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I – La auto terapia y el Superyo sádico en la lectura psicoanalítica de las dependencias patológicas.
La auto-terapia tóxico-maníaca, etílica, anoréxico-bulímica, obesa, para sólo mencionar algunas, es de hecho una auto terapia mortífera, más allá del principio del placer, que el sujeto se impone a partir de un impulso más fuerte que sí mismo, que lo moviliza.
La clínica psicoanalítica se aproxima al campo de las dependencias patológicas, ante todo, a partir de una tesis que subvierte el implante de las terapias cognitivo-comportamentales y la lógica descriptivo-clasificatoria del DSM IV. En efecto, estas últimas colocan en evidencia la dimensión de trastorno y de disfunción que las dependencias comportan, y comprenden el trabajo clínico en este campo como una acción programada para normalizar las conductas y las cogniciones alteradas. El psicoanálisis, por el contrario, encuadra la dependencia patológica, en última instancia, como un intento de tratamiento, como una solución, que el sujeto encuentra en su propio camino, para enfrentar algo que resulta insoportable, que atraviesa su existencia. Por lo tanto, es en el interior de un paradigma auto-terapéutico que surgen las dependencias patológicas, por un lado, leídas en el campo del psicoanálisis.
De hecho, la dependencia patológica se presenta con los rasgos de la auto-terapia inconsciente, como una respuesta actuada y sistematizada que el sujeto produce al enfrentarse con lo insoportable. A menudo, en efecto, para el sujeto, funciona como alternativa al pasaje al acto del suicidio. Esta auto-terapia rota alrededor de la elección de un sujeto, de una sustancia o de una situación, y termina con que el sujeto asume la función de catalizador irresistible del goce. El sujeto es empujado inexorablemente al consumo de la sustancia o de la situación que lo hace gozar. No puede decir que no. Justamente es absorbido y devorado por aquello que había encontrado como solución a su malestar insostenible. Por lo tanto re-encontramos, en el centro de las patologías de dependencia, el funcionamiento de un SuperYo sádico como reverso topológico de la dimensión auto-terapéutica interna a la estructura de la dependencia patológica. Es en la enseñanza que Lacan proporciona en Kant con Sade, que se encuentra un campo de aplicación extraordinario en la clínica actual de las dependencias patológicas.
La auto-terapia tóxico-maníaca, etílica, anoréxico-bulímica, obesa, para sólo mencionar algunas, es de hecho un auto terapia mortífera, más allá del principio del placer, que el sujeto se impone a partir de un impulso más fuerte que sí mismo, que lo moviliza. En este sentido, las dependencias patológicas son patologías del SuperYo sádico que comanda que el sujeto goce de la sustancia sin límite. En la clínica resulta claro cuando, inevitablemente, los mismos pacientes nos lo dicen, en el momento en que comienzan a experimentar los efectos destructivos de la dependencia como egodistónicos, por lo tanto ya no como una solución, sino como una condena a la que dicen que no logran substraerse más. «¡Es más fuerte que yo!» es la frase típica que emiten estos pacientes después de su enésima recaída en el consumo de la sustancia. Y en esta definición, «patologías del SuperYo sádico», podemos encontrar la otra clave de lectura, junto con aquella auto-terapéutica, que el psicoanálisis nos ofrece para las dependencias patológicas.
II – Las dependencias patológicas como alternativas de la angustia.
Sin embargo, es necesario ir al origen de la respuesta auto-terapéutica-masoquista, que las dependencias patológicas presentan, que intenta ser una solución para el sujeto. Es aquí que entra en juego la dimensión de la angustia. Las dependencias patológicas se configuran, en efecto -es una tesis- como alternativas de la angustia y de su atravesamiento; como soluciones del sujeto ante lo insoportable que la emergencia de lo real presentifica en él. Algo no simbolizado o, como en el caso de las psicosis, algo no simbolizable que remite a la fragmentación estructural del sujeto. Es un fenómeno al que asistimos a menudo, con sujetos que sufren dependencias: cuando el consumo de la sustancia es interrumpido o reducido, la angustia emerge o aumenta. Esto testimonia la función farmacológica que la sustancia cumple en el sujeto toxicómano: tapar lo insoportable que es la angustia. Cerrar la división subjetiva del neurótico, compensar la fragmentación constitutiva del psicótico. El problema es que la angustia se presenta para el sujeto humano, como enseña Lacan en el Seminario X, como la ‘señal de lo real» [2] de lo que es imposible sustraerse y de lo que es imposible curarse.
Las dependencias patológicas se configuran, en efecto -es una tesis- como alternativas de la angustia y de su atravesamiento; como soluciones del sujeto ante lo insoportable que la emergencia de lo real presentifica en él.
El núcleo de la angustia es intratable, y lo que es posible hacer con respecto a la angustia en la enseñanza de Lacan, como ha subrayado Jacques-Alain Miller, no es, por lo tanto curarla, sino atravesarla[3]. El problema que la clínica nos presenta se refiere al atravesamiento de la angustia, y las condiciones que lo hacen posible para el sujeto. Ante todo podemos preguntarnos si el tratamiento tóxico-maníaco es o no una modalidad de atravesamiento de la angustia. La clínica nos empuja a decir que el atravesamiento de la angustia es justamente lo que el sujeto tóxico-maniaco se esfuerza por evitar a cualquier costo. La literatura psicoanalítica y psico-dinámica está constelada de formas de mencionar ésta operación particular que el sujeto pone en acto en la dependencia patológica para evadir el atravesamiento de la angustia: el evitar, la negación, la escisión. En nuestro lenguaje, podemos ordenar estas formulaciones en los límites de variaciones particulares de una operación generalizada indicada por Miller y por Laurent en referencia a las nuevas formas del síntoma, y articulada en la fórmula: el rechazo del Otro.
Ésta fórmula, en la cual se diseña un circuito autárquico del sujeto caracterizado por la experiencia de un «goce sin Otro», rastreable en las nuevas formas del síntoma, presupone una doble operación: a) una operación con respecto al Otro, que produce el efecto de un desenganche del sujeto; b) una elevación del objeto (a) al cenit, al lugar de comando de la estructura discursiva, como precisa Miller en su ponencia de Comandatuba, que retoma una tesis que Lacan expone en Radiofonía. Dentro de éstas coordenadas de referencia, la clínica de las dependencias patológicas, que invade las nuevas formas del síntoma, se presenta como un campo diferenciado en el cual estamos llamados a rescatar las diferentes modalidades de rechazo al Otro y de elevación del objeto al cenit que las contra-distinguen. Esto claramente a la luz de las referencias, para nosotros clásicas, de la clínica diferencial de estructura y de la singularidad irreducible del anudamiento sintomático del sujeto.
III – Un ejemplo extraído de la clínica de la obesidad.
Intento articular este punto utilizando una experiencia clínica particular: una escansión de una sesión de grupo que conduzco en una institución, con pacientes obesas. El tema de la escansión es qué ocurre cuando se verifica el momento de la crisis que empuja hacia el atracón. Marta dice que para ella la escansión (sic) es la siguiente: alguien que considera importante le dice una cosa que la concierne, pero en esta comunicación emerge algo que la hace sentir dejada de lado, ella experimenta un estado de angustia, entonces se desconecta de la comunicación con el Otro, en este punto precipita en el atracón.
Lisa dice que para ella el momento tópico está caracterizado por una especie de transe en el que, en una estado de soledad doméstica insostenible, se anula y entra en escena la boca de una Lisa niña, que pone en acto el consumo automático del alimento. En esta secuencia, podemos rescatar dos variantes que conducen al éxito de la solución de la devoración propia, como a la experiencia de dependencia del sujeto obeso.
En el caso de Marta, la secuencia es: el encuentro con el deseo del Otro produce en el sujeto la angustia, el sujeto responde con dos operaciones: a) la desconexión o el rechazo del Otro; b) el consumo irresistible de la sustancia. En el caso de Lisa, la secuencia es: lo real aparece como la representificación del objeto oral primario, la propia boca de la infancia, a esto el sujeto responde con una solución alternativa a la angustia:
a) experimentando el propio eclipse y la propia desconexión del Otro; b) realizando el atracón.
En ambos casos surge, en formas diferentes, un tratamiento de la emergencia de lo real que va en dirección opuesta a aquella de un atravesamiento de la angustia y de una sintomatización, que buscamos, en cambio, realizar en el trabajo analítico [4]. La solución está en el pasaje al acto tóxico-maniaco como alternativa a la angustia, como anticipación sistemática de su despliegue, como retrotraerse a su punto de nacimiento, es decir aquello que Lacan llama el «punto de angustia» [5].
Propongo extender la hipótesis clínica de ésta doble operación, en el Otro y en el objeto de goce, más allá de los límites de la obesidad, al más amplio campo de las dependencias patológicas como alternativas al atravesamiento de la angustia, y de indagar las formas específicas de su funcionamiento.
En efecto, el sujeto obeso tiende a tapar la angustia a través de dos operaciones co-esenciales. La primera operación es sobre el Otro y consiste en el rechazo o en la desconexión de sí mismo. Con los sujetos obesos no está siempre claro este punto, porqué se presentan fenomenológicamente, al contrario, como sujetos a menudo extremamente permeables al Otro, oblativos y disponibles. Pero el Otro a quien responden es el Otro de la demanda, mientras el Otro que rechazan, que no soportan, es el encuentro con el Otro del deseo, a quien le cierran las puertas asustados. Aquí, su dificultad especial para engancharse efectivamente en una relación transferencial en el trabajo de la cura a partir de una demanda propia.
La segunda operación es sobre el objeto de la dependencia, y se realiza en el consumo irrefrenable y constante del alimento. Esta segunda operación, que realiza en los momentos de precipitación crítica, el goce ligado al consumo de la sustancia-alimento, desarrolla una función de compensación. En efecto, ésta vuelve soportable al sujeto obeso, su posición de objeto de la demanda del Otro, su estar al servicio del Otro y el renunciamiento concomitante al propio deseo que caracteriza, por demás, su vida cotidiana. En este sentido, a través del atracón, en línea con el implante lógico de Kant con Sade, el sujeto obeso eleva el exceso al estatuto de norma, convirtiendo a la «pérdida de control» que atraviesa su conducta alimenticia aberrante, en una modalidad constante y estructurada de goce [6]. El efecto de compensación lo registramos tanto en las formas neuróticas de obesidad, en las que se produce como respuesta a la frustración de la demanda de amor del sujeto; como también en las formas psicóticas, en las que produce una estabilización que frena tanto la fragmentación esquizofrénica como la caída melancólica-depresiva.
Propongo extender la hipótesis clínica de ésta doble operación, en el Otro y en el objeto de goce, más allá de los límites de la obesidad, al más amplio campo de las dependencias patológicas como alternativas al atravesamiento de la angustia, y de indagar las formas específicas de su funcionamiento.
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