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Edición
24

Sobre autoficciones

Buenos Aires
Una mirada sobre la más ficticia de las ficciones que sin embargo tiene tintes autobiográficos. ¿Reality-show literario o el peso de la palabra como eje de la propia existencia?

Mientras recorría el Museo de Arte Contemporáneo Proa, de Buenos Aires, comprendí hasta qué punto las autoficciones habían invadido los espacios artísticos. Al usar la expresión comprender me refiero a un estadio superior de la mente que permite aprehender de manera superior los hechos impregnándolos de una inteligencia absolutamente racional. Fue una especie de epifanía que me sirvió para reafirmar mi interés sobre un conjunto de teorías contradictorias sobre la más ficticia de las ficciones que tiene, no obstante, tintes autobiográficos. Y asumir una actitud crítica hacia toda idea dogmática referida a la verdad, noción que en el arte, como en la vida es resbaladiza e inconsistente. Por cierto, ya Platón ponía en el mismo nivel la literatura de ficción y la pintura, considerando a la última como la representación de un “simulacro” en el que se muestra la apariencia y no su objeto, tal como sugiere Schaeffer. Es notable que la manifestación física de las meditaciones críticas sobre textos literarios tenga mayor carnalidad cuando se trata de representaciones artísticas. Quizá se deba a una atracción especial hacia la imagen, que se obstina en permanecer con la fuerza de la evidencia.

El término autoficción: una variante posmoderna de la autobiografía

Que la construcción de los hechos del propio pasado como intervenciones del autor o gestos poéticos se crucen con una idea de verdad o autenticidad, condiciona algunos textos hasta convertirlos en difíciles de leer o mirar como “reales”. Una gran variedad de teóricos han asumido la difícil tarea de definir qué es la autoficción, sin llegar a acuerdos y, en ocasiones, oponiéndose tenazmente unos a otros. Quizá sea esta movilidad lo que mantiene una vigencia sobre un concepto polifónico que supera la literatura para invadir el ámbito de las artes plásticas, de los medios de comunicación y de lo cotidiano. Porque, ¿qué son sino autoficciones, las denodadas cirugías estéticas que intentan convertir a alguien en otro y que solo consiguen transformarlo en ficción de una ficción? ¿Y qué las instalaciones en museos que exhiben un regodeo del artista en manifestarse travestido, en fotos de infancia o en representaciones sexuales, como si él mismo fuera el centro de un universo que debe mostrarse en construcción?

Serge Doubrovsky, quien acuñara el término autoficción a propósito de su novela Fils, sugiere que la materia de la cual están hechos estos relatos es estrictamente autobiográfica: una variante posmoderna de la autobiografía. El autor francés habla con su usual desparpajo de una “autofricción pacientemente onanista que ahora espera compartir su placer”. En este sentido, la utilización de un término ligado a la sexualidad y fruto de su perspectiva psicoanalítica, con la consiguiente posibilidad de cura a través de la escritura asociativa, le permite reafirmar la idea de una ficción de hechos reales que se vuelve una y otra vez hacia el Yo.

Aunque Doubrovsky se adjudicara la paternidad del término, el crítico Vincent Colonna propone leer autoficciones desde Luciano de Samósata, escritor de origen sirio pero de lengua griega, nacido en el año 125 d. C., que escribió su Historia verdadera en la Antigüedad y que reflexionara satíricamente en este texto así: “Yo voy a contar aquí cosas que jamás oí ni vi, y lo que es más importante, que no existen ni pueden existir; por eso hay que cuidarse bien de no creerlas” Si esa no es una profecía, con interlocutores tan diversos a los actuales, entonces, quizá represente simplemente un tratado sobre una memoria de lo por venir.

Como si se tratara de un “reality –show literario” muchos autores deciden hablar de ellos mismos…

Si debiéramos definir aquí la autoficción, solo obtendríamos una variedad de puestas en escena y ninguna precisión: ficcionalización de la experiencia vivida; interferencias genéricas; corporizadora de un pacto ambiguo, ficticio y verdadero a la vez, se presenta como ficción pero su apariencia es la de una autobiografía. Lo más importante, sin duda, es que comienzan a formar parte de los intereses de la crítica, textos considerados cuanto menos, “sospechosos”, con un estatuto literario poco valorado y que estaban en una zona fronteriza y lábil como todas las escrituras íntimas: autobiografía, diario personal, relato de viajes, ensayos. correspondencia de escritores. Como si se tratara de un “reality –show literario” muchos autores deciden hablar de ellos mismos, o de otros simulando que hablan de ellos, descontando que esos textos serán recibidos como literarios, debido a una corriente crítica que los ha puesto en valor.

Las manifestaciones literarias y creativas más diversas y las distintas perspectivas de abordaje sitúan la identidad, categoría filosófica esquiva, en el centro de una pulsión autobiográfica que abarca campos heterogéneos.

Al cuestionar la práctica de la autobiografía que propone la autoficción (Laurent Jenny), se está cuestionando la idea misma de ficción y de literatura. Un escritor se inventa una personalidad y una vida pero conserva su identidad, y lo hace presumiendo que la información que brinda es real, aunque sea inventada (aunque sea una ficción).

Las manifestaciones literarias y creativas más diversas y las distintas perspectivas de abordaje sitúan la identidad, categoría filosófica esquiva, en el centro de una pulsión autobiográfica que abarca campos heterogéneos. Desde el diario íntimo, la autobiografía de las mujeres, los videos y el cine documental, hasta el cómic y el blog de los escritores, se advierte una marcada vocación por mostrarse, pero mostrarse íntimamente, no solo como una plataforma de experimentación sino y sobre todo, como un medio de difusión de ideas en algunos casos, como un modo de conocimiento, en otros.

Mientras la vida privada se pone frente a la pantalla para que todo el mundo pueda observarla, los escritores enmascaran su yo con ficciones. De la autobiografía solidaria de George Sand a la frenética actividad epistolar de Virginia Woolf, pasando por la necesidad de obtener una narración verdadera en el cómic Maus, de Art Spiegelman, al auto-engendramiento del autor en Fils, de Serge Doubrovsky, y al “dolor exquisito” de la artista plástica y fotógrafa Sofía Calle observamos una irrigación constante de manifestaciones del yo, del cual la autoficción tendrá todavía mucho que decir.

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