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Edición
02

El Arte del Peligro

Buenos Aires
Cuando algo falla en la constitución del sujeto, hay una diversidad de respuestas posibles, síntomas nocivos algunas de ellas, como la toxicomanía, la bulimia, la anorexia. Pero hay también una salida original, un «saber hacer artesanal con el vacío». Partiendo de una experiencia de desamparo que desintegra la imagen del yo, es posible elaborar la extraña practica del «arte del peligro», a través del acto creador mismo. Los creadores, precipitados precozmente en la urgencia de un goce devorador, …hambrientos de la vida, equilibristas del deseo, artesanos de la supervivencia nos han dejado las más bellas obras y la huella preciosa de sus saltos más peligrosos.

Las relaciones del arte y el psicoanálisis dieron que hablar durante mucho tiempo por los malentendidos a los que dieron lugar. Para el psicoanálisis ya no se trata de extraer un saber sobre el arte, sino de aprender de los creadores algo de lo que aún para el psicoanálisis puede seguir siendo un enigma, no de la obra de arte, sino de lo que ésta enseña acerca del arte de crear.

…es sólo en las ocasiones en las que alguien enfrentado al vacío, tiene este recurso privilegiado, un saber hacer casi artesanal con el vacío, convertirlo en una…

Freud en 1907 decía: «Hay que partir de las obras y reconocer que ciertos creadores manifiestan un profundo conocimiento de los procesos psíquicos». Massimo Recalcatti, en su libro La Clínica del Vacío hace la diferencia entre la falta en ser y el vacío, en tanto falta de la falta. En el humano, la falta en ser es en el origen de la constitución subjetiva aquello que condiciona la sujeción al Otro, es decir, el modo en que resultará determinado por éste, así como también determinará la formación de síntomas como solución de compromiso entre el deseo y las exigencias del Otro social y la posibilidad de existencia misma del deseo. Cuando esta falta llega a faltar, se encontrará en su lugar el vacío como efecto de algún accidente en la constitución narcisista, que tendrá consecuencias en la formación del yo. Un yo que, en tanto superficie unificada y unificante, se traducirá como superficie corporal. Es lo que encontramos en la clínica actual bajo la forma de las toxicomanías, las bulimias, las anorexias, los ataques de pánico, y otros síntomas, pero es también donde otro modo de respuesta sería posible. Otro modo menos nocivo y más original podrían darlo ciertas formas de creación artística, «ciertas», porque no toda creación responde a esto, es sólo en las ocasiones en las que alguien enfrentado al vacío, tiene este recurso privilegiado, un saber hacer casi artesanal con el vacío, convertirlo en una creación artística. En las toxicomanías, la incorporación de sustancias tendría el sentido de identificar al sujeto en lo que incorpora, de hacerse un cuerpo extraño, un nuevo cuerpo que podría arrancarlo de una dependencia mucho más radical, la de ser aspirados por el espejismo de la madre allí donde nada hace función de límite. En el campo de la creación este proceso puede desplegarse de una manera muy diferente, el objeto creado asume aquí la función de cuerpo extraño, sustituto del yo, sucedáneo de una superficie corporal en déficit. De esta manera, la sublimación produciría un nuevo lugar psíquico que desplaza la relación con el peligro. En el núcleo de experiencias de puro desamparo que desintegran la imagen del yo, es donde es posible que pueda elaborarse esta extraña práctica, que Silvie Le Poulichet llama, en su libro, El Arte del Peligro, como puesta en juego de un nuevo peligro a través del acto creador mismo. Este «arte del peligro» muestra nuevos modos defensivos que no obturan los caminos del deseo y revela la forma oculta de la cosa peligrosa y de la vida, como puesta en peligro en todo individuo. Éste es el caso de creadores como Bran Van Velde, Giacometti, Robert Wasler y Pessoa y agregaría que sería también el de Joyce, a partir de cuya obra, J. Lacan, elabora el concepto de sinthome, tomando su escritura como paradigma de la función de nudo, de regulación y suplencia. Algunas veces, la creación de objetos de arte puede modelar relaciones que no se inscriben en el marco de la relación narcisística con el semejante y el «objeto desconocido» creado puede emerger del vacío, engendrado por una pregunta sin respuesta, sin cristalizarse tampoco como respuesta definitiva sino, por el contrario, invocando su propia metamorfosis en otros objetos singulares. El yo, que es ante todo corporal, lo es en tanto proyección de una superficie corporal que se inscribe en una dimensión espacial y temporal y es por lo tanto un lugar psíquico, lugar donde espacio y tiempo dan lugar a la elaboración de un cuerpo a través de los acontecimientos y forman el marco de un yo en devenir y no una imagen detenida. Le Poulichet toma como ejemplos a Van Velde, Giacometti, Walser y a Pessoa, cada uno en su estilo intentó inventar nuevas formas de estas «superficies del acontecer en devenir». Tomaré a modo de ejemplo sólo a uno de ellos, a Bram Van Velde, pintor holandés (1895-1981) quien decía, acerca de lo que para él era la pintura: «Pintar es intentar alcanzar un punto donde uno pueda sostenerse…» Este hombre tenía una especial ineptitud para lo familiar, ya a los 12 años había huido de su casa a París y… dirá más tarde… «Lo he abandonado todo, la pintura me lo exigió. Pinto para salir del hoyo, pinto mi miseria, lo hago para poder respirar. La pintura me ha permitido no ser un harapo»… Lo que habla de lo imposible de vivir sin ella. Lo espantaba el mundo visible y siempre estaba huyendo, huyendo hacia adelante, hacia la tela, donde surgirá ese «algo» que él denominaría «el instante visto» y dirá de ello: «Pintar es buscar el rostro de lo que no tiene rostro». Para él, ese mundo, donde la gente puede sostenerse y constituir una memoria en el espejo del semejante, es una herida. Lo ya constituido, representado, se torna amenaza de aplastamiento, por eso tiene que huir sin cesar del mundo visible hacia lo que él llama el «instante visto», porque no se puede ver, más que por un instante.

Este «arte del peligro» muestra nuevos modos defensivos que no obturan los caminos del deseo y revela la forma oculta de la cosa peligrosa y de la vida, como puesta en peligro en todo individuo.

Para Van Velde, no se trata de pintar lo que se verá, sino de pintar el acercamiento «peligroso» al instante visto, el lugar de un posible encuentro, el instante justo antes de que la visión se realice. Dirá al respecto: «Los cuadros que pinté me han sido impuestos, la mayor parte del tiempo es el vacío, la espera, estoy siempre en camino, espero, me preparo, algo intenta nacer pero no sé lo que es». Esa espera y ese acercamiento al «instante visto», que por un instante lo hace Uno, le da consistencia, le permite sostenerse, pero siempre debe recomenzar y en cada cuadro podemos encontrar la repetición de la misma marca, la doble V de su nombre integrada en su creación artística, en el cuerpo mismo de la pintura, escondida en ella como un animal que, mimetizado en su medio natural, para ponerse a salvo de la mirada de sus predadores; Y en cada vez, cada objeto creado, alcanzar ese cierto «algo» que asumirá la función de un trazo identificatorio fundador. Para él «La vida no es más que cuchilladas y se pregunta ¿somos nosotros la herida?, hay que saber ponerse en peligro, que no haya más defensa ni contra el afuera ni contra el adentro, hay que destruir toda seguridad». Para este creador, el peligro parece encarnar la única forma de existencia posible, como si no pudiera sentirse vivo más que en él y así se arroja hacia adelante, hacia el peligro del «instante visto», dice: «El gran peligro es la fabricación, en cierto momento, algo me obliga a ver, no es fácil ver, hace falta coraje y uno no lo tiene todo el tiempo.» Si quedar fijado en un espejo o en una imagen familiar provocaría una forma de aniquilación, mantenerse en movimiento, estar en peligro, anima la tensión de un cuerpo no aplastado, sino aún por venir, una promesa, una esperanza. Es porque en la imagen detenida podría aparecer un yo identificado a una ruptura traumática infantil, que es preferible sacrificar la superficie de contacto con el otro, a experimentar la ruptura traumática de la superficie del yo. Estos creadores, precipitados precozmente en la urgencia de un goce devorador, estos hambrientos de la vida, equilibristas del deseo, artesanos de la supervivencia nos han dejado las más bellas obras y la huella preciosa de sus saltos más peligrosos.

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