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El 22 de Julio de 2011 los medios de comunicación colapsaron con la noticia de un nuevo atentado de características masivas perpetrado en Oslo, Noruega. Este atentado nos ha conmovido por las imágenes del horror en relación a las víctimas y sus familias, y en tanto han reeditado en nuestra memoria atentados similares y asesinatos en masa que vienen sucediendo en los últimos años. El autor confeso, Anders Behring Breivik, colocó dos bombas en la zona gubernamental de la capital noruega, cerca de la oficina del Primer Ministro Jens Stoltenberg. En la explosión de los artefactos, fabricados con fertilizantes, siete personas perdieron la vida. Instantes después, Behring, vestido de policía, llegó a la Isla Utoya, donde abrió fuego contra jóvenes del socialdemócrata partido laborista que estaban de campamento. El triste balance tras una hora y media de masacre fue de 86 víctimas mortales y varios heridos.
¡Otro ataque de la Yihad islámica!, fue lo primero que apareció en nuestras mentes. Hipótesis también sostenida al comienzo por los medios de información que daban cuenta de los hechos. Con el correr de las horas se supo de la autoría de este solo personaje quien se reivindicó el atentado atribuyéndose la misión de de salvar a Europa de la invasión de los musulmanes. Entonces ¿se trata de una organización islámica que ataca los cimientos de occidente y la cultura europea atentando justamente a un país que goza (o gozaba) de la seguridad del sistema democrático y de los beneficios de los elevados estándares de vida del capitalismo desarrollado? ¿O debemos atribuir este bárbaro atentado a la obra de un loco, o de un pequeño grupo de locos, cuyas aspiraciones mesiánicas dieron motivo a semejante acto criminal en defensa de la Europa cristiana?
¿Cuáles son las razones que determinan que la violencia se encuentre omnipresente en lo actual de nuestra civilización?
Nos parece que mas allá de las razones ideológicas o políticas, o las determinaciones psicológicas que pudiéramos encontrar en los supuestos responsables de este acto asesino, el mismo viene a mostrarnos en tanto reedición de actos similares como atentados extremistas fundamentalistas, masacres de poblaciones indefensas en distintas geografías ejecutadas por distintos gobiernos, asesinatos en masa realizados en colegios o universidades con gran número de víctimas, de la presencia de la violencia en sus distintas y variadas manifestaciones en el hoy de nuestra civilización. El propósito de este trabajo es el intentar situar algunas consideraciones acerca de estas manifestaciones de la violencia que a nuestro entender tienen relación con la ruptura del lazo social en nuestra cultura del malestar.
Partimos de las siguientes preguntas ¿Cuáles son las razones que determinan que la violencia se encuentre omnipresente en lo actual de nuestra civilización? ¿En que medida su manifestación es tributaria de las formas del lazo social predominante en nuestra cultura bajo la égida del discurso capitalista globalizado?
Pensamos la violencia en nuestra ultra modernidad como tributaria del discurso capitalista que ha sellado su impronta indeleble, caracterizando a la subjetividad de nuestra época y al modo de lazo que se establece entre los hombres. Es incontrastable que la violencia se ha instalado en nuestra civilización posmoderna con sus efectos disruptivos del lazo social. Somos mudos testigos de sus manifestaciones tanto en la cotidianeidad de nuestra existencia, como a través de la constante información que nos ofrecen, como menú a devorar, los medios masivos de comunicación. Sin distinción de edad, de clase social, nivel socioeconómico, de países, de raza, o de religión, asistimos impávidos a la irrupción de la violencia que se extiende como oscura mancha a nivel planetario. Quiebre, ruptura de los lazos sociales, la violencia se presentifica en nuestras vidas en su brutal manifestación. Niños, jóvenes, adultos; blancos, negros o amarillos; judíos, católicos, musulmanes; en la marginalidad de la pobreza de las villas de emergencia o en la opulencia de los barrios privados; la violencia golpea con igual intensidad a nuestro “desamparo organizado”, como caracterizó Hanna Arendt nuestro malestar civilizado.
La violencia, en sus sutiles formas y manifestaciones psicológicas, o en su brutal manifestación física se presenta como disruptiva del lazo con el semejante, se manifiesta como ruptura del lazo social, como quiebre del pacto con el Otro.
La violencia, en sus sutiles formas y manifestaciones psicológicas, o en su brutal manifestación física se presenta como disruptiva del lazo con el semejante, se manifiesta como ruptura del lazo social, como quiebre del pacto con el Otro.
Para entender el lazo social partimos de la tesis esbozada por Freud en su ensayo “El malestar en la cultura”. En su trabajo sitúa el malestar cultural como efecto de la renuncia pulsional a la que está sometido el humano para poder vivir en sociedad. Malestar estructural y necesario en tanto producto de la fundación de la civilización. Tributario del asesinato del padre, el pacto entre hermanos se origina en la prohibición y la ley como instancia que rige el lazo social. Operación necesaria que transmuta la fuerza bruta en derecho. Nombrado por el Psicoanálisis prohibición del incesto, interdicción del goce absoluto, lógica del No-todo, la vida social entre los hombres se funda en la castración, en la imposibilidad del reencuentro con el objeto perdido.
Asistimos en la actualidad a grandes cambios en la estructuración de los colectivos sociales. La organización familiar tradicional en la que el padre estaba investido del poder sobre la familia y la represión de la sexualidad, se va perdiendo. La declinación de la función paterna trae como consecuencia la caída del saber y del poder del padre. El discurso de la ciencia tomó el relevo del discurso religioso en la modernidad haciendo corte con el antiguo mundo de la tradición. La creencia es ahora cuestión de consciencia individual provocando la caída de los ideales como ideales absolutos para todos.
La instauración del imperativo del goce en el hoy de la civilización determina que la referencia no sea la neurosis sino la canallada. El canalla está fuera de la ley. Maltrata al otro, lo pisotea, y extrae de ahí su goce. De este modo rompe el lazo con el otro, destruye el lazo social. El discurso capitalista promueve la canallada en tanto sitúa al otro como objeto para extraer de él un goce. Se sitúa por fuera de la ley y de la relación al otro, al semejante.
Nuestro mundo contemporáneo está gobernado por el nuevo amo moderno, el discurso capitalista que se sustenta en la ciencia y la tecnología. La lógica de este discurso promueve el “no hay imposible”, el “todo está permitido”, dando por resultado en esta lógica antisocial la aparición de la violencia generalizada y sin límites. Se trata de la búsqueda del resultado inmediato, directo, de la eliminación de la diferencia y la proliferación de los goces autistas. En tanto el goce no es mas imposible la violencia emerge como efecto en el campo social.
El discurso capitalista promueve la canallada en tanto sitúa al otro como objeto para extraer de él un goce. Se sitúa por fuera de la ley y de la relación al otro, al semejante.
Entendemos la violencia en la dimensión de la ruptura del discurso que hace lazo social. Se trata de un horror que aparece desnudo, sin las vestimentas de lo simbólico, que hace de polo atractor en tanto presentifica el objeto que rellena toda necesidad. La violencia se ha hecho pública y globalizada y penetra en todos los hogares produciendo una cierta banalización debido a la reducción de la dimensión subjetiva de las imágenes. La violencia se ha constituido así en una modalidad de lazo social, pero como devastación de estos lazos, su punto de ruptura.
Siguiendo la tesis de Jacques Lacan, el genial psicoanalista francés, postulamos que lo que el mercado nos ofrece son letosas. Estas son objetos fabricados a partir de las fórmulas de la ciencia que vienen a ocupar el lugar del objeto perdido. Son como ventosas que nos aspiran permitiéndonos el acceso al goce. Son los objetos de consumo que nos ofrece el mercado que constituyen objetos efímeros: Cuando se adquieren ya pierden valor. En el discurso capitalista todo objeto está destinado a la basura, al desecho. La plusvalía ganada corresponde a la minusvalía del consumidor que queda marcado por el empuje al goce. En este contexto lo que prevalece son los sentimientos de agresividad, de envidia, de odio, y racismo. Estos sentimientos o pasiones se presentan como la reivindicación desesperada por un goce que se supone que el otro nos roba. La suposición es que es el otro quien nos engaña, cuando es el objeto el que va a la basura.
Los asesinatos en masa en sus distintas variantes, más allá de las motivaciones políticas o sus determinaciones psicopatológicas, están enmarcados por el modo de lazo que prevalece en el hoy de nuestras vidas donde el otro, nuestro prójimo, ha perdido valor de tal convirtiéndose en un objeto posible de eliminar. Leemos en las distintas manifestaciones de la violencia en la cultura del malestar del hoy de nuestra civilización la expresión de ese goce sin límites que conlleva la ruptura del lazo social.
Ganarle terreno al sufrimiento, recuperar la subjetividad perdida en lo actual de la discursividad capitalista globalizada, es la opción que frente a la violencia debemos sostener. Esta es la forma de inventar respuestas posibles que nos permita reinstalar el prójimo en nuestras vidas a fin de atravesar nuestro cotidiano dolor de existir.
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“Abstenerse de sexo no es suicida, como lo sería abstenerse del agua o la comida; renunciar a la reproducción y a buscar pareja…con la decisión firme de perseverar en este propósito, produce una serenidad que los lascivos no conocen, o conocen tan solo en la vejez avanzada, cuando hablan aliviados de la paz de los sentidos”.
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