Por
Caminando por las calles de Montevideo, esas que pueden pensarse como propias de la ciudad de Buenos Aires de otro momento, me encontré frente a una librería llamada “Puro Verso”. En ese idioma español tan rioplatense que mezcla a Borges con Gardel y a exilios con lugares comunes, el nombre del local tenía una doble vía de significación. Mientras que en una podía entenderse que se hablaba de un absoluto de poesía -casi como reanimando esa rima de Bécquer: “…poesía eres tú”)-, en la otra vía nos estaba advirtiendo de una verdad: de lo que se trataba allí era de aquello que nuestro argot entiende por verso: “tú me engañas”.
Una cierta autocrítica o algo de pudor, que como psicoanalista entiendo que pueden suponerse equivalentes, me llevó a sospechar de mi disposición para enredarme con las palabras. Pero la evidencia de una enorme placa colocada en la majestuosa escalera que llevando al segundo nivel, saludaba a los que ascendían por ella buscando más y más libros, despejó mi sospecha.
Porque esa placa afirmaba en latín una sentencia de Cicerón: “Veritas filias mendacitat est”, La verdad es hija de la mendacidad.
…la relación entre verdad, engaño y su puesta en forma en uno de los lugares más indicados para ello: la novela policial.
La deriva que culminó en el encuentro con esta frase se me hizo necesaria, para comenzar de una manera menos agreste o parroquial, las puntuaciones de este texto que se ocupan de la relación entre verdad, engaño y su puesta en forma en uno de los lugares más indicados para ello: la novela policial.
Por cierto que el psicoanálisis se establece a partir de lo que en su momento Freud llamó la novela familiar y que siendo la historia narrada por otro clásico: Sófocles, tiene aquello que triangula, y no uso esta palabra por casualidad, verdad y engaño con violencia y muerte.
Me refiero a la tragedia de Edipo en la que un joven se engaña, no quiere saber lo que sabe a pesar de los indicios que se le presentan: “¿en qué país pueden estar los asesinos?, ¿dónde podrá encontrarse la huella de una antigua culpa?…” se pregunta Edipo al que alguien le responde: “afirmo que en esta tierra lo que es buscado puede ser encontrado, pero se escapa lo que pasamos por alto…”.
No puedo dejar de comentar que esta transcripción es el fragmento de un volumen ofrecido precisamente en esa librería montevideana. Y que continúa entonces de una manera más bien doméstica, con la reivindicación del hallazgo, eso que hace frontera entre verdad y engaño.
…continúa entonces de una manera más bien doméstica, con la reivindicación del hallazgo, eso que hace frontera entre verdad y engaño.
Y hablando de hallazgo: si la novela policial de Edipo, o su tragedia, funda el corpus teórico del psicoanálisis, para que este concepto tuviese esa función, fue necesario que a Freud no se le pasara por alto una evidencia que luego tuvo curiosas derivaciones, y más aun, bizarras traducciones.
En los comienzos de su investigación acerca de los síntomas que presentaban aquellas pacientes que llegaban a la consulta, Freud se ocupa en la hipnosis, suponiendo que un sujeto en ese estado podría revelar experiencias reprimidas y hacer catarsis -nuevamente los griegos- , una purga, como el término lo indica, para regresar a la conciencia despojado del padecimiento.
Pero Freud rehusándose a cualquier triunfalismo, pese a ser ya un hombre maduro y necesitado de aprobación científica, se encuentra con evidencias que le muestran la inconsistencia de sus reflexiones. En una carta a su único corresponsal le dice entonces: “Mi teoría sobre la neurosis -en alemán esto se comprime en el término Neurótika – me ha defraudado. En otras palabras: mi verdad sobre el padecimiento neurótico me ha engañado…”. A partir de allí es cuando tomara en cuenta la tragedia del deseo y se respaldará en la novela policial de Edipo -“los canallas hacen de día lo que los neuróticos sueñan de noche”- para alcanzar alguna resolución de ese padecimiento.
BROWN UNIVERSITY GISELA SAVDIE
BROWN UNIVERSITY. Foto Gisela Savdie
Decía de la poco ingenua bizarrería de las traducciones que pasaron a transformar Teoría de las neurosis o Neurótika en “pacientes neuróticas” y a culminar esta operación con “mis pacientes me han engañado, mis pacientes me mienten”.
Este sí que es, como diría mi amigo Julio Ortega, un mal asesinato de la verdad para reducirla a un argumento verosímil. Que como sabemos no tiene por qué aludir a lo cierto, como lo hace el engaño, sino mostrarse coherente siguiendo ciertas reglas que persuadan a un auditorio dispuesto a eso.
Pero para continuar en la deriva y para despedirnos transitoriamente de Freud prefiero recurrir a un chiste que no le pertenece, pero que ubica en uno de sus textos y que también articula verdad y mentira:
En un vagón de tren dos judíos están sentados uno frente al otro. Y uno le pregunta al otro: ¿vas a Cracovia o a Lemberg?
Cuando su interlocutor le responde que se dirige a Cracovia, el preguntón vuelve a interpelarlo:” ¿Por qué me mientes? Me dices que vas a Cracovia para que yo piense que vas a Lemberg, pero efectivamente vas a Cracovia…”.
Es entonces posible considerar que la verdad hace frontera con el engaño y queda perforada y a la vista como le dicen a Edipo.
…como petición de principio ningún problema es insoluble, si fuese así se llamaría dilema.
Una persona llamada N. me relata que días atrás al bajar de un micro notó súbitamente la falta de su billetera que contenía documentos, dinero, etcétera. Sintiéndose muy inquieta se dirigió hasta la terminal de esa línea de ómnibus… “me dijeron que allí no habían devuelto nada y que lo único que podía hacer era denunciar el robo en la comisaría de la otra cuadra. Cuando llegué allí un agente de policía me tomó declaración y me preguntó en qué momento me había dado cuenta que me faltaba la billetera. Le contesté: Yo, la verdad le miento, si le digo que sé cuándo fue eso, pero, ¿me permitiría hacer un llamado?”. Agrega entonces N:” me comuniqué con mi casa y me dijeron que la billetera estaba ahí. Así que se me había olvidado, no la tenía conmigo cuando subí al micro y por supuesto nadie me la había robado”
“¿La verdad, le miento?” pregunto a N.
“¿Sabe una cosa?” me comenta en otro momento, “creo que fue al decir esa frase, sin saber por qué, descubrí que la billetera podía estar en mi casa”
Podríamos suponer a estos relatos como narraciones en transporte, algo que en la novela policial ocupa un lugar casi de línea de fuga. Así podemos pensar la bocina, canto de sirena, en Adiós muñeca pasando por Crímenes en el Oriente Express para hacer estación en el mucho más modesto tren en el que un todavía más modesto escritor, comparte el enigma de un asesinato que necesita ser consultado a un peluquero que en la cárcel se ocupa de resolver crímenes.
Me refiero a Seis enigmas para Don Isidro Parodi, pero lo hago para convocar a Borges, aquel que junto a Bioy Casares fue quien organizó la fundacional colección del Séptimo Círculo, en donde la novela policial inglesa lustraba su mejor blasón: “ha sucedido un crimen, el punto central no es la violencia sino el misterio, el problema: un cuarto cerrado, un muerto, gente intachable o un poco disparatada, etc., etc…”
Pero el problema planteado se presenta como engañoso si proclama que su resolución es imposible. Porque precisamente ese planteo da acceso a verdades que parten de las matemáticas y también del acontecimiento mismo: como petición de principio ningún problema es insoluble, si fuese así se llamaría dilema. Eso tan propio de las escenas criminales: O la bolsa o la vida.
Por otra parte la verdad que nos dice esta situación, es que lo único insoluble es precisamente la muerte.
…en los dos formatos en que la verdad de la muerte hace sombra a las palabras, se plantean ficciones, ocultamientos diferentes…
Y ha sido Borges quien ha jugado tanto con el engaño y la verdad como para cultivar el apócrifo, de modo que en muchas de sus citas no hay más que una delgada línea que se atraviesa mutuamente. O cuando en ese poema nos dice, y vuelve a jugar, “he cometido el peor de los pecados no he sido feliz”. Para que en esa ficción podamos alcanzar una verdad: Jorge Luis Borges ha sido feliz escribiendo esas líneas sobre una engañosa infelicidad.
Pero hay otra verdad a la que se accede con una estructura de ficción, cuando cita las palabras de un cuchillero, para algunos un guapo, para otros un asesino vocacional que le dice “Borges, quien no debía una muerte en mi tiempo”.
Pero si Borges se ocupa de la novela policial lo hace prefiriendo esa línea, tan inglesa, tan pulcra. Ratificando aquello que decía Dorothy Sayers: “La muerte en particular, más que cualquier otro tema, parece constituir para las mentes de la raza anglosajona, una mina de diversión inocente…”.
Esta frase es la cabecera de puente de una escritora de relatos policiales: P.D: James, quien habiendo nacido y viviendo aún en Inglaterra salta a la otra vereda, hasta ser considerada como “la mejor escritora contemporánea de novela negra”.
Entonces en los dos formatos en que la verdad de la muerte hace sombra a las palabras, se plantean ficciones, ocultamientos diferentes, ya que en la versión inglesa se trata de develar en un crimen una verdad oculta y en la versión de la novela negra la verdad tiene el sonido estridente de esa bocina de Adiós muñeca que resuena en las calles dando a ver la corrupción, el desencanto y el filo y contrafilo del poder.
Para concluir y hablando de sonidos. Sabemos que en el idioma español “mascarada” y en el argot porteño “careta” hablan de lo mismo: lo que recubre el rostro de alguien, de una persona.
Una palabra, per-sona que alude al pasaje de la voz por los agujeros de una máscara. El pasaje de ese grano de verdad perforando el desfiladero del ocultamiento. Como al regreso de los generales romanos victoriosos, los mismos lectores que los festejaban con enormes abanicos no dejaban de susurrarles: “recuerda Cesar que eres mortal”.
Para los wayuu el mundo está lleno de seres atentos al universo, algunos son humanos y otros no. La noción de personas en el cristianismo, el judaísmo y otras religiones de occidente ubican a los humanos como los seres centrales del universo. ¿Cuál es la riqueza de una cultura sin esa jerarquía?
París de principios del siglo XX atrajo artistas de todo el mundo. Muchos críticos de arte reclamaron el nacionalismo artístico, enfatizando las diferencias entre los locales y autóctonos y los extranjeros… los extraños, entre ellos Picasso, Joan Miró y Marc Chagall.
“Desde diosas hasta reinas, de cortesanas hasta científicas, de actrices hasta santas, desde escritoras hasta políticas… hemos estado en todas partes, aunque un manto de silencio se empeñara en cubrirnos o ignorarnos”. Julia Navarro.
Una crónica sobre la pintura de Oskar Kokoschka, exhibida en el Kuntsmuseum, que refleja su apasionada relación con Alma Mahler. Una mujer marcada por su matrimonio con Mahler y los romances con Klimt, Kokoschka y Gropius, fundador de la Bauhaus.
SUSCRIBIRSE A LA REVISTA
Gracias por visitar Letra Urbana. Si desea comunicarse con nosotros puede hacerlo enviando un mail a contacto@letraurbana.com o completar el formulario.
DÉJANOS UN MENSAJE
Imagen bloqueada