¿De qué se trata cuando un joven sabe que tirarse en caída libre por un abismo es peligroso y aún así lo hace, sabiendo, además, que hace poco alguien cercano ha muerto o ha tenido un accidente realizando la misma pirueta? ¿Cómo entender que una adolescente que ha quedado embarazada, sea capaz de recitar al pie de la letra la información que le enseñaron en los cursos de prevención y educación sexual? ¿Qué hay de esta tendencia masiva a la excesiva delgadez u obesidad, o el deseo masculino por adquirir una musculatura monumental en corto tiempo? ¿Cómo entender la propensión al consumo de energizantes, potenciadores sexuales, vigorizantes u otras sustancias -legales o ilegales-? ¿Por qué la demanda generalizada de manuales de instrucción y técnicas para obtener más y más satisfacción? ¿Cuándo y por qué se convierte esto en un problema para cada individuo?
Desde hace un tiempo y en contextos diferentes (consultorio, en trabajo con jóvenes, al escuchar a padres de familia, docentes, entre otros) he visto surgir una preocupación creciente por actitudes diversas observadas en adolescentes y adultos –especialmente- catalogadas como «extremas». En otras ocasiones, se trata de comportamientos a los que no se les atribuye directamente este adjetivo, pero que dejan ver claramente una alteración o falla, que pone a los sujetos que los realizan en grave riesgo (a veces mortal) para su bien–estar e integridad general.
…me interesa resaltar el hecho de que en otro momento lo superlativo no era encarnado por el ciudadano común, no era una aspiración de cualquier mortal, no era un derecho adquirido. Así, lo extremo estaba acotado por un orden, la función de una figura representativa, de fábulas y rituales sociales que daban sentido a la vida y orientación al ser humano ante lo ominoso, lo no familiar.
Pero más allá del nombre o de la descripción fenomenológica de estas conductas, me interesa resaltar la importancia de encontrar en el fondo de la problemática, elementos causales que nos permitan abordar estos síntomas y tendencias sociales actuales, con el fin de construir salidas. Lo anterior será posible siempre que se adopte una filosofía no inmediata de erradicación del síntoma presente, sino que se intente develar la lógica que lo sostiene, a partir de un adecuado desciframiento. Se hace necesaria entonces una mirada que considere la conducta como un signo, un enigma que intenta decir algo. En este sentido, la teoría psicoanalítica es pertinente y los «deportes extremos» una buena manera de introducirnos en la problemática. Veamos:
Primero, conviene explorar mínimamente el origen etimológico del término «extremo», en donde encontramos que se trata del superlativo de «extra», definido como lo máximo, sublime, glorioso, elevado. A diferencia del comparativo («exterior») este vocablo implica un «totalmente fuera», con lo que se elimina cualquier idea de borde o gradación. Adicionalmente, vemos que lo extremo está asociado en la cultura a los mitos y a las castas, elementos que, sin duda, se sostienen sobre una organización social, económica y política diferente a la actual. Los primeros (mitos), son construcciones simbólicas con las que el hombre lograba dar respuesta a los enigmas del mundo, velando lo incomprensible y angustiante. Eran los dioses y otras criaturas con caracteres superlativos (extremos) aquellos protagonistas de hazañas e historias. Así mismo, las castas respondían (nobleza, realeza) a una delimitación de clases, en donde la burguesía no existía, nada de la era industrial y su empuje al cambio, aparado en la acumulación e igualdad.
Sin entrar a valorar, me interesa resaltar el hecho de que en otro momento lo superlativo no era encarnado por el ciudadano común, no era una aspiración de cualquier mortal, no era un derecho adquirido. Así, lo extremo estaba acotado por un orden, la función de una figura representativa, de fábulas y rituales sociales que daban sentido a la vida y orientación al ser humano ante lo ominoso, lo no familiar.
Ahora bien, el carácter «extremo» atribuido a algunas actividades deportivas actuales tiene un claro vínculo con la publicidad y el mercadeo, dirigido especialmente a adolescentes y/o adultos jóvenes, quienes se enganchan más fácilmente con toda suerte de slogans que los invitan a empujar sus propios umbrales en relación al miedo, el dolor y el rendimiento físico general.
El deporte extremo se escribe con una «X» mayúscula, queriendo hacer referencia a sensaciones y emociones que se «viven al máximo», en la ejecución de actividades de riesgo, desarrolladas preferiblemente al aire libre y a las que se asocian altos niveles de adrenalina [2]. Sin embargo ¿qué es lo propio de un «deporte extremo»? Porque viéndolo en detalle, cualquier actividad podría caber en la anterior definición. El punto diferencial, según los estudiosos, es su carácter de nuevo. Así, el deporte extremo, es extremo por ser lo último, la tendencia de hoy, lo que está de moda. En esta línea, todos deberíamos hacerlo, es lo que hay que seguir para estar in, en vogue.
Sin embargo, cuando miramos el listado de deportes extremos, nos encontramos con una nueva incongruencia, porque muchos han sido creados hace décadas, incluso siglos. Podemos ilustrar este punto con el surfing, «surfear» en el mar, deslizarse sobre olas usando una tabla. Se dice que fueron antiguos pobladores de islas del Océano Pacífico o incluso algunos indígenas del norte del Perú, los primeros en hacer surfing. Luego, pasaría a los habitantes de Hawai, desde donde se diseminaría a culturas occidentales [3].
Lo mismo ocurre con el buceo, la escalada en roca o el descenso en esquís, que incluso es una actividad que forma parte de los juegos olímpicos de invierno.
Los defensores de estas prácticas sostienen que su entrenamiento diario y disciplinado les permite identificar perfectamente peligros, amoldar comportamientos y prever y manejar los riesgos. Sin embargo, vemos que más allá del reforzamiento de «buenos hábitos», de las precauciones, de la información aprendida, de la práctica de estrategias tendientes a desarrollar habilidades que permitan manejar las situaciones difíciles –y acá ya hablo de actividades «extremas» en general– hay algo que les impide a los sujetos ubicar un punto funcional que sirva como límite, a partir del cual parar, suspender cada quien cualquier actitud (desde sus vertientes emocional, de comportamiento y/o pensamiento) que los ponga en franco peligro o que los lleve hasta el límite, real y sin retorno, de la muerte.
Es en este punto donde usualmente toda prohibición, legislación, dictamen, instrucción, educación, cae en sus objetivos. ¿Qué es lo que atrae tanto? ¿Qué causa la repetición e insistencia –que no es mera terquedad–? Muchos jóvenes y adultos se hacen fans de «lo extremo», bajo el lema de encontrar un estado ideal de máxima excitación, de embriaguez. Entonces, todo se hace en nombre de la idea de «pura adrenalina» o «pura energía», es atractivo. El medio deja de ser importante, el objetivo así enunciado es el placer por el placer, el entretenimiento [4], sin importar el precio o la manera, haciendo o consumiendo lo que sea, lo último del mercado. En este sentido, cualquier otro objetivo vital y el esfuerzo para conseguirlo queda de lado, cae en el olvido.
Otra justificación es lograr una suerte de liderazgo en un grupo, que decae en el instante en que el récord es roto, en que la técnica le ha permitido al nuevo líder superar al anterior. En ocasiones, los juegos olímpicos toman un aire de campo, en el que lo único que importa, es si se rompe o no la marca individual u oficial para cada especialidad. Sería interesante estudiar estos juegos en su origen para evocar la lógica que los sostenía. Seguro es algo diferente a lo (la?) actual.
¿Qué es lo que atrae tanto? ¿Qué causa la repetición e insistencia –que no es mera terquedad–? Muchos jóvenes y adultos se hacen fans de «lo extremo», bajo el lema de encontrar un estado ideal de máxima excitación, de embriaguez.
Ahora bien, el mayor problema de lo «extremo» es que, en muchas ocasiones, el sujeto se topa con un modo de satisfacción que no es la del placer, sino en el dolor, lo que Sigmund Freud llamó el «más allá del principio del placer». Es el punto en que lo máximo (lo sublime) se convierte en fuente de grave sufrimiento, cuando el sujeto se muestra incapaz de controlar la situación. Él es ahora objeto de lo extremo, ya no comanda más la actividad. En la toxicomanía [5], por ejemplo, es el punto en que a pesar de verificar las consecuencias negativas del consumo, la persona se confiesa impotente, huye de los programas de recuperación, vuelve a delinquir, a violentar, a infectarse o infectar a otros, a las armas, al dolor.
¿Qué falla entonces? Desde el psicoanálisis diferenciamos dos campos: la norma y la Ley. El primero hace referencia a la transmisión no simbólica de un límite que lleva, en la mayoría de los casos, a una aprehensión racional e intelectual de lo legal. La persona puede conocer cuáles son sus derechos y deberes, sin que los haya hecho suyos, incorporado en su subjetividad. En este sentido, depende de un policía real, del maestro, del padre. Sin la presencia física del mismo, no respetará (en los mejores casos) el tope a su acción, que aparece como mera imagen, sin soporte que lo represente consistentemente en su mente, más allá de la realidad material.
Por otro lado, existe la Ley, derivada de un proceso psíquico particular en donde cada sujeto ha logrado incorporar un límite, hacerlo y saberlo suyo, a partir de lo cual es efectivo en la realidad externa. Así, la conducta de este ciudadano, estará regulada por un punto de basta claro y no fácilmente revocable, en la medida en que ha sido efecto y producto de una transmisión generacional. Esta ley hace claro para el sujeto que la porta, que no todo es posible para el ser humano, que la lógica de acumulación infinita, de gozarlo todo, de probarlo todo, es una quimera, una mentira (por cierto) muy peligrosa. Vemos, con preocupación, los efectos de esta creencia en el goce ilimitado bajo formas descarriadas de consumo y comportamientos compulsivos cotidianos de diversas personas.
Lo extremo sintomático –es decir, el punto en que eso que nos venden como nuevo se convierte en fuente de sufrimiento– responde a la falla en la inscripción de esta Ley, que viene de la instancia que representa al padre en la cultura y que ha declinado de manera tan evidente y preocupante en nuestra época. Cabe resaltar, sin embargo, que no se trata del padre en su presencia material y física, sino de la manera en que aquel que ocupe esta función pueda transmitir –avalado en el discurso de la madre– que vivir al ritmo de «pura adrenalina» es imposible, es un absurdo lógico, dado que los seres humanos, en tanto seres vivos marcados de manera particular por el lenguaje, experimentamos un tope en nuestra propia experiencia. Es decir, hay muerte real, pero se trata justamente de hacer de la mortalidad una señal, una alerta del peligro por venir, para alejarnos del estímulo doloroso antes de la herida fatal. Esta marca es un símbolo, un significante, de igual naturaleza que aquel fundamental que provee la función paterna.
Dicha Ley, que no es ciega [6], puede ir más allá de sus propios dictámenes en el instante en que haga falta. Así, y frente a lo particular de cada sujeto, lo nuevo de cada quien, puede reaccionar de forma distinta a la exclusión, la segregación, el rechazo. Es una Ley que tiene una programación, un ordenamiento, pero no rígido, totalizante.
Por otro lado, verificamos que aquellas organizaciones que funcionan bajo regímenes compactos, que solo aceptan a la persona siempre que sea exacta al patrón institucional, provee las condiciones para que aquellos no insertados armen grupos sectarios aparte, segregados, que luchan los unos contra los otros. En este mismo contexto, se crean situaciones en donde los mismo sujetos no crean lazos en espacios diferentes, sino que caen en el vacío del desarraigo, expulsados, sin posibilidad de integrarse. Aquel que hace norma, manuales de etiqueta universales, se muestra como Amo total, garante de La Verdad. ¿Cómo hacer de este límite ajeno, una Ley subjetivada? Imposible, si el sujeto desde su particularidad no encuentra espacio para alojarse desde su deseo.
Ahora bien, el mayor problema de lo «extremo» es que, en muchas ocasiones, el sujeto se topa con un modo de satisfacción que no es la del placer, sino en el dolor, lo que Sigmund Freud llamó el “más allá del principio del placer”. Es el punto en que lo máximo (lo sublime) se convierte en fuente de grave sufrimiento, cuando el sujeto se muestra incapaz de controlar la situación. Él es ahora objeto de lo extremo, ya no comanda más la actividad.
Entonces, ¿qué es necesario para que esta Ley funcione, más allá de la norma? Que cada sujeto logre ubicar una figura capaz de trasmitirle este límite, esto es, que ante lo inesperado de su deseo, pueda mostrarse «positivamente sorprendido», acogiendo y regulando, ubicando en lo universal eso particular. Es la única manera de proveer al deseo (el de cada quien) coordenadas, puntos de basta, que le permitan a la persona vivir en sociedad. Así, la ley simbólica instalada produce un deseo acotado, que puede circular en comunidad, sin que se pierda la singularidad, la creación, la invención. Sin embargo, se trata de un nuevo que no es de todos, tampoco se vende para todos, pero sí avalado por el Otro de la Ley.
Algunos ejemplo para terminar que no deben tomarse como modelos de conducta ideales; Son una manera de darle cuerpo a lo que he explicado arriba: Se trataría de ubicar un maestro que evidencie condiciones y exigencias para sus alumnos en el aula, mínimas para la convivencia; Siendo capaz, a su vez, de encontrar en medio de estos códigos, un lugar para la excepción, para lo no–todo, de particular de cada alumno. O un padre que hace presencia en su hogar, que legisla y ordena los campos familiares y las relaciones, que provee elementos de identificación (desde su propio deseo), sin exigir al hijo ser una copia fiel de las costumbres o forma en que tradicionalmente se han dado las cosas en este contexto. Así, el niño podrá ser alumno en el conjunto de su salón, hijo en una familia, conservando, delimitando, circundando su rasgo. A partir de este punto podrá resolver mejor los problemas que implican las contingencias en la vida, porque sabe que hay esperanzas, sueños, pero también interdicción, algo imposible.
Una exploración de la lucha interna de las mujeres en una sociedad obsesionada con la juventud. Una obra que desafía las normas estéticas y cuestiona cómo envejecen las mujeres en el imaginario colectivo, usando la estética del horror.
París de principios del siglo XX atrajo artistas de todo el mundo. Muchos críticos de arte reclamaron el nacionalismo artístico, enfatizando las diferencias entre los locales y autóctonos y los extranjeros… los extraños, entre ellos Picasso, Joan Miró y Marc Chagall.
Misophonia, a neurological disorder, can profoundly impact social relationships. It causes extreme sensitivity to certain sounds, leading affected individuals to react with irritation. This creates confusion and tension in the surrounding atmosphere.
Estrasburgo, situada entre Francia y Alemania, fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Nos sorprende con su luz y sus reflejos, el reloj astronómico en la Catedral de Notre Dame y la Iglesia de Santo Tomás, donde Mozart tocó el órgano.
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