Leer a un Premio Nobel es garantía de excelencia, si a ello se le suma lo oportuno de los asuntos que aborda, es toda una gratificación. El nuevo libro de Mario Vargas Llosa, La llamada de la tribu, interesante desde el título, permite disfrutar no solo de la calidad de su pluma sino también de la inteligencia de sus planteos.
Vargas Llosa da cuenta de su propósito en el prólogo: escribir una autobiografía, dejar testimonio de su camino intelectual y político; contarnos por qué dejó la izquierda de Fidel Castro y del marxismo -a la que perteneció en su juventud-, para volcarse, en un proceso con altibajos, al liberalismo que lo llevó como candidato a Presidente del Perú en 1990. Su opción, finalmente, fue por la libertad individual, la libre expresión, la democracia. Se declara enemigo de toda dictadura y populismos demagógicos que son también formas de autoritarismo.
Ahora bien, su autobiografía consiste en exponer – y llevar a su molino– el pensamiento de siete personalidades que influyeron en su formación: Adam Smith; Ortega y Gasset; Von Hayek; K.Popper; R. Aron; Isaiah Berlín, J.F.Revel. Destaco entre ellos dos pensadores, Karl Popper y de Isaiah Berlín, a quienes conoció personalmente y de los que toma dos ideas particularmente fructíferas en las que me detendré.
No hay verdades absolutas, declara Popper y adhiere Vargas Llosa, por tanto no puede haber dogmatismos
Describe el pensamiento científico y político de Popper con profunda admiración. Se detiene en su idea de verdad y falsabilidad. La verdad es siempre provisional –para este gigantesco filósofo de la ciencia del siglo XX– y permanece vigente solo hasta que es refutada, entonces cae y otra verdad toma su lugar, y así continúa su infatigable marcha el pensamiento. No hay verdades absolutas, declara Popper y adhiere Vargas Llosa, por tanto no puede haber dogmatismos, lo que garantiza el progreso de todo conocimiento, asunto que fascina al pragmático oculto en el corazón del novelista.
La idea central e interesante que quiero señalar es el “espíritu de la tribu” -como llama Popper a esa fuerza ancestral que anida en todo hombre civilizado- y que lleva al individuo a someterse a la voz de la manada, del cacique o del brujo para evitar toda responsabilidad. Esa tribu o sociedad cerrada muta a una sociedad abierta cuando aparece el espíritu crítico, la racionalidad; allí nace la filosofía, el arte y luego la ciencia. Esa “llamada de la tribu”, junto al fanatismo religioso, ha sido responsable de las mayores tragedias de la historia. Personajes como Hitler, Perón o Castro, nombrados por el autor, han apelado a ese espíritu tribal que adormece la racionalidad, para someter a las masas. Quizás podemos agregar que esta idea también tiene que ver con la militancia, palabra muy en boga en los populismos latinoamericanos y que alude, como su nombre lo indica, a un sometimiento a la disciplina militar. Se obedece o se obedece al líder.
Mientras el erizo cree en un orden y lo rige una sola idea, el zorro es agnóstico y diverso. Ambos son necesarios.
Ser liberal, por el contrario, es aceptar las divergencias y las contradicciones; consiste por sobre todo, en marcar diferencias individuales en el pensamiento del grupo social al que se pertenece, es renegar de cualquier dogmatismo, es cultivar la tolerancia. La doctrina liberal, sostiene el autor, representa la forma más avanzada de la cultura democrática.
La otra idea que le atrajo a Vargas Llosa proviene de Isaiah Berlín en su ensayo El erizo y el zorro. El poeta griego Arquíloco dijo, “El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una gran cosa”. En base a ello Berlín señala dos actitudes ante la vida, la visión centrípeta del erizo que reduce todo a un núcleo de ideas totalizadoras, a una visión ordenada y con sentido de la vida, casi a una sola idea, donde lo azaroso o gratuito desaparecen del mundo, y la del zorro confinado a lo particular, con una mirada dispersa, se mueve en medio de contradicciones, con habilidad, astucia y rapidez; el todo es para ellos inapresable. Mientras el erizo cree en un orden y lo rige una sola idea, el zorro es agnóstico y diverso. Ambos son necesarios. Debemos a los erizos los descubrimientos y revoluciones porque son obsesivos, perseverantes y adeptos a una visión centrípeta y finalista como la de cristianos, judíos o musulmanes. Gracias a los zorros, por el contrario, tenemos una mejor calidad de vida dada por su tolerancia, pluralismo, respeto mutuo entre adversarios y amor a la libertad.
Todo erizo es, secretamente, un fanático. Todo zorro escucha el canto de Sirena que fascinó a Ulises. Reconoce el novelista que todos tenemos algo de erizo y algo de zorro, lo que sin duda es así. Sin embargo, este libro contiene, con seguridad, las mejores ideas y propósitos de un ilustre zorro: Vargas Llosa.
“Desde diosas hasta reinas, de cortesanas hasta científicas, de actrices hasta santas, desde escritoras hasta políticas… hemos estado en todas partes, aunque un manto de silencio se empeñara en cubrirnos o ignorarnos”. Julia Navarro.
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