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Edición
10

Desarticulaciones neuróticas

Madrid
En una entrevista para Letra Urbana, la psicoanalista Blanca Aragón Muñoz nos conduce a reflexionar sobre un tema que ha sido largamente debatido por los poetas, los filósofos, los psicólogos y por la ciencia: la diferencia sexual. ¿Cómo se producen los encuentros y desencuentros entre los hombres y las mujeres? ¿De qué depende que haya efectos de seducción? ¿Cómo se da la articulación y la desarticulación entre amor, deseo y goce sexual para el hombre y para la mujer? ¿De qué está hecha la «apariencia» que permite alguna relación entre los sexos?

Blanca Aragón Muñoz, una psicoanalista que reside y tiene su práctica en la ciudad de Madrid, retoma para Letra Urbana la compleja cuestión de la diferencia sexual para ajustarla a lo más propio del ser humano, es decir al lenguaje. Se nos impone hablar y diferenciar a «ellas» y a «el», se separan géneros a la vez que también se intenta «emparejar» esa diferencia en alguna relación posible y, en esos movimientos, se produce malentendido entre los hombres y las mujeres.

Una perspectiva profunda del tema nos deja pensar algo más acerca de los modos en que los sexos se entienden y se malentienden, como se produce el amor y el deseo, de qué depende el efecto de atracción y de qué modo las estrategias neuróticas colaboran para dar alguna solución a la diferencia entre lo masculino y lo femenino.

¿Cómo el psicoanálisis, en su opinión, comprende y define las diferencias entre los géneros masculino y femenino?

…la seducción, especialmente cuando se dirige a una mujer, siempre es una cuestión de palabras.

El género gramatical, masculino y femenino, es soportado nada menos que por el lenguaje. Si para Freud se trataba de conceptos de contenido incierto; para Lacan es imposible dar un sentido analítico a esos términos. Sin embargo, el lenguaje nos obliga a ser nombrados como «él » o como «ella», introduciendo la diferencia sexual en estas partículas lingüísticas con carácter de índice y sin sentido propio, que son los pronombres personales. Lacan extraerá de la gramática los elementos sin carga de sentido, utilizando la lógica para investigar diferencias en cuanto al goce sexual propiamente dicho.

En uno de sus seminarios el psicoanalista francés Jaques Lacan plantea una articulación para estas ellas, años más tarde resumirá esto en la colección de artículos y cartas que se conoce como Disolución de la siguiente forma: Es necesario que termine con el malentendido de las mujeres, de las que dije no estar privadas del goce fálico. Goce fálico que no las acerca a los hombres, más bien la aleja de ellos pues este goce las pone en paralelo con ellos. Prevengo esta vez el malentendido, subrayando que eso no quiere decir que ellas no puedan tener, con uno solo, elegido por ellas, la verdadera satisfacción fálica. Satisfacción que se sitúa en su vientre pero como respondiendo a la palabra del hombre. Es preciso para eso que ella caiga bien. Que caiga sobre el hombre que le habla según su fantasma [1] fundamental, el de ella. De eso saca como efecto, amor a veces, deseo siempre. Esto no sucede tan a menudo y cuando sucede no hay relación, en tanto escrita, que sea avalada en lo real.

Lo interesante de este fragmento es la elección de orden inconsciente, ligada a marcas primarias en la estructura y cómo esa elección abriría las puertas al deseo y al goce sexual, y quizás al amor. Es señalable también que la seducción, especialmente cuando se dirige a una mujer, siempre es una cuestión de palabras.

¿Con las mujeres en especial, cómo se da la articulacon entre deseo, goce sexual y amor?
La articulación entre goce sexual, deseo y amor toma como condición esa elección, ligada al fantasma fundamental, de la que hablábamos, el «al menos uno», percibido por ella como excepción respecto al conjunto cerrado de «los hombres». Elección inconsciente de la que los neuróticos intentan no hacerse cargo. Esta articulación se produce gracias al semblante. ¿Cómo podríamos ejemplificar la excepción al conjunto de los hombres? Imaginemos una historia del tipo «Chica conoce a chico». La escena se produce durante una recepción de gala. Damas y caballeros ataviados con trajes de noche y estricta etiqueta. Los caballeros elegantes e impecables. De repente se abren las puertas del salón y con andar decidido se dirige al grupo un tipo con aspecto de Indiana Jones, rostro curtido, botas llenas de polvo, barba de varios días…Sigan esta novela como quieran, pero ahí ya están las condiciones para que una mujer pudiese recortar al personaje del resto de los caballeros.

La articulación entre goce sexual, deseo y amor toma como condición esa elección, ligada al fantasma fundamental, de la que hablábamos, el «al menos uno», percibido por ella como excepción respecto al conjunto cerrado de «los hombres».

Una paciente me habla de su novio. Ambos se aman, se quieren mucho. Ella ha vivido con él sus primeros orgasmos. Lo describe como un hombre completamente diferente a los que le precedieron. Convive con él desde hace un tiempo, pero hay algo que enturbia esta situación aparentemente feliz: ella no está segura de si él le gusta, si le desea. No es un hombre guapo y no es elegante, si lo fuera entonces ella sería feliz. Se abre una paradoja puesto que ella describe a sus anteriores parejas como hombres guapos y elegantes pero con los que ella no sentía nada. Curiosa inseguridad donde ella le remite a su novio la responsabilidad sobre su deseo, el de ella. Donde no se plantean dudas es en su propia cualidad como objeto causa de deseo. Lo que aparece por detrás de estas preguntas sobre su novio es que ella cree ser irresistible, per se, en todo momento.

¿Y con los hombres, como observa en su práctica clínica esta articulación entre deseo, goce sexual y amor? El semblante y la excepción cumplen la misma función para los hombres?
Por ejemplo, un paciente, un hombre, se queja airado de una amiga con la que tuvo varias citas, fueron a cenar, pasaron la noche juntos y ella quería saber qué sentía él por ella; como si no estuviera claro – dice el paciente – que esas citas son funcionales, ¡y se va a lo que se va!.

Para el hombre semblante de goce y goce de semblante se conjugan y su deseo no depende de ninguna excepción sino que puede dirigirse a una mujer entre otras, siendo sólo necesario que ésta reúna ciertas cualidades como objeto. Únicamente esa una aparecerá como excepción si se produce el enamoramiento. En cambio para las mujeres, la excepción preside su deseo y su goce. En esto nuevamente se desencuentran hombres y mujeres.

Cuando Lacan habla del hombre, lo hace no sin apelar al humor cuando dice: «Es por cierto más fácil para el hombre afrontar a cualquier enemigo sobre el plano de la rivalidad que afrontar a la mujer en tanto ella es el soporte de la verdad: que hay semblante en la relación del hombre con la mujer.» Para él hay una doble incomodidad frente a ser extraído del conjunto de «todos los hombres», extraño al enamoramiento y por otro lado, a toparse con una presencia donde se hace patente la disyunción entre semblante y goce, que son equivalentes en el plano del discurso. Para el hombre semblante de goce y goce de semblante se conjugan y su deseo no depende de ninguna excepción sino que puede dirigirse a una mujer entre otras, siendo sólo necesario que ésta reúna ciertas cualidades como objeto. Únicamente esa una aparecerá como excepción si se produce el enamoramiento. En cambio para las mujeres, la excepción preside su deseo y su goce. En esto nuevamente se desencuentran hombres y mujeres.

En su observación y en su práctica, ¿cómo se presentan los procesos de articulación y desarticulación entre goce, deseo y amor?
Al margen de otros comentarios sobre estas estructuras, me llamó mucho la atención esta desarticulación entre goce, deseo y amor. Pues si bien en psicoanálisis se recortan para su estudio, en la vida cotidiana aparecen mejor o peor anudados.

…»él me ama, de eso estoy segura, pero ya no me desea como antes». Esta apelación al deseo del partenaire se desarrolla de formas diversas, desde la joven que anhela ser la absoluta dueña del deseo de su amado, la que añora al hombre en celo permanente o la que se pregunta si ella que también lo ama, lo desea a él o no.

Una queja formulada por varias de mis pacientes podría resumirse como «él me ama, de eso estoy segura, pero ya no me desea omo antes». Esta apelación al deseo del partenaire se desarrolla de formas diversas, desde la joven que anhela ser la absoluta dueña del deseo de su amado, la que añora al hombre en celo permanente o la que se pregunta si ella que también lo ama, lo desea a él o no. La condición de articular deseo y goce sobre la base de una elección inconsciente en ese «al menos uno» de la excepción es propia de las mujeres, pero también, podríamos añadir, del enamoramiento que afecta a ambos sexos. Cuando Lacan desarrolla estos puntos, nos dice que esta puede ser la vía de transición de la histérica a una mujer, al colocar fuera de ella misma la excepción. Este autor mantiene que no se puede hablar de manera pura de un conjunto cerrado para las mujeres, que ellas son una por una, por tanto no existe «la mujer» como representante de algo que no hay.

Por esto, es sorprendente la aparición de libros autobiográficos escritos por mujeres, donde se roza la pornografía en una detallada compilación de proezas sexuales. Sorprende porque semblante y goce se solaparían punto a punto, cuando es del orden de una mujer sostener su disyunción. Excepto que se trate de una parodia o de una mostración histérica donde en palabras de Lacan, para hacer de hombre la histérica se las arregla bien por imaginación. Estas publicaciones no están muy alejadas de lo que ocurre con los pacientes mencionados.

Al principio nos señalaba la función del lenguaje en relación a este tema. Nos subrayaba que es el lenguaje el que soporta una diferencia, sin sentido, entre los sexos. Por esta misma vía ¿cuál sería el encuentro posible entre un hombre y una mujer?

Puesto que se trata de saber que hay semblante entre hombre y mujer, cada uno deberá poner algo de su parte, en lugar de intentar sostenerse en un ser más o menos consistente. Cada partenaire entra en este juego haciendo semblante de objeto causa de deseo o de objeto semblante de ser. Ninguno es.

Puesto que se trata de saber que hay semblante entre hombre y mujer, cada uno deberá poner algo de su parte, en lugar de intentar sostenerse en un ser más o menos consistente. Cada partenaire entra en este juego haciendo semblante de objeto causa de deseo o de objeto semblante de ser. Ninguno es. No hay modo de acceder al goce más que a partir del semblante. Así para el ser que habla la realidad sólo se aborda a través del instrumento de goce que es el lenguaje e inversamente la única posibilidad de abordar el goce es a través de las estructuras discursivas de las que el semblante es el primer lugar, el agente. La rebelión que el neurótico padece es contra las estructuras discursivas del lenguaje, sea en el orden de rechazar cualquier posibilidad simbólica frente a la radical desarmonía de la relación sexual o por intentar sostener lo contrario, una «naturalidad» en cuanto a la relación sexual más allá del lenguaje. Sí, también hay formas de arreglárselas respecto de esa relación que no hay, el neurótico se escabulle o bien sosteniendo que hay complementariedad en lo sexual y lo demás son pamplinas o bien, que dado que no la hay, nada puede hacerse. Este es el padecimiento neurótico por encima del malestar de los desencuentros cotidianos.

Notas:
[1]Según el Diccionario de la Lengua Española, las dos primeras acepciones para «fantasma» son:
1. m. Imagen de un objeto que queda impresa en la fantasía
2. m. Visión quimérica como la que se da en los sueños o en las figuraciones de la imaginación

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