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¿Cómo surgen las historias que escribes?
Siempre hay un primer disparador: algo que veo, que escucho, o que leo, en general son situaciones incompletas, que yo misma no termino de entender y por eso mismo empiezo a darles vuelta. Puede haber muchas de ellas en un solo día, pero solo una o dos en la semana vuelven a mi cabeza una y otra vez, con insistencia. Entonces empieza un período al que yo llamo “escribir con los pies”, y es que me niego a arriesgarme al papel cuando una idea está muy verde, necesito dejarla crecer un tiempo en mi cabeza, con la libertad que el olvido le da a todas las cosas nuevas. Así que salgo a correr, a caminar, doy vueltas alrededor de la mesa del comedor, hago las compras. En fin, me hago la distraída, hasta que algo pasa, algo finalmente pica, encuentro la voz del personaje, o el final de la historia, o un recurso nuevo en el que nunca antes había pensado, entonces sé que es el momento de sentarse a escribir.
En tus cuentos manejas con mucha eficacia una sutil atmósfera de horror, algo que no debe ser muy fácil de lograr. ¿Cómo encuentras las palabras precisas para generar esos efectos en tu narrativa?
Es un proceso bastante intuitivo, sinceramente, no sé si podría describir este proceso. Pero hay dos cosas que son importantes para mí.
Entonces empieza un período al que yo llamo “escribir con los pies”, y es que me niego a arriesgarme al papel cuando una idea está muy verde.
Eres unas de las cuentistas jóvenes muy bien reconocidas de este momento, ¿por qué elijes el cuento como género?
No me considero militante del cuento, para mí hablar de extensiones narrativas es hasta incómodo, porque no es un tema en el que pienso cuando trabajo. Si tengo una idea, la escribo. En general, las historias me ocupan entre 10 y 20 páginas, pero ya van tres veces que necesité 50 páginas más, y una vez incluso 130. Intento entender el material, todo lo que contiene la idea más germinal y espontánea de una historia. La extensión me parece apenas un resultado. Como lectora, sí acepto cierta fascinación, me gustan muchísimo los libros de cuentos, y en casi todos mis escritores preferidos encuentro que en la narrativa breve es donde más se lucen, donde más control parecen tener sobre lo que escriben y sobre mí como lectora. Pero también puede fascinarme una novela o una obra de teatro. Finalmente, lo que fascina no son los géneros ni las extensiones, sino la potencia de determinadas historias.
Alice Munro, mujer y cuentista, recibió el Nobel de Literatura 2013. ¿Qué significó eso para ti? ¿Crees que tiene igual reconocimiento literario el cuento hispanoamericano que el que se publica en inglés?
Lamentablemente, el mercado editorial norteamericano es un monstruo demasiado grande todavía, el cuento latinoamericano no puede competir con él. Lo que no quita, que el cuento escrito en español no esté pasando por un gran momento y tenga también mucho prestigio.
Se aprende mucho más sobre cómo contar una historia en la escritura de un guion o en la edición de una película, que estudiando teoría y análisis literario.
Tu primer libro lo escribiste antes de los 20 años y obtuvo dos premios importantes. ¿Cómo has podido hacer un gran libro siendo tan joven?
Bueno, eso de “un gran libro” hay que revisarlo, eh. El núcleo del disturbio, es un libro del que reniego mucho. No sé si fue bueno empezar a publicar tan joven. Pero contestando a tu pregunta, quizá había algo intuitivo, algo que funcionaba mucho antes de que empezara a tomarme en serio la escritura. Siempre me gustó contar historias. Cuando era chica, y no sabía escribir, se las dictaba a mi mamá para que las anotara en un cuaderno. Así que es un ejercicio que siempre me fascinó y al que siempre le presté muchísima atención.
Estudiaste Imagen y Sonido, ¿por qué entonces entras también en el mundo de las letras?
Cuando terminé el secundario y llegó la hora de elegir una carrera, nunca se me pasó por la cabeza que ser escritor podría ser una opción.
La novela y las series se nos presentan con las reglas más claras y un mundo ya conocido. Los cuentos y las películas requieren que cada vez hay que volver a entrar y entender sus reglas, sus límites, sus personajes.
Cortazar alguna vez comentó que la novela y el cuento se dejan comparar con el cine y la fotografía. Habiendo estudiado cine, ¿qué opinas de eso?
Diría que Cortázar se perdió la etapa de las series, que es la que nos toca ahora. Entonces diría que la novela y el cuento se dejan comparar con las series y el cine. Me gustan las cuatro, como dije, no me considero militante de ninguna en particular. Pero ¿por qué cuando estoy cansada, y necesito de verdad dejarme llevar por completo, elijo las series o una novela, y en cambio, cuando estoy inspirada, y con más energía, suelo optar por los cuentos o una película? Y casi todos se reconocen en esto, ¿no? La novela y las series, incluso cuando estamos frente al capítulo 13 de la octava temporada, o en la página 450 de una gran novela, se nos presentan con las reglas más claras, y un mundo ya conocido: sabemos quién es el malo, quién es el bueno, qué quiere cada uno, en qué código o género nos estamos moviendo, tenemos mucha información, y sabemos, más o menos, con qué nos encontraremos –al menos en las próximas 20 páginas o dos capítulos-. Los cuentos y las películas requieren que hagamos todo este movimiento cada vez. Cada vez hay que volver a entrar en un mundo, entender sus reglas, sus límites, sus personajes. Dan mucho a cambio, en este aspecto, hasta podríamos decir que dan, en una hora, tanto como una serie podría dar en toda una temporada, pero también exigen mucho más de parte del lector.
¿Vivir un tiempo en Berlín impactó en tu producción literaria? Y en lo personal, ¿con qué te quedas de esa experiencia?
Sobre todo, me dio mucho tiempo libre. Comparándolo con Argentina, la relación entre lo que gano y el tiempo libre que puedo comprar con ese dinero –que es mi materia prima más cara-, es mucho más grande.
Los cuentos y películas exigen mucho más de parte del lector.
Tu carrera evolucionó a la par de los avances de la ciencia. ¿Cómo crees que la tecnología transforma el arte, en particular la literatura?
Es extraño, la tecnología se metió con todas las artes, y las transformó radicalmente, y para bien. Al cine, el teatro, la danza, la música, la plástica, los ha cambiado tan radicalmente que a veces esas artes hasta han tenido que cambiar de nombre. En cambio, en la literatura la tecnología sólo se metió con el soporte. Es decir que ahora en vez de leer en papel lo hacemos en libros digitales, pero los libros siguen siendo los mismos. Por supuesto que, ante lectores tanto más hiper estimulados por las otras artes, la literatura –al menos la que a mí me interesa- se ha vuelto más contundente, más breve, más precisa, más visual-. Pero es un cambio que tiene que ver con los lectores, no tanto con la propia literatura, que no necesita ese tipo de tecnologías porque funciona con otra tecnología, una todavía muy superior, que es el imaginario de los lectores.
Sueles dar talleres literarios en distintas ciudades del mundo y próximamente estarás en Miami. ¿Cómo surge ese proyecto? ¿Tienes ya alguna idea de lo que pasa en el ámbito cultural en español de esta ciudad?
La idea surgió en una residencia de escritura en las afueras de Oaxaca, México, que hice en el 2008. Lo único que nos pedían a cambio es que al final de la estadía cada invitado diera un taller abierto a la comunidad. En mi taller se anotaron diecisiete personas, y entre ellos había chicos de 14 años, mayores de 70, profesores de la universidad, amas de casa y campesinos. Todas mis ideas preconcebidas acerca de cómo dar un taller se desarmaron ante semejante heterogeneidad. Por supuesto, tenía cosas para compartir con cada uno de ellos, pero tenía que encontrar algo nuevo que le sirviera a todo el grupo, a los que nunca habían escrito una línea, y a los que ya tenían cierta experiencia. Así que en lugar de escribir, me dediqué prácticamente toda la estadía a releer los cuentos y novelas que más me habían gustado hasta entonces, o de las que más creía que se podía aprender. Y de esos días sale la esencia de “La teoría de las promesas”, el taller que el Miami Book Fair me invitó ahora a impartir.
No conozco Miami, y sé muy poco sobre la ciudad y lo que ocurre en el ámbito cultural en español, pero tengo muchas expectativas y ganas de averiguarlo, es una de las razones por las que acepté encantada esta invitación.
Estrasburgo, situada entre Francia y Alemania, fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Nos sorprende con su luz y sus reflejos, el reloj astronómico en la Catedral de Notre Dame y la Iglesia de Santo Tomás, donde Mozart tocó el órgano.
Una crónica sobre la pintura de Oskar Kokoschka, exhibida en el Kuntsmuseum, que refleja su apasionada relación con Alma Mahler. Una mujer marcada por su matrimonio con Mahler y los romances con Klimt, Kokoschka y Gropius, fundador de la Bauhaus.
La misofonía es un trastorno neurológico que provoca una sensibilidad extrema a ciertos sonidos. Los afectados reaccionan con irritación, desconciertan a su entorno y se genera un clima de tensión que afecta la convivencia y relaciones sociales.
El uso de las redes sociales contribuyó al aumento de la ansiedad y depresión en la Generación Z, provocando efectos que perturban su bienestar emocional. Sin embargo, los jóvenes pueden desarrollar narrativas más saludables sobre sí mismos.
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