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Edición
38

Carlos Brück: Descubridor

Buenos Aires
Prólogo del libro Ningún espejo refleja la pasión.

Descubridor será aquel que pueda sostenerse en alguna
renuncia hasta cubrir al objeto en una nueva legalidad y
hacerla visible.

                                     C.B. Des/cubrir

Ningún espejo refleja la pasión, si bien todos la contienen, al menos en los textos aquí presentados, verdaderos espejos de eso que poetas, escritores y seres de equivalente calaña llamamos alma a falta de mejor palabra.

Pero no son palabras mejores las que le faltan a Carlos Brück, todo lo contrario, él las encuentra, bruñidas, y nos las brinda con magnificencia para que nos reconozcamos en ellas.

Un bibliotecario insensible catalogaría este libro en el rubro miscelánea. Sin embargo su mérito es la fluidez, y su lectura desafía la categorización. Ningún espejo refleja la pasión abre nuevos caminos. Al recorrerlos encontraremos nuestro propio hilo conductor que nos llevará con toda naturalidad de asociación en asociación, de sorpresa en sorpresa.

Mi hilo personal marcó su trazo con la letra B. Parecería lógico tratándose de Brück, si bien más adecuado sería quizá atender a la F e ingresar por la puerta Freud, Film, Ferdydurke.

Ningún espejo refleja la pasión abre nuevos caminos. Al recorrerlos encontraremos nuestro propio hilo conductor que nos llevará con toda naturalidad de asociación en asociación, de sorpresa en sorpresa.

En mi caso y sin buscarla se me dio la B, quizá porque de entrada, a la primera lectura, me vino en mente el concepto de aura de Walter Benjamin. Los textos aquí presentados irradian algo que los supera, que nos impregna y atañe desde otro lugar.

“¿Qué es el aura propiamente hablando? Una trama particular de espacio y tiempo: la aparición irrepetible de una lejanía por cercana que ésta pueda hallarse”, escribió Benjamin en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica.

Aura es lo que tienen estos textos que son cuentos, que son testimonios y son memorias, que son reflexiones y apuntes interiores. La experiencia del aura, dice Benjamin, nos lleva a levantar la mirada. A percibir aquello que vibra más allá de los sentidos.

¿Y la tercera B?

Baudelaire. El azar me alcanzó un verso de su soneto “El abismo” que me remitió a este libro. Je ne vois qu’infini par toutes les fenêtres,  escribió Baudelaire: “Sólo veo infinito desde todas las ventanas”.

Desde cualquier ventana que abre (y su profesión de psicoanalista lo lleva a abrir muchas) Carlos Brück ve más allá del horizonte. El horizonte: esa delgada línea que no recupera el paraíso ni advierte sobre el infierno, pero que se puede hacer letra sosteniéndose en sus propias consecuencias, define en “Paraísos perdidos”.

Conjeturo que Brück logra el milagro de ver más allá por una sencilla razón: el marco de sus ventanas imaginarias está definido por la literatura que le permite detectar y hasta atravesar cuanta delgada línea se le cruza en el camino.

Cuántas complicaciones que derivan de estar habitado por las palabras, exclama en alguno de estos textos que son como tesoros en la caja de Pandora. Si bien responde en otra parte La palabra es una alusión que va y viene de un tercero. Un sistema de referencias.

La letra las une. Y, según mi arbitrario enfoque, la B las define. Porque Benjamin estudió a Baudelaire y le reconoce “el privilegio de aquel que, en primer lugar, ha pisado una tierra inexplorada, de la que ha sacado para sus anotaciones poéticas una riqueza no solamente singular, sino también de un alcance sorprendente”.

Brück transita ese conflictivo y a la vez extraordinario lugar que es la frontera: La verdad hace frontera con el  engaño, queda perforada a la vista

La tierra que vamos a hollar con la lectura de este libro no será inexplorada, muy pocas lo son a esta altura, pero sí sorprendente, personal, única.  Por la inesperada combinatoria, la libertad asociativa y la valentía de presentarla en una cinta de Moebius que va y viene de la práctica terapéutica al imaginario poético. Todo con el aditamento de esa suculenta salsa que es la inmersión memoriosa del autor en literaturas y filmografías pasadas y presentes.

Son ventanas y puertas las que nos abre Brück. Así, en el capítulo denominado “Las puertas y la muerte” leemos:

Siguiendo la costumbre un tanto caníbal de Lacan, se le puede dar un giro al texto hasta llegar a la pregunta por la pulsación del inconsciente, eso que cuando cierra una puerta abre otra y otras.

El punto de partida es la pérdida, la misma que nos incita a encontrar todo lo otro (¿el Otro?) al acceder al territorio ignoto de lo no buscado, lo inesperado. En  muy diversas páginas Brück transita ese conflictivo y a la vez extraordinario lugar que es la frontera: La verdad hace frontera con el  engaño, queda perforada a la vista, afirma en “Verdad/Mentira”, para reflexionar en “Las puertas y la muerte”: Puede suponerse entonces una frontera móvil. Móvil porque en lugar de estar por delante se levanta a nuestra espalda, cuando creemos caminar apaciblemente.

El encuentro de alguien con un libro (como el que usted tiene entre manos) puede resultar un verdadero encuentro, una revelación. Bien lo sabe el autor de manera indirecta: Un momento de borde, de cierta epifanía, se sucede en el transcurso de la producción de conocimiento, del acceso a un saber.

Porque Carlos Brück no nos propone aquí indagar en lo oscuro del ser sino en eso otro mucho menos obvio, lo enigmático.  Como bien reconoce en Del psicoanálisis como una de las bellas artes”,  (e)n esta traza acerca del psicoanálisis, es posible preguntarse por el enigma, por aquello que toma la voz del sujeto.

La voz del sujeto va trazando las líneas de los textos aquí presentes que traen prendida a la solapa la palabra Espejo. Con un guiño. Porque su autor no parecería colocarse de éste o del otro lado del mismo -ni Lacan y su estadio ni Alicia y su atravesamiento- sino todo lo contrario, como diría algún político distraído. Su lugar es el de la fina película de azogue: prefiero ubicarme en la zona de aquellas cosas que no dejan respiro ni antes ni después. El azogue, que sin alarde alguno hace posible la reflexión, en todos los sentidos de la palabra.  La posición de escritura está interdictum, entre dichos, podemos leer en “Músicas”.

¿Y la posición del autor?

Quizás este texto pueda dar testimonio de mi propio entre dos reconoce Brück refiriéndose al personaje Gombrowicz y a su escritura pero aludiendo a su propia posición flotante (como la debida atención terapéutica) entre psicoanálisis y literatura.

Entre dos… Borges y Freud, pongamos por caso. O la Biblia y calefón. Pero ¿cuál es  cuál, quién es quién? No corresponde elegir ni calificar. Desde la mesa de vivisección, el paraguas y la máquina de coser ríen francas carcajadas surrealistas. Esto no les atañe. ¿O sí?

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