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Edición
29

Soledad. Entrevista a Catherine Millot

París
¿Qué se puede encontrar más allá del desierto solitario?
Catherine Millot – Foto Catherine Hélie Editions Gallimard

Letra Urbana entrevistó a Catherine Millot, una mujer que conoce el camino para pasar desde “el desierto solitario a la capacidad de estar sola”.

En su último libro, Oh Soledad, Ned (Barcelona, 2014), a través de una narrativa autobiográfica,  cuenta el trayecto recorrido entre las vivencias devastadoras de la soledad, originadas por la dependencia del vínculo amoroso, hasta llegar al otro extremo de esa misma experiencia en el que estar sola, al decir de Katherine Philips, se vuelve la más dulce de las opciones.

Millot sabe sobre la soledad, quiere escribir y transmitir cómo sorteó el abismo de la angustia,“… la dicha de vivir sola, cuando la levedad que la acompaña llega hasta el borramiento de sí en la alegría contemplativa”. Pero en ese intento, la escritora rápidamente se da cuenta de que para para hablar de esa soledad luminosa, era necesario evocar su faz negra, la que toma el rostro del abandono. Y ese lado oscuro de la soledad conecta con el amor.

Conoció “tantas soledades como hombres amados y pasaron muchos años antes de que se hiciesen livianas”.

Millot se ve entonces obligada a asociar el recuerdo de ese primer encuentro amoroso que la marcó largamente. Escribe: Aquel primer amor había sido un desastre… En un instante me había sentido vencida y devastada… Un campo de ruinas, sin haber tenido tiempo de entender lo que me pasaba. Con el sentimiento de que el otro tampoco había entendido nada. ¿Por qué esta calamidad se me había venido encima, a mí que ni siquiera soñaba con el amor, a mí que nunca había soñado con el amor…

¿Cómo es que el amor se le viene encima y descubre allí la soledad más profunda? Tal como se destaca en el posfacio del libro, es curioso que  el encuentro amoroso lejos de presentarse como una solución para la soledad, a la joven Cathernine se le presenta como un golpe traumático que la arroja a la dependencia más absoluta del otro.

El mundo se desmorona si el otro no está. Escribe Millot: Un retraso, un plantón, una llamada telefónica sin respuesta, y ese otro, casi indiferente cuando creíamos poder contar con su presencia, se vuelve objeto de irreprimible necesidad, ya que sólo él tiene poder, a partir de ese momento, de calmar la angustia que originó. El otro se vuelve entonces, alternadamente, el veneno y el remedio. En la alternancia de presencia y ausencia puede abismarnos en la nada o volvernos a la vida…

Este amor alienado y doloroso deja a la joven o bien como juguete del otro o bien abandonada, y no tiene más salida que su extinción. Pero la deja atrapada en el callejón sin salida de la soledad más radical; lo que lleva a Millot a reafirmar, por los ecos de Proust, que el amor es la enfermedad sagrada con la que habrá que contar y contemporizar una vez contraída.

Cuando las compuertas del amor se abrieron para esta mujer no fueron las olas de felicidad las que comenzaron a inundarla. El plomo de la angustia le hizo perder toda espontaneidad y toda liviandad. Los celos formaron parte de la enfermedad: Una mirada suya puesta en otra muchacha y yo quedaba destruida, relata Millot. Y en diálogo con Letra Urbana añade que “el dolor de los celos se nutre de ser tres. Cuando se está de a dos uno puede imaginarse que se hace uno. De a tres, la ilusión de disipa y esto es doloroso. El amor da la ilusión de salvarnos de la soledad. Esta ilusión puede durar mucho tiempo. Pero tal vez existe el verdadero  amor, allí donde dos soledades se encuentran.”

Tal vez existe el verdadero  amor, allí donde dos soledades se encuentran.

Catherine Millot es psicoanalista y ensayista, bien advertida de la cartografía de su propio mundo y también aguda en las observaciones sobre el universo solitario de los otros. En su mirada atenta captó que la soledad puede desgarrar, pero también restituir al sujeto hacia un estado sereno, que habilita para la creación y otro modo de estar en el mundo.

Fue inevitable preguntarle cuántas soledades conoció hasta llegar a sentirse leve y poder decir la dicha de vivir sola,  con la que concluye en su libro. Su respuesta hizo foco en un largo camino recorrido y dijo que conoció  “tantas soledades como hombres amados y pasaron muchos años antes de que se hiciesen livianas”. Y en cuanto a  la dicha de vivir sola, aclara que “lo dije en el momento en que ya no estaba sola”.

Esta última afirmación le da relieve a un punto crucial de su libro, la función que tiene para Millot la escritura. La escritura es su compañera, ya no está sola.

El libro indaga la relación entre el amor y el arte, “Retomo la idea de Proust, el arte es la realización del amor. Ambos realizan una apertura, pero el arte cumple la promesa allí donde el amor falla con frecuencia”. El arte de escribir que consigue la autora cumple la promesa.

La obra requiere soledad, una soledad que ya no se padece sino que se espera. El principio de Oh Soledad narra en tono entusiasta: La impaciencia feliz de los comienzos. El horizonte es un círculo perfecto, el mar está desierto, vacío como la página blanca que me espera, como los días que vendrán, y tan sólo el mar y el sol, y las islas… Escribir es siempre volver a conectar con el fondo, con el gran silencio de los orígenes. La soledad se ha vuelto compañera predilecta, la hace feliz, ahora puede ir a su encuentro.

Este último libro de Catherine Millot, escrito en pleno Siglo XXI, es un elogio de la soledad que no deja de ser un poco discordante con la significación negativa que tiene hoy estar desconectado o detenerse para contemplar. Pero, la historia de cómo los hombres consideraron a la soledad comenzó a contarse de otro modo y son algunos de esos ecos los que resuenan en la experiencia de la psicoanalista.

A lo largo de las civilizaciones la reclusión y la meditación fueron apreciadas para favorecer la introspección y la dimensión espiritual. Se ha ido pasando de posiciones extremas de tranquilidad y aislamiento a perspectivas más balanceadas, que ya no requieren de la clausura total para lograr un estado de reflexión y recogimiento.

Hay que destacar que desde la mirada del psicoanálisis, la soledad tiene su raíz en el desamparo y eso marca el destino de ligarse dependientemente a los otros. La tradición filosófica se orientó a partir de considerar la necesidad de desapegarse de los placeres corporales o materiales, porque  estos  corrompen. La soledad es el modo de obstaculizar la dependencia. El estado de contemplación y la soledad elevan el espíritu y dan mayor libertad.

El arte es la realización del amor… cumple la promesa allí donde el amor falla con frecuencia.

¿Cuánto hay que aislarse para lograr este equilibrio y libertad? ¿Cómo aislarse? ¿Cuán austero se necesita ser?

¿Cómo recluirse hoy en este ruidoso mundo pleno de satisfacciones inmediatas? ¿Cómo estar a distancia de los gadgets que todo lo invaden para mantener la conexión continua? Y más aún, ¿cómo separarse de los propios fantasmas y pensamientos para conectar consigo mismo y la naturaleza?

La celda o el desierto son dos variantes extremas que históricamente han funcionado para propiciar esta  la introspección. Es por eso que Catherine Millot se interesa en Hudson, y dichas reflexiones son profundizadas  en el anexo de su libro, por Jean-Philippe Barnabé.

Hudson fue un naturalista y escritor anglo-argentino que cabalgó solitaria y largamente por las pampas. Creció y vivió hasta los 33 años en los campos de la provincia de Buenos Aires, edad en la que se mudó a Inglaterra y jamás regresó. En ese país, tierra de sus antepasados lejanos, publicó su obra que incluye varias crónicas dedicadas a la flora y la fauna, tanto de la Pampa argentina como de diversas regiones de Inglaterra. Evocando sus cabalgatas por el Valle del Rio Negro, Hudson pudo narrar las crónicas naturalistas que testimonian sus “aventuras del espíritu”, donde la soledad se asocia con lo inmenso y lo vasto de la naturaleza.

Cuando nos enfrentamos al abismo de la existencia, la inmensidad sugiere el abandono del hombre y Millot agrega que “cuando uno se abandona al abandono, uno encuentra goce. Y seguramente hay un goce en los sufrimientos del abandonado¨. En la entrevista también afirmó  que ¨hace tiempo que se habla acerca de la afinidad entre el genio y la melancolía y, sin duda, la retirada melancólica es necesaria para la creación¨.

Con cierto tono taoísta, hallar una concordancia con la naturaleza fue el arreglo que Hudson logró con su soledad pero, no sin pasar por la escritura.

Por otra parte, Millot  también se interesó en analizar algunos rasgos de Roland Barthes, quien buscó un camino para sentirse libre pero sin abandonar la vida en sociedad. Este filósofo y semiólogo francés, en su curso ¿Cómo vivir juntos?, aproximó soluciones posibles para resolver la tensión entre el deseo de estar en soledad para pensar y escribir libremente y la necesidad de mantener el lazo con otros. Abrir una pregunta que cuestiona los extremos, es delinear una orientación hacia un mesurado punto medio.

Si desde el origen de la existencia, marcada por el desamparo, los humanos debemos depender de los otros y luego vivimos entre otros, la pregunta obligada es cómo es posible generar el espacio para la libertad y la serenidad contemplativa. En la entrevista Millot subraya que la soledad es necesaria para darle aire a la relación con los demás, que “la serenidad se sitúa más allá de la dependencia, una vez atravesado el abandono. Es otro espacio en el que uno tal vez no puede instalarse. El hecho de entreverlo ya es mucho”.

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