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Hay goces mínimos. Goces que se satisfacen con casi nada. Con inconsistencias. Con pronta respuesta. Goces cuyos arreglos no introducen la dimensión temporal y no se sostienen.
Se observa que hay quienes se satisfacen momentáneamente con lo ocasional, con lo que vale para ese instante.
Lo que todos estos mínimos goces tienen en común es que no crean ni construyen nada. No están proyectados, no se relanzan. Tienen un valor efímero. Lo que se satisface y no puede ser enlazado a otra cosa en otro momento.
Cuando se percibe una molestia de cualquier orden, llega una respuesta inmediata. Como ejemplo de ello puedo mencionar al insulto intempestivo como descarga catártica. Otras veces se trata de ganarle a otro en referencia a un objeto o un hecho insignificante, solo para satisfacer la vanidad. O bien, el goce mínimo puede reducirse a comprar objetos inútiles, hablar para escuchar la propia voz, mirar tan sólo para satisfacer al ojo, pulsar «enter» para satisfacer al dedo.
Lo que todos estos mínimos goces tienen en común es que no crean ni construyen nada. No están proyectados, no se relanzan. Tienen un valor efímero. Lo que se satisface y no puede ser enlazado a otra cosa en otro momento.
Podemos decir que son maneras de gozar que no están orientadas y por eso no hay trayecto posible a recorrer, porque no hay otro lugar hacia donde dirigirse.
El efecto que estas satisfacciones efímeras provocan es una sensación de vacío porque no hay espacio constituido ni mundo estructurado. Entonces no es posible extraer un rasgo, que se enlace a otros rasgos haciendo redes de encuentros fructíferos. Enlaces nutritivos proyectados que dimensionen la vida. El goce del cuerpo, vuelve al cuerpo como pedazo desenlazado de su forma unificante. Hay dedo, ojo, boca, impulso de agarre o satisfacción sin dirección. Hay deriva de goce y vuelta a su fuente generando mas goce por acumulación.
El goce deriva, y queda en ese estado de deriva en un altamar infinito sin puerto de llegada. Por eso se acumula y por eso retorna a su fuente redoblando su llamado.
Entonces la molestia «llama yaW a una» respuesta yaW. En el «yaW de la respuesta no hay temporalidad. El «yaW, no es el presente.
Para que haya presente habrá relación a algún pasado y a algún futuro. El «yaW no está conjugado en ningún tiempo. No responde al llamado de ningún sujeto. Nadie llama. Nadie responde. El mercado como discurso dominante aparece en esa fractura. Como el llamado no está dirigido, hay respuesta imperativa a una pregunta que no se formula. El sujeto se conjuga en algún tiempo.
El «yaW, responde a la necesidad inmediata de una inquietud inevitable. Pero su pronta respuesta tapona la pregunta por el deseo humano. El «yaW obstruye el espacio necesario para la construcción de una pregunta que proyecta el deseo. Aplasta el pensar como acto humanizante y constructivo que se despliega durante un cierto tiempo y en relación a otro fuera del pensamiento rumiante, un interlocutor, aunque sea supuesto.
En ese «yaW sin pensar y en el auto-pensar rumiante, la satisfacción no alcanza lo humano en un sentido proyectivo. Se queda ahí, en el instante, girando en falso como calesita sin sortija.
Sin un cuerpo unificado los pedazos que llaman son infinitos. Y un hombre no es una suma de pedacitos.
Esos goces mínimos ofrecen satisfacciones mínimas, instantáneas, ocasionales e insuficientes. Pide siempre más y responde con acumulación y cantidad en una metonimia infinita que no abrocha en ningún lado.
Esos goces mínimos ofrecen satisfacciones mínimas, instantáneas, ocasionales e insuficientes. Pide siempre más y responde con acumulación y cantidad en una metonimia infinita que no abrocha en ningún lado. Esos goces mínimos generan molestias máximas. Porque ninguno alcanza a dar satisfacción a lo propiamente humano, que no es el pedacito de cuerpo desenlazado de su unificación en algún rasgo con el cual hacer lazo en un mundo constituido con otros.
Esos goces mínimos generan molestias máximas. Porque ninguno alcanza a dar satisfacción a lo propiamente humano, que no es el pedacito de cuerpo desenlazado de su unificación en algún rasgo con el cual hacer lazo en un mundo constituido con otros. Un mundo en el que sea posible el cruce y el calce, encontrarse en puntos que amarren y sostengan. Si no, es deriva sin puerto, caída sin fondo. Sin lazo y sin red, allí, hay desarreglo con el goce.
Hay mejores arreglos que otros. Hay mejores tratos. El arte es un tratamiento de goce, un modo de tratar, de hacer trato. Para hacer un trato, es necesario contar con algo, con recursos. Hablar es otro recurso, también escribir, amar, pensar. Así como toda producción discursiva estructurada.
¿Y qué significa que sean mejores? Más estables. Más estructurados. Con enlaces más permanentes. Vemos que allí el más, no es fijeza ni rigidez. Tampoco cantidad sino un «plusW cualitativo con el que se cuenta, se lo dispone, se lo puede poner en función para hacer otra cosa con eso. De allí su movilidad y su posibilidad de enlaces. Esos mejores tratos, implican elementos por fuera y un fluir tendido al mundo que facilita «lo que vuelveW. Los goces mínimos no cuentan con esa posibilidad. Nada vuelve. Son a pura pérdida y acumulan objetos inútiles insatisfacción, molestia y malestar.
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