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El último premio Nobel de Literatura concedido a Bob Dylan por su obra viene siendo discutido. De hecho no es casual que los Nobel de Literatura y de la Paz sean los menos prestigiados, por controversiales justamente.
No ocurre lo mismo con los Nobel de ciencias, donde las razones para su elección eluden más fácilmente las preferencias ideológicas de sus jueces. Elegir un Nobel en Letras y en la Paz, en cambio, suele responder a motivaciones ideológicas. Eso ocurrió, por ejemplo, al entregárselo a Neruda y al negárselo a Borges.
El motivo que propondré para cuestionar la validez del último Nobel de Literatura es muy simple. Una canción no es precisamente un poema al que se agrega una música: es una tercera entidad que resulta de ambas pero contiene un plus, un agregado que nos impide juzgarla como poema o como música.
La enorme obra de Yupanqui, o la de Gardel, quedan desfigurada si hacemos eso. Hay poesía en ellas, hay música, pero cada canción de estos autores vale por el éxito de una alianza feliz entre ambos componentes. Imagínese a un tango como Volver con otra música y se entenderá quizás de qué hablo.
Esto no es ninguna condición anómala propia de las canciones: sabemos que el agua se compone de dos gases, hidrógeno y oxígeno en una determinada proporción. ¿Qué ocurriría si tomásemos al agua como un gas? Pues algo semejante a lo que se hizo con el último premio Nobel de Literatura. Hubiese sido preferible crear un nuevo Nobel, el de las Canciones.
Una crónica sobre la pintura de Oskar Kokoschka, exhibida en el Kuntsmuseum, que refleja su apasionada relación con Alma Mahler. Una mujer marcada por su matrimonio con Mahler y los romances con Klimt, Kokoschka y Gropius, fundador de la Bauhaus.
París de principios del siglo XX atrajo artistas de todo el mundo. Muchos críticos de arte reclamaron el nacionalismo artístico, enfatizando las diferencias entre los locales y autóctonos y los extranjeros… los extraños, entre ellos Picasso, Joan Miró y Marc Chagall.
La hiperconectividad afecta nuestras interacciones y hábitos cotidianos, la validación personal depende cada vez más de la retroalimentación en redes sociales. La autora nos invita a recuperar lo humano, a vivir el momento sin la urgencia de capturarlo.
Los influencers y gurúes digitales no sólo muestran vidas glamorosas, sino que ahora apelan directamente a la intimidad del usuario. Promueven el éxito sin educación formal, apoyados por algoritmos que fijan sus ideas, mientras la confianza social se fragmenta.
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