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02

«Nacer con privilegios o tener el privilegio de nacer»

Buenos Aires
En el marco de la población mundial, son preocupantes las condiciones de riesgo en las que nacen y crecen muchos niños. Sin embargo, su destino no está enteramente decido. La resiliencia es un proceso singular, en el que cada uno puede encontrar el modo de hacer frente a la adversidad. Afrontar el infortunio y poder construir sobre él, dependerá de una cierta combinatoria de elementos.

La primera infancia es el período más significativo en la formación del individuo, pues en la misma se estructuran las bases fundamentales de las particularidades físicas y formaciones psicológicas de la personalidad, que en las sucesivas etapas del desarrollo se consolidarán y perfeccionarán. Si durante este período devienen la presencia de factores de riesgo que peligran el normal desarrollo del niño, entones, una intervención temprana parece ser capaz de ejercer la acción determinante sobre el desarrollo.

Intentando reducir las consecuencias que pueden padecer los niños en situaciones de riesgo socio-ambiental, es importante fortalecer la capacidad de los padres para saber estimular a sus hijos y alentarlos a aprender, provocando un éxito seguro en su vida adulta.

Existen hoy en día varios programas de intervención temprana, algunos centrados en la figura del niño, otros en la de los padres o tutores y otros en los cuales la estrategia está puesta en abordar dos generaciones interviniendo en el adulto y en el niño en forma combinada. Estos programas han demostrado cambios y beneficios notables.

Estos programas están destinados a la Primera Infancia, particularmente en los países subdesarrollados en los cuales los chicos, cada vez en mayor medida, sufren abusos, maltratos, falta de alimentación, cuidados, afecto, etc.

La presencia de factores de riesgo en edades tempranas perjudica el desempeño futuro de los niños, no sólo en la escuela, sino en su potencial productivo en una sociedad cada vez más exigente y competitiva.

Es sabido que la falta de estimulación y la deprivación cultural pueden tener efectos permanentes e irreversibles en el desarrollo del cerebro. De tal manera pueden alterar su organización y las posibilidades de configurar las estructuras funcionales que han de constituir la base fisiológica para las condiciones positivas del aprendizaje.

Lejarraga manifiesta que: «El retraso del desarrollo por falta de estímulos medioambientales adecuados, es una de las formas prevalentes en comunidades con necesidades básicas insatisfechas».

Algunos individuos y los niños en particular en ocasiones encuentra ciertas maneras diferentes de sostener y sobrellevar situaciones adversas y de estrés, esto se denominó «resiliencia», y es en toda ocasión la familia quien le brinda al niño y a la persona elementos para enfrentar las condiciones adversas.

Los niños provenientes de sectores marginales, opina Tallis, «… tienen menos posibilidades de acceder a estímulos suficientes, ya que la oferta educativa es escasa en los jardines de infantes, ya que la escuela está estructurada en su planificación para responder a códigos y demandas de otros factores sociales predominantes, por lo cual opera como un sistema expulsor de las diferencias, en vez de compensador de las diversidades…»

Se hace sumamente necesario recurrir a otro tipo de factores para equilibrar y reducir estos riesgos, es el caso de los factores protectivos, como: mejorar los sistemas de salud, la contínua capacitación de los profesionales en cada una de las áreas, la regionalización de los servicios, la escuela y la posibilidad de tener acceso a la información de distintos ámbitos (alimentación del niño desde que nace, etapas de su desarrollo, vacunación, prevención de accidentes domésticos, etc).

Varios autores opinan que si estos proyectos de prevención no se acompañan más tarde con el ingreso a una escuela con buena calidad educativa, con docentes preparados y con experiencia, los logros obtenidos se irán desvaneciendo en el paso del tiempo.

La crianza de un niño implica mucho más que poder responder a sus necesidades básicas de alimentación y cuidado y protección, sino poder brindarle las oportunidades imprescindibles para desarrollarse física, intelectual, social y afectivamente. Es sumamente importante presentarle al niño estímulos, objetos, rodearlo de personas con las cuales pueda mantener códigos y relacionarse, ofrecerle a su vez un ambiente propicio para desarrollarse. Pero la ausencia de estímulos, como pasa en Argentina, en grupos sociales desfavorecidos, va a estar asociada a un retraso de las pautas de desarrollo.

Algunos individuos y los niños en particular en ocasiones encuentra ciertas maneras diferentes de sostener y sobrellevar situaciones adversas y de estrés, esto se denominó «resiliencia», y es en toda ocasión la familia quien le brinda al niño y a la persona elementos para enfrentar las condiciones adversas. En la búsqueda de alternativas que nos permitan ampliar la visibilidad y disponibilidad de recursos para confrontar con las diversas experiencias en el área de la prevención psicosocial en los últimos años, se afianza la propuesta de reconocer y privilegiar los aspectos positivos, creativos, saludables, capacitantes y resilientes del sujeto individual, la familia y la comunidad. La resiliencia se ha caracterizado como un conjunto de procesos sociales e intrapsíquicos que posibilitan tener una vida «sana» en un medio insano. Estos procesos se realizan a través del tiempo, dando afortunadas combinaciones entre los atributos del niño y su ambiente familiar, social y cultural. Así la resiliencia no puede ser pensada como un atributo con que los niños nacen o que los niños adquieren durante su desarrollo, sino que se trata de un proceso que caracteriza un complejo sistema social, en un momento determinado del tiempo. Se trata de una combinación de factores que permiten a un niño, a un ser humano, afrontar y superar los problemas y adversidades de la vida, y construir sobre ellos.

Como síntesis sobre el tema, Montenegro define: «Es bien conocido el impacto que las condiciones socioeconómicas adversas que afectan a sectores mayoritarios en la población mundial, producen en el desarrollo del niño; la privación nutritiva, afectiva y cultural que se da con tanta frecuencia en los niños de la así llamada cultura de la pobreza».

En Argentina existe una gran cantidad de gente viviendo en villas miseria. Se considera a esa población de las villas de emergencia del gran Buenos Aires como «una población marginal», porque sus miembros son portadores de una subcultura distinta de la nuestra, con pautas de conducta y normas sociales distintas. El estado de desprotección absoluta en que se halla expuesta nuestra infancia nos demuestra que vivimos en un tiempo de inmoralidad. Para todo hombre es una vergüenza, un crimen que existan doscientos cincuenta millones de niños explotados en el mundo entero. Se los ve cotidianamente hurgando en la basura para encontrar algo para comer. Estos niños son forzados habitualmente a prostituirse o se ven obligados a trabajar desde los 5 años en trabajos insalubres, en jornadas agotadoras por unas monedas, esto siempre y cuando tenga suerte porque a muchos otros niños les va peor. Algunos sufren enfermedades infecciosas, heridas, se los encuentra en las grandes ciudades del mundo tanto como en los países más pobres. En América Latina quince millones de niños son explotados.

Así la resiliencia no puede ser pensada como un atributo con que los niños nacen o que los niños adquieren durante su desarrollo, sino que se trata de un proceso que caracteriza un complejo sistema social, en un momento determinado del tiempo.

La infancia no puede quedar de lado, no puede permanecer ni un minuto más así sin ser tenida en cuenta, teniendo una sociedad que hace oídos sordos y mirada ciega frente a tanta aberración. El cuidado de la infancia debe ser entendido como la única posibilidad de recuperar a una humanidad que se siente a sí misma desfallecer. Nada es más importante que alentar este impulso, todo lo que podamos hacer por los niños y niñas del mundo es imprescindible. Todos los gobiernos deben comprender que del cuidado de la primera infancia pesa el destino de toda la humanidad.

Todos los seres humanos tenemos derechos y de esa manera debemos hacerlos valer. Los niños por sobre todas las cosas tienen derecho a ser escuchados y a que sus derechos se cumplan, y es nuestro deber como parte de la sociedad hacer que se cumplan brindándoles de esa manera una mejor calidad de vida. El país que hoy tenemos tiene privilegios y únicos privilegiados, pero lamentablemente para todos nosotros… «los niños no están dentro de ese pequeño grupo de elegidos».

Notas:
Bibliografía Consultada:
• Melillo, A y Suarez, Ojeda : Resiliencia-Descubriendo las propias fortalezas.
• Cyrulnik, B. – Vanistendael, S. Y otros: El realismo de la esperanza – Testimonios de experiencias profesionales en torno a la resiliencia.
• Vinocur, P. : Exclusión y pobreza – Derechos y oportunidades perdidas de los niños.

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