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Alejandro Dagfal estudió psicología en la Universidad Nacional de La Plata, Argentina, a finales de los años ’80 y luego hizo un doctorado en historia en Paris. Una corta residencia en los Estados Unidos y el trayecto recorrido en su formación, lo orientaron para articular algunas cuestiones que hacen de la psicología y el psicoanálisis que se practica en Argentina y Francia, algo diferenciado de lo que ocurre con estas disciplinas en el resto del mundo.
Las primeras observaciones, investigaciones e hipótesis de Dagfal sobre este tema conformaron su tesis doctoral, dirigida por Elisabeth Roudinesco, en la Universidad de Paris VII y posteriormente, con el trabajo agregado a lo largo de varios años más, se precipitan en dos volumenes publicados.
El primer libro, Entre París y Buenos Aires: la invención del psicólogo (1942-1966), editado en 2009 por Paidós, en Buenos Aires, da cuenta de cómo surge la figura del psicólogo en la Argentina y cómo es que el psicoanálisis se vuelve hegemónico en ese país. A la vez sitúa las condiciones de un proceso, durante la segunda post guerra, que da lugar a que el pensamiento francés se tenga suprema influencia en el campo “psi” de Argentina. Este libro fue recientemente reconocido en agosto de 2011, con el Primer Premio Nacional de la Secretaría de Cultura de la Nación.
Hubo otro tipo de factores, más allá del campo académico y profesional, que incidieron en este proceso de difusión masiva del psicoanálisis.
El pasado mes de octubre, en Francia, acaba de publicarse su último libro, Psychanalyse et psychologie. Paris-Londres-Buenos Aires (París, Campagne Première), también prologado por Roudinesco. Este trabajo explica el nacimiento de la psicología en Francia. Dagfal compara el pensamiento de autores de diversas disciplinas para mostrar cómo el particular cruce que se produce entre filosofía, psiquiatría y psicología propicia la entrada del psicoanálisis en la universidad francesa. El libro también vuelve a enfocar el impacto de la “tradición psi” francesa en Argentina, cuáles fueron los autores pioneros que contribuyeron a generar ese fenómeno, que aunque la historia no los recuerde tanto, fueron quienes abrieron la puerta al pensamiento de Lacan en Sudamérica.
Actualmente Alejandro Dagfal reside en la ciudad de La Plata, es profesor adjunto de Historia de la Psicología (Universidad de Buenos Aires) y codirector de un proyecto de investigación. Desde su ciudad se prestó cordial, a esta entrevista para Letra Urbana.
En el imaginario social argentino la figura del psicólogo está asociada a la del psicoanalista. En ninguna otra parte del mundo las huellas del psicoanálisis tienen tanta presencia como en las costumbres y en el lenguaje de esa cultura local. Cuéntanos algo de esa historia.
En efecto. A partir de los años ’60, los primeros psicólogos argentinos se volcaron masivamente al ejercicio de una psicología clínica de matriz psicoanalítica y kleiniana. A partir de los años ’70, la recepción del lacanismo operó una disyunción entre psicología y psicoanálisis. Es decir, los psicólogos siguieron dedicándose a la clínica, pero dejaron de considerar que el psicoanálisis formaba parte de la psicología, sino que lo tomaron como una instancia superadora. En consecuencia, muchos de ellos comenzaron a referirse a sí mismos como psicoanalistas, en un momento en que la asociación psicoanalítica oficial, hasta entonces dominada por los médicos, empezaba a perder el monopolio de los “usos legítimos” del psicoanálisis. Si se considera que los propios fundadores de las carreras, en su mayoría, nunca habían pensado en favorecer el ejercicio del psicoanálisis y que todo esto sucedió en un período en el que el ejercicio de cualquier cura por la palabra estaba legalmente vedado a los psicólogos, hay que concluir que hubo otro tipo de factores, más allá del campo académico y profesional, que incidieron en este proceso de difusión masiva del psicoanálisis. Particularmente, creo que es necesario seguir investigando sobre las condiciones sociales y culturales que marcaron la especificidad del “fenómeno psi” en nuestro país.
Tu primer libro, ya desde su título, Entre París y Buenos Aires. La invención del psicólogo…, sugiere que ese “fenómeno psi” que mencionas dependió de la relación que hubo entre Francia y Argentina…
En 1947 el psicoanálisis iba a hacer allí su aparición oficial en el marco del proyecto de unidad de la psicología esbozado por Daniel Lagache, un heredero de Janet.
Es cierto. De alguna manera, en mis diferentes trabajos he tratado de mostrar hasta qué punto lo que se ha dado en llamar la “excepción cultural francesa” podría ayudar a entender la “excepción psicológica argentina”. Según esa hipótesis, el formidable desarrollo que tuvieron las disciplinas psi en ese período puede comprenderse más fácilmente en la medida en que se lo sitúe en el marco de procesos de más largo alcance, ligados a la importancia que ha tenido la recepción del pensamiento francés en nuestro país. De hecho, en la historia de la cultura argentina la presencia del pensamiento francés ha sido un dato inaugural. Pero específicamente dentro del “campo psi”, en la primera mitad del siglo XX, se desarrolló en Francia una tradición psicológica particular, que se expresaba en términos comportamentales, pero que no debía nada al conductismo norteamericano. Muy por el contrario, autores tan diversos como Théodule Ribot, Pierre Janet y Henri Piéron, por un lado, y Georges Politzer, Jean-Paul Sartre, Maurice Merleau-Ponty y Daniel Lagache, por el otro, desarrollaron concepciones de lo psíquico que, a pesar de sus diferencias, en una zona de cruce entre filosofía, psiquiatría y psicología, se ocuparon de problemas considerados como científicos, sin excluir empero los llamados “métodos subjetivos” ni el estudio de los fenómenos superiores. Más aún, por esta vía inesperada se produjo la entrada del psicoanálisis en la universidad francesa. En efecto, en 1947 el psicoanálisis iba a hacer allí su aparición oficial en el marco del proyecto de unidad de la psicología esbozado por Daniel Lagache, un heredero de Janet, este tema lo he desarrollado en un libro que acaba de publicarse en Francia. Lo cierto es que el impacto de esta “tradición psi” francesa fue fundamental en la constitución de los discursos psicológicos en la Argentina entre 1942 y 1966. En este sentido, no puede exagerarse el papel receptor de autores argentinos como Enrique Pichon-Rivière, José Bleger y Oscar Masotta. Sin duda, la innegable hegemonía que luego tendrían las enseñanzas de Lacan en el Río de la Plata hicieron que se minimizara la presencia previa de otras obras y de otros autores del mismo origen, que no obstante iban a facilitar más tardíamente la implantación de las ideas lacanianas.
¿Y qué fue lo que hizo entrar al psicoanálisis en la universidad francesa?
Como decía, ese tema lo he abordado en mi segundo libro. Allí trato de mostrar el rol particular que le cupo a Daniel Lagache a principios de los años ’40, período en el que retomó un proyecto del filósofo Georges Politzer, según el cual la nueva psicología, para ser verdaderamente “concreta” y separarse de la abstracción de las ciencias naturales, debía basarse en las enseñanzas del psicoanálisis, la Gestalt y el conductismo. Lagache reformuló ese programa, le agregó nociones del pensamiento social norteamericano y postuló un proyecto de unidad de la psicología que se apoyaba en los conceptos de conducta, definida al estilo janetiano, y personalidad, según la singular interpretación realizada por Anna Freud a partir de la segunda tópica. Con este bagaje conceptual, el proyecto de Lagache, a pesar de sus concesiones teóricas y epistemológicas, se transformó en una suerte de manifiesto para toda una generación de psicólogos franceses, en la medida en que su autor, en 1947, fue el primer psicoanalista que accedió a una cátedra de psicología en la Sorbona, hasta entonces dominada por la tradición científica y experimental. Poco tiempo después, en 1953, lideraría la escisión de la Sociedad Psicoanalítica de París (SPP) y fundaría junto a Jacques Lacan y Françoise Dolto la Sociedad Francesa de Psicoanálisis (SFP). Si bien esta cercanía entre Lagache y Lacan iba a terminar abruptamente en 1963, esa década marcaría indudablemente el inicio de la expansión de un psicoanálisis profano, vinculado a las carreras de psicología recién creadas. Y algo similar iba a ocurrir en Argentina entre fines de los ’50 y mediados de los ’60.
¿Cómo fue que la psicología toma un fuerte sesgo científico en el resto del mundo mientras que en Argentina se torna una disciplina de la subjetividad y el psicoanálisis se vuelve hegemónico?
Creo que eso se debe a una multiplicidad de factores que, que en parte mencioné. Estimo que la relación con el pensamiento francés, en Argentina, sirvió de “barrera” al ingreso de concepciones más objetivistas que, por razones filosóficas muy arraigadas, nunca tuvieron fuerza en el Río de la Plata. Sin embargo, resulta paradójico que, hoy en día, esas mismas concepciones cientificistas se expanden cada vez más en el ámbito europeo, incluso en Francia, mientras que en Argentina los cambios son mucho más lentos, por lo que el psicoanálisis sigue teniendo un lugar de privilegio, tanto en la cultura como en la Universidad y en el sistema de salud.
Hay una singularidad que se ha dado en la Argentina que es haber llevado el psicoanálisis al ámbito educativo y social, a los hospitales públicos y al sistema universitario ¿qué consecuencias tuvo esta popularización de la práctica?
Sería difícil evaluar qué queda hoy y qué desapareció de aquél psicoanálisis que no necesitaba refugiarse en el consultorio y que tenía una clara vocación transformadora.
Una vez más, creo que esta singularidad fue compartida con Francia (e incluso con EEUU, en donde, después de la Segunda Guerra Mundial, el psicoanálisis llegó a ocupar un lugar preponderante en el marco de los discursos sobre la salud mental). Lo específico del caso argentino es que esa “primavera freudiana”, en la que el psicoanálisis, al ocupar la escena pública, se vinculó al florecimiento de las ciencias humanas y a la renovación de las costumbres y las instituciones, fue abortada de manera bastante abrupta por los golpes militares de 1966 y 1976. En ese marco, toda actividad que pudiera ser considerada progresista fue gradualmente abandonada, por lo que se produjo un repliegue hacia la actividad clínica privada, mucho más resguardada de las arbitrariedades de los gobiernos de turno. Baste recordar que, en 1978, Beatriz Perosio, la presidenta de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, fue secuestrada, torturada y posteriormente asesinada por grupos de tareas al servicio de la dictadura. Sería difícil evaluar qué queda hoy y qué desapareció de aquél psicoanálisis que no necesitaba refugiarse en el consultorio y que tenía una clara vocación transformadora.
A 30 años de la muerte de Jaques Lacan, cuéntanos cómo entiendes el impacto que este psicoanalista tuvo en Argentina y en Francia.
Sería muy difícil resumir la importancia que ha tenido Jacques Lacan para el psicoanálisis, tanto a nivel teórico como clínico. Por un lado, en un momento en el que el freudismo tendía a biologizarse, a psicologizarse y, en definitiva, comenzaba a perder el carácter contracultural que había tenido en sus inicios, Lacan logró darle nuevos bríos. A partir de una obra singular –en la que se aliaban el surrealismo, el existencialismo, la antropología y la fonología estructural, la topología y quién sabe cuántos otros discursos, además del freudiano–, el psicoanalista francés elaboró una producción original que, no obstante, fue aceptada como un verdadero “retorno a Freud”. Por otra parte, su figura carismática y excéntrica y su pericia clínica completaban un panorama que contribuía a resituar el psicoanálisis en el marco de las vanguardias culturales e intelectuales, seduciendo a las nuevas generaciones y dividiendo irreconciliablemente a las precedentes.
En 1980, poco antes de su muerte, Lacan conoció en Caracas a buena parte de aquéllos que habían seguido sus enseñanzas a la distancia, en América del Sur, sobre todo en Argentina. Faltaba Oscar Masotta, otro personaje singular, que, antes de morir en Barcelona, en 1979, había sido el principal artífice de esa transmisión del lacanismo allende el Atlántico. En los años ’50, Masotta había sido un joven estudiante de filosofía, cautivado por la moda existencialista. Pero treinta años más tarde sería reconocido como el principal introductor de la obra de Jacques Lacan en la Argentina y en España. En ese camino, sería crítico literario, ensayista, conferencista, promotor de happenings, admirador del arte pop y la historieta, semiólogo… No puede pasarse por alto que el psicoanálisis lacaniano desarrollado tanto en Argentina como en España no se llevaba necesariamente bien con ciertas rigideces institucionales más propias de París, Londres o Nueva York. Sea como fuere, lo cierto es que las enseñanzas de Lacan transitaron, y transitan aun, por ese extraño triángulo entre París, Buenos Aires y Barcelona. Tan es así que no resulta descabellado pensar que, a treinta años de su muerte, Lacan está más vivo en Argentina que en Francia. Sobre todo si se considera el lugar que el lacanismo detenta en la cultura en general, incluyendo el ámbito clínico, y en la universidad en particular.
¿Por qué crees que hasta hoy el psicólogo y su práctica son objeto de polémicas? En particular, ¿cuáles son los factores que se perfilan ahora y comienzan a resquebrajar la hegemonía del psicoanálisis?
Hay un estallido de discursos psi, que tienden a multiplicarse de manera cada vez más fragmentaria.
El psicólogo y su práctica siempre han sido objeto de múltiples polémicas, en la medida en que la psicología misma es una disciplina compleja, fragmentaria, en la que conviven enfoques mutuamente excluyentes y en la que la idea de una crisis continua no resulta para nada extraña. Considerando lo anterior, lo raro sería que no hubieran polémicas. Respecto de la relación entre psicoanálisis y psicología, es claro que los avances de las neurociencias y del cognitivismo, que son discursos hegemónicos en casi todo el mundo occidental, no dejan de tener su impacto en Francia desde hace mucho tiempo, pero también en la Argentina, más recientemente, sobre todo en el ámbito privado. Pero creo que, como decía Jacques Derrida hace más de diez años, no sólo hay que ver las resistencias al psicoanálisis, es decir los factores externos que se le oponen, sino que también resulta pertinente considerar las resistencias del psicoanálisis. En efecto, muchas veces el psicoanálisis, o más bien los psicoanalistas, tardan en adaptarse a los requerimientos de la época. Y ante los grandes desafíos, en vez de primar el interés común por el avance de la disciplina suele imponerse el narcisismo de las pequeñas diferencias. Lo cual deja al gran público como mero espectador de rencillas entre analistas o entre facciones institucionales. Este tipo de situaciones no contribuyen en nada al desarrollo del psicoanálisis en momentos adversos, en los que, entre otras cosas, se le exige que se adapte a estándares de tiempo y eficiencia que fueron pensados para las ciencias naturales y no para las disciplinas del sentido. Por suerte, al mismo tiempo, es claro que hay psicoanalistas que buscan construir puentes con otras disciplinas, que cuestionan su propia práctica, que se prestan al debate y que, en definitiva, están dispuestos a reinventar el psicoanálisis ante cada caso, con todo lo que eso implica.
¿Podríamos pensar que el discurso psi en general está declinando? ¿Cómo crees que será la realidad del psicólogo o del psicoanalista, a partir del siglo XXI?
No sé si el discurso psi en general está declinando. Más bien diría que hay un estallido de discursos psi, que tienden a multiplicarse de manera cada vez más fragmentaria. Por ejemplo, en el dominio de las psicoterapias, conviven alternativas de tipo clásico, como el psicoanálisis mismo, las terapias sistémicas, etc., junto con una gran cantidad de psicoterapias new age, basadas en particularismos epocales y regionales, que suelen enfocar al ser humano a través de su cuerpo y de la supuesta necesidad de restablecer una cierta homeostasis guiada por el principio del placer. En este mercado persa de la salud, dominado por el corto plazo y la eficacia sintomática directa, las condiciones que el siglo XXI reserva al psicoanálisis y los psicoanalistas no parecen ser las mejores. A mi entender, por más que los mismos pacientes tiendan a definir al psicoanalista como a un mero “prestador de servicios”, frente a estas nuevas formas de la demanda, el desafío reside en no rechazarlas de antemano, sino en poder depurarlas para extraer de ellas la dosis de sufrimiento que siempre existe en quien consulta a un psi. Y a partir de allí, siempre habrá quienes apuesten por desplegar ese sufrimiento en un dispositivo de lenguaje. En todo caso, la responsabilidad no es sólo de la época, sino que pasa también por lo que los psicoanalistas sean capaces de hacer con los medios de que disponen, la palabra, en los tiempos en los que nos toca vivir.
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