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Edición
07

En los parajes de la sinrazón

Buenos Aires
La cultura en la que vivimos empuja a transformar la realidad en una totalidad cerrada en sí misma, que no hace lugar a la vulnerabilidad ni al vacío, mostrándose intolerante a las contradicciones y conflictos. El olvido es el riesgo que este modo de funcionamiento comporta. La señal más evidente del olvido es que ya nada transmite y podría terminar bloqueando nuestra pobre y tan humana capacidad de comprensión. Sin embargo, la autora trata de responderse una pregunta: ¿Hay esperanza en la desesperanza?

[…] La idea de Matrix es que resulta muy fácil vivir una vida sin cuestionarla.
Es muy fácil no estar despierto acerca de aquello que ocurre ahí fuera, en el mundo […]
Wachowski, Larry, Entrevista en Exploring the Matrix (2003)

Por esta misma causa, todo totalitarismo moderno no debiera ser considerado producto de la barbarie sino, más específicamente, como efecto de la Modernidad desde su mismo proyecto racionalista, destinado a anular cualquier esbozo de ambivalencia, a través de la desestimación del caos.

Una de las peores amenazas que el mundo contemporáneo enfrenta es efecto del desfasaje creciente y progresivo entre la complejización de los medios de destrucción masiva y la cada vez más mediocre calificación de las ideas y de los hombres. En un mundo gobernado por el horror al vacío, tanto en el campo intelectual como en el físico, todo puede ser rápidamente conquistado por dogmas radicalizados, fundados en unas lógicas puramente destructivas.

Los acontecimientos ocurren situándose en la intersección entre los diversos procesos económicos, sociales, religiosos, nacionales, mitológicos y demográficos, entre otras tantas variables. Para comenzar, considero imprescindible referirme a la etimología del término crisis (krinen), que pertenece al lenguaje médico -en tanto originario del Corpus Hipocrático- ya que es el motor de la realización del correspondiente diagnóstico. Y, precisamente, el problema hoy reside en las dificultades de efectivizar un diagnóstico acertado acerca del estado del mundo, caracterizado por una memoria sin fondo, en la que las peores crueldades parecieran no haber sido pensadas todavía.

El mundo está en crisis y ésta ha alcanzado al pensamiento. Por lo tanto, resulta legítimo y urgente interrogarnos acerca de nuestra capacidad de «pensarnos en crisis» para «pensar la crisis», intentando sortear los obstáculos que nos van conduciendo, ineludiblemente, hacia una circularidad sin salida y nos exige un posicionamiento en un «más allá», para hacer un esfuerzo de comprensión entre la lógica del Yo y la del otro, interrogando a la globalidad de la violencia, intrínseca de un mundo en constante peligro. Por ello, entre otras cuestiones debemos bucear y revisar nociones tan complejas como desamparo, violencia, terrorismo y el tan mentado -pero no por ello desarrollado- concepto de Mal. Concepto bastante ambiguo, desde siempre, para todas las disciplinas científicas. Será el poder del Mal la «re-encarnación» del poder divino? Si así fuera estaríamos aceptando una proposición teológica, cuestión que carece absolutamente articulación alguna con los fundamentos y los desarrollos científicos.

Tanto el concepto de civilización como su opuesto, el de barbarie resultan unas nociones puramente formales, en tanto la vida de los humanos supone siempre el esfuerzo colectivo e individual por alcanzar algún tipo de control sobre los afectos. Civilización, cultura y barbarie e incluso salvajismo nunca son nociones que aludan a realidades inmodificables, ya que la civilización es siempre un proceso, por lo que resulta imposible de ser enmarcada como un único hecho determinado y nunca es un momento de la vida sino la vida misma.

Por esto, la barbarie es ineludiblemente efecto de la propia cultura, del mismo modo que el Ello se constituye como instancia psíquica en simultáneo con la estructuración del Yo, responsable tanto de limitarlo como de negarlo. El Ello es el caos que reina por fuera del orden del Yo, es nuestra propia barbarie, nuestro propio demonio que coincide con nuestras más calificadas virtudes. Por esta misma causa, todo totalitarismo moderno no debiera ser considerado producto de la barbarie sino, más específicamente, como efecto de la Modernidad desde su mismo proyecto racionalista, destinado a anular cualquier esbozo de ambivalencia, a través de la desestimación del caos.

El ideal de transformar la realidad en una totalidad cerrada en sí misma -ya que no reconoce ninguna otra expresión más allá de sus aparentes límites, no tolera contradicciones ni conflictos y supone la premisa idealizada de alcanzar un período en el que habría de realizarse como consecuencia de unos objetivos racionales.

Es por ello que todo «ser social o cultural» debe resignarse a aceptar pagar el precio de escindirse (Spaltung), (Freud, S., 1940), lo que se expresa en la vida de relación en la división entre «lo público», «lo privado» y «lo íntimo». De este modo, en el mismo interior de la organización de las sociedades existen también realidades visibles e invisibles, mientras la sociedad no es solo lo que se muestra sino también lo que se oculta. No es solo el Superyo el que se manifiesta sino también el Ello, replegado por entre los intersticios de la vida ciudadana. Esto nos conduciría a considerar que las sociedades no son ni racionales ni irracionales sino un puro contexto, efecto de la interacción en la encrucijada entre las diversas instancias del ser individual y social, por lo que toda sociedad resulta siempre precaria, difusa e incompleta. Y, es además en esa encrucijada donde el hombre termina anclado, desarraigado y perdido, en un solitario e incesante viaje hacia las fronteras del sentido.

Las imposturas de poder

[…] Ha prometido felicidad la ciencia? Ha prometido
la verdad, y la cuestión está en saber si conseguiremos
ser felices con la verdad […]
Ëmile Zola, Discurso a los estudiantes de París, mayo 1893
El ideal de transformar la realidad en una totalidad cerrada en sí misma -ya que no reconoce ninguna otra expresión más allá de sus aparentes límites, no tolera contradicciones ni conflictos y supone la premisa idealizada de alcanzar un período en el que habría de realizarse como consecuencia de unos objetivos racionales. Inscriptos en la misma lógica de la Historia, ello ha regido no solo a las ciencias sociales sino a toda la práctica política del siglo XX. Esta podría ser considerada una de las razones princeps por la cual ese siglo se transformó en un singular momento histórico, en el que surgieron y perduraron los poderes totalitarios más tenebrosos de la historia de la humanidad, en nombre del cumplimiento del supuesto dictamen de la Historia.

Violencia contemporánea que carece de precedentes en tanto no precede a su propia regulación sino que surge en simultáneo con ella, al expresar solo una nada. No expresa odio ni indignación ni idea moral alguna ya que desaparece ante la sola realización de un fin transitorio.

La lógica del totalitarismo/ fundamentalismo se constituye vía la desestimación de la ambivalencia propia de todo sujeto, en su intento por construir una «sociedad perfecta» adecuada a los fines de unos pocos. Totalitarismos que terminan por cristalizar en los reinados del «pensamiento único». Momentos históricos seudo-heroicos, donde el desmentido gobierna, generando unas supuestas afirmaciones definitivas, sea la visión terrenal del «reino de los cielos» o su contracara: la realización total del principio monoteísta, impuesto no ya por la religión sino por la Diosa de la Modernidad: la ciencia. De aquí se desprenderían una de las misiones fundamentales otorgadas a las ciencias modernas: la producción del orden, opuesto inmediato de la anulación del caos.

En nuestra mitología occidental, la violencia-barbarie está arraigada en el mismo prejuicio al que no se le puede suponer otra función que la de expresar una naturaleza interna salvaje. Violencia contemporánea que carece de precedentes en tanto no precede a su propia regulación sino que surge en simultáneo con ella, al expresar solo una nada. No expresa odio ni indignación ni idea moral alguna ya que desaparece ante la sola realización de un fin transitorio.

Cada época ha debido pensar al Hombre y, por tanto, pensarse y confrontar, una y otra vez, ante la incertidumbre acerca de qué es esto que somos. En tanto humanos nos encontramos como extranjeros ante nosotros mismos, en particular, cuando intentamos aproximarnos a conocernos. Las divisiones entre los hombres poseen una multicausalidad entrecruzada: conflicto de intereses, estructuras de poder rivales y muy especialmente competencias por los recursos naturales. Verdades tales como que la humanidad continúa destruyendo sus mismas fuentes de recursos naturales y vitales, que el clima del planeta se va modificando significativamente cada año y que grandes parcelas de suelos fértiles se van degradando mientras sus recursos naturales van siendo diezmados. Los mares se van vaciando de su fauna, los recursos imprescindibles de aguas dulces se van contaminando y solo algunos de los habitantes de este planeta apenas si logran «levantar sus voces», hasta ahora infructuosamente.

La relación entre la ciudad, su fragmentación y sus crisis es inseparable de la cuestión de las fronteras y sus transformaciones. Toda «puesta en tensión» del concepto de frontera da por resultado también la puesta en crisis de los sistemas culturales. Y, estas características valen también para las ciencias.

Las hipótesis ya antiguas acerca de la globalización/ homogeneización no consideraron que las diversas crisis económicas internacionales conducirían, entre otras consecuencias, a obligar a enormes contingentes de migrantes pobres a instalarse en las grandes metrópolis y, por consiguiente, que éstas iban a comenzar a dividirse en «barrios cerrados, privados» y grandes «barrios cerrados pobres-marginales», zonas duras de marginación, exclusión socio-económica y multiplicidad étnica. La relación entre la ciudad, su fragmentación y sus crisis es inseparable de la cuestión de las fronteras y sus transformaciones. Toda «puesta en tensión» del concepto de frontera da por resultado también la puesta en crisis de los sistemas culturales. Y, estas características valen también para las ciencias, en tanto la antigua metáfora de fronteras del conocimiento ha estado siempre vinculada con las crisis de los campos del saber y su relación con la correspondiente organización social. Las ciencias no entran en crisis solo por su dinámica interna, académica o institucional, sino también por las condiciones propias de la época en que se desarrollan.

El desvanecimiento de la memoria

[…]Los hombres son cómplices
de los que los deja indiferentes […]
George Steiner, La muerte de la tragedia

El Mal pretende significar una situación paradojal de la condición humana: la de la facultad del hombre de darse ciertas normas que rigen su accionar y que se constituyen en una especie de poder universal, propio de la Naturaleza. Pero, el hombre puede también desviar o pervertir aquello que él mismo se ha dado e instituido como universal, por lo que el concepto de Mal caracteriza la posibilidad de surgimiento de nuevas reglas de comportamiento social aún si éstas se construyeran bajo la forma negativa del tras-torno, de la transgresión y de la per-versión. El desafío que el Mal lanza confronta permanentemente con el pensamiento, que parece no estar preparado para comprender algunas de las «formas malignas» de la condición humana. El Mal no es solo la tenebrosa perversión que invade brutalmente todos los campos de la vida actual sino también es el impalpable soplo de la nada. Se podría describir esta neo-concepción del Mal como una «catástrofe civilizadora» contemporánea que apela al horror.

El Mal no es sólo la tenebrosa perversión que invade brutalmente todos los campos de la vida actual sino también es el impalpable soplo de la nada. Se podría describir esta neo-concepción del Mal como una “catástrofe civilizadora” contemporánea que apela al horror.

Fue durante la Modernidad cuando se desplegó la cotidianeidad del Mal y es este el problema con el que nos enfrentamos, en esta Posmodernidad. El riesgo de nuestra contemporaneidad -ya efectiva realidad- es el olvido, que opera como mecanismo de continua actualización de lo fundacional de la Historia. La señal más evidente del olvido es que ya nada transmite y podría terminar bloqueando nuestra pobre y tan humana capacidad de comprensión.

Respecto a los «trabajadores de la Salud Mental» lo que nos importa no es el Mal, como categoría filosófica, sino los efectos de la espiral de lo peor. Los dioses solo pueden vivir y ocultarse tras la cualidad de lo no-humano, posible de encarnarse tanto en los objetos como en los animales, en los territorios del silencio y del embrutecimiento objetivo pero no en la esfera del hombre, que es la del lenguaje. Un dios que rechaza la máscara irónica de lo no-humano se sale de la metáfora bestial. El principio del Mal para dotarse de un alma y de un rostro ha pasado de la metamorfosis de un rostro, en la que se encarnaba silenciosamente, a revestirse ahora de la hipocresía de lo humano.

Y, por cierto, considero más que necesario ser respetuoso con lo inhumano antes de condenarlo sin más rodeos. Es esto lo que hacen ciertas culturas calificadas como «fatalistas y fanáticas» ya que es en lo inhumano donde hallan sus seudo-mandamientos. De este modo, toda forma de discriminación racista, étnica o cultural procederían de la misma des-afectación profunda y de un duelo colectivo no objetivable: el de la alteridad difunta sobre un fondo de indiferencia generalizada y actualizada. Pero, esta misma indiferencia puede conducirnos a unos comportamientos exactamente inversos a los esperados y así mientras el racismo buscará desesperadamente al otro bajo el disfraz del Mal para combatirlo, el humanismo lo buscará, no menos desesperadamente, bajo el ardid de unas víctimas a socorrer. Pueblos enteros sin territorio, dispersados, sin coherencia étnica, que parecieran aceptar fatalmente los «golpes de suerte», luego de haber padecido múltiples intentos de diezmarlos, vía sangrientas e irreductibles guerras.

Después de la caída de las Twins (New York, 2001) la sociedades occidentales se han tornado sensiblemente débiles frente a cualquier tipo de energía «satanizada». Se han convertido en sociedades «fanáticamente blandas» o habrá que nominarlas «blandamente fanatizadas»? A fuerza de expulsar la parte maldita de ellas mismas, para dejar brillar solo sus valores positivos, se han tornado dramáticamente vulnerables y como efecto del casi reverencial temor al Mal se han atiborrado de eufemismos, para evitar centrarse en el otro, designándolo sólo como una desgracia irreductible.

Sobre las ruinas de las ideologías políticas del siglo XX irrumpieron movimientos radicalizados, de orientación seudo-religiosa, que operan de modo diferente a las organizaciones terroristas conocidas. Mientras éstos también intentaban provocar la sorpresa y la mediatización de la difusión, no tenían como objetivo los crímenes masivos e indiscriminados hacia los dirigen sus operativos los terroristas hoy. El modelo terrorista actual adopta unas formas más temibles, en tanto se trata de estructuras en red, amorfas, móviles, con una gran autonomía de decisión en cada lugar en el que operan y poco contacto entre ellas. Pueden accionar en cualquier lugar y en cualquier momento y la comunicación entre las diferentes «células» se efectúa, a menudo, sin referencia a autoridad central alguna, de modo que las entidades que se logran des-estructurar pueden ser casi instantáneamente reemplazadas. Esta estructura en red les permite contar con varios miles de integrantes dispersos por el mundo, utilizando la revolución informática y dando forma a un nuevo tipo de conflicto (netwar).

La mayoría de los integrantes de estas estructuras son aficionados, que en nombre de Dios y con Él como único juez, van radicalizando la violencia y reemplazando las ya vetustas ideologías revolucionarias por el fundamentalismo religioso. De este modo, el homicidio masivo se transformó en «deber» y el suicidio en una de las armas más eficaces contra el hedonismo del mundo occidental, ya que nada es más ajeno a los países occidentales que esos sacrificios y homicidios gratuitos, que no tienen otra explicación que la voluntad de aniquilamiento. Pura pulsión de dominio, pulsión de poder o pulsión de crueldad (Bewaltigung) (Freud, S., 1905).

Tanto Freud como Nietzsche postularon que la crueldad carece de un término contrario, en tanto estaría ligada a la esencia misma de la vida y de la voluntad de poder. Solo habría diferentes tipos de crueldad: diferencias de intensidad, de calidad, de modalidad, de actividad o de reactividad.

Hasta el Siglo XIII, Oriente fue considerado un territorio plagado de maravillas y centro de una desmedida admiración, tanto que «las alfombras mágicas y voladoras» fueron un invento occidental. Pero, después del 9-11 una pregunta se impone: que fue lo que hizo despertar al verdadero Oriente? Y así como Occidente inventó las «alfombras mágicas y voladoras» también contribuyó con la instalación del terrorismo fundamentalista. Así crearon su propio Frankenstein, ya que el terrorismo islámico-fundamentalista nada tiene para transmitirle a la Historia porque pareciera no querer ni poder cambiar nada, por lo tanto, solo destruye. Característica observable desde la misma inmolación de sus agentes. No existe un futuro y solo se destruye un orden que no se sabe cómo transformar. Ante esta situación mundializada el vocablo crueldad ronda siempre toda argumentación, ya que el sentido de la crueldad desempeña un rol operatorio ineludible.

Esta lógica debería promover la fundación de una ética, un derecho y una política capaz de medirse con los acontecimientos que constituyen una cruel mutación de la crueldad. Tanto Freud como Nietzsche postularon que la crueldad carece de un término contrario, en tanto estaría ligada a la esencia misma de la vida y de la voluntad de poder. Solo habría diferentes tipos de crueldad: diferencias de intensidad, de calidad, de modalidad, de actividad o de reactividad.

Las sociedades desarrolladas son cada vez más vulnerables a estas ideologías radicalizadas contemporáneas pero, si alguna formulación es posible considerar después de los ya numerosos monstruosos atentados, es que los hombres siguen muriendo más por intereses que por ideas. La retórica fundamentalista es la porción más arcaica de la ideología de estos movimientos, en tanto están al servicio de una utopía: el advenimiento de la umma (comunidad de los creyentes, más allá de las fronteras de los Estados). Y, para alcanzar esta utopía estas organizaciones utilizan los últimos recursos tecnológicos. Los permanentes esfuerzos de Al Qaeda para disponer de una elite de científicos y técnicos es una de las razones por la cual esta organización alcanzó unos parámetros de eficacia, hasta ahora no conocidos. Es esa elite la que conoce los nuevos explosivos, los más mortíferos, los más difíciles de detectar. Conoce los planos de las grandes ciudades y los modos de acceso a los códigos secretos de los diversos sistemas de seguridad. Pueden pasarse meses investigando un «blanco» para no dejar nada librado al azar.

En aquellas sociedades que no toleran forma alguna de debate público, la religión termina por surgir como único lazo de expresión y alienta las aproximaciones más radicales de las cuestiones políticas. La ausencia de legitimidad de sus dirigentes, la ineficacia para abrir perspectivas posibles para las jóvenes generaciones y sus recurrentes situaciones de corrupción resultan compensadas por las «profesiones de fe», por una mística y un apoyo singular a los dirigentes religiosos, como modo de implementar el control de los miembros de sus comunidades.

Nietzsche, en El ocaso de los ídolos (1888), afirmó que el denominador común de los ídolos representa nada más que el hecho de que no son más que seres muertos, momificados y disecados. Lo perjudicial de los ídolos no es su condición de falsedad sino el hecho de que sean falsos dioses, que algunos humanos confunden y los consideran como verdaderos y puros reflejos de una auténtica y genuina realidad, prestándoles adoración a cambio de cobijo.

Como el humano no se atreve a hablar de aquello que lo atemoriza, no piensa ni habla de «lo trágico». Pero se trata de un «no dicho» ensordecedor, en tanto lo cotidianamente vivido es el «sentimiento trágico de la vida».

«Lo trágico» es siempre impensable pero a pesar de ello es un imperativo pensarlo. Como el humano no se atreve a hablar de aquello que lo atemoriza, no piensa ni habla de «lo trágico». Pero se trata de un «no dicho» ensordecedor, en tanto lo cotidianamente vivido es el «sentimiento trágico de la vida». De lo cotidiano se retiene solo lo anecdótico o lo superficial. Sinergia del arcaísmo y sinergia del desarrollo tecnológico. Definición provisoria pero, en consonancia, con el resurgimiento de ciertos fenómenos que otorgan un lugar privilegiado a todo lo primitivo, «lo bárbaro». Los «bárbaros» de este tiempo carecen de una voluntad de invasión colonizadora. Ni siquiera se interesan por las riquezas de Occidente. Pero no hay duda alguna acerca de su voluntad de destruir el orden occidental establecido, erigiéndose en «mesiánicos elegidos» más que en persuadidos, ante la perspectiva de su propia muerte. Su poder no radica ni en sus armas ni en sus motivaciones que, sin embargo, constituyen el fundamento de sus «hazañas». Su poder se funda en la ideología radical que los sustenta y preconizan, ya que en un mundo que ha perdido el sentido de la potencia de las ideas -por haberlas transformado en experiencias horrorosas- esta ideología fundamentalista deviene arma mortal.

A los tiempos de la Posmodernidad les han sucedido unos tiempos de globalización de unos nuevos conflictos. Así, con la globalización la Historia también se globaliza y los últimos acontecimientos, más que terroríficos, han provocado la devaluación de los pequeños relatos, de las singularidades, de las semejanzas de las lenguas y los dialectos, de la transparencia de la imagen y de la libertad de los mercados. La caída de todo, globalizándose el todo, hasta la guerra y la muerte.

Y si la guerra deviene suceso planetario la muerte ha de ser procesada en tanto paisaje de lo cotidiano. La guerra, como legitimación de la muerte, resulta en ese espacio en el que se mata y se muere. Se puede y se debe matar ya que matar en la guerra es transformarse en héroe mientras matar fuera del código de la guerra es ser un asesino. Por lo tanto, resulta hoy un imperativo mostrar las guerra. Entronizar las horrorosas imágenes de las guerras y sus secuelas para sostener la heroicidad, el martirologio y sortear el riesgo de convertirse en un asesino. Cultura de la imagen que conduce a la obscenidad. Obscenidad y pornografía de las imágenes, en tanto lo obsceno y/o pornográfico son lo absolutamente visible que conducen irreductiblemente al aburrimiento y al rechazo, en razón de su brutalismo esencial. Y, para ello la incesante exhibición de la muerte. Espectáculo continuado que deviene instantaneidad del olvido y que siempre nos termina conduciendo hacia la más intensa intemperie, al sentimiento de ajenidad, a una tierra extraña a pesar de sabernos «en casa». Algo del orden de lo siniestro (Freud, S., 1919) nos arroja precisamente hacia una indefinible frontera entre lo más familiar y lo más horroroso de nosotros mismos.

¿Hay esperanza en la desesperanza?

[…] La Historia avanza por su «lado malo» […]
Friederich Hegel, La positividad de la religión cristiana, (1800)
Si frente a las difundidas imágenes del terror logramos hacer abstracción de ese momento de estupefacción y de paralización, donde todo resulta condensado -vía la inmoralidad de las imágenes- en la intuición anonadadora de los terroríficos acontecimientos, lograremos recuperar la posibilidad de pensar críticamente.

Y, como la Historia se realiza a través del humano también posee inconciente, del mismo modo que toda civilización conlleva su propia barbarie, que no solo se sitúa en el pasado. Aquello que se ha desmentido-reprimido ha de permanecer en el inconciente, de modo latente y durante una prolongada temporalidad, para retornar alguna vez, vía sus conocidos modos de irrupción
(Freud, S., 1939)

Por lo tanto se trata, como siempre, de abrir nuevas puertas y en ese marco habrán de ir emergiendo, tanto en la misma realidad como en las investigaciones en curso, diversos centros de condensación y nudos críticos, acerca de los cuales resulta ineludible trabajar e intercambiar, discutir y especialmente polemizar, en estos tiempos de anulación de los disensos. Polemizar en el sentido que Heráclito ya le otorgara al concepto de polemos: encarnadura de las diferentes fuerzas en pugna que toda realidad contiene.

El alma humana vive y se transforma incesantemente ante los diversos procesos civilizadores y nosotros, en nuestro tiempo, no somos una excepción. En razón de la confrontación que libran nuestros fantasmas nunca seremos los mismos que antes. Y, como la Historia se realiza a través del humano también posee inconciente, del mismo modo que toda civilización conlleva su propia barbarie, que no solo se sitúa en el pasado. Aquello que se ha desmentido-reprimido ha de permanecer en el inconciente, de modo latente y durante una prolongada temporalidad, para retornar alguna vez, vía sus conocidos modos de irrupción (Freud, S., 1939).

En esta Posmodernidad, de capitalismo tardío, capitalismo comunicacional o mundialización neoliberal, casi once millones de niños mueren de hambre, en medio de la obscenidad exhibicionista del despilfarro de la «sociedad del espectáculo», del armamentismo y de las aventuras espaciales y extra-planetarias. Pero, pareciera que el resto de los humanos viviéramos ajenos a ese horror. Vivimos en un mundo de horrores inexpresables y, precisamente por eso, hay que expresarlos y mostrarlos. Su exhibición desmesurada pareciera eximir al humano de describirlos, condenándolo a la incredulidad, cualidad intrínseca de todo aquél que no mira ni escucha.

Los videoclips, la publicidad, los juegos informáticos y las diversas formas del ciberespacio resultan unas muestras más que suficientes del re-ingreso del hombre a los tiempos del mito. El reencantamiento del mundo proviene de la conjunción del caballero medieval de los antiguos cuentos y leyendas con el rayo láser. Estos mitologemas, que los héroes paradójicos de esta Posmodernidad conllevan, son semejantes a los iniciáticos. Una tensión que permanece indemne, siempre actualizada, en tanto condiciona la relación del hombre con el mundo y con los otros. De este modo, mientras las sociedades tradicionales privilegian el pasado, la Modernidad privilegió el futuro y el Renacimiento subrayó su presente.

El riesgo de nuestra contemporaneidad, que ya ha pasado a ser realidad efectiva, es el olvido y la indiferencia.

Hoy, cada individuo no vale más que en relación al conjunto que le permite ser. Sentimientos encontrados, nostalgia, tristeza y desamparo pero también capacidad de resistencia, ya que siempre se trata de encontrar algún punto de anclaje del que aferrarse. Comunicación no-verbal que es como el eco de una memoria inmemorial respecto de unos mitos fundacionales. Es aquí donde surge «lo paradojal» en tanto la nostalgia traduce el deseo por algo que nunca existió y que, no obstante, está presente en el imaginario social como una imposición insospechada.

El riesgo de nuestra contemporaneidad, que ya ha pasado a ser realidad efectiva, es el olvido y la indiferencia. Porque lo que muestran los atentados terroristas es que, una vez más, los seres humanos continúan muriendo en pos del sostenimiento de las hegemonías del poder. Y si esta verdad retorna, de un modo tan horroroso, es ineludible reconsiderar que la cualquier tipo de confrontación necesariamente ha de llevarse a cabo desde el territorio de las ideas.

Por todo lo mencionado me parece relevante finalizar con algunas palabras que no me pertenecen:
¨[…] Detrás de los héroes y de los titanes,
Detrás de las gestas de la Humanidad,
¨Y de las medallas de los generales.
Detrás de la Estatua de la Libertad.¨
………………………………………………
Detrás de los himnos y de las banderas,
Detrás de las hoguera de la Inquisición
Detrás de las cifras y los rascacielos,
Detrás de los anuncios de neón
DETRÁS ESTÁ LA GENTE […]
Joan Manuel Serrat, Detrás está la gente, (Barcelona, 1987)

Notas:
Bibliografía
• Freud, S.: – (1905): Tres Ensayos de Teoría Sexual, A. E., Buenos Aires, Vol. VII, (1984).
– (1919): Lo Ominoso, A.E., Vol. XVII
– (1930 [1929]): El Malestar en la Cultura, A. E., Vol. XXI
– (1940 [1939]): La escisión del yo en el proceso defensivo, A. E., Vol. XXIII
• Nietzsche, F.(1888): El ocaso de los ídolos, M. E. Ed., Madrid, (1993)

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