado iluminar, elucidar. Pues bien, esta palabra fue condenada y prohibida por algunos que no la pronuncian más – en algunos casos la sustituyen por ennegrecer- en virtud de su supuesta referencia al color de piel blanca. Ahora bien, la palabra aclarar no se refiere al color de piel sino a la luz que hace visibles las cosas, y es en este sentido que una buena idea es esclarecedora, las “aclara”.
La tendencia a la supresión de las diferencias no cabe bien en la lengua que está toda anclada en una estructura de elementos diferenciales.
Otro ejemplo es el embrollo del plural, donde reina la confusión y la polémica incluso entre aliados en esa lucha. En portugués y español, la norma requiere la concordancia con el masculino cuando hay sustantivos de los dos géneros, que es el caso cuando nos referimos a individuos de ambos sexos. La búsqueda por la neutralidad de género propone sustituir las terminaciones nominales -que indican las flexiones de género y número- no sólo en los casos del plural, sino también en algunos sustantivos y adjetivos. La sustitución en el portugués se hace por el @, por la letra E, y, más comúnmente por X; y en el español se sustituyen las terminaciones por la E.
Cuando el plural se refiere a individuos y abarca un conjunto que reúne a ambos sexos, tal reunión podría establecerse bajo la égida de la humanidad, que es lo que los elementos de este conjunto tienen en común. Pero el sentido de ser humano en la palabra hombre fue tragado por otro sentido de esa misma palabra: individuo del sexo masculino. Y este último acabó por asumir el status de neutro universal en lugar de condición humana. Desde que se considera la neutralidad del universal humano donde caen, o deberían caer, todas sus pequeñas diferencias -a veces irritantemente máximas- la concordancia del plural en el masculino no reproduciría un prejuicio machista. El problema es que hombre, ser humano, fue subsumido por hombre varón.
Una complicación, en relación a las personas, es que el género del sustantivo designa al sexo, y el sexo biológico y la identidad de género no son siempre coincidentes. La sustitución de las terminaciones nominales por la letra X en portugués, da como resultado algo impronunciable -sólo se puede utilizar en forma escrita- restringida a una elite socioeconómica e intelectual; resultado de un forzamiento lenguajero de eficacia dudosa y evidentemente limitada. Así mismo, ¿será que tiene la potencia de cambiar los conceptos de género y solucionar sus prejuicios? La tendencia a la supresión de las diferencias no cabe bien en la lengua que está toda anclada en una estructura de elementos diferenciales.
La incorporación del género neutro al masculino no es, por lo tanto, atribuible al machismo. Su desaparición en las lenguas neolatinas fue natural, consecuencia de no ser posible aplicar el neutro a todos los sustantivos.
En relación a la neutralidad, podemos considerarla en dos planos: en la lengua y en el lenguaje. En el latín, originalmente, existían tres géneros gramaticales, el femenino, el masculino y el neutro -ni masculino, ni femenino- utilizado para los seres inanimados. Con los desdoblamientos de la lengua en su uso corriente en el latín vulgar, el género masculino absorbió al neutro. La subsunción del género neutro al masculino es atribuida -por algunos estudiosos de la lengua- a la arbitrariedad de la evolución fonética: dada la semejanza sonora entre ambos, uno acabó por cooptar al otro. La terminación de los géneros neutro y masculino era similar, como se ve en el ejemplo: templum/ templu/ templo. La incorporación del género neutro al masculino no es, por lo tanto, atribuible al machismo. Su desaparición en las lenguas neolatinas fue natural, consecuencia de no ser posible aplicar el neutro a todos los sustantivos. Sin embargo, sabemos que las palabras, lo que se dice y lo que se piensa, van asumiendo distintas significaciones y el lenguaje, este sí puede ser machista –aunque la desaparición del neutro haya sido un evento lingüístico arbitrario.
Aunque las lenguas neolatinas hubieran preservado el género neutro, ¿sería posible contar con la neutralidad del lenguaje? ¿Es posible concebir la neutralidad en una categoría que tenga potencia de determinación? ¿Tiene la potencia de crear realidades? Ser mujer en la Europa del final del siglo XIX, era diferente de ser mujer en la Europa del siglo XXI, que es diferente de ser mujer en un país musulmán o en una tribu africana hoy, o en la USP (universidad de San Pablo), o en la iglesia universal del reino de dios; justo porque los géneros son conceptos determinados histórica y socioculturalmente. El lenguaje crea esas realidades, no contamos con una matriz natural y original generadora de una esencia que pudiera garantizar la estabilidad de ningún género o de alguna identidad. Es en ese sentido que no se encuentra neutralidad en el lenguaje, una vez que él desestabiliza aquella supuesta esencia original, o revela su carácter fallido. No es por nacer con un útero que el destino de una mujer es dar vida.
Aunque las coordenadas históricas y socioculturales ofrezcan cierta consistencia de identidad a las condiciones de ser –ser hombre, ser mujer, ser homosexual, ser trans, ser niña, ser niño, etc.– éstas no son fijas e inmutables, no tienen un valor en sí, ni una significación en sí mismas: una se define en relación a la otra a partir de las coordenadas de su tiempo y espacio.
El ser humano, justamente por ser (ser de) lenguaje, sobrepasa su cuerpo, no lo sufre como un dato biológico inexorable determinante de su suerte.
La historia y las distintas culturas muestran que los cambios en el hombre o en la mujer son cambios en la concepción de hombre y mujer. Ser mujer o ser hombre es lo que se dice y se piensa de eso. «El niño se viste azul y la niña viste rosa.» –dijo la actual Ministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos del gobierno brasileño, Damaris Alves). El predicado confiere consistencia al ser del niño que podría prolongarse con infinitas denominaciones: niño es aquel que se viste de azul, juega con autitos y lucha, es más travieso, agitado, etc. Bien se ve como el predicado hace ser, conformando niño y niña en un modo de ser.
Se localiza aquí una enorme fuente de prejuicios, sobre todo cuando se confunde esa realidad lenguajera con un dato natural, desconsiderándose el carácter convencional de esas designaciones y asumiéndolas como realidades per se. Es lo que hace la ministra cuando desconoce que su afirmación tiene validez restringida al contexto en que ella vive o se ha creado, su comunidad, su iglesia y no cabe su postulación universal. Suponer que estos modos de ser son universales es ignorar su carácter convencional y contingente.
El problema con el predicado es que, al definir y denominar, engendra una consistencia al sujeto dando una ilusión de esencialidad, sustancialidad inherente a este. Sin embargo, tal efecto es consecuencia del funcionamiento del lenguaje que engendra seres. Los modos de ser hombre, mujer, homo, etc, provienen de sus definiciones, no son, simplemente, expresiones de la naturaleza. Si así fuera, cualquier comportamiento, atributo o forma de expresión que escapara al dictado por lo natural sería desviador, anormal. El predicado es conmutable, llenado con las coordenadas de la cultura de una época. La homosexualidad ya fue establecida como perversión en alguna nosografía, pero ella es sólo otra versión de la sexualidad. Se entiende: otra en relación a la versión heteronormativa.
Así, las identidades se constituyen a partir de sus predicaciones – las designaciones, denominaciones que recubre la inconsistencia de las esencias o de la falta en ser esencial. Si esto es desconsiderado, se atribuye la identidad a una obra de la naturaleza. Lo que es otra concepción – ¡fíjense que no podemos escaparnos de ellas! Sin embargo, la concepción de la identidad como efecto de la naturaleza es aprisionarte, es fuente de racismo y de otras formas de intolerancia, ya que establece un modelo único, un padrón universal. Y, como corolario, rechaza lo que difiere del modelo como desviante y anormal.
El ser humano, justamente por ser (ser de) lenguaje, sobrepasa su cuerpo, no lo sufre como un dato biológico inexorable determinante de su suerte. Con la debida venia, Sr. Bonaparte: ¡la anatomía no es (el) destino!
Traducción: Carina Rodriguez Sciutto
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2 Comentarios
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Lo del lenguaje inclusivo, en mi opinión, se trata de un juego con las palabras para hacer notar esa disyunción entre «biología» y el otro plano de la «identidad».