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Imaginemos por un momento una escena bucólica:
En una plaza cualquiera de nuestra ciudad detengámonos a observar una escena que nos resultará familiar y conocida. Vemos una madre llevando a su hijo con su balde, palita, numerosos moldes que despliega ante sus ojos, para placer y juego de su hijo. El divertimento no dura mucho tiempo pues rápidamente su atención se dirige hacia otro niño, con los mismos elementos, balde, palita, moldes. Una nueva escena aparece: no solo deja de jugar con lo suyo sino al preferir los de su nuevo amigo, no escatimará recursos para apropiarse de ellos; y ante el asombro de los ocasionales testigos, se abalanzará en una pelea sin cuartel. sin ceder sus objetos ni retroceder ante el otro que proclamara a los gritos su propiedad.
Podríamos decir que a la familia no se elige, pero a los amigos sí. Es en la más tierna infancia que los sentimientos amistosos van surgiendo y desarrollándose a lo largo de la existencia del hombre. Los lazos familiares se amplían…
La intervención materna es necesaria y no suele ser muy fácil convencer a estos pequeños para restituir la paz y la armonía. Curiosamente es en estos juegos donde se consolida la primera imagen que tiene el niño de si mismo, a partir de sus semejantes. Mide sus fuerzas, sus afectos, sus efectos, a través de este intercambio con el otro niño, guiado por aquellos que lo censuran o lo premian; es aquí donde se producen sus primeras identificaciones. Es por medio de estos «amiguitos» donde surgen sus lazos iniciales de amores y de odios, sus vínculos sociales y amistosos. Para el psicoanálisis estas identificaciones se facilitan al verse reflejado en el otro niño, la entrada decisiva de aquel que encarna la autoridad lo instalan en un ser de lenguaje, ordenado y organizado.
Esta compleja trama se produce a partir de relaciones fraternales que lo conducen a las amistosas y que son las raíces que lo acompañarán a lo largo de su vida en sus elecciones de amor y de amistad.
Podríamos decir que a la familia no se elige, pero a los amigos sí. Es en la más tierna infancia que los sentimientos amistosos van surgiendo y desarrollándose a lo largo de la existencia del hombre. Los lazos familiares se amplían y dan lugar a nuevas y profundas relaciones entre amigos que irá eligiendo a lo largo de su vida, continuando con algunos, incorporando nuevos, abandonando otros de acuerdo a sus circunstancias y sus intereses. Los amigos forman parte de su existencia, los necesita para su desarrollo y crecimiento. No se puede vivir sin amigos.
No es de extrañar que en estos lazos profundos de amistad pueda surgir un amor. Pero a diferencia del amor, la amistad se sostiene en un lazo duradero sin sexo, es decir que trasciende y va más allá de él. Es la ternura que sostiene y anuda a los amigos. Por cierto, la relación amistosa no es puramente altruista y convive con sentimientos de rivalidad, de envidia, de celos como también de generosidad, de bienestar así como el compartir alegrías y tristezas por aquellas causas e intereses que los une. Es en la amistad que podemos aliviarnos de los dolores, los sufrimientos, las alegrías o las rutinas de nuestra cotidiana existencia. Es allí que recurrimos en la búsqueda de un consuelo, una reafirmación, una palabra. Los amigos que cuentan, más allá de su género, son los de carne y hueso. Su presencia se hace necesaria. Los amigos son el sostén para soportar lo insoportable; lo insoportable de la existencia.
Ann Shin es una cineasta y escritora. Algunos de sus aclamados documentales y libros son The Last Exiles, My Enemy, My Brother y The Defector: Escape from North Korea. Su proyecto actual, A.rtificial I.mmortality, explora la fascinación de la humanidad por fusionarse con las máquinas y lograr un estatus divino a través de la inteligencia artificial.
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