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Edición
23

Lágrimas secas

Miami
Publicamos la presentación que Ruth Glasberg Gold ofreció al presentar su libro, junto con escritora Maricel Mayor Marsán, en Letra Urbana Encuentros @ Books and Books. La vida de Ruth, que no comenzó, y afortunadamente no terminó con el Holocausto, es un recorrido digno de conocerse y un testimonio único de lo ocurrido en un campo de concentración de Transnistria, Rumania.

Estimado público, señoras y señores:

Señora Marisel Mayor Marsán muchas gracias por su excelente reseña. También deseo agradecer a Mónica Prandi, y a Gisela Savdie, de la revista Letra-Urbana, por haberme otorgado el honor de presentar mi libro esta noche.

Mi nombre es Ruth Glasberg Gold, soy uno de los niños sobrevivientes del Holocausto en Rumania.

La palabra Holocausto se asocia por lo general con los campos de exterminio alemanes, pero muy poco se sabe acerca del Holocausto en Rumania, el más cruel y salvaje, por ser menos estructural en su brutalidad, que el de los alemanes.

 

Ruth Glasberg Golde y Marisel Mayor MarsanRuth Glasberg Golde y Marisel Mayor Marsan

 

Mi testimonio es el de una niña que fue arrojada a los fuegos de Hades y que si bien fue quemada, por suerte no fue consumida. Paradójicamente es a la vez el testimonio de una incurable optimista y una eterna idealista quien sueña con un mundo utópico, en el cual el género humano no se divide en blancos y negros, en amarillos y rojos; un mundo sin fronteras, sin políticas, sin religiones.

Antes de contarles mi tragedia, quiero que sepan que mi vida no comenzó, y afortunadamente, no terminó con el Holocausto.

Me crié en Czernowitz, capital de la Bukovina en Rumania, donde los judíos convivimos en armonía con toda la variada comunidad. Había rumanos, polacos, alemanes, ucranianos, rusos y austríacos… con diferentes religiones conviviendo en un lugar común. En Czernowitz pasé los años felices de mi corta niñez.


Mi testimonio es el de una niña que fue arrojada a los fuegos de Hades y que si bien fue quemada, por suerte no fue consumida. Paradójicamente es a la vez el testimonio de una incurable optimista…

En aquellos años mi imagen era de una niña muy flaca, pecosa y con dos trenzas rubias. Vivía despreocupada, mimada por mi familia. Tenía un hermano mayor de siete años, un muchacho talentoso y un prodigio en el violín; y a quien adoraba. Pase veranos idílicos en la finca de mi abuelo. Me agradaba la escuela y tenía muchas amigas.

Considero importante contar lo que precede al sufrimiento, para mostrarles lo que perdí. Para que puedan evaluar lo que me fue quitado, para que sepan sobre todo lo que me fue negado.
Mis vivencias son distintas a la mayoría de las que ustedes han oído. Porque el Holocausto rumano comenzó en el verano de 1941, mucho antes de que los trenes de la muerte transitaran las vías de otros países, llevando sus víctimas a los campos de concentración en Polonia, mucho antes que los crematorios de Auschwitz, Treblinka, Maidanek y tantos otros echaran humo humano.

Soy una sobreviviente de Transnitria, que era un enclave geográfico entre los ríos Dniester y el Río Bug en el Oeste de Ucrania. Al formarse el eje entre los ejércitos alemanes y rumanos, Hitler le regaló este territorio al Mariscal Ion Antonescu, el líder fascista de Rumania, con el propósito de exterminar en este sitio a todos los judíos rumanos.

Lagrimas Secas Empero, las huestes rumanas menos desarrolladas técnicamente, emplearon sus propias formas de genocidio, las que denomino con el título: “baja tecnología”. Ellos nunca tuvieron un sistema organizado y científico para este genocidio.

No nos tatuaron, no nos tomaron fotos y no filmaron sus actos inhumanos. Por esa razón, la tragedia de Transnitria es menos conocida. Los fascistas rumanos aplicaron métodos brutales y primitivos, pero no por ello menos mortíferos.

El 21 de junio de 1941, el día de mi undécimo cumpleaños, mi niñez fue abruptamente interrumpida. En lugar de festejar ese día, lo pasé en un refugio anti-bombas. Los ejércitos alemanes y rumanos atacaron a la Unión Soviética y bombardearon sin tregua nuestra ciudad de Czernowitz. Luego, las vanguardias rumanas, seguidos por los Einsatzgruppen (Los escuadrones de la Muerte) entraron a la ciudad y en 24 horas masacraron 2.000 judíos, incendiaron la sinagoga y mataron al rabino jefe.

Si lo anterior no hubiese sido suficiente, impusieron la ley marcial, el toque de queda y la obligación para todos los judíos a portar el distintivo con la estrella de David amarilla. Luego vino la prohibición de trabajar, la prohibición de ir al colegio y la prohibición de formar grupos en la calle.

Dos meses más tarde, fuimos enviados a un gueto en condiciones desconocidas de miseria, al tener que compartir una habitación, un sótano, o un ático con varias familias.
En aquellos días, todavía no sospechábamos que este gueto era el “campo de tránsito” del cual partirían miles de judíos desterrados hacia Transnistria, Ucrania.

Mi odisea hacia la desesperación comenzó en noviembre de 1941, solo tenía once años. Ese día los soldados rumanos nos sacaron del gueto permitiéndonos llevar lo que podíamos cargar en las manos, o en las espaldas y nos empujaron hacia la estación de ferrocarril.

No nos tatuaron, no nos tomaron fotos y no filmaron sus actos inhumanos. Por esa razón, la tragedia de Transnitria es menos conocida.

Allí, nos hicieron subir a los vagones de un tren que usualmente se utilizaban para transportar ganado, 50 a 80 personas encerradas en cada vagón maloliente, apretujadas, hacinadas.
Con la primera sacudida se desató el infierno. La gente aterrorizada rezaba, maldecía, lloraba y gemía… Lo más doloroso era oír el llanto de los niños.

Durante los cuatro días siguientes a la partida de ese “expreso Infernal” muchos perecieron de hambre, de sed o de asfixia; y los cadáveres eran arrojados al costado de las vías del ferrocarril.
Al cuarto día el tren se detuvo. Los soldados abrieron los cerrojos de los vagones y nos ordenaron bajar. Con hambre y sed, desesperados, agotados de cansancio, con miedo y dolor, a duras penas podíamos mantenernos de pie. Nos obligaron a caminar unos 20 a 25 km por día, sin comida, sin agua… Solo por las noches nos permitían algún descanso, generalmente encerrados en unos establos abandonados, que debíamos compartir con los cadáveres que dejaban los transportes que nos precedieron.

Nos hicieron caminar de pueblo a pueblo, día a día por dos semanas, a través del extenso territorio de la Ucrania durante un helado mes de noviembre. La carretera estaba cubierta de lodo que llegaba más arriba de los tobillos; lo que dificultaba aún más nuestro paso.
Tiempo después, entendí cuál era el propósito de esta marcha por caminos interminables y desolados: el objetivo era desmoralizarnos y debilitarnos. Querían que muriésemos durante ese calvario.

Los enfermos, los niños y los ancianos que no podían seguir, quedaban abandonados para siempre a un costado de la carretera. Los cuerpos desnudos y congelados a lo largo del camino fue una espantosa experiencia. La primera y la más horrenda visión de la muerte que aún hoy me sobresalta.

Aprendimos rápidamente sobre la crueldad que es capaz de ejercer un ser humano hacia otro ser humano; aprendimos sobre dolor y el sufrimiento, aprendimos el significado de la vida y la muerte…

El otro sistema que los fascistas rumanos aplicaron, era de encerrar a miles de judíos en bodegas a las que prendieron fuego: los dejaron que se asfixiaran dentro de vagones de ganado; los ahogaron en el río Niester, fusilaron miles delante de fosas comunes, que las víctimas mismas debían de cavar con sus manos. En algunos lugares los bárbaros no queriendo gastar sus balas, enterraron las victimas vivas. Testigos ucranianos contaron que la tierra tembló por tres días. En mi libro tengo un testimonio con el título: “Niños enterrados vivos en Transnistria.”
Si todo lo anteriormente mencionado, incluyendo la epidemia de fiebre tifoidea no mató el suficiente número de personas, algunos impacientes y bárbaros comandantes de los campos, ordenaron siniestras masacres de miles de judíos, cuyos cadáveres fueron abandonados a la intemperie.

Lagrimas Secas

A nosotros, los deportados que sobrevivíamos, nos esparcieron en más de cien campos en el área de Transnistria y nos abandonaron a nuestra suerte, sin alimentos, sin posibilidades de protegernos de las inclemencias del tiempo. En pocas palabras, nos abandonaron para que muriésemos de hambre… de frío…. de desesperación… de angustia.
Como resultado, 270.000 judíos y 11.000 gitanos murieron en solo tres años.

Los fascistas rumanos nos arrancaron de la seguridad y del calor de nuestros hogares. Nuestros antes omnipotentes padres ya no podían protegernos y consolarnos… ahora eran ellos los que necesitaban consuelo y ayuda.

La niñez simboliza inocencia, felicidad, sueños, risas y juegos. Para aquellos niños que sobrevivimos, la niñez tomó otro sentido. Significaba volverse adultos de un día para otro, significó la muerte de la inocencia, la muerte de la niñez.

Aprendimos rápidamente sobre la crueldad que es capaz de ejercer un ser humano hacia otro ser humano; aprendimos sobre dolor y el sufrimiento, aprendimos el significado de la vida y la muerte…

Nos desposeyeron, nos deportaron, nos humillaron… Después, llegaría lo peor.Estábamos destrozados.

De pronto, ya no fui más la hija de alguien… Ahora no tenía a nadie que me amara, a nadie que se preocupara por mi destino.

Y así, en este estado de desesperación, nuestra columna notoriamente disminuida se arrastro a duras penas hasta el campo de Bershad. Era diciembre cuando llegamos… y helaba. El frío casi nos impedía respirar, pero era la sed y el hambre que amenazaban matarnos.

Nosotros, mi familia y yo, encontramos una habitación en la parte trasera de una casa derruida, con un piso de tierra, a la cual le habían saqueado la puerta y las ventanas, y cuyo techo goteaba.
Afuera de aquel refugio, la nieve se acumuló llegándonos a la altura de las rodillas. En Bershad no había electricidad, ni agua corriente, ni letrinas. Las necesidades fisiológicas se hacían detrás de la casa. Nos habían rebajado al más bajo nivel del reino animal; y ya no cupo lugar para la vergüenza, puesto que se trataba de sobrevivir.

No solo nosotros ocupamos esa habitación, éramos veinte personas que debíamos convivir en este espacio, que más tarde sirvió de improvisada morgue, y en donde fui testigo impotente de la muerte de más de 18 personas, incluyendo a toda mi familia.

La primera víctima fue mi padre, después mi hermano y finalmente mi madre. Todo esto sucedió en apenas tres cortas semanas. Después de la muerte de mi padre sufrí un entumecimiento emocional. Y este mismo entumecimiento me protegió. Entonces, igual que ahora, ninguna palabra hará justicia a los horrores que he presenciado… que he sufrido.

En enero 27 de 1942, a los once años tuve que valerme por mí misma para sobrevivir en aquel ambiente hostil, macabro y surrealista; era una huérfana solitaria en el mundo. De pronto, ya no fui más la hija de alguien… Ahora no tenía a nadie que me amara, a nadie que se preocupara por mi destino.

…durante la tragedia no hubo lugar ni tiempo para el duelo, ni suficientes fuerzas para gritar nuestro dolor, ni lágrimas que brotaran de nuestros ojos.

A medida que se incrementaba la mortalidad los fallecidos quedaban apilados, por días o semanas, contra una pared de nuestra habitación. Cuando los enterradores finalmente se llevaban los cadáveres los arrojaban sobre la tierra congelada del cementerio y allí los abandonaban.

Mamá fue la última en morir. Su cuerpo quedó solo en aquella habitación-morgue por dos semanas y fui testigo del ataque de perros hambrientos que arrancaron la carne de sus huesos.
Cuando me preguntan “¿cómo sobreviviste?” no puedo dar una respuesta lógica. Puede ser los valores éticos y morales inculcados a una edad muy temprana por mis padres y el amor que recibí de mi familia. Mi propio amor por la gente, por las amistades, por la naturaleza, por los animales, por las bellas artes y sobre todo mi inagotable curiosidad y optimismo.

Por encima de todo, era la visión profética de mi madre, que antes de morir me dijo: “Todos en esta habitación morirán, solamente tu sobrevivirás…Tú tienes que dar testimonio”.

Sin lugar a dudas, esas palabras parecen haberme transmitido un poder mágico y una resistencia espiritual que me mantuvieron viva y preservaron mi humanidad. La sentencia de mi madre moribunda me otorgo el poder de anotar sin lápiz ni papel, todos los detalles del horror que me rodeaba. Hoy ante ustedes puedo asegurar que mi madre tuvo razón. ¡Yo iba a dar testimonio de aquel horror! Hice realidad su profecía, este es mi testimonio “Lágrimas Secas”.

A pesar de todas las horribles experiencias sufridas y de una niñez severamente traumatizada, sigo creyendo en la inherente bondad del ser humano; sigo creyendo que uno puede encontrar sentido en el sufrimiento. Afortunadamente, mantuve una actitud positiva ante la adversidad. No alimenté el odio y no permití que me invadiera la amargura. Trate de guiar la adversidad hacia canales positivos y “gozar” de la vida porque había apreciado su fragilidad.

…los niños sobrevivientes no queríamos reflexionar sobre nuestras experiencias, solo anhelábamos luchar por nuestra nueva patria porque ISRAEL, nos brindó mucho más que una rehabilitación física, simbólicamente Israel representó autoestima e identidad.

No puedo dejar de recordar a los buenos amigos y mentores, que jugaron un papel importante en mi supervivencia. En aquellos tiempos del horror y el espanto, también hubo ejemplos de bondad humana. Fueron muchos, pero me limitaré a mencionar a los 21 mil “cristianos justos,” quienes poniendo en peligro sus vidas, salvaron a miles de judíos.

En particular al Dr. Traian Popovici, alcalde de Czernowitz, cuyo coraje ayudó a salvar 20 mil judíos de la deportación y a la Cruz Roja quien ayudó a liberar unos 2.000 huérfanos de Transnistria.
Destaco la bondad de los mismos reclusos de Bershad, quienes a pesar del caos reinante, vieron la necesidad y crearon un orfelinato improvisado.

Los huérfanos fueron recogidos de las callejuelas, de las casas en ruina, de los establos. La mayor parte de los niños estaban enfermos, semi-congelados, desnutridos, sucios y silenciosos. Niños con caras envejecidas y expresiones de profunda tristeza. Un exacto reflejo de mí misma.

Nos hicieron caminar de pueblo a pueblo, día a día por dos semanas, a través del extenso territorio de la Ucrania durante un helado mes de noviembre. La carretera estaba cubierta de lodo que llegaba más arriba de los tobillos; lo que dificultaba aún más nuestro paso.
Tiempo después, entendí cuál era el propósito de esta marcha por caminos interminables y desolados: el objetivo era desmoralizarnos y debilitarnos. Querían que muriésemos durante ese calvario.

Los enfermos, los niños y los ancianos que no podían seguir, quedaban abandonados para siempre a un costado de la carretera. Los cuerpos desnudos y congelados a lo largo del camino fue una espantosa experiencia. La primera y la más horrenda visión de la muerte que aún hoy me sobresalta.

El otro sistema que los fascistas rumanos aplicaron, era de encerrar a miles de judíos en bodegas a las que prendieron fuego: los dejaron que se asfixiaran dentro de vagones de ganado; los ahogaron en el río Niester, fusilaron miles delante de fosas comunes, que las víctimas mismas debían de cavar con sus manos. En algunos lugares los bárbaros no queriendo gastar sus balas, enterraron las victimas vivas. Testigos ucranianos contaron que la tierra tembló por tres días. En mi libro tengo un testimonio con el título: “Niños enterrados vivos en Transnistria.”
Si todo lo anteriormente mencionado, incluyendo la epidemia de fiebre tifoidea no mató el suficiente número de personas, algunos impacientes y bárbaros comandantes de los campos, ordenaron siniestras masacres de miles de judíos, cuyos cadáveres fueron abandonados a la intemperie.

A nosotros, los deportados que sobrevivíamos, nos esparcieron en más de cien campos en el área de Transnistria y nos abandonaron a nuestra suerte, sin alimentos, sin posibilidades de protegernos de las inclemencias del tiempo. En pocas palabras, nos abandonaron para que muriésemos de hambre… de frío…. de desesperación… de angustia.

Como resultado, 270.000 judíos y 11.000 gitanos murieron en solo tres años.
Los fascistas rumanos nos arrancaron de la seguridad y del calor de nuestros hogares. Nuestros antes omnipotentes padres ya no podían protegernos y consolarnos… ahora eran ellos los que necesitaban consuelo y ayuda.

La niñez simboliza inocencia, felicidad, sueños, risas y juegos. Para aquellos niños que sobrevivimos, la niñez tomó otro sentido. Significaba volverse adultos de un día para otro, significó la muerte de la inocencia, la muerte de la niñez.

Nos desposeyeron, nos deportaron, nos humillaron… Después, llegaría lo peor. Aprendimos rápidamente sobre la crueldad que es capaz de ejercer un ser humano hacia otro ser humano; aprendimos sobre dolor y el sufrimiento, aprendimos el significado de la vida y la muerte… Estábamos destrozados.

Y así, en este estado de desesperación, nuestra columna notoriamente disminuida se arrastro a duras penas hasta el campo de Bershad. Era diciembre cuando llegamos… y helaba. El frío casi nos impedía respirar, pero era la sed y el hambre que amenazaban matarnos.

Nosotros, mi familia y yo, encontramos una habitación en la parte trasera de una casa derruida, con un piso de tierra, a la cual le habían saqueado la puerta y las ventanas, y cuyo techo goteaba.
Afuera de aquel refugio, la nieve se acumuló llegándonos a la altura de las rodillas. En Bershad no había electricidad, ni agua corriente, ni letrinas. Las necesidades fisiológicas se hacían detrás de la casa. Nos habían rebajado al más bajo nivel del reino animal; y ya no cupo lugar para la vergüenza, puesto que se trataba de sobrevivir.

No solo nosotros ocupamos esa habitación, éramos veinte personas que debíamos convivir en este espacio, que más tarde sirvió de improvisada morgue, y en donde fui testigo impotente de la muerte de más de 18 personas, incluyendo a toda mi familia.

La primera víctima fue mi padre, después mi hermano y finalmente mi madre. Todo esto sucedió en apenas tres cortas semanas. Después de la muerte de mi padre sufrí un entumecimiento emocional. Y este mismo entumecimiento me protegió. Entonces, igual que ahora, ninguna palabra hará justicia a los horrores que he presenciado… que he sufrido.

En enero 27 de 1942, a los once años tuve que valerme por mí misma para sobrevivir en aquel ambiente hostil, macabro y surrealista; era una huérfana solitaria en el mundo. De pronto, ya no fui más la hija de alguien… Ahora no tenía a nadie que me amara, a nadie que se preocupara por mi destino.

A medida que se incrementaba la mortalidad los fallecidos quedaban apilados, por días o semanas, contra una pared de nuestra habitación. Cuando los enterradores finalmente se llevaban los cadáveres los arrojaban sobre la tierra congelada del cementerio y allí los abandonaban.

Mamá fue la última en morir. Su cuerpo quedó solo en aquella habitación-morgue por dos semanas y fui testigo del ataque de perros hambrientos que arrancaron la carne de sus huesos.
Cuando me preguntan “¿cómo sobreviviste?” no puedo dar una respuesta lógica. Puede ser los valores éticos y morales inculcados a una edad muy temprana por mis padres y el amor que recibí de mi familia. Mi propio amor por la gente, por las amistades, por la naturaleza, por los animales, por las bellas artes y sobre todo mi inagotable curiosidad y optimismo.

Por encima de todo, era la visión profética de mi madre, que antes de morir me dijo: “Todos en esta habitación morirán, solamente tu sobrevivirás…Tú tienes que dar testimonio”.

Sin lugar a dudas, esas palabras parecen haberme transmitido un poder mágico y una resistencia espiritual que me mantuvieron viva y preservaron mi humanidad. La sentencia de mi madre moribunda me otorgo el poder de anotar sin lápiz ni papel, todos los detalles del horror que me rodeaba. Hoy ante ustedes puedo asegurar que mi madre tuvo razón. ¡Yo iba a dar testimonio de aquel horror! Hice realidad su profecía, este es mi testimonio “Lágrimas Secas”.

A pesar de todas las horribles experiencias sufridas y de una niñez severamente traumatizada, sigo creyendo en la inherente bondad del ser humano; sigo creyendo que uno puede encontrar sentido en el sufrimiento. Afortunadamente, mantuve una actitud positiva ante la adversidad. No alimenté el odio y no permití que me invadiera la amargura. Trate de guiar la adversidad hacia canales positivos y “gozar” de la vida porque había apreciado su fragilidad.

No puedo dejar de recordar a los buenos amigos y mentores, que jugaron un papel importante en mi supervivencia. En aquellos tiempos del horror y el espanto, también hubo ejemplos de bondad humana. Fueron muchos, pero me limitaré a mencionar a los 21 mil “cristianos justos,” quienes poniendo en peligro sus vidas, salvaron a miles de judíos.

En particular al Dr. Traian Popovici, alcalde de Czernowitz, cuyo coraje ayudó a salvar 20 mil judíos de la deportación y a la Cruz Roja quien ayudó a liberar unos 2.000 huérfanos de Transnistria.
Destaco la bondad de los mismos reclusos de Bershad, quienes a pesar del caos reinante, vieron la necesidad y crearon un orfelinato improvisado.

Los huérfanos fueron recogidos de las callejuelas, de las casas en ruina, de los establos. La mayor parte de los niños estaban enfermos, semi-congelados, desnutridos, sucios y silenciosos. Niños con caras envejecidas y expresiones de profunda tristeza. Un exacto reflejo de mí misma.
Nuestros benefactores nos acomodaron en una habitación en la que solo había una enorme plataforma de madera que oficiaba de cama, en donde los niños se apretujaron como sardinas.
Pero en aquel atestado orfelinato, afloró el sentido de la amistad y el altruismo. Por instinto, nos apegamos unos a los otros y nos apoyábamos y nos ayudábamos en todo lo que fuera necesario. Ya no nos sentíamos solos, nos unió el destino común. Quizás, el dicho “Mal de muchos, consuelo de tontos,” se hizo tangible en nuestro orfanato.

En mi caso, puedo dejar constancia que los libros de medicina se equivocaron. Sobreviví dos semanas sin dormir, vigilando a mi mamá. Sobreviví tres años de hambre. Sobreviví tres recaídas de fiebre tifoidea, dos ataques de malaria, la invasión de parásitos y consecuentemente la disentería, la sarna y furunculosis. Puedo asegurar que es un milagro el que pudiera superar todos aquellos males sin buena alimentación, sin medicinas, sin cariño y en un clima de bajísimas temperaturas que oscilaban en los 40 centígrados bajo cero, durmiendo sobre pisos de tierra o sobre una cama-plataforma de tablas de madera apretujada con otras 10 niñas. Por tres años soñé con un trozo de pan, un baño caliente con jabón y una verdadera cama.

Uno de los más amargos aspectos de la tragedia que ocurrió en Transnistria, fue el estado en que quedamos los huérfanos. Vivimos una experiencia de vagabundos. Cubiertos con bolsas de arpillera, papeles o trapos envolviendo los pies, en lugar de zapatos. Estuvimos hambrientos, enfermos, abandonados. Nuestras cabezas rapadas fueron un distintivo repulsivo, una imagen vivida que señalaba al régimen criminal por sus acciones imperdonables.

Los sobrevivientes, particularmente los niños, sufrimos un duelo interminable, porque durante la tragedia no hubo lugar ni tiempo para el duelo, ni suficientes fuerzas para gritar nuestro dolor, ni lágrimas que brotaran de nuestros ojos.

La lucha por sobrevivir y el intenso deseo de construir una nueva vida, esperanzados en el porvenir, con el pensamiento puesto en el futuro y sin volver la mirada hacia atrás nos impidió lamentarnos, de ahí proviene el título en español de mi libro, “Lágrimas Secas”.

Después de la muerte de mis seres queridos, mi vida dependió de extraños. Me volví nómada, pasando de una familia adoptiva a otra, de un orfelinato improvisado a otro, de un campo de refugiados al campo de detención. Palestina parecía inalcanzable.

Como después de la liberación no había psicólogos que nos ayudaran con el proceso de duelo y con la reconstrucción de nuestra autoestima quebrada por la humillación, así que tuvimos que enfrentarnos solos a nuestros traumas lo mejor que pudimos.

Finalizada la guerra, me uní a una comuna sionista desde donde organizamos el escape de Rumania, ya para ese entonces comunista. Nos embarcamos en una nave de carga rumbo a Palestina, pero sufrimos un naufragio en el mar Egeo. Tres días más tarde, acorazados británicos nos rescataron, pero en lugar de llevarnos a Palestina, nos trasladaron a un campo de detención en la Isla de Chipre, lugar en el que permanecimos por más de un año.

Finalmente llegamos a Palestina.
¿Qué esperábamos de Palestina, siendo huérfanos indocumentados, sin raíces, sin posesiones, sin ropa ni dinero, desconociendo la cultura y el idioma de este nuevo país? Hoy mismo no podría contestar esta pregunta, por eso a este proceso le llamé “Sobrevivir La Sobrevivencia”.

Enfrenté sola obstáculos que parecían insalvables e hice enormes esfuerzos para rehabilitarme y reorganizar mi vida. Debí superar los múltiples desarraigos y acomodarme a los choques culturales para tratar de integrarme a una sociedad “normal”.

Pero, nosotros los niños sobrevivientes no queríamos reflexionar sobre nuestras experiencias, solo anhelábamos luchar por nuestra nueva patria porque ISRAEL, nos brindó mucho más que una rehabilitación física, simbólicamente Israel representó autoestima e identidad.
En mayo de 1948 nació el Estado de Israel y otra vez, me encontré inmersa en una nueva guerra, la guerra de la Independencia.

Participé en la creación de un Nuevo Kibutz, que es como le llaman a las Granjas Colectivas. Allí, en la tierra fértil de mi nueva patria, planté mis raíces quebradas y así hice florecer una nueva Ruth.

Mi compasión por la gente me convirtió en la “sanadora” de mi Kibutz, una distinción que despertó en mí el deseo de estudiar e ingresé a la Escuela de Enfermería de Hadassah, graduándome como enfermera profesional.

Sin embargo, mi triunfo más grande sobre aquellos que quisieron sepultar mi humanidad, fue obtener una educación. Esta fue mi manera de restablecer la dignidad que el Holocausto pretendió destrozar. ¡Y esta fue mi venganza sobre la barbarie!

Tenía apenas catorce años cuando di mi primer testimonio escrito sobre lo que padecimos y eso fue inmediatamente después de la liberación. Hoy 68 años más tarde, aun sigo atestiguando… porque hay personas que se atreven a negar los horrores de aquella realidad nefasta que fue el Holocausto. Estos demagogos tratan de sembrar las semillas del odio para que esta clase de inhumanidad se repita, sea en Bosnia, Darfur, Camboia o Zimbabwe. Esto sucede también en otros países, sobre todo bajo gobiernos totalitarios, o en nombre de una religión, de una etnia o un nacionalismo primitivo.

Deseo dejar un mensaje positivo en esta presentación y creo que no lo hay mejor que el bregar por una educación adecuada para inculcar a nuestros hijos y nietos, desde una edad temprana, los valores que dignifican la vida, tanto en el hogar como en los colegios. ¡Tolerancia!

Ningún niño puede escapar del infierno si no vive y preserva estos valores.
Les estoy eternamente agradecida a mis padres por haberme inculcado esos valores: tratar al prójimo sin prejuicios, tener buenos pensamientos y buenas intenciones, hacer buenas acciones, amar y preocuparse por aquellos que están cerca de nosotros en nuestra comunidad. De ellos, de mis padres, aprendí a tratar a los otros, a nuestro prójimo con el mismo conjunto de valores con los que deseo ser tratada.

Aquellos que ayer fuimos los niños sobrevivientes del Holocausto, hoy somos los últimos testigos fidedignos del capítulo más trágico y siniestro de la historia de la humanidad. Muy pronto no quedarán más para relatar lo sucedido. Por lo tanto, estos testimonios dados en primera persona, mueren con nosotros quienes somos protagonistas y no estadísticas.

Al contar nuestras experiencias, al enseñar la magnitud del Holocausto y al escribir nuestras memorias, nos forzamos a revivir el doloroso pasado para asegurar a las futuras generaciones una feliz e inocente niñez… libre de humillaciones de muerte y de violencia.
Nosotros hacemos todo esto para recordarles el famoso mandato bíblico: Zachor! Recuerda!

Mil gracias.

2 Comentarios

  1. Una historia real y admirable la fuerza y resistencia Ruth por mantener su fuerza y Deseo de vivir despues de tan sufrimiento es un verdadero testimonio de vida y debe servirnos a Los lectores de este libro de ayuda para aprender a perdonar. Y que la vida no importa Los sufrimiento tiene que continuar.

  2. Estimada Ruth
    Gracias por compartir tu dantesca odisea con una gran riqueza interior y Fe en el ser humano que no dejan espacio para ningun atisbo de rencor.

    Cual Fenix renacida de entre las cenizas para contar la historia de los que no sobrevivieron nos dejas el legado del consuelo para los que perdimos a nuestros seres queridos en el Campo de Concentracion deTransnistria.

    Maximo Rudt Bronsky mi abuelo nacido en Czernowitz perecio con su familia en aquel genocidio.

    Gracias por tu testimonio de vida.

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