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Edición
13

Cuerpo y ciudad: el habitante

Buenos Aires
(shak)
En el borde de la línea peatonal / a punto de atacar,lo humano. / Hasta que la luz suelte la largada / imposible espera,sacudida
en la línea que separa la muerte de la muerte. / Mientras brota el hedor que los anuncia uno junto al otro / espesor de instante detenido en cada mandíbula / urdimbre de gestos, /
palpitación de amores rancios / en caída libre.[*]

…el particular modo en que cada comunidad va resolviendo como alimentarse, comunicarse, darse explicaciones sobre el origen de las cosas, hacer el amor y la guerra, constituir su territorio, establecer alianzas. Entonces lo que las comunidades hacen es inventar las cosas de su mundo y sobre todo el modo de hacer las cosas de su mundo.

La rueda de la historia fué tejiendo espacialidades donde se desplegaron las narrativas de cada comunidad a través del tiempo. Sus necesidades y sueños, los azares, el desafío de la supervivencia, las emociones. Narrativa de la comunidad que es el día a día de hacer la vida colectivamente.

Este quehacer fue generando modos provisorios de habitar el mundo, desde los objetos de uso cotidiano, las herramientas y viviendas, hasta las prácticas sociales: el particular modo en que cada comunidad va resolviendo como alimentarse, comunicarse, darse explicaciones sobre el origen de las cosas, hacer el amor y la guerra, constituir su territorio, establecer alianzas. Entonces lo que las comunidades hacen es inventar las cosas de su mundo y sobre todo el modo de hacer las cosas de su mundo.

Cosmogonía cotidiana en que los hombres y la naturaleza amasan, en paz y en violencia, la arcilla del existir.

Somos esa construcción cotidiana, colectiva, de ínfimos e infinitos gestos de hacer la vida de un particular modo.Somos lo que nosotros y los otros hacemos.

Un mundo nos recibe al nacer y reclama seguir naciéndose. No importa cuanto hayamos inventado y destruido ya, todo está por hacerse cada vez. Movimiento de la vitalidad que enlaza a todos los seres y las cosas a través de los tiempos y de los espacios. Trama sensible donde circulan las experiencias de todos como potencias disponibles para todos. Quehacer material y simbólico que, lejos de partir del vacío, siempre dialoga con la otredad, la naturaleza y sus fuerzas, lo hecho por generaciones anteriores y por otras comunidades.

La guerra, el trabajo, las prácticas sexuales, el comercio, el despliegue del lenguaje, los rituales de enterramiento, las fiestas, la arquitectura, van haciendo trama del tiempo y del espacio, construyendo la piel del mundo. Ese quehacer colectivo de todas las épocas, sus infinitos modos, sus avatares, vienen, desde incontable tiempo, tejiendo al habitante, a los habitantes.

Lo que hacemos nos hace
Somos esa construcción cotidiana, colectiva, de ínfimos e infinitos gestos de hacer la vida de un particular modo.Somos lo que nosotros y los otros hacemos; y eso que hacemos y somos se va encabalgando en mundos donde se despliegan el azar, la imposibilidad, las tradiciones, nuestras fuerzas y las fuerzas de la naturaleza, trama en que adviene el habitante. Ese que viene en la corporeidad del mundo tejido por la acción colectiva.

Intimidad de la acción en que se construye subjetividad enlazando lo colectivo y lo personal en la dimensión social del hombre, en su pertenencia a la naturaleza.

La ciudad- producida olvidada- retorna feroz a devorar las manos que suyas, ignora. El habitante sueña entonces un otro lugar donde estar y ser. Lugar donde hallarse, donde desembarcar del extravío cotidiano.

Toda acción, existir como habitante, implica dialogar, sabiéndolo o no, con múltiples tiempos y espacios. De la fragua de este diálogo emergen las territorialidades. Cosmonización del mundo donde el hombre y su casa son uno. Materialidad y símbolo de la morada, ethos donde se dibujan los horizontes de posibilidad, y tambien los imposibles, de una época y de un pueblo. Malla de significaciones donde alojar lo imaginable y lo que no puede ser nombrado.

Habitante y territorio son trama dinámica, donde la corporeidad no queda recluida al interior de la piel humana sino que hace cuerpo encontrando enlaces vitales indispensables-transversalidades- en el cuerpo del habitat. El espacio del mundo no es, entonces, un escenario exterior donde estamos, una pura cantidad neutra -la res extensa que postuló el pensamiento cartesiano- sino una constelación de relaciones en la que nos vamos constituyendo al interior de un proceso.

La ciudad, como cualquier experiencia de la cultura, es un magma de relaciones sociales capaces de producir a quienes la producen. Nuestro modo de percibir la realidad cotidiana, de expresarnos en cada acto y de pensar la vida, emerge y se sumergen en este magma de transversalidades donde creamos y somos creados por el mundo.

Quehacer donde se construyen y destruyen los cuerpos y los deseos, donde la carnalidad de una época se hace presente.

Acaso la ciudad, la experiencia urbana, territorio increiblemente complejo, pueda pensarse, desde aquel singular perfil en que aparece como ajena-exterior y hostil-al propio cuerpo de sus habitantes. Como si la ciudad fuera una cosa o una multitud de cosas fuera de nosotros y no una red de relaciones inestables que nos constituyen.

Muchas veces el arte, las prácticas políticas, las dinámicas institucionales no hegemónicas han generado experiencias de gran despliegue imaginativo que interrogan, rasgan el velo de esta vivencia de estar en la ciudad como engranajes movidos desde afuera por fuerzas de a ratos inapelables, y han invitado a volver a involucrarnos perceptual y reflexivamente en los modos de habitabilidad que producimos y nos producen.

Como si fuera costoso percibir que la ciudad es una experiencia que estamos produciendo a cada momento y nos aparece como algo dado y concluído, y en ese sentido, cruel.

La ciudad como exterioridad que impone recorridos, velocidades, fines y recursos, la ciudad como normativa ajena, la ciudad como sufrimiento o como anhelo inalcanzable, la ciudad como soledad es un modo de hacernos en la ciudad.

Hacer que se invisibiliza a sí mismo. Hacer que inventa hiatos, cortes, y se olvida de lo que ha producido para hacerlo venir a la percepción como ajeno, amenazante.

La ciudad- producida olvidada- retorna feroz a devorar las manos que suyas, ignora.

El habitante sueña entonces un otro lugar donde estar y ser. Lugar donde hallarse, donde desembarcar del extravío cotidiano.

Lugar que no es fruto de construcción ninguna, lugar de la abundancia y el solaz. Lugar de la ilusión que da de comer a la violencia. Y si hace el gesto de abrazarlo, siente como se desvanece irremediablemente.

¿Cómo explorar este modo de habitalidad? ¿Cómo interrogar las certezas en que quedamos excluidos al interior de una territorialidad?

Muchas veces el arte, las prácticas políticas, las dinámicas institucionales no hegemónicas han generado experiencias de gran despliegue imaginativo que interrogan, rasgan el velo de esta vivencia de estar en la ciudad como engranajes movidos desde afuera por fuerzas de a ratos inapelables, y han invitado a volver a involucrarnos perceptual y reflexivamente en los modos de habitabilidad que producimos y nos producen.

Cualquier acción, individual y colectiva, expresa, pone a jugar campos perceptuales, los modos en que los cuerpos elaboran la receptividad del contacto con lo existente, con las situaciones.

Percibir que percibimos puede ser una manera de entrar a la propia acción buscando desvios a los automatismos-invisibilidades- en que se sostiene la reproducción social.

Volver a traer la experiencia corporal como registro de la propia presencia y de la presencia del otro en cada situación.

Las ciudades contemporáneas, y sobre todo las grandes ciudades, se constituyen como experiencia de borramiento de la corporeidad. Cotidianamente cultivamos el gesto de destituir el registro del impacto sensorial que significa habitar.

Escuchamos, olemos, miramos, tocamos, casi al borde de la ausencia. Juegos exacerbados de hiper presencia, vertiginosidad intramitable del ritmo, enlaces férreos de significaciones y prácticas que desanudan el contacto.

Poblamiento de la tribulación que desafía a imaginar caminos de deformidad en las grietas de estas arquitecturas. ¿Cómo jugar en el quehacer diario de un modo diferente, insurgente, al cotidiano padecer?

Acaso debiéramos migrar de ciertas certezas.

Escuchamos, olemos, miramos, tocamos, casi al borde de la ausencia. Juegos exacerbados de hiper presencia, vertiginosidad intramitable del ritmo, enlaces férreos de significaciones y prácticas que desanudan el contacto.

La construcción del espacio social es un movimiento colectivo siempre inacabado, suelo propiciatorio de invenciones a favor y en contra de nuestros sueños. Recordarlo nos arroja a la aventura de tomar el movimiento vivo de la ciudad y dar cuenta, en nuestro cotidiano modo de habitarla, de otras marcas posibles, al modo de senderos que nos vayan llevando a un lugar más cercano al cuidado de la vida.

Explorar lo percibido como quien se acerca y vuelve a la ciudad con espíritu fundacional. Como quien mira y escucha sospechándose otro en el otro.

Volver a la ciudad balbuceando enigmas al pie del semáforo. Morar en la pausa de cualquier respiración y sentir crecer el mundo dentro de nosotros. Tomar nuestro mundo como nuestro. Regarlo con frutas, bañarlo en vino, llorarlo de pena. Plantarle un limonero en pleno corazón como quien acuna el tiempo de gesta, como quien pone cada día preguntas o semillas a calentar al sol y espera.

Un comentario

  1. Estimada Lic. Patricia Mercado:
    Me gustó el Artículo denominado Cuerpo /Ciudad: El Habitante; el cual puede aplicarse a las diferentes experiencia de vivir y habitar la ciudad y correspondiente a cada una de las ciudades que conozcamos, habitemos y vivamos. Me parecería interesante, establecer una aplicación de los contenidos del texto del artículo arriba mencionado con respecto al caso de Buenos Aires.
    Muchas gracias
    Atte
    Rodrigo Matinez Martinez
    Antropologo

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