Por
Claudia Amengual vive y trabaja en Montevideo. Su formación como Licenciada en Letras y Traductora, pero especialmente su conocimiento sensible, la llevan a navegar con destreza por el universo del lenguaje. Los temas que la inspiran, los hilos de las historias que sabe inventar y la estética de su obra hablan de ello.
Como miembro del grupo Bogotá39 de escritores y escribiendo reconocidas novelas Claudia viene dejando marcas con las que hoy se identifica a la nueva generación de la literatura latinoamericana. Entre sus trabajos, Desde las cenizas recibió el Premio Sor Juana Inés de la Cruz otorgado por la Universidad y la Feria del libro de Guadalajara; y Cartagena (Anagrama, 2015) fue seleccionada como una de las 10 mejores, entre 1462 presentadas al Premio Herralde de Novela.
En vísperas de una nueva vuelta de Claudia Amengual por Miami, invitada por la Feria del Libro, conversamos con ella.
¿Cómo es tu experiencia personal integrando el grupo Bogotá39?
Es una sensación de privilegio por el reconocimiento que implica al trabajo de largo tiempo. Y es la certeza de que, cuando a uno del grupo le va bien, a todos nos va bien. Desde su constitución en 2007 los logros individuales se han sucedido año tras año y, con ellos, el grupo se ha afianzado.
¿Cómo percibes que se va trazando la actual identidad de la literatura latinoamericana?
Desde la diversidad y el descontento, libres de cualquier mandato estilístico o temático.
Algunos de tus cuentos y novelas fueron premiados; ¿cómo crees que aportan a esa renovada identidad de la literatura latinoamericana?
Me gusta pensar que mi aporte es desde la escritura de una mujer latinoamericana. En ese sentido, he reivindicado en mi obra el derecho a abordar todos los temas y a hacerlo sin ataduras a ningún tipo de prejuicio vinculado a la mal llamada literatura femenina. Escribo, por tanto, desde esa libertad. Elijo mis temas ―casi todos vinculados a cuestiones existenciales densas: el miedo, la muerte, la locura, la felicidad como un derecho y como un deber, la soledad― e intento universalizar su enfoque de manera tal que trasciendan mi comarca.
viajar es una excelente herramienta de trabajo para cualquier escritor que no se crea dueño de la verdad, sino apenas un buscador de respuestas.
Háblanos acerca de tu reciente libro Viajar y escribir…
Fue una propuesta editorial que apuntaba a armonizar contenido y forma. Y creo que lo lograron. Se trata de lo que algunos llaman libro-objeto, aunque esto no debe confundirse con una apuesta meramente estética. El diseño es cuidadísimo ―tapa dura, ilustraciones, páginas satinadas, formato cuadrado y pequeño―, pero el contenido es igualmente cuidado. En este caso se trata de una selección de nueve columnas de viajes elegidas entre más de quinientas de las que escribo semanalmente en la revista galería del semanario Búsqueda desde hace diez años. No son crónicas de viajes ni recomendaciones turísticas. El viaje es solo un disparador para hablar de cuestiones existenciales que me preocupan. Es un libro distinto en mi carrera y me gusta tenerlo como una forma de irla completando.
¿Los viajes aportan algo especialmente destacable para tu proceso creativo?
Muchísimo. Y es que escribir no es otra cosa que un largo y doloroso viaje hacia el interior de uno mismo. No se puede escribir de otro modo. Quiero decir, yo no podría escribir de otro modo que no fuera desde mí. Los otros viajes ―a los literales, me refiero, los que se hacen de un lado a otro e implican traslados físicos― aportan la frescura de realidades nuevas y abren la cabeza hacia formas distintas de concebir la vida, es decir, combaten los prejuicios. En este sentido, viajar es una excelente herramienta de trabajo para cualquier escritor que no se crea dueño de la verdad, sino apenas un buscador de respuestas. En un terreno más práctico, está claro que viajar proporciona los decorados y las ambientaciones que muchas veces enriquecen un texto y permiten que el escritor sitúe sus tramas en lugares distintos a su pequeña aldea.
También publicaste un libro sobre periodismo cultural. ¿Por qué te interesaste en el tema?
Entiendo que el periodismo en el ejercicio de la libertad de prensa y expresión es uno de los pilares de la democracia. Y que la cultura ―junto con la educación― es una de sus principales fortalezas y factor esencial de promoción social. En este sentido, me interesaba analizar la conjunción de la actividad periodística con la formación y la divulgación de la cultura. A esto se suma el deseo personalísimo de rendir un modesto homenaje a un periodista uruguayo, Jaime Clara, quien desde hace quince años conduce un programa en radio volcado a la difusión de la cultura y a la formación de un gusto y un espíritu críticos. El libro toma su programa, Sábado Sarandí, como caso de estudio que ilustra el marco teórico propuesto.
¿Cómo piensas que debe informar el periodismo cultural?
El periodismo cultural debe informar y también formar. Será, por tanto, reflejo y creador de la realidad. Su intención debería ser la de propiciar la promoción social de los receptores abriéndoles un amplio abanico de hechos culturales y colaborando en la formación de un espíritu crítico que vuelva a esos receptores más libres al momento de elegir. Todo se reduce a eso: el ejercicio de la libertad.
¿Cuál es el concepto de cultura que tuviste en cuenta para pensar sobre el tema?
El periodismo cultural puede abordar la cultura concebida como ese enorme toldo en el que caben desde las bellas artes a los comentarios deportivos o las sugerencias gastronómicas. Es posible que haya una mayor inclinación hacia asuntos referidos a las artes plásticas y escénicas, la música y la literatura, pero también se integrarán aspectos del quehacer humano tan vastos como la moda o incluso la política, la gastronomía y el deporte. Esto, claro está, con un enfoque tal que no lleve a confundir el periodismo cultural con periodismo especializado del tipo político o deportivo, por citar dos casos. La guía siempre será el humanismo y la promoción social de los receptores.
¿Cómo observas el periodismo cultural en tu país y en el mundo?
No tengo información como para hablar del periodismo cultural en el mundo. En mi país hay una preocupación de una buena porción de la audiencia que siente avidez por contenidos culturales cada vez más escasos. Y me consta que también algunos periodistas están interesados en incursionar en ese ámbito. Pero muy poco de esto
El periodismo cultural debe informar y también formar… colaborando en la formación de un espíritu crítico que vuelva a esos receptores más libres
¿Cómo se dio el pasaje de una novela como Cartagena hacia este ensayo?
Fue una necesidad tan espiritual como física. Cada novela me insume años de trabajo. Hay que inventar un mundo, entrar y salir de él miles de veces al cabo de ese lapso. Es una actividad que puede parecer enloquecedora, aunque es todo lo contrario. Estoy segura de que esa alienación temporal de la creación me permite no enloquecer del todo. Pero el asunto es que, terminada una novela, quedo agotada. El ensayo tiene una textura más rígida en muchos aspectos porque me obliga a ceñirme más a los datos que me proporciona la investigación. Eso da un descanso a la imaginación y permite que vaya madurando la idea de una próxima novela. Así fue que, terminada la preciosa aventura que me
El proceso creativo consiste en investigar todo lo que me es posible acerca de cómo otros han dado respuesta a esa pregunta, forjar mis propias ideas y luego vestirlas con una historia inventada
Cuéntanos cómo entras, cierras y vuelves a entrar en el proceso creativo…
En general, todo empieza por una pregunta. Una pregunta amplia, de corte existencial, angustiante porque, en su esencia, no tiene respuesta. Al menos, no una respuesta única y definitiva. El proceso creativo consiste en investigar todo lo que me es posible acerca de cómo otros han dado respuesta a esa pregunta, forjar mis propias ideas y luego vestirlas con una historia inventada que propone al lector un viaje para encontrar sus propias respuestas.
¿Cuál es tu vivencia cuando escribes una novela centrada en temas tan íntimos como la culpa y el perdón, aunque también dejas leer los matices culturales de esos temas, y qué pasa contigo cuando escribes un ensayo?
Siempre escribo desde mí. No concibo otra forma de hacerlo. Tanto para la ficción como para el ensayo precede a la escritura un largo proceso de investigación. La ficción me proporciona las máscaras y la trama imaginaria tras las cuales me escondo y preservo mi intimidad. El ensayo tiene reglas académicas más rígidas que permiten una cierta distancia y una cierta asepsia. Sin embargo, en todos los casos resulta imposible evitar la escritura desde los propios miedos, dudas, conflictos y preocupaciones. La subjetividad del autor siempre está. Acaso en el ensayo prime un mayor intento de imparcialidad.
¿Cuál es tu nuevo proyecto?
He vuelto a mi terreno, que es el de la ficción. Estoy escribiendo una novela. Aquí es donde me siento más a gusto, despliego mi capacidad creativa y me esfuerzo hasta el límite de mis posibilidades estilísticas. Todo para enmascarar mi enfoque acerca de algunos asuntos que me preocupan y sobre los que investigo antes y durante el proceso de escritura. Ahora estoy trabajando en torno a dos ejes conceptuales: el deseo de muerte ajena como una forma de canalizar el odio y el dolor, por un lado. Por el otro, la importancia del relato como constructor de la verdad, una verdad a la que nunca se accede del todo. La trama está ambientada a principios de los noventa en Córdoba, con flashbacks a la París ocupada durante la Segunda Guerra Mundial. Aún queda mucho trabajo por delante, pero si logro avanzar a buen ritmo, tendremos novela en 2018.
¿Nuestras conductas son el resultado predeterminado por la biología y el ambiente que nos toca? El dilema del determinismo está más vigente que nunca.
Estrasburgo, situada entre Francia y Alemania, fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Nos sorprende con su luz y sus reflejos, el reloj astronómico en la Catedral de Notre Dame y la Iglesia de Santo Tomás, donde Mozart tocó el órgano.
“Abstenerse de sexo no es suicida, como lo sería abstenerse del agua o la comida; renunciar a la reproducción y a buscar pareja…con la decisión firme de perseverar en este propósito, produce una serenidad que los lascivos no conocen, o conocen tan solo en la vejez avanzada, cuando hablan aliviados de la paz de los sentidos”.
Una crónica sobre la pintura de Oskar Kokoschka, exhibida en el Kuntsmuseum, que refleja su apasionada relación con Alma Mahler. Una mujer marcada por su matrimonio con Mahler y los romances con Klimt, Kokoschka y Gropius, fundador de la Bauhaus.
SUSCRIBIRSE A LA REVISTA
Gracias por visitar Letra Urbana. Si desea comunicarse con nosotros puede hacerlo enviando un mail a contacto@letraurbana.com o completar el formulario.
DÉJANOS UN MENSAJE
Imagen bloqueada