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La representación de un tiempo cíclico, en conformidad con los ritmos de la naturaleza, fue sustituida por una concepción del tiempo abstracto, dividido y, sobre todo, productivo. La disciplinarización del hombre y su fijación en instituciones organizadas según la arquitectura panóptica,tales como escuelas, fábricas, hospitales, cárceles, asilos, son paradigmáticos de las sociedades industriales.
En su texto La Microfísica del Poder, el autor resaltó que la fijación espacial, como una forma política y económica de control, debe ser cuidadosamente estudiada, desde las principales estrategias de la geopolítica hasta la arquitectura institucional y las pequeñas tácticas del hábitat.
Según el autor, «al final del siglo XVIII, la arquitectura empieza a especializarse al articularse con los problemas de la población, de la salud, y de la planificación urbana. (…) Hasta el siglo XVIII, sigue siendo un espacio indiferenciado. Hay piezas donde se duerme, donde se come o se recibe, poco importa. Después, poco a poco, el espacio se especifica y pasa a ser funcional. Tenemos un ejemplo de esto en la construcción de las ciudades de los operarios/obreros en los años 1830-1870. La familia del operario será fijada, para ella será transmitida una especie de moralidad, mediante la fijación de su esfera de vida privada, con una pieza que sirve como cocina y comedor, una otra como habitacióm de los padres, que es el lugar de la procreación, y la habitación de los niños» (Foucault, 1996, pg 211-212).
Las significativas transformaciones físicas y sociales de las grandes ciudades, a cuenta del proceso de industrialización, envolverán la articulación de diferentes conocimientos, por ejemplo, la ingeniería sanitaria, la arquitectura, planificación urbana, las instituciones de bienestar social, la policía y la medicina social.
Los principales centros urbanos de Occidente, fueron, durante el siglo XIX, metas de los grandes programas de reformas urbanas siguiendo, cada una con su propia manera, el modelo ejecutado por Haussmann en Paris, entre 1853 y 1870. Tal modelo trazó París en grandes boulevares, rompiendo con las antiguas tradiciones de convívencia social y de propiedad privada hiriendo, así la localización y funcionalidad de espacios públicos y, sobre todo la privacidad de las casas, que pasaron a recibir un enorme número de discursos y prácticas normativas. En diversas ciudades, principalmente en Europa, las nuevas disciplinas alcanzaron de lleno los límites de los espacios domésticos y públicos, traspasados, entonces, por los procedimientos de especialización espacial y segregación social.
Así, según Sibilia, «todos los Estados de la era industrial implementaron sus biopolíticas de planificación, regulación y prevención, con el objetivo de intervenir en las condiciones de vida para imponerles normas y adaptarlas a un determinado proyecto nacional. Esas estrategias de poder comenzaron a delinearse a fines del siglo XVIII, pero se desarollaron plenamente durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX».
(Sibilia, 2005, pp. 198-199)
La ciudad se ha convertido así en espacio privilegiado de reuniones entre los consumidores. El espacio, escencial para la vida cotidiana, pasó a ser vendido y comprado, a través de una importante generalización del comercio.
En las ciudades dirigidas por los ritmos mecánicos del capitalismo industrial, la arquitectura moderna y la planificación, en el siglo XX, trataron de crear un mundo espacial y socialmente segmentado: el trabajo aquí, la morada allí; ricos de un lado y pobres del otro y, en medio de todo, barreras de concreto. La representación de un tiempo cíclico, en conformidad con los ritmos de la naturaleza, fue sustituida por una concepción del tiempo abstracto, dividido y, sobre todo, productivo. La disciplinarización del hombre y su fijación en instituciones organizadas según la arquitectura panóptica, tales como escuelas, fábricas, hospitales, cárceles, asilos, son paradigmáticos de las sociedades industriales.
Deleuze (1991), sin embargo, indica que la sociedad disciplinaria basada en espacios cerrados bajo la égida de la docilización de los cuerpos y de la contención está, actualmente, siendo sustituida por la sociedad de control caracterizada por mecanismos nuevos y más sutiles de domininación. El hombre contemporáneo vive la transición de «productor disciplinado» a la de «consumidor controlado». (Siblia, 2005)
Neves (1997) al analizar los modos de subjetivación en las actuales sociedades de control, señala que al mismo tiempo en que el sujeto sufre desterritorializaciones continuas, también sufre un proceso de homogenización y serialización, por ejemplo:él debe seguir los últimos avances tecnológicos, debe consumir los objetos de la moda, determinados a partir del perfil de su grupo de pertenencia.
Sibilia, en este sentido, afirma: «las nuevas tecnologias de formateo de cuerpos y almas ya no apuntan de forma exclusiva o prioritaria a los ciudadanos de los Estados. El foco de esas estrategias está compuesto por consumidores, ya nodistribuidos en poblaciones nacionales o censos demográficos, sino segmentados en términos estrictamente mercadotécnicos» (Sibilia, 2005, p. 227).
La ciudad se ha convertido así en espacio privilegiado de reuniones entre los consumidores. El espacio, escencial para la vida cotidiana, pasó a ser vendido y comprado, a través de una importante generalización del comercio. Otília Arantes (2002) señala que es preciso considerar, ahora, otro factor más allá de la relación directa entre configuración espacial urbana y la producción o la reproducción del capital: es importante para registrarse en esta fase del capitalismo, que las ciudades en sí mismas pasaron a ser administradas y consumidas como mercaderías.
Según Fernandes, «las principales etapas de la historia de la arquitectura y la ciudad pueden ser comprendidas como dependientes de los cambios en los sistemas de producción y corresponderían a los cambios en el desarrollo demográfico: la transición de la colecta para el cultivo de alimentos; la formación de grupos dirigentes que permite el surgimiento de la ciudad y la civilización urbana; la expansión de esta clase dominante y de la escritura alfabética; la revolución comercial; la revolución industrial (Benevolo, 2001.p.30). En la actualidad, la revolución en el sistema de información tiene cambiado sustancialmente las condiciones de transformación de las ciudades por la ‘via política’ de la globalización. La ‘aldea global’, de Marshall McLuhan ya preveía la determinación de los medios de comunicación en la construcción de territorios, en la difusión de los valores ideológicos y en la diferenciación entre el espacio y el tiempo sostenidos en la migración de objetos y signos»(Fernandes, 2004, p.68).
Las formas de empleo, antes concentradas y cerradas en el tiempo y el espacio limitados, se han transformado en formas flexibles, que son ilimitadas en términos temporales y espaciales con un flujo de energía que se desplaza constantemente.
La sociedad contemporánea se basa en el movimiento y en la circulación cada vez más rápida y amplia de capitales, mercancías y, sobre todo, del ser humano. Las ciudades enfrentan, además, los efectos del capitalismo en la alteración progresiva de los métodos de producción, lo que permite una mayor flexibilidad laboral. Las formas de empleo, antes concentradas y cerradas en el tiempo y el espacio limitados, se han transformado en formas flexibles, que son ilimitadas en términos temporales y espaciales con un flujo de energía que se desplaza constantemente.Se ha sustituído la sociedad disciplinaria, paradigmática de los siglos XVIII y XIX, con sus espacios cerrados y sus estrategias de contención, por la de «sociedad de control» establecida en los espacios abiertos y en el secuestro del hombre por el mercado y por el tema de la deuda. (Justo, 2002)
Para Sennett, «del mismo modo que la flexibilidad del sistema de producción conduce a relaciones más superficiales en el trabajo, el capitalismo conduce a un sistema de relaciones superficiales y distantes en la ciudad. Esto pasa de diferentes maneras: las más evidente es la conexión física a la ciudad. Las tasas de movilidad geográfica son muy elevadas entre los trabajadores que viven con flexibilidad. (…) La segunda expresión del nuevo capitalismo es la normalización del espacio. (…) La oficina de trabajo nos es imaginada como un lugar para establecer raíces. La estructura administrativa de las empresas flexibles necesita un entorno físico que pueda ser (re) configurado con rapidez- el límite, la oficina es reducida a una terminal de computadora. El caracter neutro de las nuevas construcciónes resulta también de su valor de cambio comoen unidades de intercambio de investimientos. (…) Por lo tanto, los principios básicos de arquitectura actual de los edificios se apoyan sobre lo que es denominado como ‘la arquitectura de sobre’: el frente del edificio cargado de ornamentos y los espacios interiores siempre más neutros, normalizados, y susceptibles a la reconfiguración de inmediato» (Sennett, Le Monde Diplomatique edición brasileña año 2, número 13, p 4).
Augé señala que el hombre contemporáneo enfrenta el desafio de habitar los llamados espacios vacíos, no-lugares. El autor hace una fuerte distinción entre lugar y no-lugar: «Si un lugar-antropológico- puede definirse como de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad, ni como relacional, ni como histórico será un no-lugar. La hipótesis presentada en este caso es que la supermodernidad es productora de no lugares, es decir, espacios que no son por sí lugares antropológicos y que, contrariamente a la modernidad baudelariana, no se integran a los lugares antiguos: estos indexados, organizados y promovidos a lugares de memoria» (Augé, 1994, pg 73/74).
La hipótesis presentada en este caso es que la supermodernidad es productora de no lugares, es decir, espacios que no son por sí lugares antropológicos y que, contrariamente a la modernidad baudelariana, no se integran a los lugares antiguos: estos indexados, organizados y promovidos a lugares de memoria.
El concepto de lugar por lo tanto, se refiere a una zona denominada, habitada y gravada por las marcas históricas de la persona y de su cultura, al igual que los espacios que llamamos «biográficos». A su vez, los no-lugares, considerados como típicos de nuestra contemporaneidad,se establecen como espacios anónimos de mero paso, menos delimitados y un tanto imprecisos, provisórios y no llenados. Se relacionan, sobre todo, con el vacío existente entre los cuerpos y con la distancia que separa a los lugares constituidos. Ellos son los espacios por excelencia del viajero, del transeúnte,de la soledad, cada vez más privilegiada en la sociedad actual, ya que cualquier forma de vinculación se ha considerado contraproducente (Augé, 1994, In, Justo, 2002).
El hombre contemporáneo vive, así, el desafío de transitar y de habitar los espacios urbanos de manera personal. Él encuentra en los mecanismos de control grandes obstáculos a esta tarea. Sin embargo, como bien señala Foucault, hay siempre una dimensión de resistencia y de transgresión contra las prácticas de control que no podemos perder de vista.
Certeau apunta para la importancia de se considerar el plan de las piedras de la ciudad y de las pequeñas tácticas de habitar por la cual, todos los días, transitan y viven las personas. Según el autor, a partir de este umbral, donde cesa la visibilidad total «viven los habitantes de la ciudad. La forma primária de esta experiencia, son los caminantes a pie (…), cuyo cuerpo se ajusta a los llenos y vacíos de un ‘texto’ urbano que escriben sin poder leerlo. Todo pasa como si una una especie de ceguera caracterizase las prácticas organizadoras de la ciudad habitada. (…) Escapando a las totalizaciones imaginarias de la mirada, hay un extrañamiento de la vida cotidiana que no llega a la superficie, o cuya superficie es sólo un límite que se destaca en lo visible»(Certeau, 2001, p. 171) .
Gana importancia en este sentido, el análisis de las prácticas plurales, singulares y microbianas que un sistema urbanístico, con su aspecto totalizador, deberia administrar o suprimir. Es necesario, según el autor, seguir el movimiento de los varios procedimientos que, lejos de que sean controlados o eliminados por la administración de control, resisten y se escapán a las redes de vigilancia. La vida en la ciudad constantemente se ocupa de elementos contradictorios y de prácticas, que el proyecto urbanístico procura excluir. Bajo los discursos que ideologizan la ciudad, proliferan las astucias, poderes y prácticas de resistencia que son imposibles de se hierir.
El hombre contemporáneo vive, así, el desafío de transitar y de habitar los espacios urbanos de manera personal. Él encuentra en los mecanismos de control grandes obstáculos a esta tarea. Sin embargo, como bien señala Foucault, hay siempre una dimensión de resistencia y de transgresión contra las prácticas de control que no podemos perder de vista.
Así como el caminante refuerza de manera eficaz algunas de las posibilidades establecidas por el orden, él también incrementa el número de caminos posibles, a través de una constante creación de atajos, desviaciones o prohibiciones. Sus pasos moldan los espacios y tejen los lugares.Tales prácticas nos remiten a una otra «espacialidad», a una forma de experiencia antropológica, poética y de la mítica ciudad habitada. (Certeau, 2001)
Homogeneización X Historicidad; Control X Transgresiones; Vacío X Poética, está aquí en este complejo campo de fuerzas contradictorias y que el hombre contemporáneo enfrenta el desafío de habitar y de reinventar el espacio urbano.
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