Por
Marc Augé, Usted es el representante de una especie dicha en vía de extinción – los etnólogos-, por otro lado usted afirma que el siglo XXI será el siglo de la antropología…
Desde lo que solía ser mi escritorio en Broadcasting House, y es ahora un anónimo puesto de trabajo, puedo ver más allá de un amplio espacio abierto de oficinas a Janet. Desde hace muchos años, ella se ha desempeñado como investigadora en un popular programa semanal, y a menudo durante el día mientras trato de pensar algunas palabras apropiadas para mi guión de radio, me sorprendo escuchando sus conversaciones telefónicas con potenciales invitados. Ella es brillante en esta tarea. La sutil combinación que logra entre halagar y dar confianza al invitado da como resultado que raramente falle en asegurar su futura presencia en el programa.
Hace como un año atrás, a Janet le tocaba ser considerada para un aumento de sueldo. ¿Cómo podría fallar? Había tanta evidencia sobre sus aptitudes. Pero claramente, nada de esto fue puesto en la balanza ya que, luego de una larga espera, se le dijo que su promoción no iba a llegar. Demandé una explicación a un superior, que en confianza me dijo que ella fue rechazada porque le faltaban «aptitudes interpersonales». ¿Pero acaso no eran estas las aptitudes que ella exhibía día a día al teléfono? ¡Ah, no! Aparentemente la frase se refería a su actitud en la oficina. Ella, me enteré, no era buena «trabajando en equipo».
Mi enojo ante la relevancia de tan vago criterio fue sólo parcialmente aliviado cuando me di cuenta que estaba enfrentado cara a cara ante una de las principales idiosincracias del ámbito de trabajo moderno, descrito por Richard Sennet en su estudio publicado en 1998 «The Corrosion of Character: The Personal Consequences of Work in the New Capitalism» («La Corroción del Carácter: Las consecuencias personales del trabajo en el Nuevo Capitalismo»).
El trabajo artesanal nos conecta con la realidad material, nos enseña que equivocarse y sortear resistencias no sólo es la manera de mejorar sino también el modo de asegurarse la satisfacción interior profunda, de ganarse respeto y autoestima. Sennett lamenta profundamente la devaluación de ciertas aptitudes en la sociedad contemporánea, y repetidamente castiga a un sistema educacional que premia a unos pocos por su habilidad para tocar las teclas correctas y deja al resto para que se las arregle lo mejor que pueda con una vida carente de respeto.
En su brillante análisis de los pesares del trabajo moderno, Sennet argumenta que el concepto de «trabajo en equipo», tan alentado por los nuevos gerentes, es en efecto una ficción. El concepto sugiere que los empleados no están en realidad compitiendo unos con otros. «Esta ficción sostiene que trabajadores y jefes no son antagonistas, y que el jefe lo que hace es manejar procesos de grupo. El o ella es un ‘líder’, el término más engañoso en el lingo de la gerencia moderna; un líder está de tu lado, en vez de ser tu mandamás.»
Trabajadores como Janet están supuestos a seguir el juego de esta ficción, a demostrar continuamente que se llevan bien con otros en la oficina. Se espera de ella que cambie su apariencia y su desempeño de manera que otros la vean como un modelo de cooperación. Y es su habilidad para hacer esto – de jugar el juego de la ficción del «trabajo en equipo» – lo que determina sus posibilidades de un ascenso, y de hecho la totalidad del futuro en su profesión. Ya no alcanza con hacer bien tu trabajo, también tienes que demostrar constantemente que posees toda una gama de aptitudes interpersonales: debes demostrar que eres una «buena persona».
Han habido muchas otras ocasiones en las cuales Sennet me ha proveído de consuelo intelectual, de un entendimiento, una perspectiva analítica. Hace veinte años atrás, por ejemplo, cuando me encontraba cada vez más preocupado por la forma en la cual la intimidad de la vida personal estaba debilitando la vida pública, descubrí en aquel momento una muy convincente explicación histórica de este suceso en la magistral obra «The Fall of Public Man» («La Caída del Hombre Público) de Sennet y en su concepto deliciosamente paradójico de «gemeinschaft destructiva». ¿Acaso sorprende que nuestras vidas personales sean tan a menudo fuente de descontento?, argumentaba Sennet. Ponemos tanto énfasis hoy en día en nuestros amigos y amantes más inmediatos que la relación en sí no puede soportar tanta presión. La felicidad sólo puede ser recuperada corrigiendo este desbalance, asegurándonos de que una gran parte de nuestras vidas sea vivida en lugares públicos entre personas relativamente extrañas. Ésta no era simplemente una frase abstracta. Sennett no se contenta sólo con analizar. En varios otros libros desde aquel entonces ha dedicado su talento a describir cómo podemos diseñar y rediseñar nuestras ciudades de modo de alentar y facilitar este tipo de interacción formal.
Esta determinación a intervenir, a encontrar alguna manera de aliviar los males del capitalismo contemporáneo, es quizás más evidente en el último de los libros de Sennett, The Craftsman» («El Artesano»), que es en varios modos la perfecta continuación de la descripción de los males del trabajo contemporáneo a los que se refiere en «La corrosión del carácter». La artesanía es para Sennet «un impulso humano básico y perdurable, el deseo de realizar un trabajo bien hecho por el sólo hecho de hacerlo». Pero en el mercado laboral de hoy día, muestra él, «hacer bien el trabajo no es garantía de buena fortuna. En el trabajo, así como en la política, los tiburones y los incompetentes no encuentran obstáculos hacia el éxito.»
Cuando entrevisté a Sennett acerca de su nuevo libro en una edición reciente de mi programa de radio «Se Permite Pensar», quedamos asombrados con el nivel de respuesta.
El trabajo bien hecho, sin embargo, lleva tiempo (Sennett sugiere que 10.000 horas es un estimado razonable del tiempo necesario para volverse un carpintero o músico habilidoso). También implica contacto con algún material, y él insiste en que ésta relación física es una parte necesaria de ser humano. El trabajo artesanal nos conecta con la realidad material, nos enseña que equivocarse y sortear resistencias no sólo es la manera de mejorar sino también el modo de asegurarse la satisfacción interior profunda, de ganarse respeto y autoestima. Sennett lamenta profundamente la devaluación de ciertas aptitudes en la sociedad contemporánea, y repetidamente castiga a un sistema educacional que premia a unos pocos por su habilidad para tocar las teclas correctas y deja al resto para que se las arregle lo mejor que pueda con una vida carente de respeto.
Él escribe «Es fácil creer que tienes que ser un genio para volverte altamente habilidoso …pero yo no creo esto. Si bien es cierto que no cualquiera pude convertirse en un músico maestro …la habilidad en cualquier tipo de artesanía puede mejorarse; no hay una línea fija trazada entre unos pocos talentos y la masa incompetente.»
La artesanía, insiste Sennett, es tan importante en la sociedad moderna como alguna vez lo fue en la era medieval, y no sólo se encuentra en el trabajo de artesanos tradicionales como herreros, carpinteros y alfareros. También puede encontrarse en el laboratorio científico (el equivalente al antiguo taller) o en el trabajo de desarrolladores de software.
…algunos escribieron diciendo que consideraban su trabajo como cada vez más insignificante, tan sólo un modo de hacer dinero y no una actividad que enriqueciera sus vidas.
Llegaron por montones E-mails y cartas de gente describiendo la satisfacción que obtenían de su propio trabajo artesanal. Pero algunos escribieron diciendo que consideraban su trabajo como cada vez más insignificante, tan sólo un modo de hacer dinero y no una actividad que enriqueciera sus vidas. Las críticas al libro fueron excesivas. En The Times, Roger Scruton se refirió a «la amplitud y audacia del libro», y en The Guardian, Fiona MacCarthy elogio «la brillantez» de Sennet «en relacionar el pasado con el presente», en mostrar cómo la satisfacción de la obra física era «una parte necesaria de ser humano».
Desde que Sennett vino a Inglaterra, he tenido la buena suerte de encontrarme con él y conversar en más de una ocasión, aunque siempre he sido un poco reticente a forzar una amistad (Después de todo, ¿no debería estar siguiendo su mandato y evitar tal intimidad en favor de encontrar nuevas relaciones en lugares públicos?). Pero en estos contactos frecuentes en su departamento de Clerkenwell, él se mostraba contento de dejar que la conversación se desviara de su libro «El Artesano» a asuntos de mayor interés específico para los lectores de New Humanist (Nuevo Humanista). También ocurría que (¡en presencia de un norteamericano!) yo podía sacar mis cigarrillos y fumar feliz y tranquilo sabiendo que en cualquier momento Richard cogería su pipa y compartiría mi desagradable hábito.
Comencé preguntándole si se había sorprendido ante la recepción tan buena de su libro. Después de todo, era un trabajo que echaba basura sobre varias de nuestras prácticas laborales actuales, sobre nuestra preocupación por las evaluaciones y los tests, por alcanzar objetivos, y nuestra inclinación a creer que hacer dinero era más importante que la romántica y ya pasada de moda noción de «sentir orgullo por nuestro trabajo».
Él tuvo una respuesta mixta. «Bueno, hasta ahora el libro ha aparecido sólo en Alemania y Gran Bretaña. En Alemania estaban preocupados de que diera demasiado privilegio al trabajo físico. ¿Y qué sobre el pensar? Ellos todavía están muy encariñados con la noción intelectual de una destreza. El escribir y el pensar como destrezas. En Gran Bretaña me impresionó el modo en que parecía despertar en la gente la sensación de una capacidad olvidada.» La gente quería hablar de las artesanías antiguas y de aquellos que continuaban practicándolas. Ésto ignoraba todo lo que él tenía para decir acerca de cómo la artesanía moderna podía ahora encontrarse en lugares como talleres Linux en Internet y en laboratorios científicos. «Creo que el acento que pongo en tales asuntos tecnológicos y científicos es menos atractivo para los lectores británicos que la re-evocación del paraíso perdido, cuando la gente se sentía orgullosa de su trabajo.»
En Alemania estaban preocupados de que diera demasiado privilegio al trabajo físico. ¿Y qué sobre el pensar? Ellos todavía están muy encariñados con la noción intelectual de una destreza. El escribir y el pensar como destrezas.
Sennett continuó contándome que él cree que la respuesta tan favorable a su libro en este país también tenía algo que ver con la manera en que la gente fue engañada en la década de 1990. «Se les vendió un proyecto de la abundancia. Se les dijo, luego de décadas de decadencia, que ahora era su momento de hacer dinero. Compraron la idea pero de algún modo todavía era algo que no deseaban realmente. Creció la idea de que uno podía compensar todo con habilidades interpersonales. Tony Blair obviamente fue un ejemplo de esto. Nuestras conversaciones acerca de él giraban casi por completo en torno a quién era él y qué era él, con él como artista principal. Nos dieron tantos ejemplos de otros como Richard Branson, que también eran artistas, que vendían una sola marca- a ellos mismos.»
Pero Sennett quiere llevar la discusión más allá de uno u otro político en particular. Se ha producido un cambio mayor en la totalidad de la vida política. Esta es la primera generación de políticos, sugiere, que no tienen experiencia en ninguna otra carrera. Hasta la década de 1970, varios políticos provenían de diferentes profesiones. Tenían cierto grado de referencia al mundo real. Pero ahora habían quedado atrapados en el arte del «manejo de la impresión». No era entonces ninguna sorpresa que este tipo de políticos despertara tan poca atención del público. Era, según él entendía, bastante normal hoy en día no encontrar a nadie el «Strangers Gallery» (galería de los extraños) para mirar los debates parlamentarios. ¿Qué podía uno esperar?
La desilusión de Sennet con el estado de la política actual proviene directamente de su creencia en que la política puede hacer una diferencia. Él nunca ha sido puramente académico. Sé por propia experiencia qué él cultiva positivamente a aquellos políticos a los cuales cree que puede influenciar. (Incluso si esto significa para él tener que estar constantemente revisando su lista de contactos a medida que sus «candidatos» fallan en cristalizar sus estrategias y promesas originales).
Esta es la primera generación de políticos, sugiere, que no tienen experiencia en ninguna otra carrera. Hasta la década de 1970, varios políticos provenían de diferentes profesiones. Tenían cierto grado de referencia al mundo real. Pero ahora habían quedado atrapados en el arte del «manejo de la impresión». No era entonces ninguna sorpresa que este tipo de políticos despertara tan poca atención del público.
La filosofía del pragmatismo es lo que unifica sus escritos con sus prácticas. Él me explica que ha llegado a esto leyendo «un libro maravilloso» escrito por John Dewey titulado El Arte como Experiencia. «Le quitó el aura de inspiración a las artes y volvió hacia atrás a observar qué es lo que verdaderamente está ocurriendo. Se preguntó si el artista es una especie diferente de un ave o un castor que construye su nido. La respuesta fue «no». Hay una gran continuidad en las ideas prácticas.» Según Dewey, el arte debería ser parte de la vida creativa de cada uno y no sólo un privilegio de un selecto grupo de artistas.
Este tema es retomado en «El Artesano», donde Sennett argumenta que ponemos demasiado énfasis en la idea de la espontaneidad y la originalidad en el arte, y al hacer eso devaluamos sus cualidades artesanales. «Estamos demasiado absortos con esta noción de inspiración, de genio, esta idea del creador solitario y único, la cuasi locura de la creación artística. Como dijera Dewey, es tan sólo una actividad ordinaria.», insiste Sennett.
El particular atractivo del pragmatismo, afirma Sennet, estriba en su insistencia en que nos dirijamos al mundo tal como lo encontramos, sin tener que recurrir a teorías grandiosas acerca de cómo podría o debería ser, o preocuparnos por buscar verdades absolutas. Debemos comenzar desde donde estamos y realizar aquellas intervenciones que mejoren la calidad de nuestras vidas compartidas.
Le dije que mi modo metafórico preferido de describir al pragmatismo era pensar acerca del estado presente de las cosas como equivalente a estar a mar abierto en una balsa. No existe manera de poder alcanzar la seguridad absoluta que da un puerto seguro donde examinar con tranquilidad nuestras presuposiciones metafísicas. Todo lo que podíamos hacer era asegurarnos de que la balsa continuara flotando, realizando las reparaciones necesarias, arreglando esta tabla por aquí y la otra por allá. La analogía también nos recuerda que no tenemos más alternativa que comenzar siempre por la mitad de las cosas. El conocimiento surge a medida que intentamos mantener al mundo en movimiento. Las creencias no son falsificadas, sino que simplemente dejan de ser opciones viables.
Sennett estaba ansioso por contarme las implicaciones de esta postura filosófica respecto del humanismo secular: «Lo que quiero decirte, es que para los laicos de hoy día, simplemente ya no vale más la pena el esfuerzo de pasar tu tiempo tratando de desmitificar la religión. La religión, así como nos enseñó William James, sirve a cierta necesidad primitiva de los seres humanos. La visión de James, que es muy sofisticada, es que la religión es real sin ser verdadera. Y la gran pregunta es, ¿Cómo lidiar con esta realidad sin sucumbir a los debates acerca de la verdad?
…ponemos demasiado énfasis en la idea de la espontaneidad y la originalidad en el arte, y al hacer eso devaluamos sus cualidades artesanales. «Estamos demasiado absortos con esta noción de inspiración, de genio, esta idea del creador solitario y único, la cuasi locura de la creación artística. Como dijera Dewey, es tan sólo una actividad ordinaria.», insiste Sennett.
Sin embargo, esto no significa que debamos simplemente alejarnos de la religión. «Creo que deberíamos ser pragmáticos en lo referente a qué tipo de prácticas religiosas llevan a la gente al absurdo y la locura, y qué tipo son relativamente inofensivas. Esa es la cuestión del pragmatismo. Es una cuestión, creo yo, de hacer a la gente responsable para que los horrores de la religión no sean dañinos en vez de tratar de convertir a la gente a un punto de vista más secular. La religión es una droga. Es una droga que la gente necesita. Si dirige a la locura, entonces nosotros los laicos deberíamos intervenir. Pero si no hace daño a nadie-¿qué daño hacen acaso las plegarias?- entonces hay que dejarlo en paz. Vestirse con un pañuelo en la cabeza no hace daño a nadie. Pero cuando alguien anuncia que quieren cristianizar a las masas paganas o diseminar el califato alrededor del mundo, entonces deberíamos intervenir.»
¿Acaso significaba esto que él tenía poca compasión por alguien como Richard Dawkins, que ha dedicado tanto tiempo y energía a liberar a la gente de la tiranía de las creencias religiosas? Le recordé a Sennett acerca del gran número de personas que había contactado a Dawkins, durante y después de su reciente gira por Norteamérica, para describir su nueva actitud de esposar al ateísmo en público como el equivalente a la liberación gay. Sentían que finalmente se les había otorgado la fuerza para salir del closet religioso.
«Por supuesto que lo comprendo. Él es magnífico y me divierte mucho. Lo que él hace me resulta admirable. Pero creo que soy un poco escéptico. Debe ser el sociólogo en mí. En sociología, hemos tenido muchas tesis laicas. ¿Recuerdas la noción de Max Weber acerca del creciente desencanto con el mundo? Pero no ha resultado ese el caso, la religión todavía está entre nosotros. Por eso creo que tenemos que aceptar que la sociedad moderna no se está dirigiendo hacia este tipo de iluminación secular.
Su visión social sostiene que lo que tenemos que hacer es aprender cómo mejorar las cosas. No se trata de cómo hacer las cosas bien, sino como podemos mejorar la vida e incrementar la felicidad.» Es este optimismo de espíritu lo que distingue a Sennett de otros cronistas actuales de la fatalidad y la penumbra. Él detesta el capitalismo con un fervor socialista de otros tiempos, pero esto no es razón para caer en el fatalismo o la pasividad.
¿Acaso esto significaba esto que simplemente deberíamos relajarnos y dejar que su influencia creciera? «Por supuesto que no. Pienso que el verdadero punto aquí es tener en cuenta el poder destructivo de la religión. Sabemos bien que en el mundo real la consecuencia de la fe es que puede desatar una enorme violencia. Un libro que produjo un gran impacto en mi pensamiento es un libro de René Girard titulado «La violencia y lo sagrado». Girard argumenta que la religión es una manera de organizar la violencia. Siempre se trata de alguna víctima simbólica, un hombre caído que luego se convierte en un otro malvado. Muy pocas religiones podrían sobrevivir sin tal enemigo. Me parece que así es como deberíamos pensar la religión. Creo que como científico, Dawkins cree en algo llamado la verdad. Los pragmatistas rechazan la idea de la verdad. Entonces la cruzada en contra de lo falso no tiene sentido para ellos. Su visión social sostiene que lo que tenemos que hacer es aprender cómo mejorar las cosas. No se trata de cómo hacer las cosas bien, sino como podemos mejorar la vida e incrementar la felicidad.»
Es este optimismo de espíritu lo que distingue a Sennett de otros cronistas actuales de la fatalidad y la penumbra. Él detesta el capitalismo con un fervor socialista de otros tiempos, pero esto no es razón para caer en el fatalismo o la pasividad. Su pragmatismo lo envía constantemente en la búsqueda de soluciones prácticas para los problemas que su análisis revela. Es exactamente esta característica la que asegura que el prolijo estante de libros suyos que tengo en mi living no quede sin perturbar por mucho tiempo.
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“Desde diosas hasta reinas, de cortesanas hasta científicas, de actrices hasta santas, desde escritoras hasta políticas… hemos estado en todas partes, aunque un manto de silencio se empeñara en cubrirnos o ignorarnos”. Julia Navarro.
La artista guatemalteca explora la relación entre la humanidad y la naturaleza, y cómo se afectan mutuamente. Desde su estética del vacio, la destrucción que causa un hongo o las termitas no es solo pérdida, sino una redefinición de significado.
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