Por
«(…) una observación acerca de los procesos finales, sea el fin del milenio o el fin de análisis, (…) el fin de año. Los finales suelen aparecer, tal vez, como un malentendido de la muerte, como sufrimiento.»
Corría el año 1995. Bajo el titulo de «El hospital hacia el fin del milenio. «¿Nuevos padecimientos psíquicos?», se realizaban las jornadas anuales en el Centro de Salud Mental «A. Ameghino», a las que el doctor Fernando Ulloa fue invitado a participar.»[1]
A modo de homenaje la Lic. Mirta Pipkin recorta algunos párrafos de su exposición que dejan ver esa posición ética que estuvo presente en toda su vida, tanto desde su práctica de la transmisión del psicoanálisis como por su claro compromiso y preocupación ante el padecimiento del hombre, atrapado en lo que denomino una «encerrona trágica» en la actual «cultura de la mortificación».
De finales y de muerte
«(…) una observación acerca de los procesos finales, sea el fin del milenio o el fin de análisis, (…) el fin de año. Los finales suelen aparecer, tal vez, como un malentendido de la muerte, como sufrimiento. Me acuerdo cuando yo era estudiante (…) Esa época en el hospital, como practicante de guardia, en esas fiestas de fin de año (…) no solamente se presentaban los quemados, los alcohólicos, algunos brotes, sino los sufrimientos emocionales que provocan generalmente los procesos que aluden al fin. La gente tiene la impresión que el fin del análisis o el fin del año o el fin del milenio provocan, como periodos finales, cierta connotación terminal; algo así como no necesariamente la muerte, sino la mortificación como una connotación mortecina, como el fin del tiempo personal.»
La amenaza que preanuncia: una mortificación resignada
«Basta pensar que en la próxima década el treinta por ciento de la población de algunos países del llamado Primer Mundo, va a nacer, vivir y morir sin trabajar, subsidiada; es decir, no estarán en la miseria, sino subsidiados, esto es, al menos en cierto aspecto, para nuestra cultura actual, suicidados, suicidados como sujetos. Este seria un ejemplo típico de la miseria, aunque ya tal vez este resuelta la miseria como escándalo, aquí me refiero a la miseria del sujeto empobrecido, y esto si pareciera que nos indicaría algo que nos amenaza como fin de la historia, fin de la utopía, fin de las ideologías. En realidad, estas ideas finiseculares tienen sentido, precisamente, en la cultura de la mortificación resignada.»
El empobrecimiento de la cultura de la mortificación no es una cuestión económica
«En el discurso claudicante, mortificado, se enseñorea el acobardamiento y desaparece la valentía.»
¿»Y que quiere decir la mortificación hecha cultura?». Hay muchas maneras de presentar esto, pero fundamentalmente corresponde al momento en que las condiciones de intimidación hacen retroceder toda intimidad; cuando digo intimidad no me refiero a hablar de cosas íntimas, aunque hablar de padecimientos siempre implique cierta situación íntima. Cuando se establece la intimidación de la falta de trabajo, donde la gente ya no es explotada por la falta de trabajo, sino que esta excluida de el, por mas subsidiada/suicidada que esté. Esta es una situación evidentemente intimidatoria, que subraya el fin de la participación personal en el cotidiano quehacer.
De cualquier manera, la intimidación hecha costumbre, hecha cultura, se acompaña de una pobreza conceptual, metodológica e ideológica, que nosotros vemos muchas veces enseñorearse en los discursos psi, en el hospital, donde la subjetividad claudica, desfallece, donde el sujeto esta coartado; pero no tanto en la población asistida, sino en los asistidotes. Para que estas condiciones de intimidación se hagan cultura, se hagan costumbre, tienen que enfatizarse los procesos de renegación; tiene que ser negadas las condiciones hostiles, las condiciones de zozobre – y negar que se niega.
Queja versus transgresión
«En el discurso claudicante, mortificado, se enseñorea el acobardamiento y desaparece la valentía. En el psicoanálisis no es muy común hablar de valentía, pero la valentía forma parte de la condición humana, de la subjetividad. Entonces si la valentía desaparece, el acobardamiento se enseñorea, no hay protesta, no hay transgresiones. La transgresión es fundadora, siempre funda algo. La queja en el discurso mortificado es piadosa, autopiadosa. También desaparece la inteligencia junto con la valentía, ya que en el triunfo de la renegación la inteligencia desaparece, se enseñorea la alineación. Entonces no hay rupturas epistemológicas, hay simplemente hábitos que circulan, lugares comunes. También desaparece el adueñamiento del cuerpo, tal vez la patología mas común que uno ve en una comunidad mortificada, donde el discurso psi ha claudicado junto con la subjetividad. El cuerpo también desfallece, hay un desadueñamiento del cuerpo para la acción, para el placer.»
Actualidad de las neurosis actuales
«¿Cómo poner en circulación lo que esta detenido, el tiempo personal que está detenido? Yo suelo recurrir a lo que llamo la clínica de la narración, a la clínica de las palabras mediante la cual existe la posibilidad de historizar y de recuperar una capacidad de perspectiva.»
(…) en la mortificación hay una detención del fluir del pensamiento, sobre todo representado por una vieja forma de la arqueología psicopatológica prepsicoanalítica, aunque es una psicopatología freudiana, que son las neurosis actuales (….) Uds. recuerdan el estancamiento libidinal al que aludía Freud para formularlas. …la etiopatogenia de ese sufrimiento, de esa neurosis esta referida no tanto a la historizacion, y en consecuencia a una transferencia, sino a algo que tiene vigencia actual, lo típico seria una comunidad que dice «aquí las cosas siempre fueron, son y serán así». En este sentido esta detenido el tiempo, no hay pasado. El pasado no se lo evoca, no se lo re-significa, no se lo convoca sino que esta presente como invalidez, ya sea la invalidez infantil o la invalidez de los efectos traumáticos del pasado. (…) El sujeto simplemente envejece, la muerte ya esta instalada; no esta viviendo hasta la muerte, esta viviendo hacia la muerte. A ese sujeto la muerte no lo va a encontrar vivo. Todo lo anterior podría definirse como la patología del devenir. (…) En este cuadro de mortificación donde prevalecen las neurosis actuales el devenir ha desaparecido y entonces ha desaparecido también el fluir del pensamiento; se trata de restablecer ese fluir de la temporalidad humana.
Una salida a la encerrona trágica: Psicoanálisis, una clínica de la narración
«¿Cómo restablecer en esas condiciones un establecimiento de ese fluir del pensamiento? ¿Cómo poner en circulación lo que esta detenido, el tiempo personal que está detenido? Yo suelo recurrir a lo que llamo la clínica de la narración, a la clínica de las palabras mediante la cual existe la posibilidad de historizar y de recuperar una capacidad de perspectiva.»
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