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Edición
11

Reflexiones Post-virtuales

Miami
En un mundo que se mueve cada vez más en espacios virtuales, ¿podremos realmente prescindir de la parte orgánica?

En uno de mis últimos viajes a Bogotá me vi confrontada con una realidad que si bien puede parecerle normal a los que han crecido en forma paralela (todavía no se si afortunada o desafortunadamente) con el vertiginoso progreso tecnológico, a mi me resulta un tanto incoherente y absurda.

…no hace mucho tiempo solíamos encontrarnos con amigos a tomar café y esperábamos una carta en el correo. Que las postales que ahora coleccionan como antigüedades eran elementos que hacían parte de la vida cotidiana…

Hacia tanto que no nos veíamos que llegando a Bogotá llamé a Catalina de inmediato. No disponía de mucho tiempo y había tanto que compartir. Me refiero a ese compartir que no se da a través de un auricular o de una pantalla sino el compartir de antes, de nuestra época, lo que yo todavía considero un encuentro real. Por extraño que parezca esperaba verla en persona. A veces me cuesta explicarle a la nueva generación que no hace mucho tiempo solíamos encontrarnos con amigos a tomar café y esperábamos una carta en el correo. Que las postales que ahora coleccionan como antigüedades eran elementos que hacían parte de la vida cotidiana, que no es que yo sea tan vieja sino que las cosas se convierten en reliquia con más rapidez.

No sabía realmente si mi ansiedad por nuestro encuentro sería compartida al mismo nivel. Al fin y al cabo, muchas de mis amistades ya no disponen de tiempo físico para tales eventualidades, y mi querida Cata se estaba convirtiendo lentamente en uno de esos especímenes. El primer intento fue inútil. No podíamos encontrarnos ese día pues como me confeso telefónicamente, estaba tomando vino con un amigo. Sorprendida y sin palabras trago lento y en el proceso de deglución, busco vocablos coherentes que le dejan saber que estaría disponible tan pronto ella se desocupara. Al parecer el vino se prolongó y no volví a saber de ella hasta el día siguiente.

Nuestro encuentro en un concurrido café de la ciudad se dio en términos muy agradables. Debo admitir que la intriga me carcomía. Al fin y al cabo, por muy liberal que fuera, Catalina era una mujer casada. Me sorprendió su tranquilidad y me costó ocultar el nerviosismo que me ocasionaban las declaraciones del día anterior, así que sin merodear más con nimiedades acerca de la situación política, la seguridad del país, la perpetuidad o no del Presidente, las clases en la Universidad, el consultorio, etc., me voy al grano y le pregunto por el amigo con el que tomaron vino por el resto del día de ayer, a partir de las 11:30 de la mañana, hora en la que yo había tenido la imprudencia de llamar.

Cuál sería mi sorpresa cuando me entero que mi querida amiga tomaba vino en su apartamento de Bogotá en compañía de un amigo que se encontraba a su vez en España. ¿También el vino era virtual? Pregunté sorprendida y entusiasmada ante el develamiento de poder encontrar la felicidad al alcance de un simple “clic”. El desconcierto se fue convirtiendo en asombro cuando las declaraciones se fueron haciendo más íntimas. La relación con su marido, que yo consideraba debía estar muy deteriorada, había por el contrario mejorado enormemente. El incremento de sus viajes de negocios había promovido un nuevo tipo de comunicación entre los dos, los correos electrónicos. La comunicación se volvió mas “intensa”. Las discrepancias se atenuaron significativamente. Ahora se podía hablar de verdad. Nunca antes había encontrado en mí un ser tan filosófico y analítico. ¿Cómo lo iba a encontrar si a duras penas podía musitar una frase completa ante su presencia física? Yo por mi lado nunca le había escuchado un tono de voz tan calmado, apacible y comprensivo, y nunca me había sentido tan respetada.

No alcanzaba a digerir completamente la información recibida cuando me entero de que la invitación de que había sido objeto poco antes de mi viaje era a una casa virtual. Precisamente ésa era la casa donde tomaba vino con Antonio. Es que no te preocupes, es una casa donde no entras si no has sido invitado. Y no invitas a cualquiera, ¿eh? No hay que atemorizarse. Yo me di cuenta que tuvimos la misma química después de solo dos frases (y ¿cómo pasa eso de la química a través de la pantalla?)…

Seguimos vivos para un sistema inorgánico, un sistema que aparentemente se maneja sin necesidades corporales ni entidades biológicas. ¿Podremos realmente prescindir de esa parte orgánica? ¿Quién es el beneficiario final de esta red tecnológica? ¿Podremos prescindir del organismo encargado de hacer el clic inicial?

Para mi ya era demasiado. Virtualmente soñamos, virtualmente amamos, virtualmente nos endeudamos, virtualmente somos fieles o infieles. Virtualmente envejecemos o rejuvenecemos al antojo. Virtualmente pueblas tu rostro de arrugas o las haces desaparecer. Nos volvemos altos, bajos, enjutos o esbeltos, capaces e incapaces, educados o perversos sujetos a las interpretaciones de algún interlocutor. Virtualmente se corrige la ortografía y se experimenta la gramática del orgasmo. Virtualmente participamos de un funeral y virtualmente confesamos nuestros pecados o para efecto nos psicoanalizamos. Virtualmente nos aislamos y al tiempo nos conectamos con la humanidad entera. Pagamos cuentas, tomamos exámenes, aprendemos a conducir y sacamos tarjetas de identidad, o bien nos la roban… virtualmente. Nuestro espacio físico se ve reducido a una pantalla que puede ser claustrofóbicamente reducida o inmensamente amplia dependiendo como se la quiera interpretar. Nos limita físicamente a un escritorio dentro de un pequeño cuarto pero nos permite navegar océanos, cruzar el horizonte volar espacios infinitos, eliminar barreras culturales, sociales, nos volvemos eternos, inmortales. Virtualmente miramos y somos vistos, nos convertimos en parte del espectáculo, se globaliza nuestra intimidad. El software se convierte en ese espejo virtual que refleja nuestra mente. Estaremos regresando a las teorías del dominio de la mente.

Pienso, luego existo. Pienso que mejor no pienso y si no pienso no existo. No pienso luego me desintegro. Pienso luego sufro. Pienso que mejor no pienso. Y si no pienso no sufro.

¿Qué es lo que se valora del ser humano cuando toda la información se reduce a una banda magnética introducida dentro de una tarjeta plástica? Pareciera ser que logramos la inmortalidad mientras nuestra información siga concentrada dentro de dichas bandas. Mientras los créditos sigan abiertos, mientras las computadoras sigan escupiendo extractos y cuentas a nuestro nombre, seguimos vivos. Seguimos vivos para un sistema inorgánico, un sistema que aparentemente se maneja sin necesidades corporales ni entidades biológicas. ¿Podremos realmente prescindir de esa parte orgánica? Quien es el beneficiario final de esta red tecnológica? ¿Podremos prescindir del organismo encargado de hacer el clic inicial?

Y bueno, quedaba el interrogante final. ¿Era o no era infidelidad? Para ese entonces ya no había tiempo. Se llegaba la hora de la copa de vino… Antonio esperaba…

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