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…su primera novela, es la realización de un sueño, que no se agota aquí, sino que seguirá produciendo más testimonios de su fértil imaginación y sus vivencias personales. Sus textos, repletos de personajes descriptos con toda la delicadeza y sutileza propios del humano, reflejan la madurez y sensibilidad de la autora.
Anamora Morawetz nació en Buenos Aires en 1933 y vivió en Martínez hasta 1975, cuando se traslada a Brasil. En esa época, el intercambio de correspondencia fluida y constante con familiares y amigos argentinos, le hicieron revivir el amor por la escritura que le fuera inculcado por su padre desde pequeña. En 1991 retorna al país y elige nuevamente a Martínez como lugar de residencia. Fueron entonces otra vez las cartas, en esta oportunidad a sus distantes y queridos amigos brasileños, las que fortalecieron su vena literaria. En 1995 incursionó en el mundo de las letras frecuentando distintos Talleres Literarios de la Zona Norte y de Capital. Participó en numerosos Concursos Literarios, obteniendo menciones y premios. En 2007, en la edad de 74 años, la publicación de «La Casa de la Calle Arcos», su primera novela, es la realización de un sueño, que no se agota aquí, sino que seguirá produciendo más testimonios de su fértil imaginación y sus vivencias personales. Sus textos, repletos de personajes descriptos con toda la delicadeza y sutileza propios del humano, reflejan la madurez y sensibilidad de la autora.
Anamora estará en diciembre de 2008 en Miami para el lanzamiento de su novela «La Casa de la Calle Arcos». En esta ocasion Letra urbana publica su cuento Maria.
María
El tren pasa tajante cortando el silencio. Los perros ladran. María se sobresalta. Aún no se acostumbra a vivir junto al terraplén, tan lejos de cielo. Recuerda que hasta hace poco tiempo vivía en el piso 21, desde donde casi podía tocar la luna…
Sentada en la sala del coqueto departamento la mujer mastica su bronca. Encima de la mesa ratona, al lado de un manojo de bolsas verdes y de dos sobres, están la botella y el vaso. María se sirve una copa, después otra y otra y una más. Necesita ahogar su desconsuelo. De pronto sus ojos advierten las bolsas verdes. ¿De dónde salieron estas? se pregunta. Entonces, vagamente, recuerda la reunión de consorcio de la noche anterior. Sí, esas bolsas…se las dio don Antonio el portero. «Son para separar los cartones de la basura, así los cartoneros no rompen ni desparraman todo por la vereda ¿sabe?» le había dicho al entregárselas junto con aquellas cartas…
«Lo mejor para los dos es que terminemos, no quiero hacerte daño…»¡No quiero hacerte daño! ¡Pero qué hijo de puta! Escribirme una carta, no dar la cara, mandarla con el portero ¡qué boludo¡ y bueno, al final lo tengo merecido, se dice. ¡Todo fue demasiado loco! Me envolvió como quiso y me dejé. También, sacarte de la villa y traerte a vivir a este depto encandila a cualquiera, me cegué, por completo me cegué. Pensar que cuando me trajo y me dijo «Bombón, lo nuestro es para toda la vida», el corazón me golpeó tan fuerte dentro del pecho que creí que se me iba a reventar. Y después cuando abrió la ventana y vi el cielo tan cerca, me había parecido que estirando la mano, podía tocar la luna…
Los dedos nerviosos de María estrujan el papel que acaba de leer. Después, de un sorbo bebe la quinta copa. Siente el cuerpo como de trapo, y los pies como si tuvieran alas. Tambaleando llega hasta el balcón, la luna la mira con cara de espanto. Retrocede. Piensa que no tiene coraje ni para matarse. Entonces se deja caer sobre el sillón y vuelve a leer en voz alta la otra carta. La segunda, que anoche le entregó don Antonio, el portero.«Debido a los reiterados atrasos en el pago del departamento B del piso 21*, nos vemos en la obligación de intimarlo a hacer efectivo el pago de lo adeudado dentro de las 48 horas.» ¡Qué hijo de puta! hasta las deudas me dejó, exclama.
La mujer sube el terraplén y atraviesa las vías seguida por los perros. A lo lejos se escucha el rugido del tren. Es el blanco, el de los cartoneros. Ese que los lleva apiñados como un rebaño humano. La mujer camina por una calle sombreada de tilos. Frente a cada edificio se destacan las bolsas verdes, ésas que, son para separar los cartones, de la basura, como le había dicho aquella noche don Antonio el portero. Entonces María, arrastrando el carrito, comienza a recogerlas seguida por los perros.
Anamora
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