Luis María Pescetti es un escritor, músico y cantante argentino, que con su guitarra acompaña presentaciones cargadas de humor sobre la infancia y la vida familiar y, en todos sus trabajos -con el público de todas las edades- resalta la importancia del juego y la creatividad.
En sus acertijos, canciones o cuentos, Pescetti reconoce las preocupaciones del día a día de los niños, las presiones a las que están sometidos, sus temores y sus inquietudes, así como también habla el oficio de ser padres.
Ganador de un Grammy Latino en 2011 y premios en Alemania, Argentina, México. Hizo radio y televisión en México y Argentina y es autor de 30 libros editados en toda Hispanoamérica.
Tu trayectoria llega a varias generaciones de niños y adultos. En este devenir como poeta, músico y humorista, ¿qué es lo que has mantenido intacto y que es lo que has modificado?
Se mantiene el compromiso y la alegría de hacer cosas para niños. Hay mucha vitalidad y es un trabajo muy agradecido. Recibo una enormidad de correspondencia por acompañar a las familias, en viajes, en la crianza, y no te imaginás cuántas veces en procesos de salud con sus hijos, madres, abuelas.
prefiero decir que los adultos enseñan a los niños, no porque ellos no enseñen, sino porque se ha puesto de moda entronizar a los niños como maestros de los adultos. Y lo cierto es que un niño se angustia si vive con adultos que lo ponen en un trono de sabiduría y capricho.
Desde tu visión, qué es lo que le ocurre durante la infancia. Y en base a ello, ¿cuál es el sentido de tu trabajo con los niños?
Como cualquiera que recién llega, un niño quiere todas las oportunidades, las más posibles. Los niños perciben mucho más de lo que son capaces de traducir en palabras y darse cuenta por qué les pasa esto o lo otro.
Yo trato de que se sientan, feliz, dichosa y alborotadamente bienvenidos. Que no tengan tanto pesar por los posibles errores, todos comentemos muchos cuando recién llegamos. Y trato de darle palabras e imágenes para lo que les pasa, de modo que sientan el alivio que se siente cuando uno entiende o nombra lo que vive.
¿Qué enseñan los chicos a los adultos?
Así, en general, prefiero decir que los adultos enseñan a los niños, no porque ellos no enseñen, sino porque se ha puesto de moda entronizar a los niños como maestros de los adultos. Y lo cierto es que un niño se angustia si vive con adultos que lo ponen en un trono de sabiduría y capricho.
Pero cada casa es un mundo. Y en la mía propia, mis niños me enseñan que tengo más fuerzas de las que yo pensaba, que esperan todavía más alegría y paciencia; que los acompañe todo lo que pueda y que confíe en ellos.
Me encantaría que nos cuentes tu idea sobre la creatividad, que tanto transmites a los chicos.
Es que la imaginación está sobrevalorada, hay cursos para escritores, para personas y empresas, para ser más creativos y más… ¡qué pesar! Pero la creación que me hace decir Wow es esa en la que siento una mezcla de sorpresa con “¡pero claro que sí!”. Es decir, de reconocimiento de algo que esperaba como natural o necesario. Y para eso un buen creador debe tener un oído muy afinado y atento. Lo que te llama la atención a ti, sobre todo a ti, es el milagro de la conciencia. Luego uno investiga por qué llamó la atención, y luego uno hace un desarrollo y se convierte en una película, un libro, un negocio nuevo. Pero descartando las propias llamadas de atención, sólo nos perdemos.
Definís al niño es como un inmigrante, alguien quien no solo va a recibir la influencia de varias culturas, sino que tiene mucho para dar. ¿Percibís a Miami como un lugar donde confluyen muchas experiencias que puedan transformarse en relatos importantes?
Yo uso esa metáfora porque encuentro que los niños y los inmigrantes comparten experiencias: una tensión entre la necesidad de adaptación y la de crear nuevas reglas. Una tensión entre la nostalgia del terruño y el agradecimiento por un espacio nuevo. Su sobrevivencia depende de la eficacia en la adaptación. Son grandes observadores. Y se guiarán por las reglas que funcionen realmente, no solo por las que se declaman.
los niños y los inmigrantes comparten experiencias: una tensión entre la necesidad de adaptación y la de crear nuevas reglas. Una tensión entre la nostalgia del terruño y el agradecimiento por un espacio nuevo
Viendo tu obra uno siente que sos un incansable observador. ¿Cuál es el lugar de la palabra hoy?
Hablamos de las palabras buenas y de buenas intenciones, ¿verdad? Pues esas sanan, acompañan. Tienen que dar alivio de verdad, de otra manera no sirven, o no sirven para nosotros.
Decís que el encuentro con el otro hace que la propia experiencia y el recuerdo se haga coherente y se transforme en un relato. ¿Hay un encuentro con el otro en esta era digital?
Sí, hay otras formas de encuentro, no reemplazan al contacto personal, pero lo hacen posible. En realidades como las de Miami se puede seguir cerca de seres queridos, que de otra manera se perderían el día a día. Hace una generación nada más las comunicaciones eran más caras, inusuales, se hablaba para decir algo de importancia. Hoy le mandas un whattsap a tus parientes, para mostrarles que harás un cake o que el niño da sus primeros pasos. Hay otros relatos. También es cierto que son más en el presente. Ya hay menos álbumes de fotos y con la cosa digital antes hacíamos carpetas con fotos por año, y ahora con los mensajes de Whattsap, ya no da tiempo ni de mirar las fotos del mes pasado porque son demasiadas. Entonces hay vida en streamming, pero menos archivos, por así decirlo.
Desde tu enfoque en la educación, ¿crees que la neurociencia aporta una nueva significación de la música y el arte con respecto a la evolución emocional e intelectual de los niños?
Pero no me gusta que la música o el arte deban presentar una especie de justificación sobre su valor, ni en la vida, ni en la educación.
Por responder de otra manera: hay que hacer arte con los niños, y de la mayor excelencia posible. No cualquiera, no: “batería para todos”, “danza para todos”, así no, sino el que cada uno quiera para sí. Y luego cuando eso es bueno, los niños se devoran las horas en eso, quieren ser mejores y mejores. Y cuando eres espectador de un buen hecho artístico no necesitas explicación, te mantuvo atornillado a tu asiento, y al terminar y es como si regresaras desde otro lugar.
Cuando el hecho artístico es malo, chato, como un adorno en el currículo, es probable que necesite justificarse. Pero, lo mismo pasaría con malos matemáticos enseñando matemáticas.
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