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A los pocos meses de la muerte del escritor Carlos Fuentes, su vida se ha convertido en pasado, es un artículo en la enciclopedia, una nota en los anales de la historia, pero no así su literatura que está viva, que recrea lo que fue el hombre y el dramaturgo.
No se trata de hacer un listado de sus logros, premios y proezas, sino de darle un valor profundo a sus creaciones. Carlos Fuentes recibió numerosos premios literarios y fue profesor en renombradas universidades. En sus ensayos y novelas encierra las características de un complejo escritor, de lenguaje poetizado y de imágenes fugaces de las escenas de la vida cotidiana. Un encuentro en la calle, una reunión de amigos, una charla entre marido y mujer, un hijo incomprendido, un pasado oscuro de un embarazo indeseado. Circunstancias, eventos irrevocables, el pasar del tiempo. Todo esto lanzado a puñetazos en sus relatos.
Carlos Fuentes rebasó con sus escritos las fronteras de su país. Aunque nació en Panamá, no cabe duda su nacionalidad mexicana. De padre diplomático, creció en Washington y más tarde estudió en Chile y Argentina. Su vida cosmopolita lo llevó a conocer y a ver desde una amplia perspectiva la complejidad mexicana en un mosaico infinito de encrucijadas. Fuentes desdobla la sociedad como si fuera una manta compleja con bordados de oro y plata, pedazos de yute y zacate, retazos de seda y tul. Cocidos todos con hilos tan finos y con costuras tan embrolladas que son difíciles de reproducir. Sin embargo el escritor nos lo muestra y nos invita a conocer la magia de esa realidad que nunca termina de extenderse.
Sus obras rechazan el optimismo promulgado por los partidos en el poder, es un grito político y social en contra de la resignación. Derrumba la cronología histórica, son sueños y deseos inconscientes. Fuentes traza un caleidoscopio que juega con nuestra visión. Nos abre ventanas hacia la soledad del hombre. “¿Te viste en los espejos?” “¿es que nos conocemos a nosotros mismos?” Pregunta en su obra Gringo Viejo. Las palabras flotan pero al mismo tiempo están a nuestro alcance. El escritor las planta entre las nubes, sobre las llanuras y los valles de México.
Su vida cosmopolita lo llevó a conocer y a ver desde una amplia perspectiva la complejidad mexicana en un mosaico infinito de encrucijadas.
Fuentes busca sutilezas en el hablar, y sus palabras adquieren otra dimensión, usa paralelismos que antes no hubiéramos imaginado. El general revolucionario le habla a la joven americana y le dice: Tu sabes, aquí tenemos un juego de niños. Se llama los encantados. El que te toca te encanta. Te quedas quieto hasta que otra persona llega a tocarte. Entonces puedes moverte otra vez… Encantar es una palabra muy bonita. Es una palabra muy peligrosa. Estas encantado. Pero ya no eres dueño de ti mismo. (Gringo Viejo, 143)
Su obra literaria comparte características con los escritores de su tiempo. En un paisaje fragmentado, predica en contra de la sociedad en la que vive y describe al México que conoció apenas a los 16 años. Con una mirada crítica, lo descubre frente al mundo. México es vanagloriado, elogiado desacreditado, desmitificado. Exalta sus cualidades, desmiente las leyendas, se mofa y a la vez se enorgullece. Para él, es el país del fruto del nopal, dulce tuna espinosa. (La región más transparente p.207)
Son ingenuos y dulces, corruptos y soñadores, aman y odian: los mexicanos tienen “La carne más viva del mundo”, como él lo plantea. Penetra en la sensibilidad desaforada de su pueblo. Pintó en palabras, lo que Diego Rivera escribió en sus murales: Alude a la añoranza de ese México y de su gente, dibuja los distintos estratos sociales con los adjetivos que él les otorga; con el lenguaje, los silogismos y las metáforas. Traza segmentos que sentencian la corrupción, la energía, y la inocencia. Denuncia la pobreza, el vacio de la clase alta, la banalidad de los ricos, los valores tergiversados de la sociedad.
Encantar es una palabra muy bonita. Es una palabra muy peligrosa. Estas encantado. Pero ya no eres dueño de ti mismo.
Fuentes se destruye y se recrea así mismo en sus personajes trágicos. Se refiere a un México nostálgico y a la vez actual, rememora un pasado histórico y lo coloca en un contexto vívido. Le da carácter a su país. Diseña un personaje misterioso por allí, boceta al militar condecorado que aparece todavía evocando las batallas de antaño, esboza a la mujer que vende su alma por las joyas. Describe a la heroica revolución que nunca termina. El tiempo que no se detiene va y viene al antojo del novelista que desborda los confines. Es la nostalgia por el pasado, la realización de un presente incontenible que se vuelca sin medida hacia el futuro. Es la historia de México entretejida en sus personajes con la idea que esa historia es recurrente. “Mexiquito siempre será Mexiquito” dice burlón en La región más transparente (p. 198). (Sueño de una tarde de domingo en la Alameda. Diego Rivera: 1947-48).
Sus reflexiones religiosas tocan fronteras filosóficas y hablan de dioses aztecas, de creencias prehispánicas envueltas en ritos cristianos. (La región p.311).
Barajea el tiempo etéreo y lo encasilla como un “reloj frutal”. Habla del origen, “el origen de la sangre” como él mismo dice “¿Pero existe una sangre original? No, escribe Fuentes, “todo elemento puro se cumple y se consume en sí, no logra arraigar. Lo original es lo impuro, lo mixto. Como nosotros, como yo, como México. Es decir: lo original supone una mezcla, una creación, no una puridad anterior a nuestra experiencia. Más que nacer originales, llegamos a ser originales: el origen es una creación.” (La región. 83)
Retoma la realidad de cada microcosmos plasmada en un vitral omnipresente. Despliega descripciones de añoranza del pasado, el antebellum porfiriano, los rituales prehispánicos, las tradiciones enraizadas en un México mestizo. Proclama una letanía de nombres y de acontecimientos dentro de un argot local.
Pintó en palabras, lo que Diego Rivera escribió en sus murales…
Las contradicciones en su vida lo hicieron blanco de la crítica. Reprochó al partido en el poder, siendo parte de él. En 1957 fue director de Relaciones culturales de la Secretaria de Relaciones Exteriores. El mismo año que publicó su novela La Región más transparente. La política y la historia embalsaman sus tragedias; en 1959 realiza ensayos favoreciendo a Castro, toma la bandera de izquierda para luego desencantarse del sistema. Se casa con la actriz mexicana Rita Macedo y vive del glamour y la fama, viviendo la doble vida de bohemio, vividor y hombre de mundo.
Su carrera diplomática siguió su curso cuando aceptó el cargo de embajador de México en Francia, sin embargo, la complejidad de sus ideales lo llevan a renunciar en protesta al nombramiento del ex presidente Díaz Ordaz como embajador en España, pues repudia los asesinatos que ocurrieron en 1968 contra los estudiantes en Tlatelolco. Así mismo en los años 80 apoya a los sandinistas y por lo mismo tuvo controversias con Octavio Paz. Literatura y filosofía se rozan en sus escritos y la política los envuelve.
En Aura publicada en 1962 Fuentes responde a la necesidad de mostrar los cambios del amor a través del tiempo. En La región más transparente de 1958 el escritor camina sobre el tiempo histórico de México y por sus distintas verdades. Penetra en las veredas de la ideología mexicana, analiza la ambigüedad de la realidad puesto que no es una sola, sino muchas y en Gringo viejo, de 1985, nos lleva a sentir la volubilidad de nuestra propia existencia. Ese hombre americano que busca morir del otro lado de la frontera, en el paredón de los revolucionarios mexicanos, que ajustician a quien quieren, es el mismo Fuentes que busca refugio en sus personajes que existen pero que se desarrollan en un tiempo ilusorio. Refiriéndose a un pasaje histórico poco conocido, plasma las relaciones entre México y los Estados Unidos, de manera sutil y novedosa. Escribe lo que todos saben, pero pocos se atreven a registrar sobre papel. Se burla, se mofa de las diferencias culturales.
Carlos Fuentes se aposenta en una plataforma superior, en un palco, y desde allí observa y se permite criticar, sin ser salpicado por el sudor, la sangre y las lágrimas de los personajes y dice: “Las soldaderas le dieron los tacos. Arroyo y los muchachos se miraron entre sí sin expresión alguna. El Gringo Viejo comió en silencio, tragándose enteros los chiles, sin que los ojos le lloraran o la cara se le pusiera roja. -Los gringos se quejan de que en México se enferman del estomago. Pero ningún mexicano se muere de diarrea por comer o beber en su propio país.” (Gringo Viejo, 36).
Habla del origen, “el origen de la sangre” como él mismo dice “¿Pero existe una sangre original? “todo elemento puro se cumple y se consume en sí, no logra arraigar. Lo original es lo impuro, lo mixto. Como nosotros, como yo, como México.
Su vida personal estuvo envuelta en la tragedia, después de obtener el divorcio de Rita Macedo, encontró su pareja en la reportera Silvia Lemus con quien tuvo 2 hijos, los cuales murieron siendo jóvenes. Carlos Fuentes se desvela al sentir la desgracia humana, la caída de los ideales y promulga un futuro trágico para México. Busca soluciones a los problemas eternos en las callejuelas de su ciudad y sin encontrarlas se lanza a describir situaciones obtusas sin arreglo. Sus novelas nos presentan personajes complejos que a veces se nos escapan, siempre hay algo que no entendemos de nuestro prójimo. Así el autor describe a sus protagonistas, siempre dejando una incógnita acechándonos desde la esquina.
En sus novelas presenta la magia de las palabras, palpables pero huidizas, contradictorias, con significados diversos, coordinadas dentro de un ritmo acompasado, a veces incomodo, y en ocasiones sumiso. En sus ensayos políticos es directo y claro, sin recovecos, sin remansos. Denuncia, critica, opina, lanza sus ideas con tino de flecha certera. Carlos Fuentes fue un gran escritor.
En la mañana antes de su muerte, el 15 de mayo del 2012, Carlos Fuentes no sabía que escribía sus últimas palabras: un artículo dedicado a varios autores de Puerto Rico. Con su lenguaje crítico y personal, incluyó como era su costumbre un comentario sutil a manera de juicio en contra del imperialismo norteamericano impuesto en la isla. A los 83 años podemos afirmar que murió escribiendo fiel a sus palabras: “La función del escritor no es aplaudir a los políticos, sino criticar, en el buen sentido de la palabra, para mejorar”.
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