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El psicoanálisis está convocado a participar en este debate que, finalmente, recae sobre la responsabilidad. Sobre la nuestra y sobre la de los jóvenes también.
1. Lo que cambia y lo que no, en la definición de la adolescencia
A partir de la Revolución Francesa la distinción de un período situado entre la infancia y la edad adulta se ha impuesto progresivamente. Fueron los señores de la Ilustración quienes empezaron a dedicarle una atención especial a esa época de la vida y a intentar diseñar una educación adecuada o específica para esos años. Rousseau decía algo muy sugerente respecto a la adolescencia: «Nosotros nacemos -por así decir- dos veces. Una para existir, y la otra para vivir. Una para la especie, y la otra para el sexo». Podemos suscribirlo hoy mismo, porque se trata de una constante estructural. En el siglo XVIII, época de la Revolución Francesa, aparece la distinción entre todos los ciudadanos -es el momento de la Declaración de los Derechos del Hombre– la distinción a partir de las edades de la vida. Antes de la revolución había otras distinciones: la nobleza, el clero, el Estado, etc… Con los Derechos del hombre se eliminan las diferencias entre la ciudadanía y, a la vez, se establece una democratización de las edades de la vida. Y por lo tanto, surge la necesidad de pensar la educación que se podía y se debía dar a los jóvenes, de modo tal que, en el futuro, pudieran ser Buenos ciudadanos.
No parece que esta preocupación esté muy lejana de las nuestras, aunque su forma es, ciertamente diferente. ¿Cómo podemos hacer para favorecer que los jóvenes sean civilizados, buenos ciudadanos, para que conozcan los beneficios de participar activamente en una comunidad, aunque eso sea al precio de ciertos deberes que la comunidad requiere para poder gozar de sus beneficios?. Es un hecho que la época actual se caracteriza fundamentalmente por demandas reivindicativas, por enunciados diversos del «tengo derecho a». Y no parece como «políticamente correcto» el mencionar los deberes, las obligaciones que conlleva, porque estamos inmersos en un estado general de permisividad, de laxitud respecto a las leyes, a las normas y en la que las éticas de la renuncia ya no son eficaces. Vivimos en un clima de desconcierto general respecto de la función de la autoridad, de lo que está permitido y de lo que no, con unos límites difíciles de establecer. El psicoanálisis está convocado a participar en este debate que, finalmente, recae sobre la responsabilidad. Sobre la nuestra y sobre la de los jóvenes también.
…la responsabilidad es una posición y por lo tanto no puede demandarse, se asume o no.
No podemos aceptar que a los menores de edad, ya sean niños o adolescentes, no se les pueda exigir ninguna responsabilidad, pero a partir de esta toma de posición el problema surge al intentar definir respecto a qué y de qué modo convocarles a una responsabilidad subjetiva. Pero la responsabilidad es una posición y por lo tanto no puede demandarse, se asume o no.
¿Cómo crear las condiciones para que dicha posición sea posible? Se ha producido un abismo entre los adultos y los jóvenes. Habitualmente, ellos dicen que están hartos de nosotros, de los adultos. Hartos, agobiados de demandas, de obligaciones, de tareas. El adolescente, el niño, es permanentemente mirado por el Otro, que lo evalúa, lo vigila: A ver si se droga, a ver si se cuida de los peligros del SIDA, a ver si hace los deberes, a ver si…. Se trata de una presión muy fuerte que también puede formularse en imperativos del adulto sobre el joven del tipo, «hablemos», «dime qué te pasa», lo que en muchas ocasiones determina que no encuentren otra solución sino escapar, huir de esa presencia constante de las expectativas y demandas del adulto.
2. La adolescencia es una crisis subjetiva
A partir de la Revolución Francesa, durante el siglo XIX, y aún más en el siglo XX, la adolescencia es caracterizada como una época de crisis, crisis psicológica por la transformación del cuerpo; y crisis vista desde el punto de vista social por la peligrosidad potencial atribuida a los jóvenes. A tal punto que Lombroso llegó a decir que cuando se ve a dos jóvenes juntos, seguramente están haciendo algo malo. La idea de que había que vigilar de cerca a la juventud, que se consideraba potencialmente peligrosa, fue cobrando fuerza. Como consecuencia, la conducta de los jóvenes se definía por la ocultación, por amistades y lecturas clandestinas. Gran parte de la actividad artística, de la poesía, de ciertas novelas se hicieron así, a escondidas.
Era habitual la escritura de un diario, donde se registraban las cosas más secretas, que era preciso hurtar al conocimiento de los adultos. Por otra parte, las revueltas juveniles, desde las producidas en los colegios, hasta los fenómenos de bandas urbanas, han ocupado siempre a los científicos, a los pedagogos, a aquellos que diseñaban cómo hacer para orientar a la juventud. Se trataba de cuidar esa potencialidad peligrosa porque, a la vez, podía convertirse en una potencialidad positiva si se conseguía dirigirla correctamente.
…¿cómo hacer para que los jóvenes se interesen en el saber, en la cultura, en los símbolos, en la obra de la civilización. Ésta es la gran apuesta.
Al final del siglo XIX, fue escrita una obra, que es para nosotros una referencia fundamental, El despertar de la primavera, de Wedekind. Es una pieza de teatro en la cual se plantean los dilemas estructurales, intemporales del adolescente. En cada uno de los personajes, se ven reflejadas distintas maneras de vivir lo que se denomina el conflicto de la adolescencia, lo fundamental de ese momento de la vida, que se suele llamar «crisis de la adolescencia». Podemos conservar el término de crisis porque, finalmente, podemos decir que es una crisis del deseo, una crisis de la identidad. El sujeto debe pasar de hablar y comportarse, de habitar un cuerpo infantil, a tener que hablar, comportarse, habitar un cuerpo adulto y sexuado. Esa es la gran prueba imposible de eludir, un acontecimiento irreversible.
Pero no existe ninguna respuesta prefabricada para poder resolver esta crisis subjetiva, cada uno debe afrontarla y encontrar una resolución particular. No existe una ley matemática que establezca cómo los chicos se juntan con las chicas, una ley que precise cómo regular los encuentros sexuales de los seres que hablan. Por esa razón hablamos de sexualidad y no de apareamiento, la sexualidad humana no es «natural». A diferencia de la física, que sí puede establecer la ley de la gravitación universal de los cuerpos, no existe una ley que regule el goce del encuentro entre los cuerpos sexuados. Y debido a esta ausencia, la sexualidad es un problema. Por eso, podemos caracterizar el encuentro real con la sexualidad como una crisis lógica, un problema lógico, un problema estructural al ser hablante. Como no hay respuesta estándar prefabricada, frente a la sexualidad, cada cual la resuelve como puede. Muchas veces se resuelve más o menos bien y funciona. Pero en muchísimos casos no es así. Por este motivo debemos estar muy atentos a la angustia, al malestar, al padecimiento que genera en los jóvenes atravesar estos años.
3. La crisis de la civilización
Además, en esa época de la vida, compleja en sí misma porque se ha de afrontar una crisis, también se trata de elaborar un proyecto vital, se debe producir la necesaria separación de los padres, del entorno familiar. A partir de este momento es preciso funcionar con una identificación personal, propia. El referente fundamental ya no es la familia y el sujeto comienza a asumir sus cosas, sus cosas importantes. Se trata de un momento extremadamente delicado, extremadamente complejo, de una dolorosa transición.
…estamos asistiendo a una mutación de la civilización que afecta a las instituciones que considerábamos referentes más o menos seguros o estables como la pareja, la familia, el amor, el trabajo, la comunidad, la sociedad…
Si a esta complicada situación, le sumamos además la gran crisis de la civilización a la que estamos asistiendo, comprenderemos porqué a los jóvenes de hoy se les hace doblemente complicado el atravesamiento de este período de la adolescencia. Lo sepamos o no, seamos profundamente conscientes o no, lo cierto es que estamos asistiendo a una mutación de la civilización que afecta a las instituciones que considerábamos referentes más o menos seguros o estables como la pareja, la familia, el amor, el trabajo, la comunidad, la sociedad… Todas estas instituciones se encuentran hoy bajo el signo de la precariedad, de la incertidumbre, de un cierto cuestionamiento. No nos extrañe que haya grupos juveniles, tribus urbanas que han escogido como eslogan: no future, «no hay futuro». Porque frente a esa incertidumbre, a la angustia que genera en todos nosotros la precariedad del mundo actual, el adolescente se encuentra doblemente desprotegido.
Para orientarnos, debemos estar al tanto de estudios que nos ayudan a comprender el momento actual. Por ejemplo, los análisis del sociólogo alemán, Ulrich Beck, interesado particularmente por estudiar los fenómenos actuales, sociales, individuales, desde un punto de vista realista, no es nostálgico, ni pesimista. Hay un sector de pensadores que han decretado ya el fin de la historia, el fin del pensamiento, el fin de la filosofía y del arte y que parecen no ofrecer ninguna alternativa para poder continuar, y aquellos otros que no ven otra solución que la restauración de las formas tradicionales.
Pero existen otros, que afrontan esta época de profundísimos cambios, intentan comprenderla y avanzar. Este es el caso de Beck, también de Mafessoli quien ha escrito un libro imprescindible sobre las tribus urbanas, en el que aprecia el dinamismo y la capacidad de acción de la sociedad actual, y los nuevos modos de organización social que se están elaborando. Debemos interesarnos por estas nuevas formas sociales que van configurando los jóvenes actuales. Se trata de fortalecer, de buscar puntos de encuentro para acoger a otros jóvenes que están más desorientados, errantes, caídos de la relación a los demás. Son jóvenes de alto riesgo, su subjetividad está en riesgo y por eso son más frágiles ante el alcohol, las drogas, los pasajes al acto suicidas, también lo son aquellos que padecen síntomas graves como anorexia, bulimia. Estos chavales acusan con mayor intensidad su propia crisis individual, con el agregado de la crisis mundial, de la crisis social que estamos atravesando.
4. La adolescencia no es un sueño
Se pensó en reeditar El despertar de la primavera de Wedekind con un prólogo de Jacques Lacan, en el que señala que «soñar con las chicas, para los jóvenes, no las vuelve más accesibles a la edad donde normalmente se piensa en ello». Así se resume la problemática esencial del adolescente: su propia declaración como ser sexuado, y como ser que tiene un proyecto vital. Ambas cosas están unidas porque en ambas está en juego el deseo, la esencia misma del hombre, según palabras de Spinoza. Cuando no puede afrontar el diseño individual, subjetivo, mediante una solución particular que hace posible asumirse como sexuado y afrontar la vida, surgen la tentación suicida, la angustia, los trastornos de carácter, los cambios de humor, la insatisfacción permanente, las mentiras, las fabulaciones, el descontento consigo mismo y con los demás, el comportamiento irrespetuoso frente a los padres, a los profesores… En suma, esta crisis subjetiva es el centro de la «polisintomatología del adolescente», según la expresión de Alexander Stevens.
Una vez reconocida la verdadera dimensión del problema, ¿cómo podemos ayudarlos a subjetivar, a hacer propio ese sufrimiento que muchas veces están acusando, sin siquiera darse cuenta?. ¿De qué modo los orientamos para que tomen la cuota de responsabilidad que les corresponde en la encrucijada que están atravesando? Porque habitualmente piensan que los adultos, los padres, los profesores, son unos «pesados» que, además, en ocasiones, quieren llevarlos a consulta de un psi. ¿Cómo ayudar a esos jóvenes para que puedan afrontar ese tránsito, cuando están realmente en dificultad?. Esa es precisamente la responsabilidad de los «adultos de proximidad».
Esta fórmula se la debo a un colega, Francesc Vilá, experto en problemas de adolescencia, que trabaja con adolescentes en dificultad, en la fundación Cassià de Barcelona. Actualmente ha puesto en marcha un proyecto institucional en el que acoge los jóvenes en crisis. Un lugar donde pueden «localizar» su crisis, alojarla en un lugar simbólico, e intentar idear una solución. Se trata de un lugar donde pueden reunirse y tomarse un tiempo para tomar decisiones. Porque ocurre también que, muchas veces, los adultos responsables de jóvenes, de niños, se ven llevados a tomar decisiones muy importantes de forma precipitada. Trabajadores sociales, psicólogos, gente que trabaja con hogares de adopción y de acogida, médicos, abogados, juristas… Distintos profesionales e instituciones que deben tomar decisiones cruciales en la vida de los jóvenes y muchas veces no disponen de la oportunidad de sentarse un momento para pensar, para conversar acerca de las consecuencias subjetivas que puede acarrear su decisión. Es cierto que hay muchas cosas de las que ocuparse, que existe la burocracia y que ciertas cosas «no se pueden dejar para mañana». Sin embargo, lo que vemos y nos indica la experiencia, es que muchas veces, conviene dejarlas un poco para mañana, de tal modo que la decisión sea responsable y razonada.
Es urgente que se puedan elaborar recursos para proteger la subjetividad de muchos jóvenes condenados a la marginalidad, producto de la inmigración, jóvenes segregados, fracasados, sin norte. Es importante ocuparse de ellos y hacer un trabajo comunitario adecuado a su dificultad, pero para ello es necesaria la implicación de todos los adultos de proximidad: padres, pedagogos, tutores, políticos. Se trata de elaborar soluciones realistas, que tomen en cuenta todas las particularidades, no se trata de diseñar soluciones abstractas, de laboratorio, estandarizadas por estadísticas. La clínica del sujeto es la clínica de las particularidades, aunque el horizonte de las estrategias sea el de acceder a soluciones colectivas o comunitarias.
5. El CIEN
El Centro Interdisciplinario sobre la infancia, dirigido por Judith Miller, reúne una red de profesionales europeos que se ocupan de la infancia y la juventud, constituye actualmente una referencia fundamental en la investigación de los problemas y soluciones que se están elaborando en relación a problemas acuciantes de violencia, fracaso escolar, síntomas actuales de los menores.
…comprobamos que las soluciones factibles nunca pueden ser generales, estandarizadas, abstractas.
Al leer sus referencias, al conocer sus dispositivos, comprobamos que las soluciones factibles nunca pueden ser generales, estandarizadas, abstractas. No podemos trabajar con niños y jóvenes abstractos. Tenemos que trabajar con los niños y jóvenes de hoy, los que existen, los que conocemos, los que nos hablan y a los que nosotros hablamos. En ese sentido, es muy ilustrativo lo que se está desarrollando en distintas ciudades de Francia con «jóvenes difíciles», con jóvenes «duros», sin techo ni ley, que viven en situaciones muy complicadas, familiares y sociales. Los trabajos del Cien (la sigla es CIEN) han retomado las propias soluciones que los jóvenes han ido encontrando, sus formas de reunirse, de estar con otros. Es el caso del universo que se ha creado en torno al hip-hop, que actualmente existe ya como una comunidad simbólica de gran importancia. Debemos estar atentos a estas nuevas formas de gregarismo porque en ellas surgen nuevas formas de autoridad, nuevos valores. Son precisamente estos nuevos grupos sociales los que nos pueden orientar sobre los modos de gozar que reúnen a los jóvenes y conferirles legitimidad para que puedan ser incorporados en el gran abanico de la civilización. Como decía Eric Laurent, debemos ser permeables a las invenciones, admitir su valor simbólico, su importancia para el lazo social.
El problema es que los adultos no se encuentran menos desorientados. Es la condición actual del hombre en la civilización contemporánea que Jacques-Alain Miller ha definido como «el hombre sin brújula», el hombre moderno, el hombre posmoderno, es el que se enfrenta todos los días a la adversidad, a la precariedad, a lo incierto. Por eso debemos intentar estar al tanto de cuáles son las transformaciones que se están produciendo, que estamos atravesando, y cuáles son las respuestas que se están generando, para participar dignamente en la tarea de la civilización.
Ulrich Beck, en su libro Hijos de la libertad, define la época actual como la segunda modernidad. Si la modernidad fue la lucha de los hombres por conquistar la libertad de las comunidades, la libertad de los estados, de los países; la nueva modernidad se caracteriza por la lucha por la conquista de las libertades individuales. Nunca antes las personas fueron tan libres para diseñar su biografía individual: cuándo van a tener los hijos, cuándo van a terminar la carrera, si van a hacer un master, o a comprometerse en una hipoteca… En fin, un programa de decisiones importantes que hoy se pueden planear, se pueden elegir. Pero paradójicamente, es en este mundo de libertades en el que se acentúa la desorientación, ¿qué es lo mejor, qué es lo correcto?.
6. Nuestra responsabilidad
Por eso es importante que los adultos tomemos la parte de responsabilidad que nos toca en relación a nuestras acciones. Debemos afrontar las nuevas interpretaciones de la adolescencia, de la juventud, debemos afrontar nuevas maneras de concebir la educación. El camino no pasa por pensar soluciones regresivas, por volver a los modelos tradicionales. Se trata más bien de reconocer la realidad que vivimos, nos encontramos frente a nuevas formas de educación, nuevas formas de transmisión, que han surgido a causa de la crisis de valores. Uno de los aspectos de la crisis afecta a los valores que debemos transmitir. Hasta tal punto es así, que cualquier niño puede preguntarle a cualquier profesor: «Pero, ¿para qué voy a estudiar esto?, ¿para qué sirve?».
Se puede constatar que el profesor se deprime porque siente que no tiene nada que enseñar, que lo suyo ya no interesa a nadie. En España, el colectivo de docentes, es de mayor incidencia de bajas por depresión, en Francia ya se ha inventado una patología para este problema, la «fobia del enseñante». Los docentes sufren de tener que dar clases, sufren de estar obligados a encontrarse chicos que no quieren estudiar. Sufren de los problemas de conducta, de la falta de respeto, se quejan de no hay civilidad, de la dificultad de imponer límites. Hay una verdadera crisis de los límites. ¿Cómo hacer para pensar una educación posible en ese contexto sin recurrir a ideales? Porque en este momento hay una crisis de los ideales y, por lo tanto, no existen respuestas fabricadas, que nos den la receta de lo que tenemos que hacer.
Las experiencias de todos estos colectivos de trabajo con adolescentes de alto riesgo, son muy provechosas. Por ejemplo, nos ilustran acerca de las nuevas formas de interesar a los jóvenes en la historia, en los clásicos, a partir de un intento creativo de vincular el presente con referencias anteriores, despertando su interés, su curiosidad, su deseo de saber. Es cierto que la educación no puede eludir el esfuerzo que debemos hacer por conectar este mundo con el pasado, pero se trata de una conexión muy difícil de lograr debido a que lo cultural, el saber depositado durante siglos, ha perdido autoridad. Se otorga autoridad y eficacia a las nuevas tecnologías, a la ciencia, pero no al saber que se ha ido fabricando poco a poco con todos estos siglos.
Entonces, ¿cómo hacer para que los jóvenes se interesen en el saber, en la cultura, en los símbolos, en la obra de la civilización. Ésta es la gran apuesta. Que puedan sentir que pertenecen a una cadena simbólica, que no están desenganchados del mundo, que no están desenganchados de los ancestros, de los que estuvieron antes. Si intentamos contárselo como hacíamos tradicionalmente, se aburren, no es divertido, sobretodo en una época como la nuestra, en la que la búsqueda de la satisfacción no admite dilaciones. Se ha producido un cambio de registro con la forma en que nosotros nos hemos formado, en la que el saber era una promesa futura, algo a conquistar. Verificamos que se produce una distinta «longitud de onda». Ellos están en una y los adultos en otra. Somos los padres modernos con hijos posmodernos, con los que no sabemos muy bien qué hacer, cómo establecer una verdadera conversación. En el arte de la conversación el que habla es reconocido como sujeto y su enunciación debe ser respetada. Debemos empezar a conversar de lo que les interesa a ellos, no a nosotros.
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4 Comentarios
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no me sirvio para nada
esta information
Excelente artículo, felicitaciones, me sirvió bastante!