Por esto no vemos con extrañeza que a comienzos de este mes el presidente Clinton se haya unido a una de éstas, hablando sobre su experiencia infantil como niño obeso, cuestión que explicaría los problemas cardíacos que ha experimentado en su vida actual de adulto [2]. En este sentido, desea que otros aprendan de su historia, para que no la repitan. Lo anterior implicaría que los jóvenes y niños de hoy adopten ya mismo, hábitos de vida saludable, alimentación balanceada, ejercicio físico regular, no fumar, tomar con moderación, etc.
Deducimos que, antes de inyectar un propósito universal, por bien fundamentado en la moral colectiva y los valores comunales, hay que saber qué función cumple la conducta que se quiere erradicar en la vida de cada persona, cómo ha llegado a cultivar el hábito «negativo», para desde allí calcular en detalle cuales serían las consecuencias de un cambio en su cotidianidad.
Hasta el popular Monstruo Come–Galletas (Cookie Monster) de Plaza Sésamo ha decidido darle un vuelco a su vida y se ha puesto a régimen: aumentó el consumo de frutas y verduras, mientras ha limitado la ingesta de galletas, por estar repletas de carbohidratos y grasas saturadas. Algunos se preguntan si ahora deberíamos llamarlo Veggie Monster (Monstruo Come–Vegetales) [3]. En lo personal, no me seduce la propuesta, y resulta extraño que el simpático personaje haga este giro, por muy bien intencionado que parezca. Imaginando un poco, ¿qué pensaría, desde su particularidad de «devorador alegre de galletas»? ¿Cómo afectaría esto su vida general?
La arremetida masiva – es el punto que une ahora al presidente y al personaje infantil –, que en ocasiones toma un tinte de apasionada cruzada generalizada en contra de todo lo que en apariencia rompe el equilibrio ideal de la salud «integral», lleva sin embargo el germen de su propia destrucción, siempre que tapa oídos a lo particular del sujeto. La mirada fenomenológica, el replique de pautas de manejo, de consejos generales para llevar una vida sana, no oyen lo que el sujeto quiere y tiene que decir acerca de lo que los demás creen que es un problema. Es la razón que explica el fracaso de muchas políticas y planes individuales que se han impuesto como objetivo un cambio en estilos de vida.
Deducimos que, antes de inyectar un propósito universal, por bien fundamentado en la moral colectiva y los valores comunales, hay que saber qué función cumple la conducta que se quiere erradicar en la vida de cada persona, cómo ha llegado a cultivar el hábito «negativo», para desde allí calcular en detalle cuales serían las consecuencias de un cambio en su cotidianidad, si conviene o no, o si esa «salud» sería –para cada cual – peor que la «enfermedad» [4]. Muchos tratamientos de «adicción a los carbohidratos», o el énfasis en pros y contras de ser obeso, no acogen ese punto en el cual las personas declaran con angustia que algo se les ha «salido de las manos». El abandono –fuga literal – de los tratamientos, o la resistencia a hacer parte de un programa de régimen no es simple rebeldía, pereza o incluso «falta de estética». Para ubicar la causa de la insistencia del síntoma, no vale campaña masiva. Eso de lo que sufre el sujeto, que le hace pregunta en su existencia y que no necesariamente está asociado a la gordura, no es revelado en la balanza. Incluso podemos preguntarnos, ¿para quién es molesta la obesidad? ¿Es para el que «carga» los kilos de-más, o para el que es testigo de lo que significa como exceso del otro?
Una interesante investigación realizada recientemente en población latina en el estado de Texas ubica una paradójica conexión entre refrigerios gratuitos y obesidad infantil.
Ahora bien, una interesante investigación realizada recientemente en población latina en el estado de Texas [5] ubica una paradójica conexión entre refrigerios gratuitos y obesidad infantil. ¿Por qué paradójica? Siempre se ha pensado que dar pan al hambriento es una regla inquebrantable, loable incluso, necesaria cuando se trata de un niño («la simple imagen de un pequeño con la boca abierta, pidiendo, quiebra cualquier corazón»). Sin embargo, los resultados del estudio muestran que la recepción gratuita de alimentos fomenta una actitud de consumo pasivo en el consignatario. ¿Cómo explicarse esto?
Desde el psicoanálisis vemos que la causa de este «consumo pasivo» es la no- instalación en el psiquismo, de una lógica de intercambio que permita ubicar el alimento como objeto que se recibe como consecuencia de una falta, de haber cedido algo a cambio, con la sensación de «pérdida» y vacío concomitante y necesario. Se trata de una experiencia particular, simbólica, que rebasa la experiencia del «hueco» del estómago como órgano desocupado [6].
Desafortunadamente, ubicamos que en muchos países los niños reciben comida por ocupar un lugar no privilegiado en la sociedad, lo que tiende a cerrar cualquier posibilidad de cambio en su posición de objeto original frente al otro, dado que el beneficio recibido impide ver que la falta es condición necesaria de la ganancia. Así, la consideración del que tiene hambre, o del «mal alimentado», yerra al reforzar su condición de dependiente de la asistencia generalizada y da pie a que la misma persona pase de pedir cándidamente, a exigir por siempre – incluso con violencia – no solo alimento sino bienes y servicios en general.
Ser «asistente–dependiente» implica, en muchos casos, aceptar una suerte de designio personal, pasivamente, con actitud de no estar concernido, posición de franco fatalismo para el presente y el futuro. Son los familiares y/o personas alrededor las que se preocupan, con lo que se tiende a reforzar el ciclo de repetición, dado que nada de la pregunta por la responsabilidad del sufrimiento pasa al sujeto. Allí hay elementos inconscientes, pulsionales, de placer y displacer en juego.
Solo cuando la persona toma distancia de su estado de «objetalización», puede ubicar elementos que indican que su «hambre» no es instintual, no es la del animal. Más bien, se inscribe en una lógica de la pulsión, una demanda que no se colma, siempre se desea otra cosa. La diferencia entre el hambre y el apetito (el instinto y la pulsión) puede ser pensada cuando imaginamos los artificios que rodean la llamada «cultura de la alimentación», la comida gourmet, la etiqueta y elegancia que rodea la comida, la exquisitez de ciertos vinos, golosinas, incluso productos como la popular goma de mascar. Si la conducta fuera «alimentaria» al 100%, ¿por qué no comemos cualquier cosa? ¿Por qué dulces ácidos, leches de sabores, etc.?
En la investigación citada hay ciertas hipótesis sobre la obesidad en niños que desde el psicoanálisis podemos explicar como causadas por una falla que rebasa deducciones biológicas, genéticas, sociales, económicas y de diferencias culturales.
En la investigación citada hay ciertas hipótesis sobre la obesidad en niños que desde el psicoanálisis podemos explicar como causadas por una falla que rebasa deducciones biológicas, genéticas, sociales, económicas y de diferencias culturales. Hay en el fondo de esta problemática una alteración de la función paterna, vinculada con la operatividad psíquica de la ley que regula la pulsión. La aplicabilidad de dicha ordenación en el psiquismo y que tradicionalmente se asocia al lugar del padre en la estructura familiar, da las coordenadas para que, más allá de elementos endócrinos, neurológicos, etc., se constituya en el sujeto la capacidad de tasar de manera particular y simbólica. Lo anterior implica que el punto de satisfacción, la regulación del apetito, el cuidado por el propio cuerpo, el cálculo de conductas de riesgo para el bienestar individual entre otros, depende de la manera en que cada uno organice los parámetros éticos de responsabilidad subjetiva en su psiquismo. Es la única manera de interiorizar y hacer suya una regla, que de otra manera, dependería de la presencia física y externa del médico, del nutricionista, del policía. No hay ley simbólica sin sujeto, tampoco sujeto sin ley. De otro lado tenemos la orden, la norma que «entra por un oído y sale por el otro».
Así, la falla de la función paterna para el sujeto del inconsciente – cuyo funcionamiento depende del niño y la manera en que se inscribe en la dinámica familiar – se asocia con elementos como:
– Temores excesivos de los padres, que causan disminución de la actividad física de los hijos, que en muchos casos tiene consecuencias como aumento de peso o dificultades motrices varias.
– Inconsistencia entre lo que el padre enuncia como exigencia y regla de un deber ser ideal y lo que él mismo muestra en su forma de vida. ¿Cómo puede un padre o madre «consumidores» en exceso (de comida, gadgets, televisión, etc.) pedirle a su hijo que modere sus actos? ¿Cómo exigirle a un hijo que ve flaquear a sus padres en la relación con los límites generales, que regule los suyos? Se trata de una cuestión de «dar ejemplo», pero a partir de una dimensión que va más allá de contratos y diálogos.
– «Los padres de la obesidad», léase también, «del consumo extremo», dan en exceso, atiborran a los hijos. Incluso, antes de que haya un pedido, un llanto que pudiese ser interpretado, ya se ha embutido el bocado. No hay espacio para la experiencia del hambre, del vacío de la pulsión. Por tanto, no se dan las condiciones para que el niño logre construir en su psiquismo y cuerpo un límite, tanto en la línea de la saciedad como del lado del pedido (momento para parar, momento para comer – pedir más).
– Algunos padres confunden amor con comida u otro objeto. Se desconoce así que el amor es justamente «dar lo que no se tiene a alguien que no tiene eso» [7]. Si la madre piensa que ella tiene efectivamente, y en lo real, eso que ella supone que el niño quiere, lo asfixia, mata el deseo.
– En términos de la autoridad ¿quién está realmente a cargo? Es decir, ¿quién es el portador de la ley simbólica, quién la sanciona?. Amparados en sus Derechos, de los niños, o de los adultos, muchos jóvenes les dicen a sus padres: «Si me pegas, o si haces esto, voy a llamar a los servicios de protección de menores. Voy a llamar a la policía». ¿Cómo puede un padre o una madre decir «no», de tal forma que genere respuestas distintas a la rebeldía vacía o la huelga impositiva?
– Entonces, crece la demanda específica por cosas cool, que en la comida corresponde en muchos casos a pizza, nachos, papas fritas, etc. ¿No son estos acaso los objetos que nos vende el mercadeo contemporáneo?. ¿No ocupan estos alimentos el mismo lugar que los demás elementos que la moda introduce constantemente, bajo la égida de la renovación constante y compulsiva?. ¿Cómo hacer deseable elementos, de la comida y de la vida en general, que permitan mejores condiciones de vida y que no pongan en riesgo de muerte a quien los usa o consume?. Sabemos que no se trata de hacer una campaña en contra de McDonald´s y Pizza Hut. No es tan «simple» como eso.
Vemos que el problema de la obesidad infantil es manifestación de algo más que la acumulación de calorías, grasa y aumento de medidas y peso. En otras palabras, se trata de un problema que necesita un abordaje que rebase la fenomenología y las cifras.
Vemos que el problema de la obesidad infantil es manifestación de algo más que la acumulación de calorías, grasa y aumento de medidas y peso. En otras palabras, se trata de un problema que necesita un abordaje que rebase la fenomenología y las cifras. Lo que se mueve en el sustrato es otra cosa: una etiología relacionada con la posición subjetiva en relación a las funciones simbólicas inconscientes, de regulación y límite. Por tanto, hacer de la batalla contra la obesidad un «para Todos» es un problema. El cambio de lonchera, de adición a un programa de ejercicios u otra medida, debe ser efecto de un deseo del sujeto –cuando lo hay– luego de que él mismo tenga claro qué quiere de él mismo, de su cuerpo y de su vida.
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