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No nos equivocaríamos al decir que en casi todas las culturas han existido y existen canciones de cuna. En su mayoría armadas sobre una melodía sencilla que se repite, en variedades de idiomas y dialectos, con un ritmo que sugiere el movimiento de acunar, balancear, mecer, para que así, tras un rato, el bebé se duerma. Ese mismo poder casi hipnótico que pueden ejercer esas canciones se extiende por algunos años en la niñez, y a veces aún más. Cabe destacar que el elemento más preponderante en ellas es la voz de quien la canta. Incluso hay quienes utilizan músicas similares para relajarse o meditar.
Después de la etapa de las canciones de cuna (¡en el afortunado caso de haberlas oído alguna vez!) el aspecto musical de la vida del niño se vuelve más impreciso. A lo largo de muchas generaciones, los años previos a la adolescencia estaban marcados por muchas canciones que formaban parte del llamado “repertorio infantil”. Lo había de distintas calidades, orígenes, temáticas, instrumentaciones, etcétera. Pero todas tenían algo en común: estaban dirigidas a los niños.
Pareciera que esa zona privilegiada de la niñez y la infancia quedó desdibujada en el mercado de la música. Casi de la misma manera en que poco a poco las jugueterías fueron perdiendo terreno en los espacios urbanos. Casi también de la misma manera en que cada vez más temprano, los bebés y los niños son expuestos a celulares, i-pads, computadoras, etcétera.
Al mismo tiempo que ese repertorio pareciera haber mermado, el mercado de la música es cada vez mas masivo y violento, al alcance de cualquiera con sólo un click, para el que no se necesita edad mínima. Es así como el acceso a repertorios inapropiados para los niños se vuelve incontrolable. El ejemplo del suceso mundial que alcanzó el tema Despacito, nos deja pasmados cuando se lo escuchamos cantar a un niño.
Muchas de las canciones infantiles tuvieron y seguirán teniendo, la posibilidad de invitarnos a “abrir una puerta para ir a jugar”, de despertar nuestra imaginación hacia un universo fantástico rico en imágenes y metáforas. Otras, sin embargo, menos afortunadas según mi parecer, están al servicio de que memoricemos las tablas de multiplicar, reconozcamos partes del cuerpo, aprendamos hechos históricos, o incorporemos algún reglamento (¿recuerdan el “…a guardar, a guardar cada cosa en su lugar”?). Estas últimas no son más que recursos didácticos para facilitar el entendimiento de algo complejo, de una manera más “dulce”. Ejemplos de esto los hay a montones, pero la canción que quizás se haya vuelto “más popular” en este rubro, y más emblemática a mi parecer, es la que recita el abecedario en inglés, que toma su melodía del Twinkle, twinkle little star, quien a su vez lo toma de una melodía francesa arreglada por W.A. Mozart. Es un poco extraña la sensación de escucharla de labios de un niño menor de 2 años muy alejado aún de la alfabetización por su desarrollo evolutivo.
La canción infantil no es un rubro menor dentro de la música a pesar de estar destinada a los más pequeños, tal como sucede con la literatura infantil. Como recurso está disponible para que llegue a sus destinatarios -los niños-, a través de quienes estamos a su alrededor -los adultos-, y que siendo capaces de ofrecérselas en forma de juego, de momento de intercambio o de pequeña serenata, somos capaces de reconocer y recordar el imprescindible lugar que ocuparon en nuestras vidas.
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2 Comentarios
EXCELENTE ALE !!!
BUENA TAREA PARA EL RABDOMANTE!!!
Muy lindo Alejandra. Que suerte que alguien recuerde y se ocupe que estas canciones que además de trasmitir paz, ayudan sin duda al crecimiento de todo ser humano. Hay quienes tuvieron la dicha de escucharlas desde sus primeros momentos de gestación. Otros después de nacidos y muchos otros de grandes. Porque si algo tienen estas canciones es la ternura que necesitamos …
Gracias.