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En el mundo hispanófono se conoce muy poco los trabajos de Janine Altounian sobre el genocidio armenio. Ni sus libros ni sus numerosos artículos sobre esa cuestión han sido traducidos al castellano. Es descendiente de padres que fueron victimas, en 1915, de una deportación hacia el terror y la muerte, obra del gobierno turco. Janine Altounian es escritora y traductora; forma parte del equipo de Jean Laplanche que tradujo al francés las obras completas de Freud. Su obra está enteramente consagrada a la elaboración de la catástrofe psíquica (2) individual y colectiva del genocidio armenio. Quisiera primero proceder a un breve recordatorio histórico del problema armenio. Este recordatorio no sólo tiene como objetivo situar al lector y ponerle al corriente de los hechos sino que, como tendremos ocasión de verlo, la obra de JA teje historia personal e historia colectiva, considerando a cada una de ellas como la metáfora de la otra. Entra en lo más trágico de la historia colectiva armenia a partir de lo más íntimo y doloroso de su historia personal. Como lo escribe Pierre Fédida en el prefacio del segundo libro de la autora: «el primer libro de JA toma posesión de la interioridad de una historia personal no sólo para articularla a la historia colectiva sino sobre todo para profundizar la historia de la comunidad de un pueblo (3).» Eso significa que el psicoanálisis freudiano es ciertamente, asevera Fédida, «el único proceso que da a partir de sí mismo el más íntimo acceso a lo que llamamos comunidad de un pueblo. La autora elige ese proceso, aquel dictado por su experiencia pero que también compromete radicalmente lo que entendemos por escritura de la memoria del acontecimiento que no podemos recordar(4) .»
Citaré extensamente, traduciéndola, la presentación que ella misma hace de la cuestión armenia en su primer libro (5), “Ouvrez-moi seulement les chemins d’Arménie”,Un génocide aux déserts de l’inconscient.
La cuestión armenia
Se llega ciertamente al colmo del avasallamiento, cuando el avasallado no sabe más quién es él.
«Situada entre el Mar Negro, el mar Caspio y el mediterráneo, Armenia estaba habitada desde el siglo VI antes de JC, por los Armenios, de origen indo-europeo. Después de la caída del reino armenio de Cilicia en el siglo XIV y a continuación de las diferentes guerras ruso-turcas, ruso-iraníes y turco-iraníes de los siglos siguientes, Armenia se encontró dividida entre Rusia y, por una gran parte, el Imperio Otomano. La dominación otomana se ejerció, desde el siglo XV, sobre los Armenios que vivían bajo el régimen del despotismo, de la crueldad, del saqueo y de la autodefensa perpetua. A continuación de la lucha de los pueblos balcánicos por su independencia en el curso de la primera mitad del siglo XIX, así como de las intervenciones europeas que tuvieron lugar, su situación empeoró. Es de ese modo que nace la Cuestión Armenia, de esa necesidad de poner fin a esa tiranía, introduciendo reformas en las provincias armenias del Imperio. A pesar del tratado de Berlín de 1878 que pone fin a la guerra ruso-turca de la cuestión búlgara, Turquía no respeta ninguno de los compromisos de reformas, pero, aprovechando las rivalidades entre las potencias, y con el fin de deshacerse del problema armenio, Abdul-Hamid II, el «sultán rojo», organiza las masacres de 1894-1896; más de 300 000 Armenios perecen durante esas matanzas, simple «repetición general» del genocidio que tendrá lugar veinte años más tarde. En 1909, a pesar de la proclamación de un nuevo régimen, constitucional, las masacres de Adana suman 30.000 muertos. En 1914, bajo la presión de las grandes potencias, Turquía acepta el plan de reformas, pero la guerra mundial estalla.
En la noche del 24 de abril de 1915, en Constantinopla, centenares de intelectuales y de notables armenios son detenidos, deportados, aniquilados. Es la señal del exterminio de 1 500 000 Armenios a manos del triunvirato Talaat, Enver, Djemal. De los 2 300 000 Armenios que vivían en las provincias armenias, sólo quedan 100.000. Aquellos que pudieron huir hacia Transcaucasia o hacia otros países constituyen la diáspora (6).»
En 1915, emanaba del Ministerio del Interior turco el siguiente texto: “Hemos comunicado anteriormente que el gobierno a decidido exterminar por completo los Armenios que viven en Turquía. … Sin miramientos por las mujeres, los niños, los inválidos, por muy trágicos que puedan ser los medios de exterminación, sin escuchar los sentimientos de la conciencia. ’’ Talaat, ministro del Interior, 15 de septiembre de 1915 (7).
A este texto hace eco esta declaración de Hitler del 22 de agosto de 1939:
Nuestra fuerza debe residir en nuestra rapidez y nuestra brutalidad. He dado órdenes a unidades especiales de S.S. de acudir al frente polaco y de matar sin piedad, hombres, mujeres y niños. ¿Quién habla hoy en día aun del exterminio de los Armenios (8)?
De entrada, nos dice JA, el segundo texto destaca las nociones claves de la táctica impuesta: «brutalidad, rapidez, luego garantiza su éxito apoyándose en el caso anteriormente experimentado. La muerte de nuestros padres habrá sido al menos útil a los nazis cuyo análisis, en cambio, no es ni apenas compartido por los Turcos de hoy (9).»
El no reconocimiento por el otro del acontecimiento quita a este último todo indicio de realidad y sume al sobreviviente en un mundo sin criterios para distinguir fantasía y realidad.
En efecto, el gobierno turco jamás quiso reconocer que hubo genocidio. Por ejemplo, el 6 de marzo de 1974, la subcomisión de la lucha contra las medidas discriminatorias y la protección de las minorías habían presentado a la comisión de los Derechos del Hombre en la ONU el resultado de sus trabajos sobre el genocidio y había declarado que la masacre de los armenios constituía el primer genocidio del siglo XX. El representante de Turquía califico el genocidio de mito y pidió que el párrafo 30 que hablaba del genocidio armenio fuese suprimido.
«En el curso de la Primera Guerra mundial, los Armenios combatieron junto a los Aliados, ora en el ejercito de Oriente con los franceses y los ingleses, ora en el ejercito ruso. En mayo de 1918, las tres repúblicas de Transcaucasia, de las que formaba parte Armenia, se proclamaron independientes, entre dos potentes vecinos, Turquía y la Rusia bolchevique. El 10 de agosto de 1920, el tratado de Sèvres reconoce a Armenia como Estado libre e independiente, cuyos límites quedan fijados por el presidente de los Estados Unidos, W. Wilson. Pero no puede resistir mucho tiempo a los asaltos conjugados de las tropas soviéticas y de las fuerzas kemalistas turcas. Cede en diciembre de 1920: la parte occidental de Armenia es reconquistada por los Turcos y la pequeña república de Armenia se transforma en una de las quince repúblicas soviéticas. En 1923, en el tratado de Lausanne firmado por los Aliados y Turquía, ya no se habla más de Armenia independiente (10).»
¿Qué conclusiones podemos sacar de esta rápida evocación del genocidio armenio? Me limitaré a tres que me parecen importantes y que de modo recurrente aparecen en la obra de JA.
La obra de JA gira en torno a ese acontecimiento innombrable e irrepresentable. No es una obra didáctica ni teórica sino el testimonio de una niña de sobreviviente de la segunda generación, heredera de una catástrofe colectiva.
La primera sería la amenaza que pesa sobre una nación y sobre sus ciudadanos victimas de un genocidio: la pérdida de la identidad, la erradicación de una cultura y de los referentes identitarios que la constituyen : «Se llega ciertamente al colmo del avasallamiento, cuando el avasallado no sabe más quién es él. […] La perdida de la identidad constituye pues el enemigo «interior» que invalida una nación (11).» La historia de Armenia, según ella, es una ilustración de como mantenerse en vida es ante todo una lucha para preservar su identidad. Es en la lucha que la identidad permanece y uno de los polos en torno a los cuales se desplegó esa lucha fue la conservación de la fe, es decir «asumir a cualquier precio la singularidad de su cristianismo (12)» frente a potentes tentativas de asimilación, de conversión llevadas a cabo por Irán, Bizancio y los Árabes.
La segunda es la cuestión del crimen y de su renegación por el asesino, el verdugo mismo. La consecuencia es que el genocidio armenio no se inscribió en la memoria occidental de los países que acogieron a los sobrevivientes. Estamos frente a la expresión extrema del negacionismo puesto que el país asesino no reconoce su crimen. ¿Qué incidencias tiene eso para aquellos que llevan en su carne y en su alma no sólo su dolor y su sufrimiento sino el de sus padres y ancestros? La renegación encierra al sobreviviente en un mundo psicótico: ¿son sólo fantasías de mi imaginación todo ese terror que llevo encerrado en mí? ¿Es verdad que todos esos seres deportados, muertos en los desiertos de Anatolia, devorados por los chacales son hechos que han ocurrido o tendría razón el verdugo quien asevera que todo eso son mitos, puras construcciones de una mente descarriada? El no reconocimiento por el otro del acontecimiento quita a este último todo indicio de realidad y sume al sobreviviente en un mundo sin criterios para distinguir fantasía y realidad.
La tercera está íntimamente ligada a la segunda: la complicidad de los terceros. Como lo hace destacar JA, el crimen se cometió con la complicidad de las potencias del mundo occidental, su no intervención y su silencio, silencio que permanece puesto que sólo Francia ha reconocido oficialmente el genocidio sin nombrar al gobierno genocida. El genocidio no es sólo un frente a frente entre la victima y el verdugo sino que hay un tercero: «el tercero ausente o silencioso, escribe JA, espectador engañado o cómplice; y las potencias que se callan, expresan, ipso facto, un acuerdo tácito con ese desvío de la ley que constituye toda violencia (13).»
Se puede aplicar el mismo esquema a todos los exterminios del siglo XX: «Sin ir muy lejos en el análisis de las condiciones donde poblaciones enteras son exterminadas en nuestro siglo, escribe JA, se puede afirmar que se trata siempre, en la escena de la Historia, de un escenario perverso de tres polos, en el cual un Estado asesino confisca las leyes y el lenguaje de lo humano, mientras que los terceros, espectadores, se ausentan, se callan y por su silencio avalan, fundamentan sus crímenes contra la humanidad, de los cuales se hacen cómplices para salvaguardar sus propios intereses políticos y económicos. Ese escenario monstruoso no es nada particular de la historia de los armenios. Configura al contrario una estructura significativa y emblemática para toda una categoría de herederos de refugiados cuyo sufrimiento discordante e inconveniente en cuanto a la identidad y a la palabra nombro (14).»
En La survivance, JA hará destacar la perversión de la diplomacia occidental, desmontando sus mecanismos que la encierran en posiciones engañosas que culminaron en la entrega de los armenios en las manos asesinas de los Turcos.
Me gustaba apasionadamente escuchar a mi padre: sus evocaciones precipitadamente evasivas lanzaban un velo sobre las imágenes insoportables.
«La perversión de la diplomacia occidental que preconizó, en sus declaraciones, una ideología protectora de esos aliados cristianos que eran a sus ojos los Armenios, mientras que, alegando una política de no injerencia, cerraba los ojos sobre su exterminio en masa a fin de preservarse los beneficios que sacaba del Imperio otomano, puesto bajo su tutela, esas afirmaciones gratuitas de simpatía, cuanto más comprometedoras para los Armenios que los Turcos pudieron sobre esos protegidos ficticios de las Potencias, entregados de hecho como rehenes, desplazar todo su rencor de haberse debido someter al despedazamiento de su antiguo Imperio, en pocas palabras ese clivaje entre su lenguaje y sus actos, lo paradójico a la obra entre la simpatía y el oportunismo, entre las afinidades y el poder, toda esta economía perversa firma para los Armenios el fracaso de todo acuerdo de lenguaje entre sí mismo y el otro, sí mismo y el prójimo, ese hermano cristiano de un Occidente supuestamente civilizado, garante de los derechos del hombre y por consiguiente protector (15).»
La herencia traumática
a/ El Diario de su padre
Partimos de Boursa sobre una carretilla tirada por un buey y llegamos a Alayout, la estación de Kötahia. Pusimos diez días. Allí subimos nuestra tienda de campaña. Kötahia es una gran ciudad que se encuentra a dos horas. De ahí provienen productos alimentarios. Mi padre dijo: » no es bueno permanecer inactivo, hay que hacer un trabajo“.
[…] La mañana nos volvimos a poner en camino, pero la gente no podía caminar debido al lodo. Mi madre tenía siempre su asno. Finalmente llegamos a la estación de Takda-Köpru. pusimos en tierra los equipajes, de nuevo cayó una lluvia . Entonces acampamos. Esta ciudad estaba llena de Kurdos. La noche permanecimos en el campamento. Ese día fue la tienda de campaña de al lado que fue saqueada y un joven de veinticinco años asesinado. La lluvia seguía cayendo. El día siguiente fue la tienda de campaña de Haroutun Agha, o sea de Roksen Hanem. Mataron al hijo de Haroutun Agha, Stépan, de quince años. En ese momento comprendimos que iban a desvalijarnos también. Pero de qué servía ese conocimiento, no se podía hacer nada.
Es pues este el primer vínculo que la permite integrar el texto de su padre y que hace posible su publicación gracias a varios intermediarios: un traductor, un acto terrorista y una institución editorial.
Llovía siempre muy fuerte. No se aceptaba a nadie en el interior de la estación. No habian casas ni ninguna otra cosa sino tiendas de campaña. Es allí que residia el Kaymakam [es un sub-prefecto], pero era él el que enviaba los ladrones y hacia saquear al pueblo. Ese malhechor habia visto nuestro equipaje y nuestras pertenencias. Dío ordenes y la misma noche nos desvalijaban, a nosotros y a treinta y seis personas. Llegaron, rasgaron el tejido de la tienda de campaña a golpes de espada y lo hicieron pedazos. No quedo nada. Se llevaron todo.
Mi padre y yo nos refugiamos al lado en la otra tienda de campaña. Si nos hubiesen visto huir, nos hubiesen matado. Nuestro Haïg [es el nombre de su hermano] pudo esconder entre sus piernas una botella de aceite de rosa. Furiosos, dos ladrones habian encendido un fuego para mejor percibir alrededor. Finalmente, aparte la botella de aceite de rosa, nada, nada quedo. Había también un evangelio. Lo observaron, observaron, luego lo soltaron, porque estaba escrito en armenio. Era un libro que quedaba de nuestro tesoro (16) (17).
La obra de JA gira en torno a ese acontecimiento innombrable e irrepresentable. No es una obra didáctica ni teórica sino el testimonio de una niña de sobreviviente de la segunda generación, heredera de una catástrofe colectiva. Su referencia al psicoanálisis es la de una analizante cuya relación a la teoría es como ella misma lo asevera, utilitaria, incluso oportunista «en la medida en que pertenece a la naturaleza de las teorizaciones producidas por un mundo provisto del pensamiento y del lenguaje de no poder acoger los desastres impensables de un mundo psíquica y políticamente destruido (18)» Presenta sus libros como la obra de una analizante que en su «“construcción” a contrapelo» intenta reproducir la construcción del analista con el propósito «de hacer volver el fragmento de verdad histórica al punto del pasado al que pertenece (19)» lo que constituye una manera de reapropiárselo.
Para JA, cada uno de sus libros es el resultado de una serie de vínculos que tejer y que hacen posible su publicación. ¿Cuáles son esos vínculos y qué función tienen? Enfocaré esta cuestión con respecto al Diario de su padre y a la publicación de su primer libro que forma parte de una trilogía.
Según Kaës, «el traumatismo se caracteriza por el derrumbe de los espacios intermediarios, la puesta fuera de circuito de las funciones de protección (de envoltura antiestímulo) y de transformación que le están asociadas, el fallo de la formaciones del preconsciente. Una doble adhesión de elementos principales del aparato psíquico se produce en el lugar mismo de este derrumbe: una adhesión del yo al objeto traumático que alimenta la excitación pulsional y la repetición del traumatismo; una segunda adhesión, a una nueva envoltura antiestímulo, mantiene una dependencia vital respecto a ella. Esa doble adhesión produce un efecto de confusión que alimenta la carga traumática, en la medida en que el preconsciente queda aplastado y los procesos transicionales sufren una inmovilización patológica. La confusión tópica no separa el decir del hacer, la acción de la representación. Los mismos efectos operan en los vínculos intersubjetivos: alimentan la confusión de los sujetos entre ellos, y finalmente la demetaforisación del espacio discursivo (20).»
En varias ocasiones, en muchas de sus obras, Kaës vuelve a insistir sobre la importancia del trabajo psíquico del preconsciente. Nos hace recordar que a este sistema se asocian las actividades de ligazón, de transformación en el aparato psíquico: «ligazón de los procesos primarios y secundarios, la ligazón de la figurabilidad y la motricidad, la ligazón de lo visual y de lo auditivo y, en consecuencia, las transformaciones de las representaciones de cosa en representaciones de palabra (21).» Pero la formación y el desarrollo del preconsciente y su actividad están supeditados a la intersubjetividad y al trabajo de la intersubjetividad. Los trabajos de Bion sobre la ensoñación materna o aquellos de Piera Aulagnier sobre el porta-palabra muestran la necesidad que la madre acompañe al infans en sus experiencias de placer y displacer con la palabra, con el comentario. Como lo asevera de nuevo Kaës: «El preconsciente de la madre constituye una parte del aparato de significar/interpretar del niño, aparato de traducir y de transmitir la sucesivas capas de discurso que, como un palimpsesto, se inscribieron en él y para él. Tal como la función represora, la elaboración psíquica preconsciente se inscribe en el juego intersubjetivo que ellas contribuyen a informar (22).» Ese trabajo de la intersubjetividad está, como tendremos ocasión de verlo, presente en la obra de JA.
Primero y ante todo hay un núcleo en su obra en torno al cual gira todo su trabajo: el Diario de su padre: Tout ce que j’ai enduré de l’année 1915 à 1919 (Todo lo que aguante del año 1915 a 1919) y la relación que ella establece con ese diario. El padre redacta ese diario a su llegada a Francia en 1921. Relata los acontecimientos que vivió de los catorce a los veinte años. ¿Qué pudo incitar a este joven adulto a escribir ese Diario? JA responde a este pregunta cuando escribe: «Mi padre, que por otra parte no manifestó jamás ninguna simpatía particular por la literatura, reprochándole su impotencia, incluso su ambigüedad frente a las imposturas de los poderosos, quiso sin duda, aquí, por el acto de escribir, cortar, mantener a distancia, exorcizar el terror «sufrido». Fijando en el papel la incandescencia de la memoria, intento temporizar el plazo de una generación (23).»
La erradicación de su cultura y de sus referentes identitarios la habían dejado sin lengua.
En vida de su padre supo de la existencia de ese documento pero jamás quiso verlo. Fue sólo ocho años después de su muerte que pidió a su madre que se lo entregase. Lo consideraba como una bomba que podía estallarle entre las manos. Dos primeras mediaciones fueron necesarias para que pudiese establecer un vínculo con ese texto que precedía su nacimiento y apropiárselo: una cura analítica y un intercesor lingüístico y simbólico, su traductor Krikor Beledian. ¿Por qué un intercesor lingüístico y simbólico? Porque el texto estaba escrito en turco pero en caracteres armenios. Para ella era ilegible. Por otra parte, el traductor contribuía a crear una triangulación y de ese modo una puesta a distancia frente a las palabras del padre que habían dejado en ella, a través de sus relatos, “huellas corrosivas” de una escucha fusional: « Encuentro en estas páginas, escribe JA, una parte de los relatos que poblaron mi infancia y la de todos los Armenios de mi edad. Me gustaba apasionadamente escuchar a mi padre: sus evocaciones precipitadamente evasivas lanzaban un velo sobre las imágenes insoportables, pero el cierre de su mirada, la retención de sus gestos, la emoción secreta y la determinación de su voz me hablaban de un otro lugar que – antes de ser aterrorizado – habia amado inocentemente. Oía en todo ello la nostalgia de un país del que habia sido arrancado para siempre, abandonando allí, con “nuestras casas” y el cuerpo del “padre” enterrado por poco, los sueños de su juventud, las raíces de su vida.»
Al mismo tiempo hace destacar que el trabajo del traductor contribuyo para ella a su traducción psíquica. Las notas de lectura añadidas por él permitieron insertar el testimonio en un encuadre geográfico e histórico. Como lo asevera en cada uno de sus libros y artículos, jamás pudo hacer otra cosa que citar ese texto: citarlo por entero en su primer libro o por partes en el segundo. Sólo en su tercer libro, L‘intraduisible, pudo, bajo forma de comentario, yuxtaponer su propia palabra y la de su padre, veintitrés años después de su publicación y veinticinco después de haber podido leerlo.
Su publicación se debió a un acontecimiento político sin el cual no se hubiese atrevido a publicarlo: aprovechó el primer acto terrorista espectacular de la toma de rehenes en el consulado turco en Paris en septiembre de 1981, acto que califico de “terrorismo publicitario” pues tenía como propósito llamar la atención de la opinión pública sobre la problemática de sobrevivientes de un genocidio no reconocido por sus autores. El tercer intermediario lo constituyo su presentación a la revista Les Temps Modernes dirigida, en aquel entonces, por Simone de Beauvoir que lo califico de “texto bruto”, de “infra-texto” pero lo publicó. Este texto y los otros que ya había publicado en la misma revista iban a constituir el material de su primer libro que en el après-coup aparece, según su propia expresión, «con estatuto de mortaja que envuelve, inhuma un cuerpo heterogéneo en sufrimiento (24)», el cuerpo de su padre.
Es pues este el primer vínculo que la permite integrar el texto de su padre y que hace posible su publicación gracias a varios intermediarios: un traductor, un acto terrorista y una institución editorial.
b/ La escuela republicana
¡Qué alivio escuchar palabras, manipular ideas, que recubrían una realidad sin violencia, una realidad clemente, banal, “para todo el mundo”, en resumen una realidad “normal”.
Como segundo vínculo seria importante destacar aquí el apego a la figura de Simone de Beauvoir y su presencia en la vida de mujer de JA, como ella misma lo afirma: «su presencia en mi vida de mujer se explica precisamente por el rol principal que tuvieron a mis ojos aquellas que llamé en mis textos mis maestras de primaria o las “madres adoptivas del país de acogida” (25)». Esas madres adoptivas, “benevolentes aunque muy asertivas”, esas maestras de primaria, más bien respetuosas de lo que estaba por encima de su entendimiento, republicanas, demócratas, las de la Escuela de Jules Ferry, sin las cuales no hubiese podido escribir su primer libro, eran muy diferentes de aquellas que frecuentaba en lo cotidiano de su vida en su familia, mujeres que por sola escuela habían frecuentado la de la violencia de la vida. Sentía simpatía por ellas, por lo que la aportaban, y fascinación por la escuela democrática. Las asociaba a todas las otras expresiones de la cultura francesa, una cultura que evidentemente era ambigua para ella pero que le permitía la adquisición de un instrumento de palabra, la lengua. Su drama consistía en sentirse dividida entre un “dentro”, una historia familiar sin eco alguno fuera del círculo familiar y un “fuera”, la escuela, desprovisto de pertinencia en la familia. La erradicación de su cultura y de sus referentes identitarios la habían dejado sin lengua. En su casa, el armenio hablado era un lenguaje utilitario “para la supervivencia, sin poesía”, no era ni lengua de pensamiento ni de elaboración de afectos. El vínculo que la unía a la cultura y a la lengua francesa estaba para ella lleno de promesas: escapar al encierro mortífero del círculo familiar y a la imposible elaboración del duelo. Vivir en una familia de sobrevivientes es vivir psíquicamente aplastado. Era su única salida de ese mundo sin horizonte marcado por la catástrofe, un gueto. La “escuela del otro”, como suele nombrarla, constituye otro intermediario que la permitió resignificar una experiencia insostenible a través de una puesta a distancia lingüística y por consiguiente psíquica. El título de su primer libro, “Ouvrez-moi seulement les chemins d‘Arménie”, cita de un verso del dramaturgo Pierre Corneille, metaforiza, según ella, ese vínculo a la cultura y a lengua francesa. Quisiera ilustrar este análisis con un texto de JA extraído del capítulo que lleva como título: Une arménienne á l‘école (Una armenia en la escuela). El párrafo se titula: Fascination de l‘école démocratique (Fascinación de la escuela democrática).
Para mí, hacer novillo era tener permiso de ir a escondidas a la escuela. Esta última me fascinaba, me liberaba del entorno muy denso de la casa, de este gueto demasiado irrigado de la sangre de la vida, de la sangre de la muerte. En el taller de confección de mis padres, solo vientre cálido para mi, sentía sin embargo merodear constantemente una amenaza, una excesiva proximidad con esta cosa a la cual por casualidad habíamos escapado para poder en este refugio, calentarnos, alimentarnos. La obsesión de deber obtener un derecho a la existencia con pedazos de papel, el monótono y monstruoso empeño de laborar de una madre que apenas tomaba el tiempo de querer, por falta de haber conocido el amor, la presencia-ausencia de un padre adorado desde muy lejos como un héroe, pero socialmente invalidado, su mirada que no se posaba jamás, como deslumbrado “de haber visto demasiado”, todo eso me impedía imaginar mi propio porvenir, distinto de esa esfera, me impedía decir sí a la vida.
La sensación de aplastamiento, de ahogo en esta amalgama visceral de una vida siempre por conquistar, hacia ese mundo refractario al lenguaje. ¿Para qué esa voluptuosidad punzante de las melopeyas de mi abuerla ? Me penetraban para paralizarme. De su nostalgia, de su dulzura estremecedora, era necesario prevenirme, para aprender las lecciones del mañana, rechazar el pasado e interesarme a lo cotidiano, no soñar nunca más con las brisas del Bósforo, con los campos de rosas, con los ojos vivos de los montañeses.
Toda fascinación excluye la reciprocidad y el placer se vive en el lugar mismo del mutismo, de la palabra asesinada.
Por lo menos en la escuela podía finalmente abandonarme! : Los “sentimientos” podían expresarse, describirse sin clandestinidad, explicarse en tres puntos. Desde luego esas emociones no eran las mías, y tenia a veces la impresión de usurpar la cultura de los otros. Pero poco importaba, el refinamiento y la ética vendrían más tarde, con el lujo ! Por el momento se trataba de respirar. ¡Qué alivio escuchar palabras, manipular ideas, que recubrían una realidad sin violencia, una realidad clemente, banal, “para todo el mundo”, en resumen una realidad “normal”.
Me sentía ávida de todas las poesías, de las nubes de René que se echaban a volar, de las coqueterías de Célimène, de las gracias de la princesa de Clèves, de las seducciones de Julien Sorel. A pesar mío daba gato por liebre, porque gozaba de todos esos favores sin poder jamás testimoniar de mi vivo placer. Toda fascinación excluye la reciprocidad y el placer se vive en el lugar mismo del mutismo, de la palabra asesinada. ¿Cómo hubiese podido referir la voz majestuosa de Bossuet a los patriarcas de mi iglesia? ¿Cómo confesarme que la sutil y cariñosa marquesa de Sévigné era la Buena Madre que yo deseaba? ¿Cómo suponer que La Fontaine hubiese apreciado los narradores de mi país, que yo, ni siquiera sabia leer? Mis “redacciones” eran ejemplares por su mediocridad, sus banalidades y sus torpezas.
El tercer y último vínculo es aquel que la une a otros exiliados, víctimas de otras violencias, psicoanalistas de América Latina que la hacen descubrir el libro Violencia de Estado y psicoanálisis cuyos compiladores son Janine Puget y René Kaës. Este último escribirá el prefacio de su primer libro, un epílogo al segundo, acogiendo este último y su tercer libro en su casa editorial y en su colección.
c/ Cómo elaborar la herencia traumática
Esta falla por falta de contención, de apuntalamiento, y de elaboración psíquica, a causa de la violencia, incrementa el desvalimiento y acentúa las vivencias de desintegración y de muerte.
Quisiera retomar una noción prestada a Kaës que cité al comienzo de este trabajo, la catástrofe psíquica. La noción de traumatismo refiere al solo determinismo interno y no da cuenta de manera satisfactoria de las condiciones de su formación y de su devenir. En cambio “una catástrofe psíquica se produce cuando las modalidades habituales empleadas para tratar la negatividad inherente a la experiencia traumática, escribe Kaës, se muestran insuficientes, especialmente cuando no pueden ser utilizadas por el sujeto debido a cualidades particulares de la relación entre la realidad traumática interna y el medio ambiente (26).» Haciendo alusión a Aulagnier, Kaës escribe que «es factible evocar una colusión entre la realidad interna (el fantasma) y la realidad histórica (27).» Una posición muy cercana a ésta que JA retomara en sus análisis del traumatismo es la de Claude Janin (28) quien habla de un «colapso de la tópica interna»: se produce cuando hay “encuentro desdichado” para retomar la expresión de Green, entre «fantasmas y acontecimiento, el espacio psíquico y el espacio externo comunican de tal manera que el aparato psíquico no puede cumplir su rol de contenedor del mundo interno. […] En tales circunstancias el sujeto no sabe ya cual es la fuente de su excitación, si es de origen interno o externo. […] Cuando sobrevienen situaciones de colapso tópico, el sujeto no tiene entonces ya posibilidad de constituir algo extremadamente importante en el plano psíquico, es decir «la prueba de realidad» que Freud define en un texto de 1917, y eso siempre en referencia al desvalimiento. […] Así, esas situaciones de colapso son creadoras de una perdida del sentido de la realidad; pueden ser por cierto, por esa razón, cotejadas con lo que Freud admirablemente describió como lo ominoso (29).» Kaës afirma que existen otros casos. Retengo particularmente aquel donde la catástrofe psíquica sobreviene en relación con «la inercia psíquica del conjunto (o de una parte del conjunto) transubjetívo, y esta falla por falta de contención, de apuntalamiento, y de elaboración psíquica, a causa de la violencia, incrementa el desvalimiento y acentúa las vivencias de desintegración y de muerte. Winnicott y Bion lo mostraron ampliamente. Todo transcurre como si el sujeto traumatizado fuese entonces atacado además por esa falta de “hospedaje” del aparato psíquico en los espacios transubjetivos del conjunto (30).» Este caso me parece corresponder adecuadamente a las persecuciones y a los asesinatos de masa. Acontecimientos como estos ponen en cuestión las relaciones entre realidad psíquica y realidad social en la medida en que la distancia entre estos dos órdenes de realidad heterogéneos desaparece «al punto de que vivimos la experiencia extraña e inquietante de una confusión de los límites entre lo de adentro y lo de afuera. La violencia social se confunde con la violencia psíquica, o bien lo que llega de adentro se extiende sin discontinuidad con el medio ambiente social (31).» Este rodeo teórico nos permite situar en toda su amplitud el trabajo de JA. El colapso de la tópica interna o la confusión de límites entre lo de adentro y lo de afuera plantea el problema de la necesidad de un tercero. La terceridad es lo que va a permitir redibujar los límites entre lo de adentro y lo de afuera, entre el fantasma y el acontecimiento. «El recurso al tercero» es una cuestión clave en el trabajo de JA y particularmente en su escritura. A nivel colectivo, la razón es obvia: una de las condiciones fundamentales del genocidio es la falta de un tercero, su ausencia o su complicidad. A nivel individual, el sujeto traumatizado está envuelto en un exceso de trauma que impide toda expresión, toda palabra. Y lo que instaura la palabra es la triangulación, es decir la introducción de la terceridad. ¿Cómo se traduce esto en la escritura de JA? Una precisión preliminar: lo que motiva su escritura es, como ella misma lo explica, «una posición subjetiva que intenta traducir, a la intersección de la historia colectiva y de la historia psíquica individual, la transmisión de un cierto tipo de derrumbe colectivo (32)» cuyo paradigma es el genocidio armenio, paradigma de otras situaciones análogas, «transmisión que en el seno de una historia familiar, lleva los efectos de semejante pasado traumático (33).»
Esa posición subjetiva se refiere transversalmente a cuatro campos:
A nivel individual, el sujeto traumatizado está envuelto en un exceso de trauma que impide toda expresión, toda palabra. Y lo que instaura la palabra es la triangulación, es decir la introducción de la terceridad.
La escritura de JA se define según sus propia formula como «écriture de soi par l‘inscription d‘un autre» lo que podría traducirse como escritura de sí mismo a través de la inscripción de un otro. ¿Qué quiere significar JA por esa formula? Su punto de partida reside en el aborto de una palabra paterna que nunca pudo advenir ni ser recogida por los demás. Eso indujo en ella la necesidad de reduplicar lo que otros escritores recogieron en sus textos de su herencia traumática a través de lo que llama sus “lecturas-recepciones” de numerosos autores cuyos ascendientes sufrieron también una mutilación de palabra. Podríamos citar aquellos que encuentran un albergue en sus libros: M. Arlen, Melkonian, A. Camus, J. Améry, R. Klüger, etc. Como lo escribe en La survivance, tenía necesariamente que establecer una relación con «un texto primero, texto traumático y sin embargo fundador que debía leer, asumir, publicar y transmitir: El diario de deportación de un adolescente armenio del que no pudo, tratándose del cuerpo doliente de un padre, sino desplazar y mediatizar la lectura recurriendo a la figura metafórica de otros textos. Esta lectura primordial constituye por así decir el paradigma de todas mis otras recepciones de figuras paternas que no advinieron a su propia palabra: cada una de esas lecturas por desplazamiento repetía en mí el impacto del encuentro textual inaugural, prototipo de todos los otros con una intensidad que debía imperativamente reducir por una puesta en forma verbal de esta lectura demasiado a flor de piel (35).» La recepción de cada uno de esos autores abría en ella heridas y sufrimientos que inducían una suerte de mandato: verbalizar lo leído y lo sentido para poder escapar a su dominio. Es un tipo de escritura por desplazamiento del lugar de enunciación – es así que ella lo califica – y su estatuto consiste «en abrir un espacio de recepción heterodoxo a los mensajes extrañamente familiares de la indigencia de un otro, ofreciendo al mismo tiempo y apres-coup un campo de mediación a lo que se vivió como no simbolizable porque quedó sin eco (36).» El propósito de esa recepción mediadora era vincular dos mutismos, el del Diario de su padre y el de los ascendientes de esos autores. Lo ve como una manera de rechazar (refouler) el texto del padre para introducir la terceridad y la metaforización, introducir una continuidad donde sólo hubo contigüidad. Es importante descartar toda idea de un deber de memoria, muy a la moda estos últimos años. Se trata para ella más bien de denunciar lo que «para los descendientes de semejantes catástrofes, se encuentra destruido por ese asesinato, o sea la herencia de lo que los ascendientes habían creado antes y que ya no puede transmitirse a los otros. Pierden el espacio transicional de sus vínculos con los otros, los espacios de transmisión, de fecundación, de creación potencial en intercambio con su propio pasado y sus contemporáneos (37).» Hace alusión a la diferencia que establece Hannah Arendt entre las guerras tradicionales y las guerras totales. Las primeras destruyen producciones humanas que pueden ser reemplazadas, mientras que las segundas producen una “pérdida del mundo” para los sobrevivientes, pérdida de un mundo que no puede reconstruirse. Las caracteriza como desertificación: el mundo se vuelve un desierto. «Esas pérdidas –del tener – hacen imposibles, escribe JA, las modalidades del ser consigo mismo y del ser con el otro, imposibles también para el niño la separación, la diferenciación con el destino de los padres (38).»
Para JA se trata ante todo de traducir una experiencia de una doble deportación: por un lado, el hecho que fue borrado el lugar donde ocurrió la catástrofe; por el otro, la pérdida de la lengua y de sus referentes culturales y simbólicos. Lo que significa la imposibilidad de inscribir esa borradura en
Cada una de esas lecturas por desplazamiento repetía en mí el impacto del encuentro textual inaugural, prototipo de todos los otros con una intensidad que debía imperativamente reducir por una puesta en forma verbal de esta lectura demasiado a
flor de pie.
el campo de los que llama los “no exterminables”, los “arraigados”, es decir los países occidentales que acogieron a los exiliados. Es otra manera de decir que el exterminio no se inscribió en la memoria occidental. En sus lecturas/recepciones de la destrucción privilegió, como lo afirma, esa borradura en la medida en que traduce el impedimento de la filiación. Como lo analizo en un artículo por publicar (39), los que escaparon de un exterminio tienen una filiación quebrada (brisée). Hablar de filiación quebrada es hablar de una transmisión que ya no tiene lugar, es hablar de discontinuidad. Es como si los sobrevivientes y sus descendientes se encontrasen cortados de sus raíces y de los encuadres que hasta entonces habían constituido su vida, encuadres sobre los que se apuntalaban. «¿Cuáles pueden ser las modalidades de la filiación después de un trauma colectivo puesto en practica y vivido en secreto?, se pregunta JA. ¿Cómo el contenido impensable de ese crimen secreto habita la psíque? ¿De qué clivaje afecta la imagen del cuerpo, la relación al Nombre y al mundo en los descendientes de un sobreviviente a una hecatombe inelaborable y clandestina que, tragando los habitantes de todo un país, pone fin a su cultura? ¡Qué extraña especificidad la de un derrumbe colectivo amputado de su causa lícita! (40)»
Las lecturas/recepciones de JA son, en esta perspectiva, un llamado a la palabra del otro, como espejo y fiador, como si sólo a partir del otro pudiese enunciarse una comprensión de sí mismo, el otro «teniendo solo la vocación de innovar la instauración de un terreno inexistente hasta entonces, aquel de una instancia tercera dando lugar a un diálogo entre sí mismo y el otro (41).» Por otra parte, como lo escribe el psicoanalista Jean-François Chiantaretto, JA es una mediadora fuera de serie: «busca en los textos que lee, que nos lee, traductores para inscribir el genocidio armenio en la historia y en la cultura europea. Esos traductores son traumatizados para los cuales desempeña el papel de testigo garante, de testigo tercero y nos pone, a nosotros lectores europeos, arraigados o supuestos como tales, en esa posición de testigos terceros de su propio trabajo de mediación, que conduce para ella misma como descendiente de sobrevivientes de un genocidio que las naciones y la cultura occidental no quieren aun reconocer (42).» Esta pluralidad que instaura es lo que la permite escapar de la inmovilización del trauma. Es como si lo pusiese en circulación. No es la herencia de un trauma lo que constituye la herencia traumática. Lo traumático es la transmisión «porque, escribe J-F Chiantaretto, transmite un vacío, el contacto con el lugar donde el psiquismo del donador de la vida está vacío. El problema del heredero consiste en encontrar un contenedor para ese vacío y de encontrarlo en sí mismo pero a partir de lo que quedo vivo, habitado, en el pariente sobreviviente. Eso no es posible sino frente a testigos, testigos necesariamente extranjeros, y en su lengua (43).» En la medida en que hubo un frente a frente entre el exterminador y la victima en ausencia de un tercero, el descendiente hereda de una situación donde por no haber tercero hay un vacío, nos dice JA. Hay vacío porque, según ella, es la triangulación la que instaura la palabra. ¿Cómo en esa situación instaurar la palabra, hacerla nacer? Es de un modo artesanal, pragmático que JA descubre cómo instaurar la palabra, “por identificación proyectiva en el otro”, es lo que está a la base de su escritura.
La lengua
«Esas pérdidas –del tener – hacen imposibles, escribe JA, las modalidades del ser consigo mismo y del ser con el otro, imposibles también para el niño la separación, la diferenciación con el destino de los padres .»
Aharon Appelfeld, superviviente de la Shoah, escribe: « Sin lengua, todo es sólo caos, confusiones y miedos sin fundamento. […] Sin lengua materna, el hombre es un inválido (44).» En su lectura/comentario del libro de Jean Améry – otro sobreviviente de la Shoah -, Par-delà la culpabilité et l’expiation (Más allá de la culpabilidad y de la expiación), JA hace destacar que el individuo, que no es un súbdito de la comunidad humana, no está habitado por lo que Améry llama «l’esprit», el «espíritu», cuya existencia tiene por condición el vínculo social que también constituye el área simbólica que hace posible sus medios de expresión, es decir su lengua. Su comentario tiene por objetivo mostrar que el derrumbe de la pertenencia social que es « condición esencial del funcionamiento del pensamiento, representa, para los sobrevivientes de un exterminio, la rotura de toda triangulación organizadora, fundadora del lenguaje. La disyunción asesina que excluye a los hombres por exterminar de la comunidad humana dominante y de sus referentes, los desposee, antes de matarlos, de su nombre y de su lengua (45).» Sufren así una doble expropiación: la ruptura del vínculo con el mundo de los otros y la desaparición de una lengua común entre ellos. Un tema recurrente en el libro de Améry es justamente el del atentado perpetrado por el terror nazi contra la lengua y contra los constituyentes identitarios de los seres humanos. JA lo asocia a Freud y a la lengua en la que pensó el psicoanálisis haciendo destacar que si la lengua de los judíos austriacos les fue confiscada, «Freud creó, pensó el psicoanálisis en un universo simbólico de signos de donde fue expulsado por aquellos que expulsaron, como lo sabemos por lo demás, a sus hermanas del mundo de los vivos. Por consiguiente, la letra misma de su obra no puede ser más transmitida en el espacio transubjetivo, abolido en adelante, donde se había elaborado. No se puede heredar de su pensamiento sino enfrentando, sin ocultarla, esta ruptura cultural y lingüística. También, cuando sus discípulos debieron exiliarse del Tercer Reich nadie más pudo hablar su obra, practicar su método en la lengua, en la cultura que las constituían y en el seno de las cuales fueron instituidas. Es pues la revelación magistral de esta verdad sobre el asesinato de una lengua y de una cultura en interrelación intrínseca con ella, verdad que me era demasiado íntima para podérmela explicitar con tal nitidez, que me retuvo y me fascino (46).» ¿Cómo los sobrevivientes y los descendientes del genocidio armenio enfrentaron la destrucción de sus referentes simbólicos y particularmente de su lengua? ¿Cómo JA enfrentó esa situación catastrófica?
Las lecturas/recepciones de JA son, en esta perspectiva, un llamado a la palabra del otro, como espejo y fiador, como si sólo a partir del otro pudiese enunciarse una comprensión de sí mismo.
«(…) si no basta con decir la prueba mortal que uno atravesó para desprenderse de ella, escribe JA en L’intraduisible, esto no es porque no puede ser escuchada por el otro sino, en primer lugar, porque uno no dispone más de la lengua en la cual podría hacerse escuchar, en primer lugar, de sí mismo, de un sí mismo atomizado, de ahora en adelante incapaz de contenerla. La enunciación es imposible cuando su contenedor psíquico ya no existe (47).» ¿Cómo podrán entonces hablar de la opresión y la violencia asesina con las que se los abrumó? ¿Cómo dirán el trauma? ¿Cómo elaborarán estos elementos brutos, sin nombre que constituyen lo propio de su experiencia? Es la adquisición de la lengua del tercero lo que, según JA, permite esta elaboración. ¿Pero qué entiende por eso? Es el aprendizaje de la lengua y, por consiguiente, de la cultura del otro, del tercero, para habitarla introduciendo sus propios referentes, para implantarla como un injerto a su experiencia propia, según su muy pertinente expresión, haciéndola así hablar allí donde la lengua materna, invalidada por el genocidio, no lo puede ya. Este aprendizaje es una conquista, JA lo asimila a un Caballo de Troya que se introduciría en la lengua del tercero para deconstruirla y habitarla. Se trata de subvertir la lengua tomando prestados sus significantes para expresar lo que quedo mudo e informe porque nadie jamás lo reconoció. «Es tomando prestado su código que uno debe lingüística y culturalmente institucionalizarse para traducir lo que, en su propia lengua, permanece afectado de borradura (48).» Esta lengua del tercero va a permitir al superviviente dar a su experiencia, a su impensado el contenedor del que tenía necesidad para poder traducirlo. ¿Expulsado de su lengua cómo podría de otro modo encontrar significantes para nombrar lo que de su sufrimiento permanece innombrable? JA lo resume muy bien cuando escribe:
«Me serví de la lengua del otro para eludir la mía afectada de inexistencia, el trabajo liberador del duelo no pudiendo efectuarse sino abrigado por la otra lengua. Intenté escribir, por medio de ésta, una vivencia no restituible en una lengua materna que, destituida de sus referentes simbólicos, desterritorializada por el genocidio, la dispersión y el exilio, no había podido ni ser constituida ni abrirse al mundo ni transmitirse en el placer y el amor (49).»
Conclusión
Busca a ampliar la visión del psicoanálisis haciéndole enfocar temas como el trauma colectivo, la transmisión y la filiación traumáticas y demás que los analistas «clásicos» jamás abordan.
Al termino de este trabajo, ¿cómo situar la obra de JA en relación con la obra del padre del psicoanálisis? Ella no es analista pero se califica en cada uno de sus libros como analizante y caracteriza su obra como obra de analizante. ¿Podemos considerar su trabajo como obra psicoanalítica que responde a los criterios que Freud consideraría susceptibles de definir un proceso, un escrito como psicoanalítico? Yo diría, primero, que la obra de JA es, en parte, una prolongación de la reflexión freudiana sobre la Kultur y, particularmente, de los escritos de Freud sobre la guerra, sobre el malestar en la civilización y la psicología de las masas. No sólo nos ofrece desde una posición subjetiva – la de una heredera del genocidio armenio – una posibilidad de empezar a comprender psicoanalíticamente las grandes catástrofes psíquicas de los siglos XX y XXI – aquellas donde realidad social y realidad psíquica, violencia social y violencia psíquica parecen confundirse – sino que busca a ampliar la visión del psicoanálisis haciéndole enfocar temas como el trauma colectivo, la transmisión y la filiación traumáticas y demás que los analistas «clásicos» jamás abordan. Nos pone en contacto con las consecuencias de lo que Nathalie Zaltzman llamó «un acontecimiento mayor colectivo e individual, posterior a la metapsicología freudiana de Psicología de las masas y análisis del Yo: aquel del derrumbe advenido en la civilización occidental en su función de baluarte del individuo contra el reino del asesinato (50).» Su pensamiento es muy afín al de Kaës, el Kaës de Rupturas catastróficas y trabajo de la memoria. Notas para una investigación (51), así como al de los psicoanalistas de grupo, de familia y de institución. Si su punto de partida es la cura individual y lo intrapsíquico, JA no queda encerrada en esa perspectiva sino que la abre a lo intersubjetivo, a lo intergeneracional y transgeneracional. Son todas esas dimensiones las que la permiten pensar las catástrofes psíquicas.
“Abstenerse de sexo no es suicida, como lo sería abstenerse del agua o la comida; renunciar a la reproducción y a buscar pareja…con la decisión firme de perseverar en este propósito, produce una serenidad que los lascivos no conocen, o conocen tan solo en la vejez avanzada, cuando hablan aliviados de la paz de los sentidos”.
Una exploración de la lucha interna de las mujeres en una sociedad obsesionada con la juventud. Una obra que desafía las normas estéticas y cuestiona cómo envejecen las mujeres en el imaginario colectivo, usando la estética del horror.
“Desde diosas hasta reinas, de cortesanas hasta científicas, de actrices hasta santas, desde escritoras hasta políticas… hemos estado en todas partes, aunque un manto de silencio se empeñara en cubrirnos o ignorarnos”. Julia Navarro.
Un paseo a dos voces y dos estilos por Churriana, un pueblo al lado de Málaga que alguna vez fuera una barriada y actualmente forma parte de la ciudad.
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Un comentario
Excelente trabajo, rico en referencias históricas y articulaciones teóricas. Como investigadora de pos doctorado y estudiosa de la obra de Kaës, me pareció excelente, como los trabajos que ya leí del autor. Mucho me gustaría tenerlo en PDF.