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Edición
27

La aventura de emigrar en familia

¿Cómo adaptarse a un nuevo entorno? Una mirada sobre el proceso migratorio y la construcción del espacio de amparo.
Claudia Yelin

Emigrar, en especial si se emigra para salvar la vida, rompe el sentido de pertenencia y la concepción del mundo, produciendo cambios profundos en la dinámica familiar. Quien emigra vive en un estado de alerta permanente mientras logra darle nuevamente sentido a su vida. La emigración es un proceso complejo y cada individuo lo transita de manera distinta.

En su nuevo libro, De aquí para allá. Cuentos para inmigrantes, la psicóloga y escritora Claudia Yelin nos brinda una visión de la aventura emigratoria desde la perspectiva del niño y nos hace reflexionar sobre el significado de emigrar, echar de menos, las dificultades al aprender un nuevo idioma y el desconcierto que produce en el niño darse cuenta que los padres también deben enfrentar obstáculos y desafíos para adaptarse a la vida en un nuevo país.

En un sentido amplio, ¿qué significa emigrar?

Digamos que en un sentido estricto siguiendo la definición del diccionario de la Real Academia Española emigrar significa “Dejar o abandonar su propio país con ánimo de establecerse en otro extranjero”. Pero si bien esta definición nos cae como anillo al dedo, no da cuenta ni de las motivaciones que inician este movimiento, ni de los procesos internos que tienen lugar, ni del impacto que este traslado ejerce sobre el individuo y su familia inmediata, la comunidad que lo rodea antes de la partida y subsecuentemente del entorno receptor. Abrir las puertas de la emigración presupone transitar la vida, al menos por un tiempo, en un estado de alerta permanente con el propósito de garantizar la sobrevivencia. Es que uno, literalmente, pierde el suelo y con el suelo el equilibrio conocido. Y esto es cierto aún cuando uno emigra para salvar la vida. En el mejor de los casos, cuando todo va bien, uno queda, “con los pies bien plantados en el aire”, ya que también es posible quedar “mal plantado en el aire”. Es decir, la emigración impone siempre un desgarro en la trama de la historia del sujeto y en el sentimiento de su continuidad existencial. En mi trabajo, así como en mis escritos, yo me he avocado a reflexionar sobre la emigración desde el punto de vista psicológico, teniendo como centro el sujeto en tránsito, el impacto sobre su identidad y en los vínculos familiares. 

¿Cuándo comienza el proceso emigratorio?

Creo que esta pregunta es de importancia esencial, porque a menudo realizamos un corte lógico pero arbitrario; un día comenzamos a pensar, recibimos una invitación, se nos cierran las puertas en nuestros países de origen, nos sentimos o estamos en peligro y necesitamos asegurar nuestra supervivencia. Lo cierto es que, cuando el movimiento se inicia, uno podría decir que el vaso ya está lleno con lo que constituirá la prehistoria de la emigración. La realidad es que cuando nos vamos, ya nos estábamos yendo sin saberlo, sin siquiera haberlo pensado.

Abrir las puertas de la emigración presupone transitar la vida, al menos por un tiempo, en un estado de alerta permanente con el propósito de garantizar la sobrevivencia.

También, de modo menos explicito, faltar, es decir, por un lado, no estar donde se estaba, donde uno era encontrado. Por otro lado, la falta de lo que uno encontraba en uno y en el entorno tras la partida se torna en ausencia. Es decir, el emigrante comenzó su viaje sin saberlo y andará errante hasta lograr establecerse y convertirse entonces en un inmigrante. Esto último implica, entre otras cosas, legalizar con documentación permanente el derecho de decidir residir en el nuevo país, adaptarse a la nueva forma de vida, encontrar los medios para sostenerse tanto desde lo económico como desde lo afectivo. Sentir que uno ya no erra, que es capaz de aceptar la nueva realidad con sus pérdidas y ganancias, asumir que está para quedarse, aunque, en cierto modo, uno nunca logra erradicar completamente el sentimiento de que “uno es de otro lugar”. Acaso ¿no nos preguntan todo el tiempo de dónde somos?Y lo que no habíamos logrado pensar conscientemente aun, juega a menudo un rol esencial en la adaptación o en la no adaptación al nuevo entorno. A la partida del lugar de origen le sigue una etapa que denomino “errante”. Errar tiene múltiples significados: vagar, equivocarse, no acertar, faltar. O sea que, errar alude al movimiento, al desplazamiento de un lugar a otro y al riesgo de equivocarse en la elección.

De aquí para allá

Tú trabajas mucho con la idea del Espacio de Amparo. Cuéntanos al respecto

Es cierto, la idea de espacio de amparo es central en mis reflexiones sobra la emigración. Este concepto no es uno que yo haya inventado, sino que tomo de autores como Winnicott y Bollas; lo particular en mi caso es la forma en que yo lo aplico a esta temática.

A menudo, al comienzo de la primavera observo como los pájaros se acercan a las casitas que colgamos en el jardín para invitarlos a anidar. “Tenemos un posible inquilino” pienso cuando veo a un pájaro entrar o salir de las mismas. Claramente, los pájaros exploran y eligen y una vez que deciden, comienzan a armar su nido en el interior. Entonces los observo ir y venir con distintos materiales que encuentran a su alrededor. También nosotros, los humanos, armamos nuestros nidos dentro de nuestras casas/país y los armamos con una estética que es idiosincrática, pero que además se corresponde con nuestra proveniencia. Construimos con lo que encontramos alrededor, y lo que encontramos alrededor cambia con los traslados.

Hay una simetría entre mundo interno y externo que se rompe y que necesita volver a recrearse para volver a encontrar un equilibrio armónico e indispensable. Nuestros “nidos” son más complejos y la estructura de sostén tiene muchos aspectos sutiles e invisibles que van más allá de lo material. No se trata solamente de objetos tangibles, como el equipamiento de una vivienda, sino de aspectos abstractos, conceptuales y estéticos que son esenciales para una vida con sentido.

Algunos de estos elementos podrán ser recreados, otros deberán ser descubiertos y nos veremos urgidos a inventar muchos más. Este proceso lleva mucho tiempo, pero cuando se logra, uno siente que ha llegado, que está “en casa”, que ha dejado de errar. Es importante tener en cuenta que aquí estamos hablando de un proceso dialéctico, porque en el trabajo de creación de nuestro espacio de amparo, también vamos construyendo y recreando nuestra identidad y viceversa.

Las migraciones suelen conmover la creencia que tienen los niños acerca de que sus padres saben todo. ¿Cuál es tu experiencia al respecto?

Podríamos decir que la emigración rompe con las certezas que se desprenden de nuestra pertenencia. Lo que hasta entonces parecía absoluto, pasa a ser relativo. Este movimiento, de lo absoluto a lo relativo, tiene características sísmicas, se producen rajaduras en la concepción del mundo que son muy desestabilizadoras, porque introducen una diferencia insoslayable con el mundo del que uno se desprendió.

 

Este proceso lleva mucho tiempo, pero cuando se logra, uno siente que ha llegado, que está “en casa”, que ha dejado de errar.

La emigración en familia siempre produce un profundo sacudón en su dinámica interna. No todos los miembros de la familia comparten las mismas motivaciones, ni se adaptan al mismo tiempo, ni coinciden con los objetivos a largo plazo. Los padres eligen con mayor o menor concordancia entre ellos, pero los hijos, padecen el impacto sin haber sido parte de la decisión.

Es importante señalar que las dinámicas y los procesos de adaptación son muy diferentes según la edad de los hijos. Todos nos cuestionan: si hablan, desde su discurso y, si aun no lo hacen, desde nuestras propias dudas respecto del efecto que sobre ellos tendrá el cambio. Sin embargo, si son pequeños, no desafiarán la decisión porque, aunque interrogan y buscan respuestas, está por sobreentendido que son los padres los que determinan el entorno. Si son adolescentes, esta problemática se monta sobre las típicas dificultades de las relaciones entre padres e hijos en este momento evolutivo tornando la situación más compleja, y el escenario de la emigración se levanta, a menudo, como campo de batalla.

Para ambos grupos etarios, el desconcierto y la mayor o menor incompetencia de los padres mientras aprenden la nueva vida, despiertan sentimientos de enojo e inseguridad. Por esta razón, es muy importante que los padres puedan tener una actitud abierta y sincera que no disimule las dificultades y las vulnerabilidades y que favorezcan un espacio de diálogo esclarecedor, donde el mensaje central sea: “es cierto que no sabemos todo lo que hay que saber pero ya aprenderemos y en eso estamos”. Este constituye, además, un buen modelo para la vida.

…la emigración rompe con las certezas que se desprenden de nuestra pertenencia. Lo que hasta entonces parecía absoluto, pasa a ser relativo.

Esta es precisamente la temática de mi libro para niños titulado: De aquí para allá. Cuentos para inmigrantes, que relata la historia de una familia que emigra a los Estados Unidos. El niño, que es el personaje sobre quien se articula la historia, va tratando de comprender de qué se trata este movimiento y observa a sus padres y registra el cambio en su modo de operar sobre la realidad. Los padres a su vez, intentan explicar y contener al niño y en ningún momento desmienten su percepción, pero tampoco sucumben a las vulnerabilidades que el hijo percibe, sino que incentivan el aprendizaje y la búsqueda de soluciones a las dificultades con los que se encuentran.

¿Cuáles son los obstáculos más comunes que presenta construir un nuevo lugar en el mundo?

Es casi imposible dar una respuesta cabal y objetiva a esta pregunta. Algunos de los obstáculos son muy obvios, como el aprendizaje de un nuevo idioma, encontrar un lugar para vivir, aprender a movilizarse, insertarse laboralmente, encontrar nuevos amigos, entender el funcionamiento de la escuela y hasta del supermercado. Otros son muy sutiles y sobre ellos trato de dar cuenta en mi libro Emigrar. En busca de un espacio de amparo, como por ejemplo las diferencias en el sentimiento del tiempo, en cómo somos percibidos por el entorno y el efecto que esta percepción puede ejercer sobre nuestra imagen corporal, las sutilizas del idioma no verbal, la inseguridad respecto de las normas y costumbres locales, y de todo eso que no se explica porque se da por sentado. En fin, la lista es larga. Y por cierto, además existen las limitaciones personales determinados por nuestra personalidad y propia historia.

Como dice el poema de Machado “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Por cierto el sentimiento de logro y crecimiento personal es conmensurable con la envergadura de los obstáculos superados. Aquí cabe hacer una observación: lo que he visto trabajando con emigrantes es que tienden a normalizar y de este modo negar el esfuerzo extraordinario que conlleva instalarse y adaptarse a la vida en otro país.

…lo que he visto trabajando con emigrantes es que tienden a normalizar y de este modo negar el esfuerzo extraordinario que conlleva instalarse y adaptarse a la vida en otro país.

Esto parecería ser un mecanismo de defensa de doble filo, porque pensar los obstáculos como pequeños, los hace más tolerables y posibles de abarcar, pero este abordaje, al mismo tiempo, desacredita el esfuerzo, aumenta el estrés y disminuye el sentimiento de logro. Por ejemplo, si minimizo el esfuerzo necesario para correr una maratón, llegar al final de la carrera me aportará también mínima recompensa y mi cansancio será una muestra de mi debilidad. Como decía antes, no todas las barreras que enfrentamos son obvias. Adaptarse a vivir en otro país en una propuesta titánica y no deben subestimarse los resultados. De hecho, no todas las personas logran adaptarse y vivir una vida plena que trascienda la mera sobrevivencia, que tampoco es poca cosa.

¿Cómo esas dificultades se transforman en desafíos?

Esta pregunta la contestaría brevemente parafraseando un verso del poema El aromo de A.Yupanki “En vez de morirse triste, hacer flores de sus penas”. Para ello, es imprescindible y saludable darse cuenta de la envergadura del proyecto en el que, como emigrantes, nos hemos embarcado.

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