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Edición
17

Migracion El Duelo migratorio Patológico

Verona
La migración según un psicoanalista de Italia, implica un proceso de duelo que requiere un trabajo de elaboración de alrededor de cinco anos. ¿Cómo juegan en el proceso de duelo, las condiciones psíquicas preexistentes al momento de la mudanza? ¿Cuándo un duelo se torna patológico o favorece el proceso creativo?

Migrar es algo más que el mero hecho de trasladarse de un lugar a otro o de cambiar el lugar donde vivir, el sujeto que se enfrentará a una situación de esta naturaleza, se expondrá a un fenómeno extremadamente complejo donde se pone en juego, en cierta medida, gran parte de su equilibrio emocional. Su capacidad de adaptación en mayor o menor grado a situaciones nuevas, le significará casi indefectiblemente, estados de frustración que pondrán a prueba su propia tolerancia a ésta. La incertidumbre creada por la pérdida de los parámetros de orientación, códigos de comunicación, reglas culturales, etc., lo colocará en situaciones de tipo regresivo desde las cuales, en un estado de dependencia e indefensión, tratará de buscar en las personas que lo rodean, figuras que lo protejan, lo defiendan, le enseñen y lo quieran. Vale decir que, exactamente como el niño desamparado y huérfano, se hallará en la búsqueda de figuras paternas de quienes esperará ser «adoptado».

En países de cultura e idioma diversos se verá inmerso en crisis de identidad que lo afectarán en forma más o menos profunda. El deseo de integrarse a la nueva cultura y el contrapuesto de resistirse a esa integración, lo colocará ante

una situación de ambivalencia afectiva. La resistencia a integrarse se debe en primer lugar y fundamentalmente, al temor de pérdida de la cultura de origen, eso crea una intensa resistencia a la asimilación de la nueva cultura.

Solamente cuando es dable lograr una escisión entre la de origen y la nueva, será cuando logrará discernir entre ambas conteniéndolas dentro de sí, digo contener y no integrar. Estos sentimientos ambivalentes, temor a la pérdida de la cultura de origen y necesidad de mantener la escisión como defensa ante la angustia, crearán un particular sufrimiento psíquico que no siempre tiene que ver con la nostalgia, aun cuando convive con ella. De la misma manera,

Este particular sufrimiento psíquico es poco comprendido por la mayoría de las personas que tienden a confundirlo en general, con la nostalgia de la madre tierra dejada. La migración es una experiencia de tipo traumático que, como el duelo, necesitará de un determinado tiempo para ser elaborada, tiempo que como, es obvio, no será el mismo en todas las personas,

… si bien estimaría un periodo de cinco años en lo que representa un duelo migratorio normal. Dependerá, por supuesto, de la flexibilidad y plasticidad de la personalidad en la estructura del sujeto …

Así como de la semejanza de lenguas y culturas, etc. De la misma forma que en el duelo, podríamos hablar entonces de duelo migratorio patológico y duelo migratorio normal. Cuando la cultura es semejante, el trabajo de duelo migratorio es menor pero, paradojalmente, la escisión necesaria como defensa funciona menos, resultando el proceso de asimilación más difícil. No habría la adquisición de una nueva cultura sino más bien se continuaría dentro de la misma cultura pero adecuada al nuevo ambiente.

La experiencia migratoria a diferencia del duelo, no conlleva una real pérdida del objeto, aquí el principio de realidad no nos impone la desaparición material y total del objeto, dado que este prosigue su existencia si bien en otro lado. Otra diferencia es que el suceso traumático en el emigrante no se da en forma aislada y en una sola vez sino a lo largo de un proceso que se inicia desde mucho tiempo antes de la partida, desde el mismo momento que se decidió ésta. Es necesario aclarar que no nos encontramos ante un trauma único sino ante la acumulación de pequeños traumas a lo largo de dicho proceso.

La posibilidad de superar frustraciones, aislamiento, soledad, nostalgia, dependerá en gran parte de la integración del Yo de cada sujeto y de la realidad psíquica acorde y en armonía con la realidad externa; sólo esto permitirá la posibilidad de realizar un normal trabajo de duelo migratorio.

El que emigra elige renunciar a algo a cambio de otra cosa, pero esa renuncia nunca es total. El objeto ausente prosigue su existencia no sólo en la realidad psíquica del sujeto sino además en la realidad externa.

Habría entonces desde el punto de vista psicoanalítico un trabajo de elaboración de pequeños duelos: colores, olores, acentos, arquitectura, que no es que se hayan perdido materialmente, sino que se hallan ausentes.

El sujeto que migra se separará del objeto no porque éste no exista más sino porque es él quien decide renunciar al objeto, desasir la ligazón, sea porque se lo sustituye, porque se ha perdido el interés de seguir manteniendo la investidura libidinal, o porque sin abandonar la investidura del objeto, se mantendrá éste en forma latente hasta el momento de traerlo a la luz. El objeto sufre distintas vicisitudes de renuncia, desde el olvido completo o casi, hasta el «almacenamiento» para ser recobrado en el momento en que se lo considere necesario. El objeto como decíamos no muere, en este caso la angustia no será tanto por perderlo, sino que el objeto quede alejado del sujeto (olvidándolo por ejemplo). Como podemos ver sucedería en modo inverso: no sería el objeto el que se expondría al riesgo de morir, sino el sujeto el cual separándose correría así el riesgo de dejar de existir para el objeto (angustia de ser olvidado). De este modo se alternaría la angustia a ser olvidado con el dolor de la separación.

El temor del sujeto que emigra, de ser olvidado o rechazado por el objeto por él dejado (castigo del Superyo), hace que se incentiven los contactos con el objeto (contactos telefónicos frecuentes, aniversarios, etc.).
El objeto tal vez no ha desaparecido en la realidad externa, pero se ha perdido como objeto de amor. En otras ocasiones es el sujeto el que puede sufrir la pérdida del amor del objeto. El duelo migratorio gozaría a mi modo de ver, de características similares sea en parte al trabajo de duelo propiamente dicho, sea en parte al trabajo melancólico (sin llegar a la melancolía). Sería una situación si se quiere intermedia entre ambos.

Al decir de Freud (Duelo y melancolía, pág. 243 Tomo XIV de Ammorrortu), la migración y la melancolía tienen una semejanza: «El objeto tal vez no está realmente muerto, pero se perdió como objeto de amor (el caso de la novia abandonada)». De la misma manera en la migración no habría como en la melancolía una pérdida siempre concreta de lo perdido cuanto una pérdida de lo ideal. Sigue diciendo Freud en Duelo y Melancolía: «Y en otras circunstancias nos creemos autorizados a suponer una pérdida, pero no atinamos a discernir con precisión lo que se perdió, y con mayor razón podemos pensar que tampoco el enfermo puede apreciar en su conciencia lo que ha perdido. Este caso podría presentarse aún siendo notoria para el enfermo la pérdida ocasionadora de la melancolía: cuando él sabe a quién perdió, pero no lo que perdió en él. Esto nos llevaría a referir de algún modo la melancolía a una pérdida de objeto sustraída de la conciencia, a diferencia del duelo, en el cual no hay nada inconsciente en lo que atañe a la pérdida».

Es curioso cómo los psicoanalistas en general han prestado poca atención al tema de la nostalgia. La palabra nostalgia «Heimweh» fue acuñada en Suiza, en Basilea, hace ya tres siglos, por el médico Johannes Hofer. Sus raíces son griegas «nostos algos»: dolor por el regreso, «mal du pays» para los franceses, «spaesamento» para los italianos. Todas ellas hacen referencia a un sufrimiento por la falta de la casa familiar, de la patria. La nostalgia es el recordar placentero y doloroso que a mi entender tendría afinidad con el recuerdo encubridor.

La nostalgia es un afecto que posee la particularidad de hacer propia una dimensión de espacio y tiempo en la que se juegan los sentimientos más íntimos y secretos (Masciangelo, 1988). En esa dimensión se animan escenarios en donde el «allá lejos y hace tiempo» con el «aquí y ahora» confluyen en un movimiento transgresivo que se jugaría dentro de los límites espacio temporales. Si así lo quisiéramos todo fantasear sería en sí mismo nostálgico en la medida en que el deseo insatisfecho que recorre los circuitos de la fantasía diurna y onírica no puede sino llevar en sí mismo el reclamo amargo de la nostalgia de las huellas nmésicas de experiencias precoces de placer-displacer en el movimiento oscilante de presencia-ausencia del objeto deseado.

En «Psicología de las masas y análisis del Yo» Freud, haciendo referencia a la nostalgia dice que: «El poeta manipula la realidad, adaptándola a la propia nostalgia». En la antigua Grecia, se le atribuía a Erato una de las nueve musas hija de Zeus y Mnemosine, la memoria, la virtud de hacer inspirar poemas amorosos.

La nostalgia se puede volver un síntoma cuando ya no nos encontramos ante el «placer de recordar» sino ante el placer en el recordar por sí mismo. Nos encontraríamos al decir de Andreoli en la «nostalgia sin objeto»: en este caso la dimensión nostálgica sustituye al objeto ausente, denegando su pérdida, estamos ante una «falsa nostalgia» (el afecto nostálgico como una defensa Sohn 1983).

La nostalgia como fetiche, nos dice Masciangelo, confunde aquello que era pero que ya no es más, con aquello que habría podido ser, que se hubiese querido que fuese.

«Partir es morir un poco» y como todo morir necesita de un ritual, el saludo en el aeropuerto, cena de despedida, etc. Grinberg nos habla del «rito protector de la despedida», este rito estaría ausente en las personas que se vieron forzadas a dejar precipitadamente el país, sin la posibilidad de ver, comunicarse y despedirse de familiares y amigos. Esta particular situación nos colocaría delante de una ausencia, que es la falta de una inscripción simbólica que actuaría negativamente en la posibilidad de elaboración del duelo migratorio. Los que deben partir en estas circunstancias, al decir del mismo autor, poseen frecuentemente la fantasía de trasponer la frontera entre la vida y la muerte. En este caso separarse sería morir en la mente del otro, así como llevar en nuestra mente, muerto al que se abandonó.

Cuando se sale bruscamente de un semiautomatismo en el diario vivir, entramos en un medio distinto, donde no solamente cambia el idioma sino los códigos de comunicación, pautas de conducta, etc.

El sujeto expuesto a una situación de tipo inmigratorio se hallará, en cierta forma, en condiciones semejantes a las de un niño: descubrirá nuevos olores, colores, formas, palabras, etc.

Borges decía que: «la infancia es aquella edad más importante, ya que se descubre todo: los olores y colores, las personas, el universo».
La soledad y la frustración serán la dificultad más grande que el sujeto deberá afrontar. La posibilidad mayor o menor de superar el sentimiento de soledad, será otro punto clave en este proceso al que el sujeto se verá expuesto. No olvidemos que al decir de Winnicott, la capacidad de estar solo, es uno de los índices de madurez más importantes en el desarrollo emocional del individuo. La experiencia inmigratoria inevitablemente conlleva, durante los primeros tiempos, una acentuación del sentimiento de «no pertenencia», así como vivencias de desarraigo. Contemporáneamente todo esto se verá acompañado de un sentimiento de pérdida del mundo dejado. El Self sufrirá así el impacto como una conmoción que sacudirá su estructura psíquica. Ante esta situación de desorganización interna, se movilizarán ansiedades de tipo paranoide, confusionales y depresivas. Al decir de Grinberg: «… En la migración la pérdida de objetos es masiva: personas, objetos inanimados, códigos, costumbres, comidas, horarios, etc….» Todo esto estará ligado a recuerdos intensos de un colorido afectivo nostálgico que se acentuará en el deseo de querer retener en la memoria las imágenes de los objetos inanimados allá lejos dejados. Pero este duelo particular del inmigrante, tiene sus características específicas, las partes del Self que se han dejado en el lugar de origen, las identificaciones establecidas y en apariencia perdidas, siguen estando, no han muerto definitivamente, siguen manteniendo su existencia en ese lugar del que nos hemos separado (Laura Achard y Jorge Massera Rev. de Psicoanálisis Argentina 1982). El objeto perdido no ha sufrido un daño irreparable, es cierto, pero las partes del Self dejadas allí, no pueden ser recuperadas en forma total y esta experiencia es vivida como un desgarro interno, como una herida sangrante: un duelo a elaborar.En países con una identidad cultural e idiomas distintos, el sujeto se verá expuesto a la situación de tener que descartar o postergar, dado que no necesariamente deberán ser olvidados, estos aspectos culturales adquiridos, para poder desenvolverse en el nuevo medio poseedor de pautas diferentes.

Esta renuncia a poder hacer uso de su propia cultura, será vivida como una castración psíquica. Quisiera destacar en común acuerdo con otros autores, que el sufrimiento psíquico del inmigrante es en general, bastante incomprendido.

Sin embargo el sujeto que poseyendo un Yo lo suficientemente fuerte logra superar la honda frustración, así como la experiencia de desarraigo y de desorganización de su mundo interno, internalizará una nueva identidad agregándola a aquella anterior, logrando, por cierto, un enriquecimiento y maduración de su personalidad no indiferente.

Insisto sobre la importancia de mantener o no desechar ni negar la identidad primitiva, dado que la negación de estructuras identificatorias anteriores, creará un empobrecimiento del Yo y mantendrá activas ciertas patologías. Estas emergerán tarde o temprano ante situaciones de frustración que le puedan hacer recordar su situación de extranjero. La negación de su identidad primitiva lo llevaría a una imitación al decir de Eugenio Gaddini o un falso Self, lo cual será percibido como algo artificial o en el peor de los casos, como a una triste caricatura de la tragicomedia del inmigrante. En estos casos patológicos, no solamente interviene el mecanismo de negación, sino también el de identificación con el agresor. No olvidemos que…

… el medio ambiente será vivido siempre como agresor en mayor o menor grado en la medida que es algo desconocido.

Todo esto, más allá de la mayor o menor receptividad que puede haber tenido el recién llegado.
En el duelo migratorio patológico es frecuente ver síntomas como el aislamiento y enquistamiento, rechazo de nuevas amistades pertenecientes al nuevo sitio y el frecuentar sólo coterráneos, muchos de ellos igualmente enfermos. Todo lo hablado y compartido gira alrededor de la patria lejana e idealizada con denigración de la adoptiva, sin posibilidades de salida de este círculo vicioso, dificultando así la posibilidad de abrirse a nuevas y enriquecedoras experiencias, ante un mundo que se ofrece como fuente inagotable de estímulos nuevos. El estado regresivo del período inicial, puede llevar a una reactivación de los conflictos latentes no resueltos, pudiendo desencadenar cuadros psicopatológicos de distinta gravedad. De cualquier forma y sin llegar a estas situaciones extremas, es frecuente hallar una cierta ansiedad de tipo paranoide-depresiva, que puede acompañarse o no de somatizaciones varias.

Es de importancia no dejar de lado en las situaciones de cambio provocadas por el migrar, la tendencia a los accidentes. Julio Granel nos dice: «Ante situaciones de cambio importantes, el sujeto reaccionará con conductas que tienden a anular en forma parcial o total el proceso». En mi opinión, estos conceptos pueden ser aplicados en modo particular a los cambios de tipo traumático sufridos por el sujeto que migra. El sujeto que debe insertarse en una cultura diferente debiendo ser receptor de una nueva cultura, a veces necesita rechazarla por vivirla como una amenaza para su identidad cultural. La estabilidad es turbada y esto generará un conflicto entre la pulsión de muerte (resistencia al cambio) y la pulsión de vida (deseo de enriquecerse con nuevas identificaciones).

Me interesa destacar también la importancia de las fantasías inconscientes en el sujeto que migra. Las fantasías acerca del partir, del país que se deja o del país que lo acoge, podrán ser infinitas y dependerán fundamentalmente de la historia individual y única de cada sujeto. De cualquier forma considero que existen determinadas fantasías comunes a los emigrantes en general, independientemente de los factores individuales.

Un ejemplo de ello es la fantasía de adopción, la de ser recibido por una madre adoptiva. Es muy frecuente hablar de país de “adopción». Sin duda hay afectos, emociones, vivencias y conflictiva, similares en las situaciones de migración y adopción, que hacen posible esta equiparación. También pueden darse fantasías de renacimiento, en este caso se trataría de un nacimiento a una nueva vida en la que se idealizaría la «Tierra prometida». Otra fantasía a relevar es la de destete, en la que pareciera que el grado de sufrimiento y nostalgia ante el desarraigo, pudieran ser determinados por las vicisitudes del destete y separación de la madre (madre-patria) y el posterior encuentro con el tercero (padre).

Importante es decir con un autor como Grinberg: «Quien ha tenido una madre poco continente, tendría dificultades en decidir emigrar, en la medida en que por un lado tendería a permanecer «pegado» y por el otro, migraría continuamente de país en país, lo cual podría llevarlo de fracaso en fracaso dado que, nunca podría encontrar el país que lo satisficiera suficientemente».

Balint describió dos tipos de personas: aquellas con tendencia a aferrarse a lo seguro y estable, a las cuales denominó ocnofílicas o sea caracterizadas por su enorme apego a las personas y a las cosas, agregaría que tienen una cierta dificultad a separarse y vivir solos. Y por otro lado los filobáticos, aquellos orientados a buscar sensaciones y nuevas experiencias con un fuerte sentido de la propia autonomía e independencia.

Grinberg considera que ninguna de esas dos tendencias es, por sí sola, índice de salud mental: «Quizás lo deseable fuera lograr una buena integración de ambas, de manera de poder actuar en uno u otro sentido según se evalúen las circunstancias».

La nostalgia tiene que ver con el dolor por la ausencia de aquello que nos fue familiar y es importante señalar que, al contrario de lo que se puede esperar,…

… la fuente de mayor sufrimiento nostálgico se hallaría en los objetos inanimados, calles, edificios, avenidas, árboles, que si bien poseen vida, permanecen inermes y sin grandes cambios.

Las relaciones y las personas pueden llegar a cambiar y entonces correrán el riesgo de ser sentidos como distintos y desconocidos. Los objetos inanimados nos garantizan que las investiduras libidinales colocadas en ellos no se verán afectadas pudiendo así reconocer y reconocernos en dichos objetos.

Tolerar la frustración de ser «diferentes» nos coloca en una situación interna de individuación y de independencia, en cierta forma «libres». Opino que quien emigra una vez se convertirá en cierta forma, en extranjero de por vida. Aun retornandoa su país de origen, no pertenecerá a éste de la misma forma que antes.Se ha recorrido un camino por lo que el lugar al cual se vuelve, no será jamás el mismo dejado y el sujeto que partió tampoco será igual cuando regresa.En el inevitable trabajo de duelo que toda persona que migra tendrá que realizar, se pone en juego su estabilidad psíquica, así como su capacidad de reoganización mental y sintética del yo. Si este se viese perjudicado por la experiencia traumática, de manera de no hallar una salida al estado de desorganización inicial, se verá afectado muy posiblemente, de un duelo migratorio patológico. En ese caso podrá afectarse tanto la esfera psíquica como somática, las situaciones de cambio por excelencia, aumentarán el riesgo de accidentarse.Por el contrario, si la capacidad de reorganización y síntesis es eficiente y exitosa, podrá superar las dificultades y la elaboración no patológica del duelo le permitirá mejorar su potencial creativo. De este modo, en los momentos de depresión hallará la posibilidad de enriquecerse rescatando las identificaciones del mundo dejado e integrándolas al nuevo como fuente de estímulo para nuevas identificaciones, que lo proyectarán hacia adelante en la búsqueda de un futuro de labor, esperanza y vida.

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