Con motivo del 400 aniversario de la llegada a América de las primeras personas esclavizadas de África occidental, el New York Times organizó el Proyecto 1619, un programa que tiene como objetivo revisar el legado de la esclavitud en los Estados Unidos.
El podcast del Proyecto 1619 de la New York Times Magazine abre con el sonido de gaviotas y brisas. La narradora Nikole Hannah-Jones describe el paisaje y reflexiona con voz tensa: “No sé. Me pregunto mucho cómo era.”[1] El sitio desde donde narra es Point Comfort, punto de llegada de la primera nave esclavista que desembarcó en lo que es hoy territorio estadounidense en el año 1619. Y así se llama la iniciativa monumental, en todo sentido de la palabra, del New York Times Magazine: El Proyecto 1619. Con la meta de “reformular la historia del país…poniendo las consecuencias de la esclavitud y las contribuciones de americanos negros al mero centro del cuento que nos contamos sobre quiénes somos,” [2] la producción multimedios cuenta con ensayos, videos, fotos, podcast y guías para educadores. Hannah-Jones, la creadora del proyecto – autora y voz de muchas de sus piezas-, es periodista investigadora, premiada, especializada en revelar la continuación de las políticas y prácticas que perpetúan la desigualdad racial en los Estados Unidos.
En el primer episodio del podcast, igual que el primer ensayo de la revista, Hannah-Jones empieza con la anécdota sobre su padre, quien nunca dejó de colgar la bandera estadounidense frente a su casa en Iowa. A la joven Hannah-Jones, le costaba entender el sentido: “¿Cómo pudo este hombre negro, habiendo visto de primera mano la manera en que su país abusaba de los americanos negros, y se negaba a tratarnos como ciudadanos plenos, elevar orgullosamente su bandera? No entendía ese patriotismo. Me avergonzaba profundamente.”[3]
Me impactaron tanto la violencia y concordancia de los relatos como la inmensidad de las lagunas en mi consciencia.
Durante la segunda década de este siglo, mientras vivía en el suburbio de Florissant, Missouri, al norte de la ciudad de St. Louis, fue cuando de verdad empecé a “despertarme blanca”, tal como lo dice el título del libro de Debby Irving publicado en 2014, y también nótese la prevalencia de la metáfora del sueño en estas conversaciones sobre la consciencia racial.
Ya para entonces, yo terminaba el doctorado en antropología sociocultural y lingüística de Indiana University. Llevaba años leyendo y enseñando sobre raza y racismo. Es decir, para una mujer blanca – en realidad mixta con ramas latinas y judeo-árabes, pero blanca por el fenotipo que presento y el privilegio que gozo-, había pensado el tema más que la mayoría de mis pares. Aun así, lo que sabía era desgraciadamente poco.
Además, por las interacciones con mis estudiantes en la Southern Illinois University Edwardsville, empecé a notar las fallas en el currículo sobre raza en que había sido entrenada a impartir. Se enfatiza mucho la ausencia de la base biológica de las distinciones raciales, aunque las diferencias físicas entre poblaciones claro que existen, pero la manera en que interpretamos, etiquetamos, y organizamos esas diferencias es una cuestión puramente social y política. Mientras tanto, queda al margen la perpetua importancia de esas distinciones socialmente construidas para regir la sociedad estadounidense y formar las oportunidades de vida de sus ciudadanos. El reto, para mí como instructora, era hablar de esta realidad a los estudiantes blancos rurales y suburbanos, a quienes tenía que convencer, y a los estudiantes negros urbanos, quienes la conocían mucho mejor que yo, los dos grupos al mismo tiempo.
Entonces, para proveerles ejemplos concretos a mis estudiantes de lo que es el racismo institucional, frase que repetía mucho sin pensarlo, volví a leer sobre la historia del discrimen legal de vivienda, educación, empleo, y justicia criminal en el siglo XX antes y después de la legislación federal de derechos civiles de los 1960. Ver, por ejemplo, el Redlining o la discriminación por parte de los bancos en otorgar hipotecas a clientes negros, la perpetua segregación de las escuelas públicas -tema que fue cubierto por la misma Nikole Hannah-Jones-, o las políticas que favorecen la encarcelación de personas negras que se conoce por The New Jim Crow, el libro de Michelle Alexander, publicado en 2012. Por casualidad compré una copia del libro The Classic Slave Narratives (Signet Classics, 2012) editado por Henry Louise Gates, Jr., en la venta de libros usados del Black Studies Program de SIUE. Me impactaron tanto la violencia y concordancia de los relatos como la inmensidad de las lagunas en mi consciencia. Por las razones que fueran, los temas que hasta entonces habían sido para mí más abstractos, me empezaron a tocar a nivel personal. Me veía por primera vez implicada en estas historias, al contrario de los mitos de que “el problema del racismo fue nada más en el Sur” y “todo se resolvió con el movimiento de derechos civiles”, con los cuales había crecido en Colorado en los años 80 y 90.
Pero el despertar más brutal estaba por venir. Fue en agosto de 2014, un año después de mudarme a Puerto Rico para empezar a dar clases en la UPR (que coincidió con otro despertar – lo de gringa y cómplice de las atrocidades coloniales – pero eso queda para otro cuento). Vi la noticia sobre la matanza del adolescente negro Michael Brown en Ferguson, Missouri, el suburbio justo al sur de donde vivíamos en Florissant. Estaba horrorizada, tanto por la manera en que la policía mató al joven y lo dejó en la calle por más de cuatro horas, como por los motines que estallaron en la zona tranquila donde salíamos a pasear los fines de semana. Para nuestros exvecinos negros, sin embargo, no era nada para sorprenderse. Mi horror solo evidenciaba las realidades separadas que vivíamos.
Estos líderes están sirviendo a la necesidad del pueblo estadounidense de entender el porqué de la oleada autoritaria y supremacista blanco que nos agarra 400 años después del desembarco de la nave esclavista; función que no cumple la historia que se enseña en las escuelas y que más allá de llenar las brechas del conocimiento histórico popular, nos brindan esperanza.
Ahora en 2019, en la época de Trump y con la reaparición las expresiones abiertas de racismo, xenofobia, y antisemitismo que los soñadores creímos haber ya vencido, los que recién despertamos – o más bien, los que todavía estamos despertándonos-. buscamos respuestas y explicaciones. Y las encontramos en el canon de los intelectuales negros de ayer y hoy. Voces que siempre nos han señalado la verdad, pero que muchos académicos blancos ignoramos.
Con pocas excepciones, como bell hooks y Stuart Hall, no se encontraba el trabajo de teóricos negros en mis cursos de doctorado de teoría antropológica. Estudiamos a los autores del Harlem Rennaisance como James Baldwin, cuyas descripciones de relaciones raciales a medianos del siglo XX parecen a las de hoy. Volvemos a W.E.B. DuBois, historiador y activista que nos señalaba en 1935 que las raíces del llamado Negro problem estaban en los fracasos políticos de la época de la Reconstrucción, después de la guerra civil de Estados Unidos (1861-1865). Y por fin vemos– otra vez, lento y tarde – que esto es el país en que siempre hemos vivido.
Educándonos de esta manera, nos inspiramos por la vanguardia de esta nueva etapa de la lucha para la liberación negra, que a la vez es la lucha para la verdadera democracia. Nikole Hannah-Jones y el Proyecto 1619 son parte de este florecer de producción negra intelectual, periodística, artística, y pedagógica en la época de Black Lives Matter. Michael Eric Dyson ofrece una panorámica de esta vanguardia, que se distingue de sus antecedentes intelectuales por su uso de los medios digitales y el distanciamiento de varios de la academia.[5] Estos líderes están sirviendo a la necesidad del pueblo estadounidense de entender el porqué de la oleada autoritaria y supremacista blanco que nos agarra 400 años después del desembarco de la nave esclavista; función que no cumple la historia que se enseña en las escuelas y que más allá de llenar las brechas del conocimiento histórico popular, nos brindan esperanza.
Después de recordar su vergüenza adolescente ante el patriotismo de su padre, Hannah-Jones procede a detallar cómo los afrodescendientes construyeron el país; no solamente en el sentido literal de infraestructura y economía, como se suele reconocer, sino también por hacer realidad el ideal de la igualdad que se planteó en la Declaración de la Independencia de Estados Unidos de 1776. A pesar de sus palabras nobles, se nos revela que el documento, igual que la eventual constitución, fue cuidadosamente escrito para preservar y proteger la institución de la esclavitud en la nueva república.
Aprendemos que el primer hombre que murió luchando por la libertad de los Estados Unidos, Crispus Attucks, fue negro; que el venerado Abraham Lincoln trató de convencer a líderes negros a llevar a su gente a emigrar del país, para el bien de los dos pueblos, blanco y negro -es decir, santo no era; y que sin los activistas negros en los siglos XIX y XX el derecho a votar no sería universal. En síntesis, la narrativa de Hannah-Jones no solamente derrota muchos mitos de la fundación de la nación estadounidense, sino que nos ofrece una contra narrativa redentora:
“La verdad es que la democracia que tiene hoy esta nación ha sido por los esfuerzos de la resistencia negra. Nuestros padres fundadores quizás no creían en los ideales que declaraban, pero la gente negra sí…Por generaciones, hemos creído en este país con una fe que no merecía. La gente negra ha visto lo peor de América, y, aun así, de alguna manera, todavía creemos en lo mejor.”
Por eso el orgullo de su padre, un orgullo en que la autora puede compartir, y que lo comparte con nosotros. La narrativa de los negros como los fundadores principales de la democracia estadounidense podría ser la clave para fomentar una nueva identidad nacional basada en hechos en vez de sueños. Acuñando la metáfora budista, cuando los blancos por fin abrimos los ojos, luego de recuperarnos del choque inicial de ver la mugre, podemos apreciar el loto que está saliendo.
[1] Cita original: I don’t know. I just wonder a lot what it was like.” Todas las traducciones del inglés al español hechas por la autora, Evelyn Dean-Olmsted.
[2] Cita original: It aims to reframe the country’s history… placing the consequences of slavery and the contributions of black Americans at the very center of the story we tell ourselves about who we are. https://www.nytimes.com/interactive/2019/08/14/magazine/1619-america-slavery.html
[3] Cita original: How could this black man, having seen firsthand the way his country abused black Americans, how it refused to treat us as full citizens, proudly fly its banner? I didn’t understand his patriotism. It deeply embarrassed me. https://www.nytimes.com/interactive/2019/08/14/magazine/black-history-american-democracy.html
Traducido por Evelyn Dean-Olmsted
[4] Coates, Ta-Nehisi, 2017. Between the World and Me. New York: New York Spiegel & Grau.
[5] https://newrepublic.com/article/122756/think-out-loud-emerging-black-digital-intelligentsia
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