En cuanto a las determinaciones de la época de dicha abolición, son paradigmáticos los desarrollos que la ciencia y la tecnología vienen desplegando a través de dos grandes monstruos de la indiferenciación y del desconocimiento sistemático del sujeto: la informática y la genética. Ya que, por un lado, la biotecnología – que encarna hoy más que nunca con la cuestión de la clonación, el anhelo universal de inmortalidad – en la pretensión de vencer a la muerte, lleva paradójicamente a la destrucción del mundo y de la subjetividad. Y por el otro, la cibernética con su avance tecnológico, mientras complejiza el sistema de responsabilidades de los sujetos que intervienen en una comunicación, introduce serias consecuencias en cuanto a la regulación normativa de esos intercambios. Es lo que sucede en esta era de la informática con la comunicación en red, esa nueva dimensión que se abre en el espacio virtual. Entre sus numerosos efectos hay uno verdaderamente inquietante en cuanto a sus consecuencias de exclusión subjetiva. Es el caso de las apologías delictivas en internet: piratería, racismo, violación, fundamentalismo, adicción, y por ultimo, lo que nos interesa, el fenómeno del suicidio.
Detengámonos en un sitio dedicado justamente a este fenómeno. Un cable de una agencia suiza da información sobre varios portales que son incitaciones al suicidio así como también sobre la preocupación de un joven cibernauta suizo quien, en un llamado desesperado, pide que prohíban esos sitios y que se abran otros de prevención del suicidio.[1] Nadie duda, cuando se trata de apologías delictivas que incitan al robo, crimen, reclutamientos para entrenamientos de fundamentalistas, etc, que se impone la censura. Si bien la complejidad tecnológica que habilita nuevas y más feroces trasgresiones, se encuentra frente a una creciente dificultad para intervenir normativamente. Pero cuando estos sitios son de incitación al suicidio, los interrogantes se multiplican, puesto que el suicidio nos enfrenta a un tema tabú: la propia muerte. Y si la propia muerte es tabú, el estigmático acto de darse muerte, es un acto que cuestiona al sujeto en cuanto a su libertad y a su responsabilidad. Por ser estos valores propios de la condición humana, es que se puede decir que el suicidio es un tema de estudio tan antiguo como la historia de la humanidad. El hombre es el único ser en el ámbito de lo biológico que comete este acto trágico de quitarse la vida. [2]
El suicidio como tema de estudio
El suicidio ha sido siempre un inquietante interrogante para filósofos, sociólogos, historiadores y poetas. Con respecto a la filosofía, esta disciplina viene, desde hace siglos, vacilando con relación a la fundamentación moral de dicho concepto. En plena época del Proyecto Ilustrado, Hume, un filósofo que representaba a la corriente escocesa en Gran Bretaña, escribió en 1750 el ensayo titulado «Sobre el suicidio», en el que defendió su legitimidad. Este escrito suscitó tal controversia en el ámbito clerical, que no fue publicado en su país en vida del autor. Hume pretendía combatir ese elemento de superstición propio de la religiosidad popular que aleja al hombre del verdadero ejercicio de la fe. En ese sentido, su ensayo trata de rebatir la concepción del suicidio como pecado u ofensa contra Dios, el prójimo o contra sí mismo. También repudia el concepto según el cual el sufrimiento es algo valioso en sí, y con ello desplaza el acento desde la culpabilidad del suicida a la responsabilidad por los propios actos.
En cuanto a las religiones, si bien no hay en ellas una manifiesta incitación al suicidio, ¿cómo pensar la dimensión de sacrificio común a todas y esa sobrevaloración del más allá respecto de la vida terrenal? El sacrificio implica que, en respuesta a un mandato, se ceda aquello que es más valioso para un sujeto, ya sea un hijo o la vida misma. Con esta noción en el texto del Génesis, queda sellada en el sacrificio de Isaac por Abraham, la obediencia del hombre al mandato temerario de Elohim. Pero Lacan nos advierte, en relación con esta cita bíblica en la que Dios le dio un hijo a Abraham y también le dio la orden de traer al pequeño atado de pies y manos como una oveja para sacrificarlo, que antes de conmovernos recordemos que hacer el sacrificio de un pequeño hijo al Elohim era ya algo corriente en esa época. Lo cierto es que, lo que no dejo de ser corriente a lo largo de los siglos, es la dimensión de pecado y de sacrificio. En el texto del Génesis, la piedad del Dios inaugura la primera sustitución simbólica, al desplazar la ofrenda de un hijo en holocausto a un objeto: el cordero. Luego vendrán otras formas de redimirse del pecado: el corte de la circuncisión, el ayuno, el rezo, la oración.
Cuando la psiquiatría moderna sustituyó pecado por enfermedad, pareció abrirse un nuevo capítulo en la consideración de la noción de suicidio así como de todo acto de «maldad humana».
Estos fenómenos empezaron a pensarse como resultados de un desorden mental. Sin embargo, la enfermedad psíquica en tanto causa, no represento aun un progreso en el tema de la responsabilidad subjetiva, ese que ya Tomas Moro había intentado abordar desde la religiosidad. [3] Incluso hoy, el desplazamiento hacia la noción de enfermedad mental, puede constituirse en un argumento de justificación cuyo efecto sea el de desresponsabilizar al sujeto por su acción y su palabra
Del pecado a la responsabilidad subjetiva
La diferencia en el campo psi la introdujo Freud, al relacionar la causalidad psíquica con la noción de responsabilidad. La sociedad de fines del siglo XIX se escandalizó con sus desarrollos sobre los orígenes del deseo y sobre las formaciones del inconsciente como vías de acceso para la interpretación de ese deseo. Freud fue más allá del principio de placer y su vínculo con la pulsión de vida, al desenmascarar a la pulsión de muerte, concepto que introdujo modificaciones en la lectura de la implicación del sujeto en sus actos. Deseo y superyo, pasaron a ser los nuevos determinantes que desplazaron a dioses, demonios, destino y hasta a la enfermedad mental, y que replantean las consideraciones acerca del suicidio como pecado.
A partir de la relectura lacaniana de Freud, el psicoanálisis rescata al sujeto del inconsciente que había sido olvidado por los posfreudianos, y en este rescate, la responsabilidad del mismo en el decir queda estrechamente ligada al deseo – deseo en tanto deseo del Otro – y a una reformulación del concepto de inconsciente en tanto estructurado como un lenguaje.
En los sitios de incitación al suicidio antes mencionados, la angustia que se manifiesta en el sujeto mortificado y desconocido por la ciencia y la tecnología, es la misma que según Lacan [4] promueve ese acoso del Dios que pide sacrificio en el discurso religioso. El hombre, a través de las ceremonias religiosas, no sólo renueva su fidelidad a Dios sino que fundamentalmente, apela a él. La angustia es ante la posibilidad de que él se olvide del hombre. Pues este necesita de lo que Lacan llama el Nombre del Padre que es lo que le otorga reconocimiento, es decir necesita a quien obedecer o transgredir.
El hombre necesita un amo que lo discipline
En esta necesidad de amparo y orden se fundamentan los estudios sociológicos que deducen el estado de una sociedad por su tasa de suicidios. Y si bien son conocidos los desarrollos de Durkheim [5] que ponen al factor social como causa determinante de suicidios, dicha teorización en tanto su objeto de estudio es la sociedad, no pretende dar cuenta de cuáles serían las razones que un sujeto tiene para sucumbir ante tales condiciones sociales de privación o frustración. Ni por que, dada una situación social de desamparo, esa condición traumática no afecta a todos los individuos en el mismo sentido de autoaniquilación. Para el psicoanálisis, la respuesta provendría de razones estructurales, es decir, aquellas que aluden a la estructura del sujeto en su constitución [6], siendo la noción de Otro – que Lacan pone con mayúscula para diferenciarlo del otro como semejante y para marcar la condición de Amo – un concepto fundamental en dicha constitución pues, según como haya operado, este Otro dará sentido a la vida o ….a la muerte. El deseo del Otro es aquello que el sujeto pretende captar y puede llegar incluso hasta el sacrificio del suicidio por lograrlo, para de este modo confirmar al Otro en su consistencia.
En el caso de los suicidios por Internet, en lugar de la construcción de identidad a partir de la necesaria alienación en el Otro de la red simbólica, se produce en esos sitios, un efecto, pero en lo real de la red cibernética.
Se trata en estos casos de una lógica sacrificial por la cual el sujeto elige situarse deudor de un Otro consistente. Otro de quien espera el reconocimiento y para lo cual le dedicará su autoinmolación. Es uno de los argumentos hallados en los suicidios de ciertos adolescentes en cuya estructuración deseante se revela esa dimensión de alienación del deseo a la demanda de un Otro garante de su ser y a quien no pueden fallar. Pero a la vez, esta excesiva consistencia del Otro tanto como su reverso, un Otro que decepciona por su inconsistencia, son equivalentes en cuanto condicionamiento externo facilitador de conductas suicidas en los adolescentes. Ambos posicionamientos extremos con relación al Otro se vinculan con la versión apocalíptica de Padre de los tiempos que nos tocan vivir, pues remiten a la crisis de investidura de la autoridad paterna. Ante esa pérdida de la eficacia simbólica, los jóvenes sucumben, por ejemplo, al mandato de una secta, justamente porque esta les otorgaría un sentimiento de pertenencia, que evitaría la incertidumbre, la angustia del proceso de búsqueda de identidad. O bien, cuando pueden encontrar otra salida que no sea trágica, piden, ruegan que los adultos aparezcan.
En el caso de los suicidios por Internet, en lugar de la construcción de identidad a partir de la necesaria alienación en el Otro de la red simbólica, se produce en esos sitios, un efecto, pero en lo real de la red cibernética. Los individuos que participan, independientemente de su edad cronológica, padecen el aislamiento y la inseguridad. Los suicidios en dicha red, intentan compensar ese desamparo que la ausencia del Otro provoca. Con la particularidad de que se instala una búsqueda de saber sobre la muerte, búsqueda que se traduce en la obtención de información acerca de cuál es la dosis más adecuada para no fallar en el intento. La comunidad cibernética aparecería entonces, como un espacio, un nuevo «marco» estructurado donde morir.
A diferencia de ese lugar simbólico de alojamiento en el Otro, los cibersuicidas, en lo imaginario-real del encuentro con otro, un semejante, esperan hallar valor en la posibilidad de morir con ese otro o para ese otro. Desprovistos de fe, aquella que le permitió a Abraham encarar a puro riesgo, en la angustia y soledad de su acto, el sacrificio de Isaac, reducen la verdadera dimensión del acto a una mera copia: el contagio, la imitación.
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