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02

Y con quién y a dónde…fue la niñez

Seattle
Una mirada no ingenua sobre el paradigma del niño de hoy, describe al hijo de las sociedades que se ocupan de colmarlo, donde no se trata de padecer carencias sino excesos. Cuáles son los efectos sobre el niño, cuando el aluvión de los objetos de consumo reemplaza a la verdadera función que tiene juego. Y cuando no se juega bien el juego en la infancia, qué problema plantea en la relación con los otros. ¿De qué modo la familia y la escuela de hoy, se hacen verdaderamente eco del derecho que tiene el niño a jugar? Cuestiones que dejan interrogado, qué es lo que se espera de la infancia contemporánea.

«Tenia un cielo azul y un jardín de adoquines
y una historia a quemar temblándome en la piel.
Era un bello jinete sobre mi patinete, burlando cada esquina como una golondrina,
sin nada que olvidar porque ayer aprendí a volar, perdiendo el tiempo de cara al mar.»
«Mi niñez», Joan Manuel Serrat

 

La lucha para proteger a la infancia en el Siglo XX produjo su documento mas importante el 20 de noviembre de 1959, cuando la Asamblea de las Naciones Unidas adopta por unanimidad la Declaración de los Derechos del Niño, compuesta por 10 principios que declaran al infante como un sujeto de pleno derecho. Muchos han sido los movimientos y las organizaciones que se han gestado desde entonces, con el propósito de proteger a los niños y de comprometer a los estados para que tomen esta responsabilidad y cumplan los acuerdos pactados. Los esfuerzos en todos los casos han estado orientados a proteger a la población más mas desvalida, es decir a aquellos niños que no tienen las condiciones materiales y afectivas mínimas para su adecuado desarrollo físico, mental y emocional.

..me interesaría poner en cuestión esta despreocupación, e interrogarme acerca del lugar que este niño tiene en la sociedad norteamericana, este niño alojado en una familia que lo protege y lo alimenta, en ocasiones excesivamente. ¿Qué niño adviene en este tipo de sociedad?

Tal vez por eso no sea prioritario pensar en los efectos que el sistema, tal como el que impera en USA, opera sobre los niños que aparentemente tienen cubiertas esas condiciones mínimas. Es fácil pensarlos como a salvo de tales calamidades. Sin embargo, me interesaría poner en cuestión esta despreocupación, e interrogarme acerca del lugar que este niño tiene en la sociedad norteamericana, este niño alojado en una familia que lo protege y lo alimenta, en ocasiones excesivamente. ¿Qué niño adviene en este tipo de sociedad?

Voy a referirme a una experiencia personal que es lo que me condujo a preguntarme sobre la niñez en los Estados Unidos. Durante años trabajé en Argentina con niños de educación pre-primaria en calidad de maestra, y posteriormente como psicoanalista de niños. De ambas aprendí que los niños pueden establecer un lazo con el adulto, si éste es capaz de brindarse como figura disponible para el juego que ellos proponen.

El juego es en la niñez un mediador vital para establecer un lazo. Para decirlo de una manera simple, es la forma que los niños tienen para vivir. Allí derraman sus fantasías, sus frustraciones, sus angustias, sus preguntas. La palabra válida del niño es aquella que aparece en el contexto de su juego, la que se «juega» en su juego. Es una instancia simbólica, en la que es posible pensar la realidad psíquica. Un niño que pega a su muñeco en el juego, no es un niño «agresivo». Es un niño que hace jugar la agresividad, aquella que muchas veces sufre pasivamente, en una escena que lo vuelve activo, y de esa forma puede curar sus heridas, o al menos aliviarlas. Si no dispusiera de este espacio, entonces se vería llevado a mostrar «agresividad» fuera de él, con las consecuencias negativas que esto podría tener para sí mismo y para las instituciones que intenten alojarlo. También mi experiencia con niños por fuera de ambas instancias profesionales ha sido la misma: toda vez que pude abandonarme al juego de un niño, trajo como consecuencia la creación de un lazo entre ambos. En la educación es importante que esto ocurra para que el infante pueda otorgar importancia a la palabra que proviene del maestro, y en la relación terapéutica para poder establecer transferencia de juego, condición de posibilidad de un tratamiento.

Cuando vine a vivir a Estados Unidos mi experiencia con los niños fue muy diferente. Tuve ocasión de tratar a algunos de ellos en el área personal, y grande fue mi sorpresa cuando percibí que el juego que jugábamos una y otra vez, y que nos divertía, nos envolvía y nos enlazaba por ese tiempo, no tenía ninguna consecuencia una vez que finalizaba. Es decir que luego del tiempo de juego, seguíamos siendo dos extraños, el juego no operaba el efecto esperado de acuerdo con mi saber previo sobre la infancia. Algo nuevo había ocurrido que en primer lugar cuestionaba ese saber, y a su vez me interrogaba acerca de cómo pensar la niñez y el valor del juego. ¿Son estos niños diferentes a los que yo había conocido hasta entonces? Era evidente que el proceso seguía otra lógica, y fue y es mi propósito poder entender esta novedad, aún cuando no pueda hacerlo enteramente en el contexto de este artículo.

Partamos de una premisa universal: lo niños juegan, a excepción de algunas formas de psicosis infantil. No importa en qué lugar del mundo nos encontremos, ni la cultura y los códigos que lo contenga, el niño juega porque es la única forma en que puede atravesar ese tiempo de cierta desprotección y desvalimiento que es la infancia. Juega como respira, juega para poder entender, para poder preguntar, para poder elaborar y dialectizar sus miedos y sus angustias, juega para hacer algo con su agresividad, sus impulsos y sus enojos. Juega para producir una diferencia, y para enlazarse con otros. Juega, en definitiva, para poder hacer algo con sus carencias. Su verdadera idiosincrasia es la producción de juegos a través de los cuales se incorpora en la cultura y en el mundo. La actividad lúdica lo acerca a los otros, y le permite aceptar y vérselas con las diferencias que sus compañeros, hermanos y adultos puedan plantearle en los intercambios.

Los niños que he conocido aquí también juegan. Les encanta jugar, se divierten y arman espacios de juego. Parece quedar claro que la naturaleza del niño no es distinta, lo que difiere es la instancia social y cultural a las cuales ellos están articulados. Es tal vez por allí por donde habría que indagar.

La lógica del instante es la lógica del consumo. ¿Han percibido que ya los niños no pueden elegir entre sus millares de juguetes, aquellos que verdaderamente han sido los más propicios para el desarrollo de sus fantasías? Hubo un momento en que los niños tenían un juguete favorito con el que inventaban juegos y roles y que les permitía desplegar su mundo fantástico.

¿Qué quiere decir que un niño haga lazo a través del juego? Quiere decir, entre otras cosas, que hay un antes y un después que se han concatenado a través de ese jugar. Hay una historia entre ambos que ha comenzado a contarse, una sucesión temporal que teje un vínculo y tiene consecuencias sobre él. Es decir que lo que sucede primero, el instante del juego, tiene una consecuencia que es un lazo, que determinará que la segunda experiencia re-signifique la primera y esté en relación a ella. Implica una socialización, la aceptación de un otro, la compañía de este otro. Pero también determinará su diferencia, porque sin duda algo empieza a contar diferentemente. El extraño que ese otro era en un comienzo, se troca en amigo, en referente, con la consecuencia que esto tiene para ambos. Historia, concatenación, diferencia, lazo, resignificación, algunas consecuencias de ese espacio simbólico.

Lo que se observa en el ejemplo que di en mi experiencia en Estados Unidos, es que el juego no puede hacer una historia entre dos. Después del juego queda un extraño frente al otro. Las acciones siguen la lógica del instante, como de un eterno presente. En lo que respecta a la temporalidad, puede afirmarse que no hay un antes y un después, hay simplemente ese instante, que es como un fuego que una vez que se apaga no deja ni tan siquiera sus cenizas. No hay segunda vez, es siempre una primera que puede repetirse eternamente. Por eso esta lógica se opone a la historización, ya que entre una y otra no hay alteración subjetiva, ni diferencia, ni concatenación. Se teje y se desteje, cual Penélope, de modo que no es sencillo llegar a obtener una trama, no hay forma de dialectizar eso que se juega. Consecuentemente, siempre estamos en el principio.

La lógica del instante es la lógica del consumo. ¿Han percibido que ya los niños no pueden elegir entre sus millares de juguetes, aquellos que verdaderamente han sido los más propicios para el desarrollo de sus fantasías?

Hubo un momento en que los niños tenían un juguete favorito con el que inventaban juegos y roles y que les permitía desplegar su mundo fantástico. Era un objeto pregnante, con el que el niño establecía una relación. Quería ese juguete por lo que este simbolizaba para él, por eso lo cuidaba y lo conservaba por años. Ellos tenían su Rosebud [2]. ¿Mantienen los niños esta conducta? Mas bien pareciera que se ven llevados a necesitar, y no a desear, siempre uno diferente al que tienen, para que ni bien lo posean caiga en el vacío de la indiferencia junto al resto. Y lo peor es que ninguno de ellos parece ser lo suficientemente bueno como para producir juegos interesantes, aspecto este que resulta preocupante.

¿Por qué un niño responde de esta manera?

La Lic. Tenembaum en su artículo «¿La niñez en extinción?» (Letra Urbana, edición #1) nos advierte sobre el hecho de que las autoridades y las instituciones de Florida, no parecen tener en cuenta los espacios de juego al momento de hacer sus programas educativos. Estos planes privilegian otros aspectos prioritarios para el sistema, que no respetan la verdadera idiosincrasia de los niños. La situación es la misma en el estado de Washington, los niños permanecen en el colegio por 6 horas, y sólo tienen (la hora) el tiempo de comer para poder jugar. Muchos de ellos se quedan jugando a la salida una hora más, porque es el único momento en que lo hacen con entera libertad. Acaso se piense que «jugar» es como una especie de «pérdida de tiempo», algo que no termina de ser completamente «productivo» para la evolución del infante. Lo productivo es la acumulación de información, mucha sin sentido para la realidad infantil. Lo productivo es la correcta alineación a los valores del sistema: producción y consumo, baluartes de un sistema que lleva al sujeto a la más alarmante anonimia. Prepararlos para un mundo en donde el imperativo será: ¡Produce! Desde niños aprenden que el tiempo es «producción» y luego que el tiempo es «dinero». Y también aprenden que juego y producción son dos instancias contrarias.

¿Por qué no pensar que las instituciones que contienen al niño, escuela-hogar, promueven la alienación del infante, a través de intentar «alinearlo» a los  valores del sistema imperante que ellos mismos sostienen, estimulando consecuentemente conductas alienantes e indefectiblemente consumistas? ¿Es acaso «raro» en este contexto que los niños no siempre puedan procurarse lazos duraderos a través de sus juegos con pares, adultos o incluso con objetos?

¿Acaso el niño, en un contexto donde el juego queda postergado, no queda alienado en un «sistema» que le limita considerablemente las posibilidades de viabilizar sus expresiones mas esenciales? Jean Piaget, famoso epistemólogo cuya rica teoría desveló por años a los educadores, afirmaba que el niño construye su conocimiento sobre el mundo a través del juego y que la actividad lúdica es privilegiada para el aprendizaje. No sólo no son antagónicos, sino que se requieren uno al otro. ¿Es posible, entonces, hacer un cálculo de lo que este sistema de producción está infligiendo a sus niños, cuando excluye estos espacios de la educación?

¿Por qué no pensar que las instituciones que contienen al niño, escuela-hogar, promueven la alienación del infante, a través de intentar «alinearlo» a los valores del sistema imperante que ellos mismos sostienen, estimulando consecuentemente conductas alienantes e indefectiblemente consumistas? ¿Es acaso «raro» en este contexto que los niños no siempre puedan procurarse lazos duraderos a través de sus juegos con pares, adultos o incluso con objetos?

La Declaración de los Derechos del Niño que menciono en el comienzo de este artículo, establece en su principio 7: «El niño debe disfrutar plenamente de juegos y recreaciones, los cuales deben estar orientados hacia los fines perseguidos por la educación; la sociedad y las autoridades públicas se esforzarán por promover el goce de este derecho.»

¿Es posible incorporar el juego de los niños no sólo como una instancia de aprendizaje, sino además como un pleno derecho, a la educación de los niños en la sociedad norteamericana? ¿Podrán crecer los niños y sus juegos en las márgenes de este sistema que tanto empuja a la producción? Sería interesante poder plantearse ese desafío.

Notas:
[2] Rosebud era el caballo de madera del Ciudadano Kane, en la pelicula de Orson Welles

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