Estoy en casa, en la cocina, bebo un vaso de agua fresca, recién sacada de la nevera. Al volver a colocar la botella cierro la puerta y observo el imán de la Sirenita pegado a ella. Hace algo más de un mes que llegué de Copenhague, al ver el souvenir que compré recuerdo el sueño que acabo de tener.
Camino por Stroget, dicen que es la calle peatonal más larga de Europa, supongo que, sino la mayor, sí estará entre las primeras. Sueño que no hay apenas gente a pesar de ser mediodía, entro en tiendas alternas y en todas ellas compro algo, no importa el precio. Deben saber que Dinamarca es uno de los países más caros de Europa, de hecho, los propios daneses aprovechan la proximidad de Suecia para conseguir productos más baratos. Yo, en el sueño, compro compulsivamente, llevo en una bolsa varias sirenitas, camisetas de las selección de fútbol con el logo de la Copa de Europa del 92 impresa en el pecho, imanes con el Nyhavn, el Tívoli o la zona de Christiania. En la última tienda ofrezco la tarjeta pero ya no me la aceptan, me he quedado sin saldo, entonces despierto.
Tívoli, uno de los parques de atracciones más antiguos del mundo y que, además, tiene la ventaja de estar en el centro de la ciudad.
Es difícil comentar Copenhague sin los tópicos del turista, sin mencionar la Sirenita o sin hablar de Hans Christian Andersen. De hecho, cuando pregunto a Rocío y Alejandro por el motivo que les llevó a esta ciudad, me dicen que el principal fue el proyecto que presentaron para superar las oposiciones de Magisterio, versaba sobre el escritor danés y querían conocer el lugar donde vivió y se inspiró en sus cuentos y fotografiarse junto a su estatua.
No crean que es tarea fácil, está situada en pleno centro, junto al Ayuntamiento. Cuando nosotros lo intentamos nos encontramos con un numeroso grupo de japoneses que la rodeaban y no se cansaban de posar. Esperábamos turno pacientemente, cuando por fin parecía que íbamos a inmortalizarnos junto al autor de “Pulgarcita”, apareció una nueva tanda de orientales que ignoró el orden establecido, de forma que tuvimos que hacernos respetar a base de empujones y de frases que, aunque ellos no supieran su significado, podrían imaginarlo y que mejor no reproducir en este artículo.
Una vez cumplida la ineludible misión y, aprovechando la proximidad, nos dirigimos al Tívoli, uno de los parques de atracciones más antiguos del mundo y que, además, tiene la ventaja de estar en el centro de la ciudad. Mi compañero Jorge, que viajó a Copenhague por motivos de trabajo, me explicó que le impactó el lugar de noche y tengo que decirles que no se equivocaba, es un sitio imprescindible, visitado, en su mayoría, por turistas, que disfrutamos del espectáculo de luz y sonido con el que anuncia el cierre del recinto cada jornada.
Cuando enumero los mejores instantes del viaje comienzo con la primera comida. Sentado frente a un enorme espejo que reflejaba la luz del exterior y daba sensación de amplitud al restaurante, me observaba y pensaba en la suerte que tenemos algunos en poder viajar a otros países de forma voluntaria, me sentí extrañamente reconfortado al saborear la cerveza, una Carslberg muy bien tirada, con la espuma en su punto y fresca, muy fresca. Esos momentos después de haber aterrizado en la ciudad, haber buscado el hotel y habernos dirigido a la Plaza del Ayuntamiento, un almuerzo donde probamos los primeros smorrebrod, la comida danesa más conocida, y donde confirmamos lo que teníamos planeado. A partir de ahí todo fue sobre ruedas.
Recorrido por el centro, las plazas, la calle Stroget, el parlamento, la Iglesia San Nicolás, la zona portuaria, el Nyhavn, desde donde comenzamos el paseo en barco por los canales. Pasamos frente a la Ópera y ¿cómo no?, llegamos hasta La Sirenita, el símbolo de la ciudad. A la vuelta disfrutamos de esa pequeña iglesia tan encantadora que es Alban y de la enorme Fuente Gelfion.
Prefiero continuar el recorrido por la ciudad con la ayuda de otros. Por ejemplo, Inma y Nuria me dicen que al llegar a la Iglesia de Nuestro Salvador no se atrevieron a subir los 400 escalones de la torre sacacorchos, pero mi hermano y yo no dejamos de hacerlo y en la torre Vor Frelsers Kirke, la que está en Christiania, esa que se retuerce hasta llegar a su cima con una bola dorada, estrechándose de forma que apenas cabe una persona, ahí estábamos captando las vistas preciosas del Báltico cuando agucé el oído, eran murmullos en castellano, pude comprobar que correspondían a una pareja argentina, le decía ella, con su voz melodiosa, que Copenhague es una ciudad segura, pacífica y respetuosa con el medioambiente, donde la cultura ciclista impera y donde las bicicletas tienen facilidad para introducirlas en los transportes públicos, al igual que los cochecitos de los bebés.
Mientras escuchaba la conversación, recordaba que mi prima Maite me había enumerado las mismas ventajas cuando le pregunté por su ciudad, siendo ella una experta, ya que vive en la capital danesa desde hace más de veinte años. Además me habló de la vida en las calles, del sistema social generoso, sobre todo con los estudiantes, y de las relaciones laborales tan agradables entre empleados y jefes.
También mencionó algunos inconvenientes, pero estoy acabando el artículo y no me parecía buena idea terminarlo con críticas a esta maravillosa ciudad, así que continuaré la misma línea y me ayudaré de José Carlos, que al responderme el motivo de su visita a Copenhague me dijo que quería “fingir una vida distinta durante cuatro días. Un reto, una nueva visión…” Estoy seguro que lo consiguió. Ahora el turno es el de los lectores. Espero, al menos, haberles incitado a conocerla. No les defraudará.
“Desde diosas hasta reinas, de cortesanas hasta científicas, de actrices hasta santas, desde escritoras hasta políticas… hemos estado en todas partes, aunque un manto de silencio se empeñara en cubrirnos o ignorarnos”. Julia Navarro.
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2 Comentarios
¡¡Qué bonito el Tivoli de Copenhague de noche!! Como dicen los british, el Tivoli de Copenhague es un «must» que toda persona debe hacer. A ver si vuelvo pronto siguiendo los consejos de mi ilustre e ilustrado amigo Antonio.
Estupendo el artículo de Copenhague. Estuvimos el año pasado y nos encantó. Pero no solo la ciudad, también sus alrededores